31 de agosto de 2019

Santo Evangelio 31 de agosto 2019



Evangelio según San Mateo 25,14-30.

Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes.A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco.De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor. Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. 'Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado'. 'Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor'. Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: 'Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado'.
'Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor'. Llegó luego el que había recibido un solo talento. 'Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido.Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!'. Pero el señor le respondió: 'Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes


La "Parábola de los talentos"

REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) 
(Città del Vaticano, Vaticano)

Hoy, la "Parábola de los talentos" podríamos titularla como la "Parábola del siervo cobarde", ya que por miedo esconde el dinero de su señor, en lugar de invertirlo como los otros siervos, y multiplicarlo. El "talento" que se nos ha regalado, el tesoro de la verdad, nos ha sido dado como un servicio a los demás: no debe ser ocultado; tiene que ser repartido, para que obre y renueve como la levadura a la humanidad.

Hoy, en Occidente somos rápidos para enterrar el tesoro, tanto por cobardía —en el fondo, increencia— como también por negligencia: lo enterramos porque nosotros mismos tampoco queremos ser importunados por la verdad, puesto que pretendemos vivir tranquilos nuestra propia vida sin el peso de su responsabilidad.

—Señor-Dios, el don de tu conocimiento, el don de tu amor en el corazón abierto de tu Hijo Jesús, tendría que apremiarnos para hacer que todos los confines de la tierra puedan contemplar tu salvación.

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30 de agosto de 2019

Santo Evangelio 30 de agosto 2017


Día litúrgico: Miércoles XXI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 23,27-32): En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia! Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: ‘Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos tenido parte con ellos en la sangre de los profetas!’. Con lo cual atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!».


«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!»
+ Rev. D. Lluís ROQUÉ i Roqué 
(Manresa, Barcelona, España)


Hoy, como en los días anteriores y los que siguen, contemplamos a Jesús fuera de sí, condenando actitudes incompatibles con un vivir digno, no solamente cristiano, sino también humano: «Por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad» (Mt 23,28). Viene a confirmar que la sinceridad, la honradez, la lealtad, la nobleza..., son virtudes queridas por Dios y, también, muy apreciadas por los humanos.

Para no caer, pues, en la hipocresía, tengo que ser muy sincero. Primero, con Dios, porque me quiere limpio de corazón y que deteste toda mentira por ser Él totalmente puro, la Verdad absoluta. Segundo, conmigo mismo, para no ser yo el primer engañado, exponiéndome a pecar contra el Espíritu Santo al no reconocer los propios pecados ni manifestarlos con claridad en el sacramento de la Penitencia, o por no confiar suficientemente en Dios, que nunca condena a quien hace de hijo pródigo ni pierde a nadie por el hecho de ser pecador, sino por no reconocerse como tal. En tercer lugar, con los otros, ya que también —como Jesús— a todos nos pone fuera de sí la mentira, el engaño, la falta de sinceridad, de honradez, de lealtad, de nobleza..., y, por esto mismo, hemos de aplicarnos el principio: «Lo que no quieras para ti, no lo quieras para nadie».

Estas tres actitudes —que podemos considerar de sentido común— las hemos de hacer nuestras para no caer en la hipocresía, y hacernos cargo de que necesitamos la gracia santificante, debido al pecado original ocasionado por el “padre de la mentira”: el demonio. Por esto, haremos caso de la exhortación de san Josemaría: «A la hora del examen ve prevenido contra el demonio mudo»; tendremos también presente a Orígenes, que dice: «Toda santidad fingida yace muerta porque no obra impulsada por Dios», y nos regiremos, siempre, por el principio elemental y simple propuesto por Jesús: «Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’» (Mt 5,37).

María no se pasa en palabras, pero su sí al bien, a la gracia, fue único y veraz; su no al mal, al pecado, fue rotundo y sincero.

Santo Evangelio 30 de agosto 2019



Lectura del santo evangelio según san Mateo (25,1-13):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: "¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!" Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: "Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas." Pero las sensatas contestaron: "Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis." Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: "Señor, señor, ábrenos." Pero él respondió: "Os lo aseguro: no os conozco." Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.»

La certeza de la palabra de Jesús sólo se prueba en el "ensayo"

REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) 
(Città del Vaticano, Vaticano)

Hoy, Jesucristo muestra cómo debe concretarse la "vigilancia" (ya mencionada en el capítulo anterior del "Discurso Escatológico"). Con la "Parábola de las vírgenes necias y prudentes" insiste en que al cristiano no le basta con esperar, debe "actuar"; no basta con "estar" en la Iglesia, sino que hay que mantener viva la fe y hacer buenas obras.

"Vigilancia" no significa salir del presente, olvidando el cometido actual, sino actuar —aquí y ahora— tal como se debería obrar ante los ojos de Dios. "Vigilancia" implica, sobre todo, apertura al bien, a la verdad, a Dios, en medio de un mundo a menudo inexplicable y acosado por el poder del mal. "Vigilancia" comporta que el hombre busque con todas las fuerzas y con gran sobriedad hacer lo que es justo, no viviendo según sus propios deseos, sino según la orientación de la fe.

—La verdad de tu palabra, Jesús, no es exigible teóricamente: su certeza sólo se prueba en el ensayo, adentrándome en tu voluntad.

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Despertar al Cristo dormido en nosotros.


Despertar al Cristo dormido en nosotros.
Jesucristo

A Dios no lo vemos con los ojos, pero estamos seguros que está en nuestro corazón. 

Por: P. Fintan Kelly | Fuente: Catholic.net 


Se levantó una fuerte borrasca... 
Mc 4,35-41

La fe nos exige creer en la presencia de Dios, incluso cuando no lo sentimos.

La vida es como una ensalada bien variada: hay momentos de tranquilidad y de turbación. A veces nos sentimos con tanta fuerza como para mover el mundo con un dedo y otras veces nos sentimos caídos en el fondo de un pozo, abandonados, sin esperanza.

Los apóstoles tuvieron la experiencia de un gran peligro: las aguas les iban a tragar y lo peor era que el único Hombre que podía ayudarles estaba durmiendo tranquilamente.

La experiencia de la tempestad o adversidades es común a todos los hombres, de todas las razas, culturas, lugares y tiempos. La cruz nos persigue como nuestra sombra. ¿Qué hay que hacer? Hay que despertar al Cristo que está durmiendo dentro de nosotros.

Para algunos hombres, Cristo está ausente de sus vidas, pues no tienen ningún contacto personal con Él. No le hablan en la oración y no lo experimentan en los sacramentos.

Para otros, Cristo murió dentro de ellos. Hubo un tiempo, tal vez cuando eran jóvenes, en que caminaban mano a mano con Él. Lo veían en todas partes: en la belleza de la naturaleza y en las maravillas del firmamento. Como dijo un poeta irlandés, Joseph Mary Plunket: "Dios ha hecho tres cosas muy bellas: las estrellas del cielo, las flores del campo y los ojos de los niños".

Pero para muchos el pecado ya ha obstaculizado esta experiencia de Dios. Él es sólo un eco arcano del momento de su Primera Comunión o de su boda.

Para otros más, Cristo está dentro de ellos, pero durmiendo. Tratan de despertarlo por medio de su fe. A veces la fe se hace auténtica. Es la fe de los mártires que no ven nada que no sea la punta de un fusil. La fe no es un sentir, sino un aceptar voluntariamente la presencia de un Dios que no vemos con los ojos, pero estamos seguros que está ahí.

La experiencia del Cristo durmiendo en la barca de nuestra vida es bastante común. Muchas veces uno escucha: "Padre, he perdido mi fe". Y uno le pregunta: "Pero, ¿es que ya no cree en Dios?" La persona responde que sí cree en Él, pero que no lo siente.

Pero a Dios no se lo siente como si fuese un caramelo.

29 de agosto de 2019

Santo Evangelio 29 de agosto 2019



Evangelio según San Marcos 6,17-29.

Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. Porque Juan decía a Herodes: "No te es lícito tener a la mujer de tu hermano".Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto. Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea.

La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras y te lo daré".Y le aseguró bajo juramento: "Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino". Ella fue a preguntar a su madre: "¿Qué debo pedirle?". "La cabeza de Juan el Bautista", respondió esta. La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: "Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista". El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla.

En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan.El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre.

Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.

El martirio de san Juan Bautista (¿qué es un mártir?)

REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) 
(Città del Vaticano, Vaticano)

Hoy, en el martirio de san Juan Bautista contemplamos a Jesucristo como modelo de "mártir". El Bautista dio la vida por defender coherentemente la verdad sobre el matrimonio. Esto es justamente el "martirio": obedecer al "Señor de los señores", con todas sus consecuencias, sin ceder a subterfugios.

Desde sus orígenes el cristianismo entendió el martirio como "liturgia" ("identificarse con Cristo…") y como "acontecimiento sacrificial" ("…con Cristo sufriente con amor"). En el martirio el cristiano es llevado totalmente dentro de la obediencia de Cristo, dentro de la liturgia de la cruz y, así, dentro del verdadero culto (rindiendo totalmente el corazón al Padre). San Ignacio de Antioquía, por ejemplo, decía ser como el "trigo de Cristo", que debía ser triturado para convertirse en "pan de Cristo". 

—Jesús, concédeme el don de la disponibilidad para sufrir contigo. Porque "cristiano" y "mártir" son equivalentes: en las tribulaciones de la vida ordinaria puedo transformarme en "pan" que comunica el misterio de Cristo, siendo "ofrenda" para Dios y para los hombres. 

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Precursor del Nacimiento y de la Muerte de Cristo

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PRECURSOR DEL NACIMIENTO Y DE LA MUERTE DE CRISTO

El santo Precursor del nacimiento, de la predicación y de la muerte del Señor mostró en el momento de la lucha suprema una fortaleza digna de atraer la mirada de Dios, ya que, como dice la Escritura, aunque, a juicio de los hombres, haya sufrido castigos, su esperanza estaba llena de inmortalidad. Con razón celebramos su día natalicio, que él ha solemnizado con su martirio y adornado con el fulgor purpúreo de su sangre; con razón veneramos con gozo espiritual la memoria de aquel que selló con su martirio el testimonio que había dado del Señor. 

No debemos poner en duda que san Juan sufrió la cárcel y las cadenas y dio su vida en testimonio de nuestro Redentor, de quien fue precursor, ya que, si bien su perseguidor no lo forzó a que negara a Cristo, si trató de obligarlo a que callara la verdad; ello es suficiente para afirmar que murió por Cristo.

Cristo, en efecto, dice: Yo soy la verdad; por consiguiente, si Juan derramó su sangre por la verdad, la derramó por Cristo; y él, que precedió a Cristo en su nacimiento en su predicación y en su bautismo, anunció también con su martirio, anterior al de Cristo, la pasión futura del Señor.

Este hombre tan eximio terminó, pues, su vida derramando su sangre, después de un largo y penoso cautiverio. Él, que había evangelizado la libertad de una paz que viene de arriba, fue encarcelado por unos hombres malvados; fue encerrado en la oscuridad de un calabozo aquel que vino a dar testimonio de la luz y a quien Cristo, la luz en persona, dio el título de «lámpara que arde y que ilumina»; fue bautizado en su propia sangre aquel a quien fue dado bautizar al Redentor del mundo, oír la voz del Padre que resonaba sobre Cristo y ver la gracia del Espíritu Santo que descendía sobre él. Mas a él, todos aquellos tormentos temporales no le resultaban penosos, sino más bien leves y agradables, ya que los sufría por causa de la verdad y sabía que habían de merecerle un premio y un gozo sin fin. 

La muerte -que de todas maneras había de acaecerle por ley natural- era para él algo apetecible, teniendo en cuenta que la sufría por la confesión del nombre de Cristo y que con ella alcanzaría la palma de la vida eterna. Bien lo dice el Apóstol: Dios os ha dado la gracia de creer en Jesucristo y aun de padecer por él. El mismo Apóstol explica, en otro lugar, por qué sea un don el hecho de sufrir por Cristo: Los padecimientos de esta vida presente tengo por cierto que no son nada en comparación con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros.


De las Homilías de san Beda el Venerable, presbítero
(Homilía 23: CCL 122, 354. 356-357) 

28 de agosto de 2019

Santo Evangelio 28 de agosto 2019



Día litúrgico: Miércoles XXI del tiempo ordinario

Ver santoral 28 de Agosto: San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia

Texto del Evangelio (Mt 23,27-32): En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia! Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: ‘Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos tenido parte con ellos en la sangre de los profetas!’. Con lo cual atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!».
«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!»

+ Rev. D. Lluís ROQUÉ i Roqué 
(Manresa, Barcelona, España)

Hoy, como en los días anteriores y los que siguen, contemplamos a Jesús fuera de sí, condenando actitudes incompatibles con un vivir digno, no solamente cristiano, sino también humano: «Por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad» (Mt 23,28). Viene a confirmar que la sinceridad, la honradez, la lealtad, la nobleza..., son virtudes queridas por Dios y, también, muy apreciadas por los humanos.

Para no caer, pues, en la hipocresía, tengo que ser muy sincero. Primero, con Dios, porque me quiere limpio de corazón y que deteste toda mentira por ser Él totalmente puro, la Verdad absoluta. Segundo, conmigo mismo, para no ser yo el primer engañado, exponiéndome a pecar contra el Espíritu Santo al no reconocer los propios pecados ni manifestarlos con claridad en el sacramento de la Penitencia, o por no confiar suficientemente en Dios, que nunca condena a quien hace de hijo pródigo ni pierde a nadie por el hecho de ser pecador, sino por no reconocerse como tal. En tercer lugar, con los otros, ya que también —como Jesús— a todos nos pone fuera de sí la mentira, el engaño, la falta de sinceridad, de honradez, de lealtad, de nobleza..., y, por esto mismo, hemos de aplicarnos el principio: «Lo que no quieras para ti, no lo quieras para nadie».

Estas tres actitudes —que podemos considerar de sentido común— las hemos de hacer nuestras para no caer en la hipocresía, y hacernos cargo de que necesitamos la gracia santificante, debido al pecado original ocasionado por el “padre de la mentira”: el demonio. Por esto, haremos caso de la exhortación de san Josemaría: «A la hora del examen ve prevenido contra el demonio mudo»; tendremos también presente a Orígenes, que dice: «Toda santidad fingida yace muerta porque no obra impulsada por Dios», y nos regiremos, siempre, por el principio elemental y simple propuesto por Jesús: «Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’» (Mt 5,37).

María no se pasa en palabras, pero su sí al bien, a la gracia, fue único y veraz; su no al mal, al pecado, fue rotundo y sincero.

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De las confesiones de San Agustín

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Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tú mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré y vi con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce la verdad. ¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí,
y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: «Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí.»

Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él, el cual está por
encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino de la verdad y la vida, y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría, por la que creaste todas las cosas. ¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva,tarde te amé! Y tú  stabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

De las Confesiones de san Agustín, obispo

27 de agosto de 2019

Frases de San Agustín


Santo Evangelo 27 de agosto 2019



Lectura del santo evangelio según san Mateo (23,23-26):

En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el décimo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: el derecho, la compasión y la sinceridad! Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro, y así quedará limpia también por fuera.»

Palabra del Señor

La "lógica del don" (Doctrina social de la Iglesia)

REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) 
(Città del Vaticano, Vaticano)

Hoy, la crisis nos obliga a revisar nuestro camino, porque el desarrollo sufre desviaciones dramáticas. El hombre no puede prescindir de su naturaleza "trascendente": no es autor de sí mismo; debe vivir abierto a Dios y a los demás. Está creado para el "don", para amar. Pero frecuentemente priorizamos ante todo la productividad y la utilidad. Cristo nos dice: la fe hace posible la misericordia y ésta perfecciona la justicia. 

La "ciudad del hombre" no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes, sino con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión. El binomio exclusivo "mercado-Estado" corroe la sociabilidad, mientras que las formas de economía solidaria crean sociabilidad. El mercado de la gratuidad no existe y las actitudes gratuitas no se pueden prescribir por ley. Sin embargo, tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al "don recíproco": esto es fruto sólo de la caridad.

—Señor, sin la gratuidad, típica de tu Amor, no puede haber justicia. ¡Ábrenos el corazón!

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Alcancemos la sabiduría eterna

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ALCANCEMOS LA SABIDURÍA ETERNA

Cuando ya se acercaba el día de su muerte -día por ti conocido, y que nosotros ignorábamos-, sucedió, por tus ocultos designios, como lo creo firmemente, que nos encontramos ella y yo solos, apoyados en una ventana que daba al jardín interior de la casa donde nos hospedábamos, allí en Ostia Tiberina, donde, apartados de la multitud, nos rehacíamos de la fatiga del largo viaje, próximos a embarcarnos. Hablábamos, pues, los dos solos, muy dulcemente y, olvidando lo que queda atrás y lanzándonos hacia lo que veíamos por delante, nos preguntábamos ante la verdad presente, que eres tú, cómo sería la vida eterna de los santos, aquella que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre. Y abríamos la boca de nuestro corazón, ávidos de las corrientes de tu fuente, la fuente de vida que hay en ti.

Tales cosas decía yo, aunque no de este modo ni con estas mismas palabras; sin embargo, tú sabes, Señor, que, cuando hablábamos aquel día de estas cosas, y mientras hablábamos íbamos encontrando despreciable este mundo con todos sus placeres, ella dijo:

«Hijo, por lo que a mí respecta, ya nada me deleita en esta vida. Qué es lo que hago aquí y por qué estoy aún aquí, lo ignoro, pues no espero ya nada de este mundo. Una sola cosa me hacía desear que mi vida se prolongara por un tiempo: el deseo de verte cristiano católico, antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces, ya que te veo convertido en uno de sus siervos, habiendo renunciado a la felicidad terrena. ¿Qué hago ya en este mundo?».

No recuerdo muy bien lo que le respondí, pero al cabo de cinco días o poco más cayó en cama con fiebre. Y, estando así enferma, un día sufrió un colapso y perdió el sentido por un tiempo. Nosotros acudimos corriendo, mas pronto recobró el conocimiento, nos miró, a mí y a mi hermano allí presentes, y nos dijo en tono de interrogación:

«¿Dónde estaba?»

Después, viendo que estábamos aturdidos por la tristeza, nos dijo:

«Enterrad aquí a vuestra madre».

Yo callaba y contenía mis lágrimas. Mi hermano dijo algo referente a que él hubiera deseado que fuera enterrada en su patria y no en país lejano. Ella lo oyó y, con cara angustiada, lo reprendió con la mirada por pensar así, y, mirándome a mí, dijo:

«Mira lo que dice».

Luego, dirigiéndose a ambos, añadió:

«Sepultad este cuerpo en cualquier lugar: esto no os ha de preocupar en absoluto; lo único que os pido es que os acordéis de mí ante el altar del Señor, en cualquier lugar donde estéis».

Habiendo manifestado, con las palabras que pudo, este pensamiento suyo, guardó silencio, e iba luchando con la enfermedad que se agravaba.

De las Confesiones de san Agustín, obispo
(Libro 9, 10, 23--11, 28: CSEL 33, 215-219)

26 de agosto de 2019

Santo Evangelio 26 de agosto de 2019



Lectura del santo evangelio según san Mateo (23,13-22):

En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que quieren. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que viajáis por tierra y mar para ganar un prosélito y, cuando lo conseguís, lo hacéis digno del fuego el doble que vosotros! ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: "Jurar por el templo no obliga, jurar por el oro del templo sí obliga!" ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más, el oro o el templo que consagra el oro? O también: "Jurar por el altar no obliga, jurar por la ofrenda que está en el altar sí obliga." ¡Ciegos! ¿Qué es más, la ofrenda o el altar que consagra la ofrenda? Quien jura por el altar jura también por todo lo que está sobre él; quien jura por el templo jura también por el que habita en él; y quien jura por el cielo jura por el trono de Dios y también por el que está sentado en él.»

REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) 
(Città del Vaticano, Vaticano)

Hoy consideramos el 2º Mandamiento de la Ley de Dios: "No tomarás el nombre de Dios en vano". En positivo, debemos respetar el nombre del Señor. Jesucristo reprocha a los escribas y fariseos abusar del nombre de Dios, puesto que —mediante una compleja casuística que habían inventado— sabían encontrar subterfugios para usar retorcidamente (¡siempre en beneficio propio!) el juramento.

Dios —como un regalo— nos ha revelado su Santo Nombre: debemos guardarlo en la memoria, en un silencio de amorosa adoración. Sin embargo, de ninguna palabra se ha abusado tanto como de la palabra "Dios". Un solo ejemplo: los cinturones del ejército nazi llevaban grabada la frase "Dios con nosotros". Aparentemente se honraba el nombre de Dios, pero —en realidad— se le profanaba gravemente para los propios fines. Esas profanaciones de su nombre van desfigurando el rostro de Dios, hasta hacerlo irreconocible.

—Dios mío, quiero adorarte invocando muchas veces tu Nombre "tres veces Santo", y deseo alzar tu dulce nombre de Dios-Hombre: ¡Jesús!

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El resto de IIsrael encontrará alimento y descanso


EL RESTO DE ISRAEL ENCONTRARÁ ALIMENTO Y DESCANSO

Yo soy el buen pastor. Es evidente que el oficio de pastor compete a Cristo, pues, de la misma manera que el rebaño es guiado y alimentado por el pastor, así Cristo alimenta a los fieles espiritualmente y también con su cuerpo y su sangre. Erais como ovejas descarriadas -dice el Apóstol-, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas.

Pero, ya que Cristo por una parte afirma que el pastor entra por la puerta y en otro lugar dice que él es la puerta y aquí añade que él es el pastor, debe concluirse de todo ello que Cristo entra por sí mismo. Y es cierto que Cristo entra por sí mismo, pues él se manifiesta a sí mismo y por sí mismo conoce al Padre. Nosotros, en cambio, entramos por él, pues es por él que alcanzamos la felicidad.

Pero, fíjate bien: nadie que no sea él es puerta, porque nadie sino él es luz verdadera, a no ser por participación: No era él -es decir, Juan- la luz, sino testigo enviado a declarar en favor de la luz. De Cristo, en cambio, se dice: Era la luz verdadera que ilumina a todos los hombres. Por ello de nadie puede decirse que sea puerta; esta cualidad Cristo se la reservó para sí; el oficio, en cambio, de pastor lo dio también a otros y quiso que lo tuvieran sus miembros: por ello Pedro fue pastor y pastores fueron también los otros apóstoles y son pastores todos los buenos obispos. Os daré -dice la Escritura- pastores conforme a mi corazón. Pero aunque los prelados de la Iglesia, que también son hijos, sean todos llamados pastores, sin embargo, el Señor dice en singular: Yo soy el buen pastor; con ello quiere estimularlos a la caridad, insinuándoles que nadie puede ser buen pastor si no llega a ser una sola cosa con Cristo por la caridad y se convierte en miembro del verdadero pastor.

El deber del buen pastor es la caridad; por eso dice: El buen pastor da su vida por las ovejas. Conviene, pues, distinguir entre el buen pastor y el mal pastor: el buen pastor es aquel que busca el bien de sus ovejas, en cambio, el mal pastor es el que persigue su propio bien.

A los pastores que apacientan rebaños de ovejas no se les exige exponer su propia vida a la muerte por el bien de su rebaño, pero, en cambio, el pastor espiritual sí que debe renunciar a su vida corporal ante el peligro de sus ovejas, porque la salvación espiritual del rebaño es de más precio que la vida corporal del pastor. Es esto precisamente lo que afirma el Señor: El buen pastor da su vida -la vida del cuerpo- por las ovejas, es decir, por las que son suyas por razón de su autoridad y de su amor. Ambas cosas se requieren: que las ovejas le pertenezcan y que las ame, pues lo primero sin lo segundo no sería suficiente.

De este proceder Cristo nos dio ejemplo: Si Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos.


Del Comentario de santo Tomás de Aquino, presbítero, sobre el evangelio de san Juan
(Cap. 10, lec. 3)

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25 de agosto de 2019

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Santo Evangelio 25 de agosto 2019




Evangelio según san Lucas (13,22-30), del domingo, 25 de agosto de 2019

Lectura del santo evangelio según san Lucas (13,22-30):

En Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén. Uno le preguntó: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Él les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: Señor, ábrenos; pero él os dirá: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero él os dirá: “No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».

Palabra del Señor

El "mito del progreso"

REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) 
(Città del Vaticano, Vaticano)

Hoy, la mención que Jesús hace de la "puerta estrecha" cuestiona el "mito del progreso". Las ideologías —demolida la esperanza en el más allá— imponen el progreso como norma del obrar político y humano en general. Aunque en los últimos años se han logrado enormes progresos (tecnológicos, científicos), sigue siendo actual la ambivalencia de este progreso: éste empieza a amenazar a la creación, que es la base de nuestra existencia.

Es indispensable orientar el progreso según criterios morales. Ante todo, se debe considerar que el progreso se extiende a la relación del hombre con el mundo material, pero eso no da lugar —como el marxismo y el liberalismo habían enseñado— al hombre nuevo, a la nueva sociedad. El hombre como hombre sigue siendo igual, tanto en las situaciones primitivas como en las técnicamente desarrolladas. El ser hombre vuelve a comenzar de cero con cada ser humano.

—Jesús, tú nos has señalado el camino del crecimiento humano en lo alto de la Cruz y en el horizonte de la eternidad.

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La confianza puesta en el Señor



LA CONFIANZA PUESTA EN EL SEÑOR

Por Francisco Javier Colomina Campos

Si el domingo pasado la palabra de Dios nos enseñaba la importancia de la oración, y a orar con insistencia intercediendo por los demás, a partir de este domingo escucharemos en el Evangelio algunos pasajes en los que el Señor nos recordará algunas de las actitudes propias del cristiano, del seguidor de Cristo. Hoy la palabra de Dios nos habla de la confianza puesta en el Señor, y no en nosotros mismos o en nuestros bienes.

1. Dos hermanos peleados por la herencia. Cuántas veces hemos visto esto mismo entre los nuestros, ya sea en nuestra propia familia o entre amigos y conocidos. ¡Qué triste es cuando dos hermanos se pelean por la herencia! Así se le presenta a Jesús el caso de un hombre que le pide ayuda: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”. Este hombre sería probablemente un buen hombre, no tendría maldad, pues le pide a Jesús algo que es justo: que su hermano reparta justamente la herencia de sus padres. No es nada malo lo que el hombre aquel le pide a Jesús. Sin embargo, este buen hombre se equivoca al buscar en Jesús algo que Él no da, pues Dios está por encima de estas cosas materiales. Por eso Jesús le responde: “¿Quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? Aquel hombre le pedía con confianza a Dios, como veíamos el domingo pasado, pero se equivocaba en el contenido de su petición. Estaba demasiado preocupado por los bienes materiales, por el dinero, que no veía la grandeza de todo lo que Dios puede darnos, más allá de lo material. Esto va en sintonía con lo que hemos escuchado en la primera lectura, del libro de Qoelet o del Eclesiastés. Este libro sapiencial nos recuerda la vaciedad de las cosas de este mundo. Puede parecer un relato pesimista y amargado. Sin embargo, al leerlo despacio y observando la verdad de nuestro mundo, nos damos cuenta de que más bien se trata de un relato optimista, que nos recuerda que todo lo que un hombre llegue a ganar aquí en este mundo, en este mundo se queda.

2. Guardaos de toda clase de codicia, pues la vida no depende de los bienes. Como respuesta a aquel hombre que le pedía justicia a Jesús para el reparto de la herencia, y como complemento al relato del Qoelet, Jesús nos recuerda en el Evangelio que la vida de un hombre no depende de sus bienes materiales, y propone la parábola de aquel hombre que tuvo una buena cosecha y decidió almacenarlo todo para así poder echarse a la buna vida. Y Jesús concluye esta parábola con aquella pregunta del Señor: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?”. Me gusta mucho recordar aquí aquella frase tan ilustrativa que tantas veces repite el papa Francisco: nunca he visto un camión de mudanzas detrás de un coche de la funeraria. Es bien cierto que todos los bienes materiales los dejamos aquí en la tierra, y que cuando nos vayamos al otro mundo, después de la muerte, no nos llevamos nada material. Y es que, como nos dice hoy Jesús, nuestra vida vale mucho más que los bienes que tengamos. Y por muchos bienes que un hombre llegue a tener, su vida es infinitamente más valiosa e importante. Por ello Jesús nos advierte contra la codicia, que es el deseo vehemente de poseer muchas cosas, y cuanto más, mejor.

3. Buscad los bienes de allá arriba. Y es que la codicia, la sed de tener y de poseer más, nos alejan de Dios. Pues Dios no es material, no entra dentro de la lista de deseos de aquellos que codician tener cada vez más cosas. Por ello, este deseo de poseer y de tener más bienes nos aleja siempre de Dios. Así, san Pablo, en la segunda lectura de hoy, nos ha recordado que hemos de aspirar a los bienes de allá arriba, donde está Cristo, a los bienes del Cielo. Ya que Cristo ha resucitado y está en el Cielo, nuestra aspiración mejor es subir también nosotros al Cielo para estar siempre con Él. Para subir allí, hemos de morir con Cristo, como nos recuerda hoy san Pablo, y esto significa morir también a nuestras codicias y aspiraciones materiales y desearle a Él. Dios es muchos más que el dinero, que las herencias y que los cargos importantes, por ello hemos de darle el valor a lo que tiene de verdad valor. Es cierto que muchas veces en la Iglesia hemos estado, y estamos, preocupados por estas cosas materiales. Es bueno que hoy recordemos esta enseñanza de la palabra de Dios: nuestra aspiración ha de ser al Cielo, no a las cosas de aquí de la tierra. Cuanto más carguemos nuestras maletas de cosas materiales, más va a pesar, y por lo tanto más nos va a costar llegar al Cielo.

En la Eucaristía de hoy vamos a redescubrir lo más valioso que tenemos en la tierra: un poco de pan y un poco de vino que se convierten en la misma carne y sangre de Cristo. No encontraremos sobre la faz de la tierra nada más valioso que esto. Por ello, disfrutemos durante la Eucaristía de hoy de este impresionante tesoro: Dios mismo que se entrega por nosotros. Que esta sea nuestra única aspiración: llegar a conocerle y a amarle. Para ello, dejemos atrás todas aquellas cosas que nos estorban en este camino de seguimiento del Señor.

De tejas abajo todo es vaciedad

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DE TEJAS ABAJO TODO ES VACIEDAD

Por Gabriel González del Estal

1.- Esto es lo que dice el libro del Eclesiastés y algo de esto, aunque en otro sentido, debió querer decir el famoso poeta español Miguel Hernández cuando escribió: “tanto penar para morirse uno”. Cuando uno ve morir a una persona, y algunos hemos visto ya morirse a muchas, comprendemos la verdad de estas frases. Las mil pequeñas aventuras y desventuras que tenemos que digerir cada día pueden desorientarnos y hacernos perder el sentido último de nuestra existencia. Todas las cosas de nuestro diario vivir son relativamente importantes, pero la única cosa realmente importante es dar el sentido verdadero a nuestro diario vivir. Nacemos y nos secamos como flor del campo y por muy largo que sea nuestro camino, siempre tiene un final. Hacer de lo pasajero una cuestión de vida o muerte es equivocar la perspectiva. Somos flechas disparadas cuando nacemos y que sólo encontrarán la diana buscada después de la muerte. Nuestro corazón va a permanecer siempre inquieto hasta que descanse en Dios. “Que este mundo es camino para el otro, que es morada sin pesar. Y cumple tener buen tino para andar este camino sin errar… Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos y llegamos al tiempo que fenecemos. Así que cuando morimos, descansamos”. Sí, de tejas abajo, en este mundo, todo es vaciedad. Ya nos lo dijo bellamente nuestro gran poeta Jorge Manrique.

2.- Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. También San Pablo lo tenía muy claro: si nos preocupamos demasiado de las cosas de aquí abajo y descuidamos las cosas de arriba nos engañamos. Nuestro cuerpo es mortal y terreno, quiere dirigirnos siempre hacia los bienes de aquí abajo: pasión, codicia, avaricia, impureza. Pero nuestra condición de personas redimidas nos exige abandonar nuestra vieja condición humana, para revestirnos de la nueva condición, la condición de hijos de Dios. Sin caer en ningún dualismo metafísico es justo afirmar que para los cristianos la vida del alma, la vida del espíritu debe ser siempre lo primero. Somos cuerpo y necesitamos el cuerpo, pero el cuerpo debe obedecer al espíritu. Son los frutos del espíritu los que nos hacen personas humanas y cristianas. Si nos dejamos dirigir por el espíritu, por el espíritu de Cristo, seremos personas libres y universales, entre nosotros no habrá distinciones impuestas por el sexo, la raza, la religión, o la condición social. Los bienes de arriba, los bienes a los que aspira el espíritu, son bienes que Dios regala a toda persona que se ha revestido de la nueva condición, que se ha renovado como imagen del Creador.

3.- Guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque ande sobrado, su vida no depende de sus bienes. Es la misma idea que la de San Pablo y la del Eclesiastés, ahora expresada por el mismo Cristo: la vida del hombre no depende de sus bienes. Se mueren los más ricos y se mueren los más pobres. Al avaro de la parábola de este domingo no le salvaron los muchos bienes que había acumulado durante años. Ser esclavo de los bienes de aquí abajo es una necedad y una vaciedad. Claro que necesitamos los bienes para vivir y que tenemos que usar y apreciar en su justa medida los bienes de aquí abajo, pero manteniendo siempre la libertad y el desprendimiento interior, sabiendo que los únicos bienes que de verdad nos hacen ricos ante Dios son los bienes de arriba. Cada cristiano en particular y la comunidad cristiana en general debemos usar los bienes de aquí abajo con desprendimiento, generosidad y libertad interior. Una iglesia cristiana que aparezca ante el mundo demasiado preocupada por los bienes de aquí abajo no es la Iglesia de Cristo, es un antitestimonio.

24 de agosto de 2019

Santo Evangelio 24 de agosto 2019



Lectura del santo evangelio según san Juan (1,45-51):

En aquel tiempo, Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret.»  Felipe le contestó: «Ven y verás.» 

Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?» Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.» Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has ver cosas mayores.» Y le añadió: «Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»


San Bartolomé, apóstol

REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) 
(Città del Vaticano, Vaticano)

Hoy contemplamos la llamada de Natanael, tradicionalmente identificado con el apóstol Bartolomé. Sobresale su confesión de fe: "Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel". Esta confesión tiene la función de abrir el terreno al cuarto Evangelio, pues ofrece un primer e importante paso en el camino de la adhesión a Cristo. 

Bartolomé reconoce a Jesús tanto por su relación especial con Dios Padre, del que es Hijo unigénito, como por su relación con el pueblo de Israel, de quien es llamado rey (atribución propia del Mesías esperado). Estos dos elementos son esenciales: si proclamáramos sólo la dimensión celestial de Jesús, correríamos el riesgo de hacer de Él un ser etéreo y evanescente; si sólo reconociéramos su papel concreto en la historia, podríamos descuidar su dimensión divina, que constituye su identidad propia.

—San Bartolomé, intercede para que —imitando tu paso discreto por la vida— yo sepa adherirme a Dios y dar testimonio de Él sin realizar obras sensacionales: ¡el extraordinario es Jesús!

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