31 de marzo de 2020

Santo Evangelio 31 de marzo 2020



Día litúrgico: Martes V de Cuaresma


Texto del Evangelio (Jn 8,21-30): En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos:«Yo me voy y vosotros me buscaréis, y moriréis en vuestro pecado. Adonde yo voy, vosotros no podéis ir». Los judíos se decían: «¿Es que se va a suicidar, pues dice: ‘Adonde yo voy, vosotros no podéis ir’?». El les decía: «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Ya os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados».

Entonces le decían: «¿Quién eres tú?». Jesús les respondió: «Desde el principio, lo que os estoy diciendo. Mucho podría hablar de vosotros y juzgar, pero el que me ha enviado es veraz, y lo que le he oído a Él es lo que hablo al mundo». No comprendieron que les hablaba del Padre. Les dijo, pues, Jesús: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy, y que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo. Y el que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él». Al hablar así, muchos creyeron en Él.

«Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy»

Rev. D. Josep Mª MANRESA Lamarca
(Valldoreix, Barcelona, España)

Hoy, martes V de Cuaresma, a una semana de la contemplación de la Pasión del Señor, Él nos invita a mirarle anticipadamente redimiéndonos desde la Cruz: «Jesucristo es nuestro pontífice, su cuerpo precioso es nuestro sacrificio que Él ofreció en el ara de la Cruz para la salvación de todos los hombres» (San Juan Fisher).

«Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre...» (Jn 8,28). En efecto, Cristo Crucificado —¡Cristo “levantado”!— es el gran y definitivo signo del amor del Padre a la Humanidad caída. Sus brazos abiertos, extendidos entre el cielo y la tierra, trazan el signo indeleble de su amistad con nosotros los hombres. Al verle así, alzado ante nuestra mirada pecadora, sabremos que Él es (cf. Jn 8,28), y entonces, como aquellos judíos que le escuchaban, también nosotros creeremos en Él.

Sólo la amistad de quien está familiarizado con la Cruz puede proporcionarnos la connaturalidad para adentrarnos en el Corazón del Redentor. Pretender un Evangelio sin Cruz, despojado del sentido cristiano de la mortificación, o contagiado del ambiente pagano y naturalista que nos impide entender el valor redentor del sufrimiento, nos colocaría en la terrible posibilidad de escuchar de los labios de Cristo: «Después de todo, ¿para qué seguir hablándoos?».

Que nuestra mirada a la Cruz, mirada sosegada y contemplativa, sea una pregunta al Crucificado, en que sin ruido de palabras le digamos: «¿Quién eres tú?» (Jn 8,25). Él nos contestará que es «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6), la Vid a la que sin estar unidos nosotros, pobres sarmientos, no podemos dar fruto, porque sólo Él tiene palabras de vida eterna. Y así, si no creemos que Él es, moriremos por nuestros pecados. Viviremos, sin embargo, y viviremos ya en esta tierra vida de cielo si aprendemos de Él la gozosa certidumbre de que el Padre está con nosotros, no nos deja solos. Así imitaremos al Hijo en hacer siempre lo que al Padre le agrada.

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Si alguno peca, abogado tenemos ante el Padre


SI ALGUNO PECA, ABOGADO TENEMOS ANTE EL PADRE

Nuestro sumo sacerdote es Cristo Jesús y nuestro sacrificio es su cuerpo precioso, que él inmoló en el ara de la cruz por la salvación de todos los hombres.

La sangre derramada por nuestra redención no era de terneros o de machos cabríos (como en la ley antigua), sino la del Cordero inmaculado, Cristo Jesús, nuestro salvador. El templo en que ofició nuestro sumo sacerdote no era hecho por mano de hombre, sino edificado únicamente por el poder de Dios. Y así, él derramó su sangre a la vista de todo el mundo; y el mundo es el templo construido por la sola mano de Dios.

Este templo tiene dos partes: una es esta tierra que nosotros habitamos al presente, la otra nos es aún desconocida a nosotros, mortales.

Primero, cuando sufrió la muerte dolorosísima, ofreció el sacrificio aquí en la tierra. Después, cuando revestido de la nueva inmortalidad penetró por su propia sangre en el santuario, esto es, en el cielo, presentó ante el trono del Padre aquella sangre de un valor inmenso, que había derramado abundantemente por todos los hombres, sujetos al pecado.

Este sacrificio es tan acepto y agradable a Dios que, en el mismo instante en que lo mira, compadecido de nosotros, se ve forzado a otorgar su clemencia a todos los que se arrepienten de verdad.

Es, además, un sacrificio eterno, ya que se ofrece no sólo cada año (como sucedía entre los judíos), sino cada día, más aún, cada hora y a cada momento, para que en él hallemos consuelo y alivio.

Respecto de él, dice el Apóstol: Obteniendo una redención eterna, pues de este sagrado y eterno sacrificio se benefician todos aquellos que están verdaderamente contritos y arrepentidos de los pecados cometidos, los que tienen un decidido propósito de no reincidir en sus malas costumbres y perseverar con constancia en el camino de las virtudes que han emprendido.

Lo cual expresa san Juan con estas palabras: Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Si alguno peca, abogado tenemos ante el Padre, a Jesucristo, el justo. Él es propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por los del mundo entero.

Del Comentario de san Juan Fisher, obispo y mártir, sobre los salmos
(Salmo 129: Opera omnia, edición 1579, p. 1610)

30 de marzo de 2020

Santo Evangelio 30 de Marzo 2020



Día litúrgico: Lunes V (A y B) de Cuaresma

Texto del Evangelio (Jn 8,1-11): En aquel tiempo, Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a Él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles.

Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?». Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra.

Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?». Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».

«Vete, y en adelante no peques más»

Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells
(Salt, Girona, España)

Hoy contemplamos en el Evangelio el rostro misericordioso de Jesús. Dios es Amor, y Amor que perdona, Amor que se compadece de nuestras flaquezas, Amor que salva. Los maestros de la Ley de Moisés y los fariseos «le llevan una mujer sorprendida en adulterio» (Jn 8,4) y piden al Señor: «¿Tú qué dices?» (Jn 8,5). No les interesa tanto seguir una enseñanza de Jesús como poderlo acusar de que va contra de la Ley de Moisés. Pero el Maestro aprovecha esta ocasión para manifestar que Él ha venido a buscar a los pecadores, a enderezar a los caídos, a llamarlos a la conversión y a la penitencia. Y éste es el mensaje de la Cuaresma para nosotros, ya que todos somos pecadores y todos necesitamos de la gracia salvadora de Dios.

Se dice que hoy día se ha perdido el sentido del pecado. Muchos no saben lo que está bien o mal, ni por qué. Es lo mismo que decir —en forma positiva— que se ha perdido el sentido del Amor a Dios: del Amor que Dios nos tiene, y —por nuestra parte— la correspondencia que este Amor pide. Quien ama no ofende. Quien se sabe amado y perdonado, vuelve amor por Amor: «Preguntaron al Amigo cuál era la fuente del amor. Respondió que aquella donde el Amado nos ha lavado nuestras culpas» (Ramon Llull).

Por esto, el sentido de la conversión y de la penitencia propias de la Cuaresma es ponernos cara a cara ante Dios, mirar a los ojos del Señor en la Cruz, acudir a manifestarle personalmente nuestros pecados en el sacramento de la Penitencia. Y como a la mujer del Evangelio, Jesús nos dirá: «Tampoco yo te condeno... En adelante no peques más» (Jn 8,11). Dios perdona, y esto conlleva por nuestra parte una exigencia, un compromiso: ¡No peques más!

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29 de marzo de 2020

Santo Evangelio 29 de marzo 2020


Día litúrgico: Domingo V (A) de Cuaresma


Texto del Evangelio (Jn 11,1-45): En aquel tiempo, había un cierto enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo.

Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo». Al oírlo Jesús, dijo: «Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba.

Al cabo de ellos, dice a sus discípulos: «Volvamos de nuevo a Judea». Le dicen los discípulos: «Rabbí, con que hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí?». Jesús respondió: «¿No son doce las horas del día? Si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza, porque no está la luz en él». Dijo esto y añadió: «Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle». Le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se curará». Jesús lo había dicho de su muerte, pero ellos creyeron que hablaba del descanso del sueño. Entonces Jesús les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos donde él». Entonces Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con Él».

Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios, y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano. Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá». Le dice Jesús: «Tu hermano resucitará». Le respondió Marta: «Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día». Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo».

Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: «El Maestro está ahí y te llama». Ella, en cuanto lo oyó, se levantó rápidamente, y se fue donde Él. Jesús todavía no había llegado al pueblo; sino que seguía en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en casa consolándola, al ver que se levantaba rápidamente y salía, la siguieron pensando que iba al sepulcro para llorar allí. Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: «¿Dónde lo habéis puesto?». Le responden: «Señor, ven y lo verás». Jesús se echó a llorar. Los judíos entonces decían: «Mirad cómo le quería». Pero algunos de ellos dijeron: «Este, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera?».

Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra. Dice Jesús: «Quitad la piedra». Le responde Marta, la hermana del muerto: «Señor, ya huele; es el cuarto día». Le dice Jesús: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?». Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: «Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado». Dicho esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!». Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: «Desatadlo y dejadle andar».

Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en Él.


«Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá»

Dr. Johannes VILAR
(Köln, Alemania)

Hoy, la Iglesia nos presenta un gran milagro: Jesús resucita a un difunto, muerto desde hacía varios días.

La resurrección de Lázaro es “tipo” de la de Cristo, que vamos a conmemorar próximamente. Jesús dice a Marta que Él es la «resurrección» y la vida (cf. Jn 11,25). A todos nos pregunta: «¿Crees esto?» (Jn 11,26). ¿Creemos que en el bautismo Dios nos ha regalado una nueva vida? Dice san Pablo que nosotros somos una nueva criatura (cf. 2Cor 5,17). Esta resurrección es el fundamento de nuestra esperanza, que se basa no en una utopía futura, incierta y falsa, sino en un hecho: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado!» (Lc 24,34).

Jesús manda: «Desatadlo y dejadle andar» (Jn 11,34). La redención nos ha liberado de las cadenas del pecado, que todos padecíamos. Decía el Papa León Magno: «Los errores fueron vencidos, las potestades sojuzgadas y el mundo ganó un nuevo comienzo. Porque si padecemos con Él, también reinaremos con Él (cf. Rom 8,17). Esta ganancia no sólo está preparada para los que en el nombre del Señor son triturados por los sin-dios. Pues todos los que sirven a Dios y viven en Él están crucificados en Cristo, y en Cristo conseguirán la corona».

Los cristianos estamos llamados, ya en esta tierra, a vivir esta nueva vida sobrenatural que nos hace capaces de dar crédito de nuestra suerte: ¡siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que nos pida razón de nuestra esperanza! (cf. 1Pe 3,15). Es lógico que en estos días procuremos seguir de cerca a Jesús Maestro. Tradiciones como el Vía Crucis, la meditación de los Misterios del Rosario, los textos de los evangelios, todo... puede y debe sernos una ayuda.

Nuestra esperanza está también puesta en María, Madre de Jesucristo y nuestra Madre, que es a su vez un icono de la esperanza: al pié de la Cruz esperó contra toda esperanza y fue asociada a la obra de su Hijo.

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Necesito tu fuerza, Señor


Necesito tu fuerza, Señor

Dame la gracia para perseverar en el amor hasta el final.


Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.net

No puedo seguir en el camino del bien sin ayuda. Necesito consejos, necesito fuerza, necesito apoyo, necesito esperanza.

Muchos me pueden dar una mano. Familiares, amigos, conocidos, con su mirada y sus palabras me han ayudado tantas veces a ser mejor.

Pero en ocasiones ni las mejores ayudas humanas son suficientes para vencer mi pecado, para romper mi pereza, para lanzarme a superar mis miedos.

Por eso, necesito tu fuerza, Señor. Porque solo una presencia que viene del cielo es capaz de romper con el pecado y levantar a quien está caído.

No sé si podré seguir adelante por más tiempo. El cansancio se hace notar. Las tentaciones a veces arrecian. Las dudas amenazan mi corazón.


Sin embargo, estoy seguro de que Dios no abandona a quien, humilde y filialmente, lo invoca lleno de esperanza.

Por eso, a pesar de que algunos dicen que no puedo, incluso a pesar de mis desconfianzas, voy a seguir en la lucha.

El resultado solo puede ser bueno cuando Tú inspiras y acompañas cada gesto, cuando tu Palabra guía mi mente y fortalece mi corazón.

Ante mí, hay nuevas oportunidades para amar. Miles de seres humanos esperan que les ofrezca una palabra, una sonrisa, una mano.

Señor, lo que me has dado te lo devuelvo al servir a mis hermanos. Por eso, con la ayuda de tu fuerza, hoy vuelvo a empezar. Y Tú, que eres bueno, me darás la gracia para perseverar en el amor hasta el final.

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28 de marzo de 2020

Santo Evangelio 28 de marzo 2020


Día litúrgico: Sábado IV de Cuaresma


Texto del Evangelio (Jn 7,40-53): En aquel tiempo, muchos entre la gente, que habían escuchado a Jesús, decían: «Éste es verdaderamente el profeta». Otros decían: «Éste es el Cristo». Pero otros replicaban: «¿Acaso va a venir de Galilea el Cristo? ¿No dice la Escritura que el Cristo vendrá de la descendencia de David y de Belén, el pueblo de donde era David?».

Se originó, pues, una disensión entre la gente por causa de Él. Algunos de ellos querían detenerle, pero nadie le echó mano. Los guardias volvieron donde los sumos sacerdotes y los fariseos. Estos les dijeron: «¿Por qué no le habéis traído?». Respondieron los guardias: «Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre». Los fariseos les respondieron: «¿Vosotros también os habéis dejado embaucar? ¿Acaso ha creído en Él algún magistrado o algún fariseo? Pero esa gente que no conoce la Ley son unos malditos».

Les dice Nicodemo, que era uno de ellos, el que había ido anteriormente donde Jesús: «¿Acaso nuestra Ley juzga a un hombre sin haberle antes oído y sin saber lo que hace?». Ellos le respondieron: «¿También tú eres de Galilea? Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta». Y se volvieron cada uno a su casa.

«Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre»

Abbé Fernand ARÉVALO
(Bruxelles, Bélgica)

Hoy el Evangelio nos presenta las diferentes reacciones que producían las palabras de nuestro Señor. No nos ofrece este texto de Juan ninguna palabra del Maestro, pero sí las consecuencias de lo que Él decía. Unos pensaban que era un profeta; otros decían «Éste es el Cristo» (Jn 7,41).

Verdaderamente, Jesucristo es ese “signo de contradicción” que Simeón había anunciado a María (cf. Lc 2,34). Jesús no dejaba indiferentes a quienes le escuchaban, hasta el punto de que en esta ocasión y en muchas otras «se originó, pues, una disensión entre la gente por causa de Él» (Jn 7,43). La respuesta de los guardias, que pretendían detener al Señor, centra la cuestión y nos muestra la fuerza de las palabras de Cristo: «Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre» (Jn 7,46). Es como decir: sus palabras son diferentes; no son palabras huecas, llenas de soberbia y falsedad. El es “la Verdad” y su modo de decir refleja este hecho.

Y si esto sucedía con relación a sus oyentes, con mayor razón sus obras provocaban muchas veces el asombro, la admiración; y, también, la crítica, la murmuración, el odio... Jesucristo hablaba el “lenguaje de la caridad”: sus obras y sus palabras manifestaban el profundo amor que sentía hacía todos los hombres, especialmente hacia los más necesitados.

Hoy como entonces, los cristianos somos —hemos de ser— “signo de contradicción”, porque hablamos y actuamos no como los demás. Nosotros, imitando y siguiendo a Jesucristo, hemos de emplear igualmente “el lenguaje de la caridad y del cariño”, lenguaje necesario que, en definitiva, todos son capaces de comprender. Como escribió el Santo Padre Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est, «el amor —caritas— siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa (...). Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre

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27 de marzo de 2020

Santo Evangelio 27 de marzo 2020



Día litúrgico: Sábado II de Cuaresma


Texto del Evangelio (Lc 15,1-3.11-32): En aquel tiempo, viendo que todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle, los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos». Entonces les dijo esta parábola. «Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: ‘Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde’. Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Y, levantándose, partió hacia su padre.

»Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado’. Y comenzaron la fiesta.

»Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: ‘Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano’. Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: ‘Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!’ Pero él le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado’».


«Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti»

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy vemos la misericordia, la nota distintiva de Dios Padre, en el momento en que contemplamos una Humanidad “huérfana”, porque —desmemoriada— no sabe que es hija de Dios. Cronin habla de un hijo que marchó de casa, malgastó dinero, salud, el honor de la familia... cayó en la cárcel. Poco antes de salir en libertad, escribió a su casa: si le perdonaban, que pusieran un pañuelo blanco en el manzano, tocando la vía del tren. Si lo veía, volvería a casa; si no, ya no le verían más. El día que salió, llegando, no se atrevía a mirar... ¿Habría pañuelo? «¡Abre tus ojos!... ¡mira!», le dice un compañero. Y se quedó boquiabierto: en el manzano no había un solo pañuelo blanco, sino centenares; estaba lleno de pañuelos blancos.

Nos recuerda aquel cuadro de Rembrandt en el que se ve cómo el hijo que regresa, desvalido y hambriento, es abrazado por un anciano, con dos manos diferentes: una de padre que le abraza fuerte; la otra de madre, afectuosa y dulce, le acaricia. Dios es padre y madre...

«Padre, he pecado» (cf. Lc 15,21), queremos decir también nosotros, y sentir el abrazo de Dios en el sacramento de la confesión, y participar en la fiesta de la Eucaristía: «Comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida» (Lc 15,23-24). Así, ya que «Dios nos espera —¡cada día!— como aquel padre de la parábola esperaba a su hijo pródigo» (San Josemaría), recorramos el camino con Jesús hacia el encuentro con el Padre, donde todo se aclara: «El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Concilio Vaticano II).

El protagonista es siempre el Padre. Que el desierto de la Cuaresma nos lleve a interiorizar esta llamada a participar en la misericordia divina, ya que la vida es un ir regresando al Padre.

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Meditación sobre la Pasión del Señor


MEDITACIÓN SOBRE LA PASIÓN DEL SEÑOR

El que quiera venerar de verdad la pasión del Señor debe contemplar de tal manera, con los ojos de su corazón, a Jesús crucificado, que reconozca su propia carne en la carne de Jesús.

Que tiemble la tierra por el suplicio de su Redentor, que se hiendan las rocas que son los corazones de los infieles y que salgan fuera, venciendo la mole que los abruma, los que se hallaban bajo el peso mortal del sepulcro. Que se aparezcan ahora también en la ciudad santa, es decir, en la Iglesia de Dios, como anuncio de la resurrección futura, y que lo que ha de tener lugar en los cuerpos se realice ya en los corazones.

No hay enfermo a quien le sea negada la victoria de la cruz, ni hay nadie a quien no ayude la oración de Cristo. Pues si ésta fue de provecho para los que tanto se ensañaban con él, ¿cuánto más no lo será para los que se convierten a él?

La ignorancia ha sido eliminada, la dificultad atemperada, y la sangre sagrada de Cristo ha apagado aquella espada de fuego que guardaba las fronteras de la vida. La oscuridad de la antigua noche ha cedido el lugar a la luz verdadera.

El pueblo cristiano es invitado a gozar de las riquezas del paraíso, y a todos los regenerados les ha quedado abierto el regreso a la patria perdida, a no ser que ellos mismos se cierren aquel camino que pudo ser abierto por la fe de un ladrón.

Procuremos ahora que la ansiedad y la soberbia de las cosas de esta vida presente no nos sean obstáculo para conformarnos de todo corazón a nuestro Redentor, siguiendo sus ejemplos. Nada hizo él ni padeció que no fuera por nuestra salvación, para que todo lo que de bueno hay en la cabeza lo posea también el cuerpo.

En primer lugar, aquella asunción de nuestra substancia en la Divinidad, por la cual la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros, ¿a quién dejó excluido de su misericordia sino al que se resista a creer? ¿Y quién hay que no tenga una naturaleza común con la de Cristo, con tal de que reciba al que asumió la suya? ¿Y quién hay que no sea regenerado por el mismo Espíritu por el que él fue engendrado? Finalmente, ¿quién no reconoce en él su propia debilidad? ¿Quién no se da cuenta de que el hecho de tomar alimento, de entregarse al descanso del sueño, de haber experimentado la angustia y la tristeza, de haber derramado lágrimas de piedad es todo ello consecuencia de haber tomado la condición de siervo?

Es que esta condición tenía que ser curada de sus antiguas heridas, purificada de la inmundicia del pecado; por eso el Hijo único de Dios se hizo también hijo del hombre, de modo que poseyó la condición humana en toda su realidad y la condición divina en toda su plenitud.

Es, por tanto, algo nuestro aquel que yació exánime en el sepulcro, que resucitó al tercer día y que subió a la derecha del Padre en lo más alto de los cielos; de manera que, si avanzamos por el camino de sus mandamientos, si no nos avergonzamos de confesar todo lo que hizo por nuestra salvación en la humildad de su cuerpo, también nosotros tendremos parte en su gloria, ya que no puede dejar de cumplirse lo que prometió: A todo aquel que me reconozca ante los hombres lo reconoceré yo también ante mi Padre que está en los cielos.

De los Sermones de san León Magno, papa
(Sermón 15 Sobre la pasión del Señor, 3-4: PL 54, 366-367)

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26 de marzo de 2020

Santo Evangelio 26 de marzo 2020


Día litúrgico: Jueves IV de Cuaresma

Texto del Evangelio (Jn 5,31-47): En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido. Otro es el que da testimonio de mí, y yo sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros mandasteis enviados donde Juan, y él dio testimonio de la verdad. No es que yo busque testimonio de un hombre, sino que digo esto para que os salvéis. Él era la lámpara que arde y alumbra y vosotros quisisteis recrearos una hora con su luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre, que me ha enviado, es el que ha dado testimonio de mí. Vosotros no habéis oído nunca su voz, ni habéis visto nunca su rostro, ni habita su palabra en vosotros, porque no creéis al que Él ha enviado.

»Vosotros investigáis las escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí; y vosotros no queréis venir a mí para tener vida. La gloria no la recibo de los hombres. Pero yo os conozco: no tenéis en vosotros el amor de Dios.

»Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ése le recibiréis. ¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que os voy a acusar yo delante del Padre. Vuestro acusador es Moisés, en quién habéis puesto vuestra esperanza. Porque, si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».


«Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido»

Rev. D. Miquel MASATS i Roca
(Girona, España)

Hoy, el Evangelio nos enseña cómo Jesús hace frente a la siguiente objeción: según se lee en Dt 19,15, para que un testimonio tenga valor es necesario que proceda de dos o tres testigos. Jesús alega a favor suyo el testimonio de Juan el Bautista, el testimonio del Padre —que se manifiesta en los milagros obrados por Él— y, finalmente, el testimonio de las Escrituras.

Jesucristo echa en cara a los que le escuchan tres impedimentos que tienen para reconocerle como al Mesías Hijo de Dios: la falta de amor a Dios; la ausencia de rectitud de intención —buscan sólo la gloria humana— y que interpretan las Escrituras interesadamente.

El Santo Padre San Juan Pablo II nos escribía: «A la contemplación del rostro de Cristo tan sólo se llega escuchando en el Espíritu la voz del Padre, ya que nadie conoce al Hijo fuera del Padre (cf. Mt 11,27). Así, pues, se necesita la revelación del Altísimo. Pero, para acogerla, es indispensable ponerse en actitud de escuchar».

Por esto, hay que tener en cuenta que, para confesar a Jesucristo como verdadero Hijo de Dios, no es suficiente con las pruebas externas que se nos proponen; es muy importante la rectitud en la voluntad, es decir, las buenas disposiciones.

En este tiempo de Cuaresma, intensificando las obras de penitencia que facilitan la renovación interior, mejoraremos nuestras disposiciones para contemplar el verdadero rostro de Cristo. Por esto, san Josemaría nos dice: «Ese Cristo, que tú ves, no es Jesús. —Será, en todo caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios...—Purifícate. Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego... no te faltarán las limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente la suya: ¡Él!».

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¿Por qué bajaste a nosotros?



Himno: ¿POR QUÉ BAJASTE A NOSOTROS?

¿Por qué bajaste a nosotros?
¿Por qué nos salvas, oh Cristo?
Desde el antiguo pecado,
desde el antiguo castigo,
llevamos la vida triste,
tenemos roto el camino.
Desde la serpiente artera,
desde el orgullo maldito,
la frente sólo sudores
y el campo da sólo espinos.

¿Por qué bajaste a nosotros?
¿Por qué nos salvas, oh Cristo?
En este mundo de vida
la muerte lanza su grito.
El Padre escuchó el lamento
desgarrador e infinito,
y en su locura de amor,
nos envió a su propio Hijo.

Tomó nuestra pobre carne,
se convirtió en nuestro amigo,
para matar en su cuerpo
la grandeza del delito.

¿Por qué bajaste a nosotros?
¿Por qué nos salvas, oh Cristo,
si tú nos lo diste todo
y nosotros lo perdimos?
Sabemos que por tu sangre
compraste un fruto perdido:
hombres de todas las razas
y de todos los caminos,
e hiciste de ellos un reino
de sacerdotes, oh Cristo.

Tómanos entre tus brazos,
que entre llantos y gemidos
tus creaturas esperamos
volver a tu paraíso.
¡Entréganos a tu Padre,
santo y eterno Principio! Amén.

Jaculatoria

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25 de marzo de 2020

Santo Evangelio 25 de marzo 2020


Día litúrgico: 25 de Marzo: La Anunciación del Señor

Texto del Evangelio (Lc 1,26-38): Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin».

María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.

«Alégrate, llena de gracia»

Dr. Johannes VILAR
(Köln, Alemania)

Hoy, en el «alégrate, llena de gracia» (Lc 1,28) oímos por primera vez el nombre de la Madre de Dios: María (segunda frase del arcángel Gabriel). Ella tiene la plenitud de la gracia y de los dones. Se llama así: "keharitoméne", «llena de gracia» (saludo del Ángel).

Quizás con 15 años y sola, María tiene que dar una respuesta que cambiará la historia entera de la humanidad. San Bernardo suplicaba: «Se te ofrece el precio de nuestra Redención. Seremos liberados inmediatamente, si tú dices sí. Todo el orbe está a tus pies esperando tu respuesta. Di tu palabra y engendra la Palabra Eterna». Dios espera una respuesta libre, y "La llena de gracia", representando a todos los necesitados de Redención, responde: "génoitó", hágase! Desde hoy ha quedado María libremente unida a la Obra de su Hijo, hoy comienza su Mediación. Desde hoy es Madre de los que son uno en Cristo (cf. Gal 3,28).

Benedicto XVI decía en un interview: «[Quisiera] despertar el ánimo de atreverse a decisiones para siempre: sólo ellas posibilitan crecer e ir adelante, lo grande en la vida; no destruyen la libertad, sino que posibilitan la orientación correcta. Tomar este riesgo —el salto a lo decisivo— y con ello aceptar la vida por entero, esto es lo que desearía trasmitir». María: ¡he aquí un ejemplo!

Tampoco San José queda al margen de los planes de Dios: él tiene que aceptar recibir a su esposa y dar nombre al Niño (cf. Mt 1,20s): Jesua, "el Señor salva". Y lo hace. ¡Otro ejemplo!

La Anunciación revela también a la Trinidad: el Padre envía al Hijo, encarnado por obra del Espíritu Santo. Y la lglesia canta: «La Palabra Eterna toma hoy carne por nosotros». Su obra redentora —Navidad, Viernes Santo, Pascua— está presente en esta semilla. Él es Emmanuel, «Dios con nosotros» (Is 7,15). ¡Alégrate humanidad!

Las fiestas de San José y de la Anunciación nos prepararan admirablemente para celebrar los Misterios Pascuales.


«No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios»

+ Rev. D. Josep VALL i Mundó
(Barcelona, España)

Hoy celebramos la fiesta de la Anunciación del Señor. Dios, con el anuncio del ángel Gabriel y la aceptación de María de la expresa voluntad divina de encarnarse en sus entrañas, asume la naturaleza humana —«compartió en todo nuestra condición humana, menos en el pecado»— para elevarnos como hijos de Dios y hacernos así partícipes de su naturaleza divina. El misterio de fe es tan grande que María, ante este anuncio, se queda como asustada. Gabriel le dice: «No temas, María» (Lc 1,30): el Todopoderoso te ha mirado con predilección, te ha escogido como Madre del Salvador del mundo. Las iniciativas divinas rompen los débiles razonamientos humanos.

«¡No temas!». Palabras que leeremos frecuentemente en el Evangelio; el mismo Señor las tendrá que repetir a los Apóstoles cuando éstos sientan de cerca la fuerza sobrenatural y también el miedo o el susto ante las obras prodigiosas de Dios. Nos podemos preguntar el porqué de este miedo. ¿Es un miedo malo, un temor irracional? ¡No!; es un temor lógico en aquellos que se ven pequeños y pobres ante Dios, que sienten claramente su flaqueza, la debilidad ante la grandeza divina y experimentan su poquedad frente a la riqueza del Omnipotente. Es el papa san León quien se pregunta: «¿Quién no verá en Cristo mismo la propia debilidad?». María, la humilde doncella del pueblo, se ve tan poca cosa... ¡pero en Cristo se siente fuerte y desaparece el miedo!

Entonces comprendemos bien que Dios «ha escogido lo débil del mundo, para confundir lo fuerte» (1Cor 1,26). El Señor mira a María viendo la pequeñez de su esclava y obrando en Ella la más grande maravilla de la historia: la Encarnación del Verbo eterno como Cabeza de una renovada Humanidad. Qué bien se aplican a María aquellas palabras que Bernanos dijo a la protagonista de La alegría: «Un sentido exquisito de su propia flaqueza la reconfortaba y la consolaba maravillosamente, porque era como si fuera el signo inefable de la presencia de Dios en Ella; Dios mismo resplandecía en su corazón».

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Jaculatoria

24 de marzo de 2020

Santo Evangelio 24 de marzo 2020


Día litúrgico: Martes IV de Cuaresma

Texto del Evangelio (Jn 5,1-3.5-16): Era el día de fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la Probática, una piscina que se llama en hebreo Betsaida, que tiene cinco pórticos. En ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, esperando la agitación del agua. Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, viéndole tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dice: «¿Quieres curarte?». Le respondió el enfermo: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que yo». Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y anda». Y al instante el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar.

Pero era sábado aquel día. Por eso los judíos decían al que había sido curado: «Es sábado y no te está permitido llevar la camilla». Él le respondió: «El que me ha curado me ha dicho: ‘Toma tu camilla y anda’». Ellos le preguntaron: «¿Quién es el hombre que te ha dicho: ‘Tómala y anda?’». Pero el curado no sabía quién era, pues Jesús había desaparecido porque había mucha gente en aquel lugar. Más tarde Jesús le encuentra en el Templo y le dice: «Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor». El hombre se fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado.

«Jesús, viéndole tendido (...), le dice: ‘¿Quieres curarte?’»

Rev. D. Àngel CALDAS i Bosch
(Salt, Girona, España)

Hoy, san Juan nos habla de la escena de la piscina de Betsaida. Parecía, más bien, una sala de espera de un hospital de trauma: «Yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos» (Jn 5,3). Jesús se dejó caer por allí.

¡Es curioso!: Jesús siempre está en medio de los problemas. Allí donde haya algo para “liberar”, para hacer feliz a la gente, allí está Él. Los fariseos, en cambio, sólo pensaban en si era sábado. Su mala fe mataba el espíritu. La mala baba del pecado goteaba de sus ojos. No hay peor sordo que el que no quiere entender.

El protagonista del milagro llevaba treinta y ocho años de invalidez. «¿Quieres curarte?» (Jn 5,6), le dice Jesús. Hacía tiempo que luchaba en el vacío porque no había encontrado a Jesús. Por fin, había encontrado al Hombre. Los cinco pórticos de la piscina de Betsaida retumbaron cuando se oyó la voz del Maestro: «Levántate, toma tu camilla y anda» (Jn 5,8). Fue cuestión de un instante.

La voz de Cristo es la voz de Dios. Todo era nuevo en aquel viejo paralítico, gastado por el desánimo. Más tarde, san Juan Crisóstomo dirá que en la piscina de Betsaida se curaban los enfermos del cuerpo, y en el Bautismo se restablecían los del alma; allá, era de cuando en cuando y para un solo enfermo. En el Bautismo es siempre y para todos. En ambos casos se manifiesta el poder de Dios por medio del agua.

El paralítico impotente a la orilla del agua, ¿no te hace pensar en la experiencia de la propia impotencia para hacer el bien? ¿Cómo pretendemos resolver, solos, aquello que tiene un alcance sobrenatural? ¿No ves cada día, a tu alrededor, una constelación de paralíticos que se “mueven” mucho, pero que son incapaces de apartarse de su falta de libertad? El pecado paraliza, envejece, mata. Hay que poner los ojos en Jesús. Es necesario que Él —su gracia— nos sumerja en las aguas de la oración, de la confesión, de la apertura de espíritu. Tú y yo podemos ser paralíticos sempiternos, o portadores e instrumentos de luz.

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Jaculatoria

Cristo, sumo sacerdote, es propiciación por nuestros pecados


CRISTO, SUMO SACERDOTE, ES PROPICIACIÓN POR NUESTROS PECADOS

Una vez al año, el sumo sacerdote, dejando afuera al pueblo, entraba en el lugar donde se hallaban el propiciatorio, los querubines, el arca de la alianza y el altar de los aromas; lugar donde sólo al sumo sacerdote le estaba permitido entrar.

Pero fijémonos en nuestro verdadero sumo sacerdote, el Señor Jesucristo. Él, habiendo tomado la naturaleza humana, estaba con el pueblo todo el año, aquel año, a saber, del cual dice él mismo: Me envió a evangelizar a los pobres y a proclamar el año de gracia del Señor. Y, una vez durante este año, el día de la expiación, entró en el santuario, es decir, cuando, cumplida su misión, penetró en los cielos, entró a la presencia del Padre, para hacerle propicio al género humano y para interceder en favor de todos los que creen en él.

El apóstol Juan, conocedor de esta propiciación que nos reconcilia con el Padre, dice: Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Si alguno peca, abogado tenemos ante el Padre, a Jesucristo, el justo. Él es propiciación por nuestros pecados.

También Pablo alude a esta propiciación, cuando afirma de Cristo: A quien Dios ha propuesto como instrumento de propiciación, por su propia sangre y mediante la fe. Por lo tanto, el día de nuestra propiciación continúa hasta el fin del mundo.

Dice la palabra de Dios: Pondrá el incienso sobre las brasas delante del Señor, para que el humo del incienso cubra el propiciatorio que está sobre el documento de la alianza, y así él no muera. Después tomará sangre del novillo y rociará con el dedo el lado oriental de la placa o propiciatorio.

Este texto nos recuerda el modo como en el antiguo Testamento se celebraba el rito de la propiciación ante Dios; pero tú que has venido a Cristo, verdadero sumo sacerdote, que con su sangre te hizo a Dios propicio y te reconcilió con el Padre, trasciende con tu mirada la sangre de las antiguas víctimas y considera más bien la sangre de aquel que es la Palabra, escuchando lo que él mismo te dice: Ésta es mi sangre, que será derramada por vosotros para el perdón de los pecados.

El hecho de rociar el lado oriental tiene también su significado. De oriente nos viene la propiciación, pues de allí procede el varón cuyo nombre es Oriente, el que ha sido constituido mediador entre Dios y los hombres. Ello te invita a que mires siempre hacia oriente, de donde sale para ti el sol de justicia, de donde te nace continuamente la luz, para que no camines nunca en tinieblas, ni te sorprenda en tinieblas aquel día último; para que no se apodere de ti la noche y oscuridad de la ignorancia, sino que vivas siempre en la luz de la sabiduría, en el pleno día de la fe, bajo la luz de la caridad y de la paz.


De las Homilías de Orígenes, presbítero, sobre el Levítico
(Homilía 9, 5. 10: PG 12, 515. 523)

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23 de marzo de 2020

Santo Evangelio 23 de marzo 2020



Bondad inmensa;Día litúrgico: Lunes IV de Cuaresma

Texto del Evangelio (Jn 4,43-54): En aquel tiempo, Jesús partió de Samaría para Galilea. Jesús mismo había afirmado que un profeta no goza de estima en su patria. Cuando llegó, pues, a Galilea, los galileos le hicieron un buen recibimiento, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Volvió, pues, a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.

Había un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. Cuando se enteró de que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue donde Él y le rogaba que bajase a curar a su hijo, porque se iba a morir. Entonces Jesús le dijo: «Si no veis señales y prodigios, no creéis». Le dice el funcionario: «Señor, baja antes que se muera mi hijo». Jesús le dice: «Vete, que tu hijo vive».

Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos, y le dijeron que su hijo vivía. El les preguntó entonces la hora en que se había sentido mejor. Ellos le dijeron: «Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre». El padre comprobó que era la misma hora en que le había dicho Jesús: «Tu hijo vive», y creyó él y toda su familia. Esta nueva señal, la segunda, la realizó Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.


«Jesús partió de Samaría para Galilea»

Rev. D. Ramon Octavi SÁNCHEZ i Valero
(Viladecans, Barcelona, España)

Hoy volvemos a encontrar a Jesús en Caná de Galilea, donde había realizado el conocido milagro de la conversión del agua en vino. Ahora, en esta ocasión, hace un nuevo milagro: la curación del hijo de un funcionario real. Aunque el primero fue espectacular, éste es —sin duda— más valioso, porque no es algo material lo que se soluciona con el milagro, sino que se trata de la vida de una persona.

Lo que llama la atención de este nuevo milagro es que Jesús actúa a distancia, no acude a Cafarnaúm para curar directamente al enfermo, sino que sin moverse de Caná hace posible el restablecimiento: «Le dice el funcionario: ‘Señor, baja antes que se muera mi hijo’. Jesús le dice: ‘Vete, que tu hijo vive’» (Jn 4,49.50).

Esto nos recuerda a todos nosotros que podemos hacer mucho bien a distancia, es decir, sin tener que hacernos presentes en el lugar donde se nos solicita nuestra generosidad. Así, por ejemplo, ayudamos al Tercer Mundo colaborando económicamente con nuestros misioneros o con entidades católicas que están allí trabajando. Ayudamos a los pobres de barrios marginales de las grandes ciudades con nuestras aportaciones a instituciones como Cáritas, sin que debamos pisar sus calles. O, incluso, podemos dar una alegría a mucha gente que está muy distante de nosotros con una llamada de teléfono, una carta o un correo electrónico.

Muchas veces nos excusamos de hacer el bien porque no tenemos posibilidades de hacernos físicamente presentes en los lugares en los que hay necesidades urgentes. Jesús no se excusó porque no estaba en Cafarnaúm, sino que obró el milagro.

La distancia no es ningún problema a la hora de ser generoso, porque la generosidad sale del corazón y traspasa todas las fronteras. Como diría san Agustín: «Quien tiene caridad en su corazón, siempre encuentra alguna cosa para dar».
pero no hay amor fino

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Jaculatoria

Jesús partió de Samaría para Galilea»


Resultado de imagen de jesus caminando en el desiertoJesús partió de Samaría para Galilea»

Rev. D. Ramon Octavi SÁNCHEZ i Valero
(Viladecans, Barcelona, España)

Hoy volvemos a encontrar a Jesús en Caná de Galilea, donde había realizado el conocido milagro de la conversión del agua en vino. Ahora, en esta ocasión, hace un nuevo milagro: la curación del hijo de un funcionario real. Aunque el primero fue espectacular, éste es —sin duda— más valioso, porque no es algo material lo que se soluciona con el milagro, sino que se trata de la vida de una persona.

Lo que llama la atención de este nuevo milagro es que Jesús actúa a distancia, no acude a Cafarnaúm para curar directamente al enfermo, sino que sin moverse de Caná hace posible el restablecimiento: «Le dice el funcionario: ‘Señor, baja antes que se muera mi hijo’. Jesús le dice: ‘Vete, que tu hijo vive’» (Jn 4,49.50).

Esto nos recuerda a todos nosotros que podemos hacer mucho bien a distancia, es decir, sin tener que hacernos presentes en el lugar donde se nos solicita nuestra generosidad. Así, por ejemplo, ayudamos al Tercer Mundo colaborando económicamente con nuestros misioneros o con entidades católicas que están allí trabajando. Ayudamos a los pobres de barrios marginales de las grandes ciudades con nuestras aportaciones a instituciones como Cáritas, sin que debamos pisar sus calles. O, incluso, podemos dar una alegría a mucha gente que está muy distante de nosotros con una llamada de teléfono, una carta o un correo electrónico.

Muchas veces nos excusamos de hacer el bien porque no tenemos posibilidades de hacernos físicamente presentes en los lugares en los que hay necesidades urgentes. Jesús no se excusó porque no estaba en Cafarnaúm, sino que obró el milagro.

La distancia no es ningún problema a la hora de ser generoso, porque la generosidad sale del corazón y traspasa todas las fronteras. Como diría san Agustín: «Quien tiene caridad en su corazón, siempre encuentra alguna cosa para da