EN EL SAGRADO CORAZÓN, HALLAREMOS LA MÁS EFICAZ PROTECCIÓN
I
Rodeados como estamos de enemigos, necesitamos a todas horas un celoso y vigilante protector, y sobre todo porque son muchos esos enemigos; y son poderosos; y nos aborrecen de muerte.
Todo lo que es enemigo de Jesucristo es por consecuencia enemigo de nosotros los cristianos. Tengo pues, enfrente de mí a todo el poder del infierno, y sirvo de blanco a sus ataques, tanto de persecución, como de seducción. El ejército del mal, que inspira invisiblemente Satanás, y visiblemente acaudillan los representantes de este en la tierra, llena el mundo; hay momentos en que ansioso se pregunta el corazón si no es ya dueño enteramente de él. Le sirven para la propaganda de sus ideas los medios y la elocuencia; ejecutan sus órdenes muchos gobiernos; le prestan ayuda muchos extraviados con sus talentos. No hay acontecimiento alguno de cuantos presenciamos, que no sea un hecho belicoso en favor o en contra de la causa de Dios, y por consiguiente que no tenga pública o secreta relación con la suerte eterna de cada uno de sus amigos. Porque así como Dios todo lo ha puesto a mi servicio para salvarme, así todo lo pone en juego el demonio, mi enemigo, para perderme. Toda la rabia del infierno, contra Dios, la descarga él contra mí, imagen suya, ya que contra Dios se reconoce impotente. ¡Pobre de mí, hecho de continuo objeto de tan violentas arremetidas! ¿Hay esperanza de salvación para el hombre en medio de tan obstinado empeño para que la pierda?
Medítese unos minutos.
II
Sí, alma mía, tienes un protector más fuerte que todos tus enemigos, y es seguro que nada puede el infierno entero contra quien a tal amparo se sepa refugiar. Ampárate al Sagrado Corazón de Jesús. Tómale por escudo, y avanza valerosa. Di con seguridad: "El Señor es mi amparo; no temeré cualquier cosa que pueda hacer contra mí el enemigo. El Señor es mi defensor; ¿qué puede atemorizarme? Si se levantan contra mí armados ejércitos, no temerá mi corazón; si se libra contra mi dura batalla, en Él pondré mi confianza".
¡Sagrado Corazón de Jesús! Mira cómo está mi alma de continuo asediada, víctima de constante persecución, vacilante tal vez ya y próxima a caer en manos de sus enemigos. ¡Dame fuerza, Sagrado Corazón! Están el mundo, el demonio y la carne contra mí. Pero sé que no estoy solo, no, sino contigo, mi dulce bien, mi único amparo, mi protector y fortaleza. No les temo ya a los enemigos. Ya se levanten en mi corazón tempestuosas pasiones; ya haga brillar el mundo a mi alrededor sus más poderosos atractivos; ya oiga zumbar sobre mi cabeza el continuo tiroteo de los que persiguen de muerte tanto a Ti, como a tu Iglesia y a tus amigos. A tu lado estoy y no desfalleceré. Caigan a mi derecha mil, y diez mil a mi izquierda, no me tocarán a mí los dardos del perseguidor. Clamaré al Señor, y me oirá; conmigo estará en el riguroso trance, y me sacará a salvo, y aun con eso mismo me glorificará.
Sí, dulce protector mío, bondadosísimo Corazón, en tu poder he puesto tal confianza, y sé que no me fallará.
Medítese, y pídase la gracia particular.
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