31 de enero de 2019

Santo Evangelio 31 de enero 2019



Día litúrgico: Jueves III del tiempo ordinario

Santoral 31 de Enero: San Juan Bosco, presbítero

Texto del Evangelio (Mc 4,21-25): 

En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga». 

Les decía también: «Atended a lo que escucháis. Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará».


«¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho?»

Rev. D. Àngel CALDAS i Bosch 
(Salt, Girona, España)

Hoy, Jesús nos explica el secreto del Reino. Incluso utiliza una cierta ironía para mostrarnos que la “energía” interna que tiene la Palabra de Dios —la propia de Él—, la fuerza expansiva que debe extenderse por todo el mundo, es como una luz, y que esta luz no puede ponerse «debajo del celemín o debajo del lecho» (Mc 4,21).

¿Acaso podemos imaginarnos la estupidez humana que sería colocar la vela encendida debajo de la cama? ¡Cristianos con la luz apagada o con la luz encendida con la prohibición de iluminar! Esto sucede cuando no ponemos al servicio de la fe la plenitud de nuestros conocimientos y de nuestro amor. ¡Cuán antinatural resulta el repliegue egoísta sobre nosotros mismos, reduciendo nuestra vida al marco de nuestros intereses personales! ¡Vivir bajo la cama! Ridícula y trágicamente inmóviles: “ausentes” del espíritu.

El Evangelio —todo lo contrario— es un santo arrebato de Amor apasionado que quiere comunicarse, que necesita “decirse”, que lleva en sí una exigencia de crecimiento personal, de madurez interior, y de servicio a los otros. «Si dices: ¡Basta!, estás muerto», dice san Agustín. Y san Josemaría: «Señor: que tenga peso y medida en todo..., menos en el Amor».

«‘Quien tenga oídos para oír, que oiga’. Les decía también: ‘Atended a lo que escucháis’» (Mc 4,23-24). Pero, ¿qué quiere decir escuchar?; ¿qué hemos de escuchar? Es la gran pregunta que nos hemos de hacer. Es el acto de sinceridad hacia Dios que nos exige saber realmente qué queremos hacer. Y para saberlo hay que escuchar: es necesario estar atento a las insinuaciones de Dios. Hay que introducirse en el diálogo con Él. Y la conversación pone fin a las “matemáticas de la medida”: «Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará» (Mc 4,24-25). Los intereses acumulados de Dios nuestro Señor son imprevisibles y extraordinarios. Ésta es una manera de excitar nuestra generosidad.

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Oración al Corazón de Jesús


Pidamos al Sagrado Corazón, por los incrédulos y los malos cristianos



PIDAMOS AL SAGRADO CORAZÓN, POR LOS INCRÉDULOS Y LOS MALOS CRISTIANOS

I
Hay hermanos nuestros creados como nosotros por Dios, redimidos como nosotros por la Sangre Divina, destinados como nosotros para el reino eterno, y que sin embargo se obstinan en cerrar sus ojos a la luz de la verdad y permanecer apartados de la fe, en ciego y voluntario paganismo. Estos son los incrédulos. ¡Cuántos de esos gentiles hay en medio de nuestra sociedad cristiana! ¡Cuántos de nuestros amigos y conocidos, y quizás parientes, no tienen de Dios y de su ley y de sus misterios mayor conocimiento que el que tiene un pobre salvaje, para quien es absolutamente desconocida la cruz! Roguemos, pues, hoy al Sagrado Corazón de Jesús por este doloroso estado de tantas almas.

¡Oh Jesús, Señor Nuestro! ¿Cómo puede ser que veinte siglos después de tu venida haya aún quien no te conozca? Abre, Señor, los ojos a los ciegos del alma, Tú que a tantos iluminaste los del cuerpo en tu vida mortal; te diremos como aquel ciego del Evangelio: "Señor, ¡que vean!" Que vean, que sientan, que gocen de la verdad de tu ley, de la ternura de tu amor, de la eficacia de tus Sacramentos! Que te conozcan ¡oh buen Jesús! estas pobres almas, a quienes tiene engañada la idea de que pueden salvarse con sólo vivir una honradez mundana, siendo que Tú no reconocerás este modo de vivir como digno de Cielo en tu juicio. Rasga, Señor, las densas tinieblas en que están envueltos tantos hermanos nuestros, y que les impiden ver el espantoso abismo de la eternidad que tienen abierto a sus pies. ¡Misericordia por ellos, piadosísimo Jesús! Acepta por ellos, Sagrado Corazón, los humildes ruegos de nuestro rendido corazón.

Medítese unos minutos.

II
Además de los incrédulos están los malos cristianos; es decir, aquellos que creen de verdad, pero no practican; tienen fe - y no quieren dejar de ser llamados católicos -, pero tienen malas costumbres y cometen criminales acciones. ¿Qué les valdrá a ellos su creencia, si no procuran tener una conducta coherente con ella? Sólo les valdrá de mayor responsabilidad en el tribunal de Dios.

Te pedimos también, Sacratísimo Corazón de Jesús, por esos malos cristianos cuya vida culpable y viciosa deshonra tu ley y da ocasión a que se burlen de ella tus enemigos, al paso que es mortal escándalo para los incautos. ¡Oh indigna ingratitud! Creen en Ti, Señor, pero no te sirven; admiten tu ley, pero la pisotean y afrentan; temen el infierno, pero nada hacen por no caer en él.

¡Señor! ¡Despierta con el clamor de tus palabras de advertencia a los que están dormidos! ¡Limpia de las manchas de sus malas acciones a los que tienen la lepra en el alma! ¡Toca con tu inspiración a aquellos que como Lázaros ya huelen mal por la podredumbre de sus vicios!

Haz brillar tu poder y tu misericordia sobre todos nosotros, para lograr ser lumbreras de santidad y ornamentos de la Iglesia.

¡Sagrado Corazón de Jesús! Por los incrédulos, por los endurecidos pecadores, te pedimos hoy luz, gracia y perdón. 
Medítese, y pídase la gracia particular.

30 de enero de 2019

Santo Evangelio 30 de Enero 2019



Día litúrgico: Miércoles III del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 4,1-20):

 En aquel tiempo, Jesús se puso otra vez a enseñar a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a Él que hubo de subir a una barca y, ya en el mar, se sentó; toda la gente estaba en tierra a la orilla del mar. Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas. Les decía en su instrucción: «Escuchad. Una vez salió un sembrador a sembrar. Y sucedió que, al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino; vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó enseguida por no tener hondura de tierra; pero cuando salió el sol se agostó y, por no tener raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos; crecieron los abrojos y la ahogaron, y no dio fruto. Otras partes cayeron en tierra buena y, creciendo y desarrollándose, dieron fruto; unas produjeron treinta, otras sesenta, otras ciento». Y decía: «Quien tenga oídos para oír, que oiga».

Cuando quedó a solas, los que le seguían a una con los Doce le preguntaban sobre las parábolas. El les dijo: «A vosotros se os ha dado comprender el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas, para que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone». 

Y les dice: «¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, entonces, comprenderéis todas las parábolas? El sembrador siembra la Palabra. Los que están a lo largo del camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, viene Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos. De igual modo, los sembrados en terreno pedregoso son los que, al oír la Palabra, al punto la reciben con alegría, pero no tienen raíz en sí mismos, sino que son inconstantes; y en cuanto se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumben enseguida. Y otros son los sembrados entre los abrojos; son los que han oído la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Y los sembrados en tierra buena son aquellos que oyen la Palabra, la acogen y dan fruto, unos treinta, otros sesenta, otros ciento».


«El sembrador siembra la Palabra»

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench 
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy escuchamos de labios del Señor la “Parábola del sembrador”. La escena es totalmente actual. El Señor no deja de “sembrar”. También en nuestros días es una multitud la que escucha a Jesús por boca de su Vicario —el Papa—, de sus ministros y... de sus fieles laicos: a todos los bautizados Cristo nos ha otorgado una participación en su misión sacerdotal. Hay “hambre” de Jesús. Nunca como ahora la Iglesia había sido tan católica, ya que bajo sus “alas” cobija hombres y mujeres de los cinco continentes y de todas las razas. Él nos envió al mundo entero (cf. Mc 16,15) y, a pesar de las sombras del panorama, se ha hecho realidad el mandato apostólico de Jesucristo.

El mar, la barca y las playas son substituidos por estadios, pantallas y modernos medios de comunicación y de transporte. Pero Jesús es hoy el mismo de ayer. Tampoco ha cambiado el hombre y su necesidad de enseñanza para poder amar. También hoy hay quien —por gracia y gratuita elección divina: ¡es un misterio!— recibe y entiende más directamente la Palabra. Como también hay muchas almas que necesitan una explicación más descriptiva y más pausada de la Revelación.

En todo caso, a unos y otros, Dios nos pide frutos de santidad. El Espíritu Santo nos ayuda a ello, pero no prescinde de nuestra colaboración. En primer lugar, es necesaria la diligencia. Si uno responde a medias, es decir, si se mantiene en la “frontera” del camino sin entrar plenamente en él, será víctima fácil de Satanás.

Segundo, la constancia en la oración —el diálogo—, para profundizar en el conocimiento y amor a Jesucristo: «¿Santo sin oración...? —No creo en esa santidad» (San Josemaría).

Finalmente, el espíritu de pobreza y desprendimiento evitará que nos “ahoguemos” por el camino. Las cosas claras: «Nadie puede servir a dos señores...» (Mt 6,24).

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Oración al Corazón de Jesús


Pidamos al Sagrado Corazón, por la educación y de los niños y niñas



PIDAMOS AL SAGRADO CORAZÓN, POR LA EDUCACIÓN DE LOS NIÑOS Y NIÑAS

I
Son los niños y las niñas las flores tempranas del jardín de Cristo y la porción predilecta de su amantísimo Corazón. Jesucristo en su vida mortal manifestó por la niñez singular preferencia. Un pasaje del Santo Evangelio nos muestra al Salvador llamando en torno de sí esas tiernas primicias de su rebaño, y prodigándoles dulces agasajos y recomendándolas a los cuidados y solicitud de los Apóstoles. La Iglesia, heredera del Divino Maestro, no se muestra menos celosa en esta maternal predilección.

Pero también el enemigo muestra decidido empeño en apoderarse de esos corazones; y el mundo le secunda, y muchos padres le favorecen de un modo espantoso en esta obra infernal de robárselos a Dios. ¡El síntoma más pavoroso de nuestros desventurados tiempos es la corrupción de la niñez! Roguemos, pues, hoy, por los niños al Sagrado Corazón.

Salva, ¡oh buen Jesús!, de la peste del siglo a esas pobres almas, apenas salidas de las aguas de Tu Bautismo y ya enlodadas quizás por la cenagosa corriente de la corrupción. Conserva en sus corazones la posesión completa que tuviste de ellos cuando por aquel Sacramento los redimisteis de las garras de Satanás. ¡Mira, Divino Jesús, cómo están hoy deterioradas y quebrantadas las más bellas flores de Tu jardín! 

¡Oh dulce Jesús, bondadoso amigo de los niños y niñas!, te pedimos hoy con mucho dolor por esas prendas que el demonio procura robar a Tu Corazón. Medítese unos minutos.

II
¡A quién no entristece ver tan alejadas de Dios a tantas almas tiernas, que debieran ser el bello adorno y la más preciada esperanza del Catolicismo! Unas sumidas en las tinieblas de la infidelidad en países no cristianos, otras entregadas a la educación perversa en escuelas impías, otras presenciando cada día ejemplos corruptores en aquellos mismos, que por el bien, debieran ser su espejo y su luz. ¡Cuántos de esos niños y niñas llevan a la primera Comunión el alma ya embrutecida por el vicio! ¡Cuántos después de esta toma de posesión que realiza en ellos el Hijo de Dios, lo lanzan inmediatamente de su corazón para alzar en él el trono de su enemigo! ¡Y cuántos quedarán en poder de este enemigo la mayor parte de la vida y cuántos eternamente! 

¡Oh dulce Corazón de Jesús! Bien merecen estas víctimas de la astucia infernal, las súplicas más fervientes de tus devotos. Te rogamos, pues, por este plantel predilecto que ha de ser mañana Tu cosecha. Hazla tuya, líbrala de los lazos que se le tienden, de los falsos maestros, de los malos padres, de las lecturas y distracciones perversas, de los amigos de la perdición. Se Tú el Custodio de su candor, el guía de sus pasos, el dulce objeto de sus primeros afectos; atráelos y enamóralos, ríndelos con el suavísimo influjo de Tu amor, clava en ellos el sello de Tu perpetuo dominio, y sea este completo en ellos toda la vida, traspase la muerte y dure por toda la eternidad.

Medítese, y pídase la gracia particular.

29 de enero de 2019

Santo Evangelio 29 de Enero 2019



Día litúrgico: Martes III del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 3,31-35): 

En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».


«Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre»

Rev. D. Josep GASSÓ i Lécera 
(Ripollet, Barcelona, España)

Hoy contemplamos a Jesús —en una escena muy concreta y, a la vez, comprometedora— rodeado por una multitud de gente del pueblo. Los familiares más próximos de Jesús han llegado desde Nazaret a Cafarnaum. Pero en vista de la cantidad de gente, permanecen fuera y lo mandan llamar. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan» (Mc 3,31).

En la respuesta de Jesús, como veremos, no hay ningún motivo de rechazo hacia sus familiares. Jesús se había alejado de ellos para seguir la llamada divina y muestra ahora que también internamente ha renunciado a ellos: no por frialdad de sentimientos o por menosprecio de los vínculos familiares, sino porque pertenece completamente a Dios Padre. Jesucristo ha realizado personalmente en Él mismo aquello que justamente pide a sus discípulos.

En lugar de su familia de la tierra, Jesús ha escogido una familia espiritual. Echa una mirada sobre los hombres sentados a su alrededor y les dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34-35). San Marcos, en otros lugares de su Evangelio, refiere otras de esas miradas de Jesús a su alrededor.

¿Es que Jesús nos quiere decir que sólo son sus parientes los que escuchan con atención su palabra? ¡No! No son sus parientes aquellos que escuchan su palabra, sino aquellos que escuchan y cumplen la voluntad de Dios: éstos son su hermano, su hermana, su madre.

Lo que Jesús hace es una exhortación a aquellos que se encuentran allí sentados —y a todos— a entrar en comunión con Él mediante el cumplimiento de la voluntad divina. Pero, a la vez, vemos en sus palabras una alabanza a su madre, María, la siempre bienaventurada por haber creído.

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Novena Eficaz al Niño Rey Jesús



Novena Eficaz al Niño Rey Jesús


recitada cada día del 17 al 25 de cada mes

Oh Niño Jesús, yo recurro a Vos, y os ruego por Vuestra Santísima Madre, me asistáis en esta necesidad (se menciona) porque creo firmemente que Vuestra Divinidad puede socorrerme. Espero con confianza obtener Vuestra Santa Gracia. Os amo con todo mi corazón y con todas las fuerzas de mi alma. Me arrepiento sinceramente de mis pecados, y os suplico, Oh mi buen Jesús, me deis fuerza para triunfar de ellos.

Tomo la resolución de no ofenderos más, y me ofrezco a Vos en la disposición de sufrirlo todo antes de disgustaros. Desde ahora quiero serviros con fidelidad. Por Vuestro amor, Oh Divino Niño, amaré a mis prójimos como a mi mismo. Niño lleno de poder, Oh Jesús, yo os suplico de nuevo, me asistáis en esta circunstancia (se menciona).

Hacedme la gracia de poseeros eternamente con María y José, y la de adoraros con los Santos Angeles de Tu Corte Celestial. Así Sea

Oración revelado por Nuestra Señora al Venerable Padre Cirilo, O.C.D.

Oración al Corazón de Jesús


Pidamos al Sagrado Corazón, por la restauración de la familia cristiana



PIDAMOS AL SAGRADO CORAZÓN, POR LA RESTAURACIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA

I
Adonde el infierno dirige con más ahínco sus ataques es a la sociedad doméstica. Lograr que desaparezca Jesucristo de la familia, éste es el blanco de sus deseos. Y ¡cómo se va logrando en muchas partes este deseo de Satanás! Apenas se encuentra ya en algunos lugares la familia verdaderamente Cristiana. Ciertos padres y madres de hoy parecen haber desterrado la Religión de su hogar, según tienen olvidadas allí todas las prácticas de ella. Apenas se reza; y en familia, apenas se oye en ella el nombre de Dios. Toda la importancia se da al interés, a la vanidad, al lujo exagerado, a las culpables diversiones.

¡Oh Sagrado Corazón de Jesús! Hazte cargo también de esta necesidad y acude a remediarla. Haz tuyos nuevamente nuestros hogares, de donde parece haberte echado el demonio tu enemigo. Vuelve a reinar ¡oh Señor! en nuestras casas, como en otros templos consagrados a Ti. Une a tu Divino Corazón los corazones de los padres y de los hijos, que hoy tienen miserablemente divididos la disipación y el egoísmo.

¡Oh Sagrado Corazón! Te pedimos hoy más fervorosamente por esta necesidad, una de las más tristes de nuestros días.

Medítese unos minutos.

II
¡Qué distinta sería la faz del mundo si volviese a reinar en la familia Cristiana el Sagrado Corazón de Jesús! ¡Cómo sería la prudencia de los padres; cómo el respeto de los hijos; cómo la fidelidad de los esposos; cómo el amor de los hermanos! Cada casa Cristiana sería un vivo calco de la Sagrada Familia de Nazareth.

Hoy no reina en muchas de ellas Dios; pero reinan en cambio el egoísmo, la desconfianza, la relajación de los vínculos más sagrados. ¡Corazón de Jesús! ¿Es esta la familia Cristiana como Tú la quieres? No. Es como la quiere el demonio, enemigo de tu nombre y de nuestras almas. Quítale, pues, Jesús, este señorío a Satanás; recóbralo Tú para no perderlo ya nunca. Sé Tú mismo en la familia el centro de unión, norma de conducta; den los padres buen ejemplo y sano consejo; muestren los hijos obediencia y docilidad; esmérense todos en el cumplimiento de tu ley y en el respeto a tu Iglesia.

¡Oh Señor! Sé Tú el verdadero Padre de familias, de todas éstas acá en la tierra, para que juntas formen un día contigo, la dichosísima familia del cielo.

Medítese, y pídase la gracia particular.

28 de enero de 2019

Santo Evangelio 28 de Enero 2019



Día litúrgico: Lunes III del tiempo ordinario

Santoral 28 de Enero: Santo Tomás de Aquino, presbítero y doctor de la Iglesia

Texto del Evangelio (Mc 3,22-30): 

En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios». Entonces Jesús, llamándoles junto a sí, les decía en parábolas: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa. Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno». Es que decían: «Está poseído por un espíritu inmundo».


«El que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca»

Rev. D. Vicenç GUINOT i Gómez 
(Sant Feliu de Llobregat, España)

Hoy, al leer el Evangelio del día, uno no sale de su asombro —“alucina”, como se dice en el lenguaje de la calle—. «Los escribas que habían bajado de Jerusalén» ven la compasión de Jesús por las gentes y su poder que obra en favor de los oprimidos, y —a pesar de todo— le dicen que «está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios» (Mc 3,22). Realmente uno queda sorprendido de hasta dónde pueden llegar la ceguera y la malicia humanas, en este caso de unos letrados. Tienen delante la Bondad en persona, Jesús, el humilde de corazón, el único Inocente y no se enteran. Se supone que ellos son los entendidos, los que conocen las cosas de Dios para ayudar al pueblo, y resulta que no sólo no lo reconocen sino que lo acusan de diabólico.

Con este panorama es como para darse media vuelta y decir: «¡Ahí os quedáis!». Pero el Señor sufre con paciencia ese juicio temerario sobre su persona. Como ha afirmado San Juan Pablo II, Él «es un testimonio insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre». Su condescendencia sin límites le lleva, incluso, a tratar de remover sus corazones argumentándoles con parábolas y consideraciones razonables. Aunque, al final, advierte con su autoridad divina que esa cerrazón de corazón, que es rebeldía ante el Espíritu Santo, quedará sin perdón (cf. Mc 3,29). Y no porque Dios no quiera perdonar, sino porque para ser perdonado, primero, uno ha de reconocer su pecado.

Como anunció el Maestro, es larga la lista de discípulos que también han sufrido la incomprensión cuando obraban con toda la buena intención. Pensemos, por ejemplo, en santa Teresa de Jesús cuando intentaba llevar a más perfección a sus hermanas.

No nos extrañe, por tanto, si en nuestro caminar aparecen esas contradicciones. Serán indicio de que vamos por buen camino. Recemos por esas personas y pidamos al Señor que nos dé aguante.

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Oración al Corazón de Jesús


Pidamos al Sagrado Corazón, por el clero y las órdenes religiosas



PIDAMOS AL SAGRADO CORAZÓN, POR EL CLERO Y LAS ÓRDENES RELIGIOSAS

I
Si el Papa es la cabeza del cuerpo de la Iglesia, el Clero y las Ordenes religiosas son sus brazos. De ellos se sirve para obrar el bien y promover el servicio de Dios: por esto los sacerdotes y religiosos son tan aborrecidos de la impiedad, que a toda hora anda ella procurando o bien destruirlos o bien corromperlos. Dediquemos, pues, hermanos este día de hoy a rogar por tan importante necesidad.

Pidamos al Sagrado Corazón que encienda y abrase en celo y caridad el alma de sus sacerdotes y religiosos y religiosas, para que por su medio gane cada día terreno el Reino de Dios sobre la tierra, y se conquisten nuevas almas para la gloria celestial. Que sea perfecta en ellos la observancia de las leyes eclesiásticas; que brillen en el pueblo por la pureza de las costumbres; por el desinterés; la obediencia; la humildad y el espíritu de sacrificio.

¡Oh Corazón de Jesús! ¡Mira cómo está el mundo, y la necesidad que hay de que trabajen buenos obreros en él! ¡Oh Padre de familias, manda buenos trabajadores a tu Viña. Hazlo, Corazón Divino, por tu gloria y por la salvación de tantas almas que has confiado a la dirección de tus ministros.

Te lo suplicamos muy especialmente, Sagrado Corazón, en este día de tu devoto Mes.

Medítese unos minutos.

II
Como sean los sacerdotes y las Casas religiosas, tales serán los seglares que viven a su alrededor. ¡Ay del pueblo donde reina hasta en los ministros del santuario, el desorden o siquiera la negligencia! ¡Cuánto debe interesarnos ante el Sagrado Corazón esta necesidad!

¡Oh Corazón Divino! Da celosos pastores a tus ovejas, ardientes anunciadores a tu palabra, fieles dispensadores a tus Sacramentos. Aviva en las almas que en los Institutos religiosos has escogido como especial porción tuya, y que más estrechamente te están ligados por medio de los votos. Dales el espíritu de oración, la vida mortificada, el reconocimiento interior, la ejemplar observancia.

¡Señor! Tú has dicho: "Un poco de levadura hace fermentar toda la masa". Y ¿quiénes son la levadura de tu pueblo, sino estas almas que Tú has escogido de la masa común de él? Envía santos religiosos, ¡Señor! envía almas de superior perfección, y se transformará el mundo.

Medítese, y pídase la gracia particular.

27 de enero de 2019

Santo Evangelio 27 de Enero 2019



Día litúrgico: Domingo III (C) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 1,1-4;4,14-21): 

Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región. Él iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos. Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy».


«Para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido»

Rev. D. Bernat GIMENO i Capín 
(Barcelona, España)

Hoy comenzamos a escuchar la voz de Jesús a través del evangelista que nos acompañará durante todo el tiempo ordinario propio del ciclo “C”: san Lucas. Que «conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido» (Lc 1,4), escribe Lucas a su amigo Teófilo. Si ésta es la finalidad del escrito, hemos de tomar conciencia de la importancia que tiene el hecho de meditar el Evangelio del Señor —palabra viva y, por tanto, siempre nueva— cada día.

Como Palabra de Dios, Jesús hoy nos es presentado como un Maestro, ya que «iba enseñando en sus sinagogas» (Lc 4,15). Comienza como cualquier otro predicador: leyendo un texto de la Escritura, que precisamente ahora se cumple... La palabra del profeta Isaías se está cumpliendo; más aun: toda la palabra, todo el contenido de las Escrituras, todo lo que habían anunciado los profetas se concreta y llega a su cumplimiento en Jesús. No es indiferente creer o no en Jesús, porque es el mismo “Espíritu del Señor” quien lo ha ungido y enviado.

El mensaje que quiere transmitir Dios a la humanidad mediante su Palabra es una buena noticia para los desvalidos, un anuncio de libertad para los cautivos y los oprimidos, una promesa de salvación. Un mensaje que llena de esperanza a toda la humanidad. Nosotros, hijos de Dios en Cristo por el sacramento del bautismo, también hemos recibido esta unción y participamos en su misión: llevar este mensaje de esperanza por toda la humanidad.

Meditando el Evangelio que da solidez a nuestra fe, vemos que Jesús predicaba de manera distinta a los otros maestros: predicaba como quien tiene autoridad (cf. Lc 4,32). Esto es así porque principalmente predicaba con obras, con el ejemplo, dando testimonio, incluso entregando su propia vida. Igual hemos de hacer nosotros, no nos podemos quedar sólo en las palabras: hemos de concretar nuestro amor a Dios y a los hermanos con obras. Nos pueden ayudar las Obras de Misericordia —siete espirituales y siete corporales— que nos propone la Iglesia, que como una madre orienta nuestro camino.

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Oración para obtener Serenidad



Oración para obtener Serenidad

Divino Niño Jesús,
Tu eres el Rey de la Paz;
ayúdame aceptar sin amargura
las cosas que no puedo cambiar.

Tu eres la fortitud del Cristiano;
dáme el coraje para transformar
lo que debo mejorar en mi mismo.

Tu eres sabiduría eterna;
enséñame en todo momento
como debo actuar para complacerlo a Dios más
y ser mejor para los demás.

Te imploro a traves de los méritos
de tu niñez, Niño Jesús,
Quien vive y reina para siempre
por los siglos de los siglos.  Amén.

Pidamos al Sagrado Corazón, por nuestro Santo Padre el Papa



PIDAMOS AL SAGRADO CORAZÓN, POR NUESTRO SANTO PADRE EL PAPA

I
Hemos llegado ya a la última novena de este Mes del Sagrado Corazón. Ya es hora que pensemos en dirigirnos a Él con nuestro fervor, para rogarle en estos últimos días por las necesidades más urgentes de la sociedad humana. Por las nuestras particulares hemos rogado cada día y podemos seguir haciéndolo en el fondo de nuestro corazón. Por estas otras nuestra oración debe ser pública y común, como son ellas públicas y comunes. Dediquemos, pues, el día de hoy a rogar al Sagrado Corazón por nuestro Santo Padre el Romano Pontífice. Y ¿por qué otro podríamos ofrecer con preferencia nuestra más eficaz oración? Es el Papa el centro de toda la vida católica sobre la faz de la tierra, base de su edificio, cabeza visible del cuerpo espiritual del cual Cristo es cabeza invisible.

Es, por lo mismo, el objetivo privilegiado de las más violentas iras del infierno. Alrededor de su trono rugen con furor sin igual todas las tempestades de la impiedad. Muchos, despechados, le dirigen brutales amenazas; otros, pérfidos y capciosos, le tienden astutas amenazas.

¿Podrá un hijo fiel de la Iglesia dejar solo a su Padre y Pastor en esos duros combates? ¿Podremos no acudir al Sagrado Corazón por esta primera y más urgente necesidad de nuestros días?

¡Oh Sagrado Corazón de Jesús! Cubre con tu escudo de protección a este Vicario tuyo, el primero de tus hijos, a quien has constituido en la tierra como Padre y Pastor de nuestras almas en lugar de Ti. Asístele, defiéndele, hazlo vencedor en todas sus luchas.

Medítese unos minutos.

II
De todos los deberes del buen católico, el deber de rogar por el Papa es, sin duda, el primero y principal. ¿Qué familia hay en la cual los hijos no se crean obligados a prestar toda clase de auxilios al padre de ella? Aquí la gran familia es el Catolicismo, y el gran padre de ella es el Romano Pontífice. Nosotros somos sus hijos, y los auxilios principales que necesita son los de nuestra fervorosa y constante adhesión.

Es cierto que quizá nos hemos portado como extraños o indiferentes. ¿Estamos seguros de haber cumplido siempre la obligación de buenos hijos? No sea que esta dejadéz nuestra sea motivo de acusación en el tribunal de Dios. No permanezcamos más en esta frialdad y olvido.

¡Oh Sagrado Corazón de Jesús! Esta quiero que sea mi petición constante en tu presencia: ¡Salva al Papa! Concede autoridad y fuerza a sus palabras; haz que este mundo indócil respete su voz; haznos sobre todo a nosotros obedientes y sumisos a sus enseñanzas. Que sean confundidos y disipados los que quieren el mal; que vuelvan en sí los que se han extraviado con doctrinas extrañas; que vuelvan jubilosas al amoroso Pastor las ovejas que se han apartado de su rebaño.

¡Oh Sagrado Corazón de Jesús! Por los méritos de Tu Cruz, por el valor infinito de Tu Sangre, por los azotes y las espinas de Tu Pasión, dale a tu Vicario sobre la tierra lo que por él te pedimos en el día de hoy.

Medítese, y pídase la gracia particular.

26 de enero de 2019

Santo Evangelio 26 de Enero 2019



Día litúrgico: Sábado II del tiempo ordinario

Santoral 26 de Enero: Santos Timoteo y Tito, obispos

Texto del Evangelio (Mc 3,20-21): 

En aquel tiempo, Jesús volvió a casa y se aglomeró otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de Él, pues decían: «Está fuera de sí».


«Está fuera de sí»


Rev. D. Antoni CAROL i Hostench 
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy vemos cómo los propios de la parentela de Jesús se atreven a decir de Él que «está fuera de sí» (Mc 3,21). Una vez más, se cumple el antiguo proverbio de que «un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio» (Mt 13,57). Ni que decir tiene que esta lamentación no “salpica” a María Santísima, porque desde el primero hasta el último momento —cuando ella se encontraba al pie de la Cruz— se mantuvo sólidamente firme en la fe y confianza hacia su Hijo.

Ahora bien, ¿y nosotros? ¡Hagamos examen! ¿Cuántas personas que viven a nuestro lado, que las tenemos a nuestro alcance, son luz para nuestras vidas, y nosotros...? No nos es necesario ir muy lejos: pensemos en el Papa San Juan Pablo II: ¿cuánta gente le siguió, y... al mismo tiempo, cuántos le interpretaban como un “tozudo-anticuado”, celoso de su “poder”? ¿Es posible que Jesús —dos mil años después— todavía siga en la Cruz por nuestra salvación, y que nosotros, desde abajo, continuemos diciéndole «baja y creeremos en ti» (cf. Mc 15,32)?

O a la inversa. Si nos esforzamos por configurarnos con Cristo, nuestra presencia no resultará neutra para quienes interaccionan con nosotros por motivos de parentesco, trabajo, etc. Es más, a algunos les resultará molesta, porque les seremos un reclamo de conciencia. ¡Bien garantizado lo tenemos!: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20). Mediante sus burlas esconderán su miedo; mediante sus descalificaciones harán una mala defensa de su “poltronería”.

¿Cuántas veces nos tachan a los católicos de ser “exagerados”? Les hemos de responder que no lo somos, porque en cuestiones de amor es imposible exagerar. Pero sí que es verdad que somos “radicales”, porque el amor es así de “totalizante”: «o todo, o nada»; «o el amor mata al yo, o el yo mata al amor».

Es por esto que san Juan Pablo II nos habló de “radicalismo evangélico” y de “no tener miedo”: «En la causa del Reino no hay tiempo para mirar atrás, y menos para dejarse llevar por la pereza».

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Historia de la Devoción al Divino Niño Jesús



Historia de la Devoción al Divino Niño Jesús

De acuerdo con la tradición, la devoción al Divino Niño Jesús comenzo en el Monte Carmelo en Israel, una hermosa montaña cerca de Nazareth. El Divino Niño, acompañado por sus padres, José y María y sus abuelos, San Joaquim y Santa Ana, visitaban ese lugar con frequencia para caminar y orar. Los devotos que se juntaban ahi para rezar mostraban gran estima y afecto al Niño. Luego que el Divino Redentor ascendió al Cielo, los habitantes religiosos del Monte Carmel siguieron al Niño Jesús, recordandose con gran afecto y devoción. Mas tarde, cuando los Carmelitas se esparcieron por Europa, llevaron la devoción al Divino Niño por todas partes.

En 1200, San Antonio de Padua, y en 1500 San Cajetán tuvieron gran devoción al Niño Jesús, y debido a esto, hay una pintura de cada santo cargando al divino niño en sus brazos. Sin embargo, quienes popularizaron más la devoción al Divino Niño Jesús fue Santa Teresita del Niño Jesús y San Juan de la Cruz.

De Santa Teresa se relata como ella estaba subiendo unas escaleras hacia un corredor cuando lo vió al Niño Jesús, quien la saludó amablemente. Desde ese momento, la santa siempre anduvo con una estatua del Divino Niño y, en todos los hogares de su orden, mandó que una hermosa pintura del Niño Jesús fuera colocada y honrada. Casi siempre dejó una pintura como un regalo al partir.

Los Padres y las hermanans Carmelitas, siguiendo el ejemplo de sus santos fundadores, Santa Teresa y San Juan de la Cruz, han tenido el propósito de difundir esta devoción por donde iban. En 1636, Nuestro Señor le hizo una promesa a la Venerable Margarita del Sacratísimo Sacramento, la cual se hizo muy famosa: "Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado."

https://www.santisimavirgen.com.ar/jesus_infante.htm

En el Sagrado Corazón, Hallaremos la mejor honra


EN EL SAGRADO CORAZÓN, HALLAREMOS LA MEJOR HONRA

I
Se llaman ilustres y honrados según el mundo los que obtienen por sus merecimientos o por su fortuna el favor de los personajes famosos, y tienen libre entrada y valioso influjo en los palacios de los poderosos. A tales personas se los mira en general con admiración mezclada de secreta envidia: más que por sus riquezas y poderío se les señala por la importancia que rodea su nombre, por el esplendor en que viven sus familias, por la consideración y respeto que les tienen sus conciudadanos; y no obstante, ¡qué fugaz y pasajera es esta gloria humana, y qué fácilmente se cambia en olvido, y quizá en espantosa desgracia! Llena está la historia de esas catástrofes de la humana vanidad; más de una vez se han tocado en un mismo día los extremos de la mayor elevación y de la mayor ignominia; el trono quizá ayer, y hoy el cadalso.

No es tal la gloria y el honor que a sus servidores concede el Sagrado Corazón de Jesús. Los predilectos y favoritos de este generoso Rey no pierden nunca la gracia real, si no renuncian a ella espontáneamente con un voluntario apartamiento. Son admitidos a su más dulce intimidad, y poseen cerca de Él la más absoluta influencia. De su recomendación pueden servirse para alcanzar del Padre cuanto les fuera conveniente para sí o para sus hermanos; ni se mostró más blando y generoso con los suyos aquel antiguo José, de lo que con nosotros quiere mostrarse nuestro hermano mayor Jesucristo. A los que se hayan sometido fielmente a Él en vida, les promete el asiento junto a sí para juzgar al mundo en el supremo tribunal. A los que por suyo le hayan tenido acá entre los hombres, les promete Él reconocerles por suyos ante su Padre Celestial.

Medítese unos minutos.

II
Si ambicionas gloria y honores y real preferencia, alma mía, ambiciona ésta que sólo puede darte el Sagrado Corazón. Oye lo que dijo a sus discípulos, y en ellos a todos nosotros: "Ya no os llamo siervos, porque el siervo ignora lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque os dí a conocer todo lo que oí de mi Padre". ¿Qué príncipe de la tierra habló jamás así a un súbdito a quien quisiese honrar?

Así lo reconozco, Jesús mío, y por esto en adelante no quiero ya otra gloria ni otro honor que los que resultan de servirte a Ti. Guárdense los reyes sus palacios, los notables su codiciado influjo, los poderosos los obsequios con que honran a sus amigos. Ténganse estos engañosos favores, que tan caros se compran y tan fácilmente se pierden.

No excitará ya mi codicia el brillo de los lujosos vestidos, de los elevados puestos, del ilustre renombre, de la fama popular incierta y veleidosa.

¡Oh Jesús mío! Quien vive como Tú alcanza el mayor favor: quien puede llamarse tuyo, adquiere el más distinguido título de honor. Ni más deseo, ni quiero pasar por menos. Sea ésta mi principal nobleza. La Santa Cruz, la herida de la lanza y la corona de espinas que muestras en tu Corazón, he aquí mis blasones, únicos que me han de dar a conocer en el juicio por servidor de Tu palacio. Ambicioso soy, Jesús mío, y no me contento con menos que con reinar junto a Ti en la gloria que preparas a Tus escogidos. Dame cada día más de esos verdaderos honores, y haz que los alcance un día en Tu Reino Celestial. 

Medítese, y pídase la gracia particular.

25 de enero de 2019

Santo Evangelio 25 de Enero de 2019



Día litúrgico: 25 de Enero: La Conversión de san Pablo, apóstol

Texto del Evangelio (Mc 16,15-18): 

En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».


«Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva»

Rev. D. Josep GASSÓ i Lécera 
(Ripollet, Barcelona, España)

Hoy, la Iglesia celebra la fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol. El breve fragmento del Evangelio según san Marcos recoge una parte del discurso acerca de la misión que confiere el Señor resucitado. Con la exhortación a predicar por todo el mundo va unida la tesis de que la fe y el bautismo son requisitos necesarios para la salvación: «El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará» (Mc 16,16). Además, Cristo garantiza que a los predicadores se les dará la facultad de hacer prodigios o milagros que habrán de apoyar y confirmar su predicación misionera (cf. Mc 16,17-18). La misión es grande —«Id por todo el mundo»—, pero no faltará el acompañamiento del Señor: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

La oración colecta de hoy, propia de la fiesta, nos dice: «Oh Dios, que con la predicación del Apóstol san Pablo llevaste a todos lo pueblos al conocimiento de la verdad, concédenos, al celebrar hoy su conversión, que, siguiendo su ejemplo, caminemos hacia Ti como testigos de tu verdad». Una verdad que Dios nos ha concedido conocer y que tantas y tantas almas desearían poseer: tenemos la responsabilidad de transmitir hasta donde podamos este maravilloso patrimonio.

La Conversión de san Pablo es un gran acontecimiento: él pasa de perseguidor a convertido, es decir, a servidor y defensor de la causa de Cristo. Muchas veces, quizá, también nosotros mismos hacemos de “perseguidores”: como san Pablo, tenemos que convertirnos de “perseguidores” a servidores y defensores de Jesucristo.

Con Santa María, reconozcamos que el Altísimo también se ha fijado en nosotros y nos ha escogido para participar de la misión sacerdotal y redentora de su Hijo divino: Regina apostolorum, Reina de los apóstoles, ¡ruega por nosotros!; haznos valientes para dar testimonio de nuestra fe cristiana en el mundo que nos toca vivir.

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Un minuto con el Niño Jesús



Un minuto con el Niño Jesús

¡Bendíceme Niño Jesús!
Ora por mi sin parar.
Mantenme lejos del pecado, ahora y para siempre.
Si tropiezo, extiéndeme tu mano.
Si me caigo cien veces,
cien veces, levántame.
Si me olvido de Ti
No te olvides de mi.

Si me abandonas Niño Jesús,
¿Que será de mi?
En los peligros del mundo: acompáñame.
Quiero vivir y morir bajo tu manto.
Quiero que mi vida te haga sonreir.
Mírame con compasión;
no me dejes, Oh, Jesús.
Y al final, ven y recíbeme
y llevame contigo.
Tu bendición me acompaña ahora y por siempre.
¡Amén! ¡Aleluya!

Y ahora, escucha a tu Salvador:
"Yo sigo tus luchas y te quiero ayudar;
conmigo, no te desesperes.
Donde yo estoy, no hay hada que temer;
confía en mi y has de ganar.

Los que me aman se aseguran su salvación.
Ante mi, el pecado y el infierno huyen.
La victoria pertenece a quienes creen."

Divine Niño Jesús, en Ti confio.

Oh Jesús, has dicho:

"Si quieres complacerme, confia en mi.
Si quieres complacerme más, confia más en mi.
Si quieres complacerme inmensamente, confía en mi inmensamente.
Quiero que aumentes tu confianza en mi.
Te pido que aumentes mi confianza."

En Ti quiero confiar, inmensamente.
En Ti, Señor, espero, y no me daré por vencido,
amandote eternamente.
Divino Niño Jesús:
líbranos de todo mal. Amén


 Foto tomada por el bienventurado Charles de Foucauld (1858-1916) del Jesús Eucarístico mientras estaba siendo expuesto sobre el altar. 

reproducción tomada de un brevario del Niño Jesús de Ittenbach o "Messine"

En el Sagrado Corazón, hallaremos la más eficaz protección



EN EL SAGRADO CORAZÓN, HALLAREMOS LA MÁS EFICAZ PROTECCIÓN

I
Rodeados como estamos de enemigos, necesitamos a todas horas un celoso y vigilante protector, y sobre todo porque son muchos esos enemigos; y son poderosos; y nos aborrecen de muerte.

Todo lo que es enemigo de Jesucristo es por consecuencia enemigo de nosotros los cristianos. Tengo pues, enfrente de mí a todo el poder del infierno, y sirvo de blanco a sus ataques, tanto de persecución, como de seducción. El ejército del mal, que inspira invisiblemente Satanás, y visiblemente acaudillan los representantes de este en la tierra, llena el mundo; hay momentos en que ansioso se pregunta el corazón si no es ya dueño enteramente de él. Le sirven para la propaganda de sus ideas los medios y la elocuencia; ejecutan sus órdenes muchos gobiernos; le prestan ayuda muchos extraviados con sus talentos. No hay acontecimiento alguno de cuantos presenciamos, que no sea un hecho belicoso en favor o en contra de la causa de Dios, y por consiguiente que no tenga pública o secreta relación con la suerte eterna de cada uno de sus amigos. Porque así como Dios todo lo ha puesto a mi servicio para salvarme, así todo lo pone en juego el demonio, mi enemigo, para perderme. Toda la rabia del infierno, contra Dios, la descarga él contra mí, imagen suya, ya que contra Dios se reconoce impotente. ¡Pobre de mí, hecho de continuo objeto de tan violentas arremetidas! ¿Hay esperanza de salvación para el hombre en medio de tan obstinado empeño para que la pierda? 

Medítese unos minutos.

II
Sí, alma mía, tienes un protector más fuerte que todos tus enemigos, y es seguro que nada puede el infierno entero contra quien a tal amparo se sepa refugiar. Ampárate al Sagrado Corazón de Jesús. Tómale por escudo, y avanza valerosa. Di con seguridad: "El Señor es mi amparo; no temeré cualquier cosa que pueda hacer contra mí el enemigo. El Señor es mi defensor; ¿qué puede atemorizarme? Si se levantan contra mí armados ejércitos, no temerá mi corazón; si se libra contra mi dura batalla, en Él pondré mi confianza".

¡Sagrado Corazón de Jesús! Mira cómo está mi alma de continuo asediada, víctima de constante persecución, vacilante tal vez ya y próxima a caer en manos de sus enemigos. ¡Dame fuerza, Sagrado Corazón! Están el mundo, el demonio y la carne contra mí. Pero sé que no estoy solo, no, sino contigo, mi dulce bien, mi único amparo, mi protector y fortaleza. No les temo ya a los enemigos. Ya se levanten en mi corazón tempestuosas pasiones; ya haga brillar el mundo a mi alrededor sus más poderosos atractivos; ya oiga zumbar sobre mi cabeza el continuo tiroteo de los que persiguen de muerte tanto a Ti, como a tu Iglesia y a tus amigos. A tu lado estoy y no desfalleceré. Caigan a mi derecha mil, y diez mil a mi izquierda, no me tocarán a mí los dardos del perseguidor. Clamaré al Señor, y me oirá; conmigo estará en el riguroso trance, y me sacará a salvo, y aun con eso mismo me glorificará.

Sí, dulce protector mío, bondadosísimo Corazón, en tu poder he puesto tal confianza, y sé que no me fallará.

Medítese, y pídase la gracia particular.

24 de enero de 2019

Santo Evangelio 24 de Enero 2019



Día litúrgico: Jueves II del tiempo ordinario

Santoral 24 de Enero: San Francisco de Sales, obispo

Texto del Evangelio (Mc 3,7-12): 

En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a Él. Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle. Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran.

«Le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón»


Rev. D. Melcior QUEROL i Solà 
(Ribes de Freser, Girona, España)

Hoy, todavía reciente el bautismo de Juan en las aguas del río Jordán, deberíamos recordar el talante de conversión de nuestro propio bautismo. Todos fuimos bautizados en un solo Señor, una sola fe, «en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo» (1Cor 12,13). He aquí el ideal de unidad: formar un solo cuerpo, ser en Cristo una sola cosa, para que el mundo crea.

En el Evangelio de hoy vemos cómo «una gran muchedumbre de Galilea» y también otra mucha gente procedente de otros lugares (cf. Mc 3,7-8) se acercan al Señor. Y Él acoge y procura el bien para todos, sin excepción. Esto lo hemos de tener muy presente durante el octavario de oración para la unidad de los cristianos.

Démonos cuenta de cómo, a lo largo de los siglos, los cristianos nos hemos dividido en católicos, ortodoxos, anglicanos, luteranos, y un largo etcétera de confesiones cristianas. Pecado histórico contra una de las notas esenciales de la Iglesia: la unidad.

Pero aterricemos en nuestra realidad eclesial de hoy. La de nuestro obispado, la de nuestra parroquia. La de nuestro grupo cristiano. ¿Somos realmente una sola cosa? ¿Realmente nuestra relación de unidad es motivo de conversión para los alejados de la Iglesia? «Que todos sean uno, para que el mundo crea» (Jn 17,21), ruega Jesús al Padre. Éste es el reto. Que los paganos vean cómo se relaciona un grupo de creyentes, que congregados por el Espíritu Santo en la Iglesia de Cristo tienen un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32-34).

Recordemos que, como fruto de la Eucaristía —a la vez que la unión de cada uno con Jesús— se ha de manifestar la unidad de la Asamblea, ya que nos alimentamos del mismo Pan para ser un solo cuerpo. Por tanto, lo que los sacramentos significan, y la gracia que contienen, exigen de nosotros gestos de comunión hacia los otros. Nuestra conversión es a la unidad trinitaria (lo cual es un don que viene de lo alto) y nuestra tarea santificadora no puede obviar los gestos de comunión, de comprensión, de acogida y de perdón hacia los demás.

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Oracion para los Tiempos Difíciles




Oracion para los Tiempos Difíciles

Querido Divino Niño Jesús:
Con mis problemas:
   ¡Ayúdame!
De los enemigos de mi alma:
   ¡Sálvame!
En mis errores:
   ¡Ilumíname!
En mis dudas y pensamientos:
   ¡Confórtame!
En mi soledad:
   ¡Acompáñame!
En mis enfermedades:
   ¡Fortaléceme!
Cuando soy despreciado:
   ¡Anímame!
En las tentaciones:
   ¡Protégeme!
En horas de dificultad:
   ¡Consuélame!
Con Tu Corazón Paternal:
   ¡Ámame!
Con Tu poder infinito:
   ¡Protégeme!
Y en tus brazos:
   ¡Llévame! Amén


 Una reproducción tomada de un brevario del Niño Jesús de Ittenbach o "Messine"

En el Sagrado Corazón, hallaremos la fuente de la alegría



EN EL SAGRADO CORAZÓN, HALLAREMOS LA FUENTE DE LA ALEGRÍA

I
Servid a Dios con alegría, dicen los Libros Santos; y en efecto, la alegría del corazón ha sido siempre el distintivo de los verdaderos servidores de Dios. Los Santos, en medio de sus más rigurosas austeridades, han sido alegres. Nunca la tristeza fue virtud, sino más bien tentación y peligro para el alma Cristiana.

Pero ¿dónde encontraremos verdadera alegría? Causas de turbación y tristeza las hallaremos por doquier, y parece imposible substraerse a ellas. Vayamos a depositar nuestras congojas en el Corazón de Jesús, y encontraremos en Él la fuente de la verdadera alegría. Descarguémonos allí del peso de nuestras inquietudes por medio de una perfecta aceptación de la santa voluntad de Dios. No tardaremos en oír resonar en el fondo de nuestro corazón aquellas dulces palabras que tan a menudo dirigía el Salvador a sus discípulos: "¡La paz sea con vosotros!"

¡Oh Jesús mío! Mi alma tiene necesidad de Ti para sacudir el peso abrumador de sus perpetuas tristezas. Tú lo has dicho en otra ocasión: "Alégrate, hijo de Sión, porque está en medio de ti el Santo de Israel". Dame, ¡oh Señor!, este don celestial con que favoreces a tus escogidos.

Medítese unos minutos.

II
Todos buscamos la alegría; pero erramos por lo común el camino para encontrarla. El mundo la promete continuamente, pero bien sabe él que no la puede dar. Sus alegrías son ruidosas y alborotadas, pero ni llenan el corazón, ni duran más que breves momentos. El rostro de los mundanos es casi siempre una máscara alegre, que oculta un corazón devorado por el tedio y el desasosiego, y quizás por el remordimiento. El gozo interior es únicamente propiedad de la buena conciencia. El alma de San Francisco Javier en medio de sus fatigas apostólicas se sentía tan inundada de él, que le obligaba a exclamar: "Basta, Señor, basta". Cuando, pues, nos hallemos tristes, examinemos nuestro corazón, y veremos que siempre nace nuestra tristeza de alguna secreta falta de virtud.

¡Oh Divino Corazón, que eres en el cielo la alegría de los Ángeles y Santos y en este mundo la de todos Tus amigos! Por Ti sonríen alegres en sus tormentos los mártires, en sus penitencias los anacoretas, en sus humillaciones los seguidores de tu santa ley. Por Ti espero conservar el gozo profundo de mi alma, Jesús amantísimo, hasta en las amarguras de mi última agonía. Habla, oh Dios mío, a mi alma con aquella voz conmovedora, y se estremecerán de júbilo mis entrañas, y disfrutaré ya en este mundo anticipadamente las alegrías del paraíso.

Medítese, y pídase la gracia particular.