EN EL SAGRADO CORAZÓN, HALLAREMOS EL MÁS SEGURO MAESTRO
I
Consideremos hoy bajo este punto de vista el Sagrado Corazón de Jesús. A peso de oro y a costa de largos viajes buscan los hombres para sí, aventajados maestros, y tienen por gran honor y gran dicha hacerse discípulos suyos y aprender de sus labios ciencias humanas. A menos costa y con menos fatiga podemos nosotros encontrar en el Sagrado Corazón de Jesús el más seguro maestro.
Dos clases de lecciones nos da este Divino Preceptor: unas exteriores, por medio de la voz de la Iglesia; otras interiores, por medio de su secreta inspiración. ¿Y qué enseña? Grandes verdades, máximas de vida eterna, consejos de salvación, prudencia toda celestial. Adoctrinados por ese Maestro Divino, se han visto en la Iglesia de Dios, hombres y mujeres sin letras, admirar y confundir a los sabios, y dejar a los venideros, monumentos de profunda ciencia interior, no adquirida en las escuelas, sino en el trato y familiaridad con este Sagrado Corazón.
¡Oh Maestro de verdad! ¡Oh libro siempre abierto para quien desea penetrar sus secretos! ¡Oh cátedra santa, donde ni Moisés ni los profetas, ni los filósofos, sino el mismo Dios dicta lecciones de verdad a los discípulos de su Corazón!
Abre, Señor, el mío, para que reciba dócil tan divinas enseñanzas, y las siga y las practique con toda fidelidad.
Medítese unos minutos.
II
¿A quién has escuchado hasta hoy, alma mía? A maestros de seductoras palabras que te han guiado por caminos de perdición.
Han sido tus maestros: el mundo con sus necias máximas, las pasiones con su maligna sugestión, la vanidad, el amor propio, la ira y demás apetitos desordenados. Estas lecciones he escuchado, Jesús mío, y estas me han hecho permanecer sordo a los suaves consejos de Tu ley. Habla ahora, Señor; habla, Divino Maestro, que Tu fiel discípulo te escucha. Habla a lo íntimo de mi corazón desde las profundidades del tuyo; que oiga yo Tu dulce voz, y aprenda de ella los secretos de la vida eterna, que nadie más me puede enseñar. Sordo quiero ser en adelante a todos los que hasta hoy me han seducido o engañado.
¡Oh Maestro Divino! ¡Admíteme en la escuela de Tu Corazón, de donde han salido tantos y tan aprovechados discípulos! Soy ignorante como un niño, hazte cargo de mi ignorancia, compadécete de mi cortedad. No quiero por maestro más que a Ti: enséñame, Maestro mío, a hacer siempre Tu santa voluntad.
Medítese, y pídase la gracia particular.
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