LA CONFIANZA PUESTA EN EL SEÑOR
Por Francisco Javier Colomina Campos
Si el domingo pasado la palabra de Dios nos enseñaba la importancia de la oración, y a orar con insistencia intercediendo por los demás, a partir de este domingo escucharemos en el Evangelio algunos pasajes en los que el Señor nos recordará algunas de las actitudes propias del cristiano, del seguidor de Cristo. Hoy la palabra de Dios nos habla de la confianza puesta en el Señor, y no en nosotros mismos o en nuestros bienes.
1. Dos hermanos peleados por la herencia. Cuántas veces hemos visto esto mismo entre los nuestros, ya sea en nuestra propia familia o entre amigos y conocidos. ¡Qué triste es cuando dos hermanos se pelean por la herencia! Así se le presenta a Jesús el caso de un hombre que le pide ayuda: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”. Este hombre sería probablemente un buen hombre, no tendría maldad, pues le pide a Jesús algo que es justo: que su hermano reparta justamente la herencia de sus padres. No es nada malo lo que el hombre aquel le pide a Jesús. Sin embargo, este buen hombre se equivoca al buscar en Jesús algo que Él no da, pues Dios está por encima de estas cosas materiales. Por eso Jesús le responde: “¿Quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? Aquel hombre le pedía con confianza a Dios, como veíamos el domingo pasado, pero se equivocaba en el contenido de su petición. Estaba demasiado preocupado por los bienes materiales, por el dinero, que no veía la grandeza de todo lo que Dios puede darnos, más allá de lo material. Esto va en sintonía con lo que hemos escuchado en la primera lectura, del libro de Qoelet o del Eclesiastés. Este libro sapiencial nos recuerda la vaciedad de las cosas de este mundo. Puede parecer un relato pesimista y amargado. Sin embargo, al leerlo despacio y observando la verdad de nuestro mundo, nos damos cuenta de que más bien se trata de un relato optimista, que nos recuerda que todo lo que un hombre llegue a ganar aquí en este mundo, en este mundo se queda.
2. Guardaos de toda clase de codicia, pues la vida no depende de los bienes. Como respuesta a aquel hombre que le pedía justicia a Jesús para el reparto de la herencia, y como complemento al relato del Qoelet, Jesús nos recuerda en el Evangelio que la vida de un hombre no depende de sus bienes materiales, y propone la parábola de aquel hombre que tuvo una buena cosecha y decidió almacenarlo todo para así poder echarse a la buna vida. Y Jesús concluye esta parábola con aquella pregunta del Señor: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?”. Me gusta mucho recordar aquí aquella frase tan ilustrativa que tantas veces repite el papa Francisco: nunca he visto un camión de mudanzas detrás de un coche de la funeraria. Es bien cierto que todos los bienes materiales los dejamos aquí en la tierra, y que cuando nos vayamos al otro mundo, después de la muerte, no nos llevamos nada material. Y es que, como nos dice hoy Jesús, nuestra vida vale mucho más que los bienes que tengamos. Y por muchos bienes que un hombre llegue a tener, su vida es infinitamente más valiosa e importante. Por ello Jesús nos advierte contra la codicia, que es el deseo vehemente de poseer muchas cosas, y cuanto más, mejor.
3. Buscad los bienes de allá arriba. Y es que la codicia, la sed de tener y de poseer más, nos alejan de Dios. Pues Dios no es material, no entra dentro de la lista de deseos de aquellos que codician tener cada vez más cosas. Por ello, este deseo de poseer y de tener más bienes nos aleja siempre de Dios. Así, san Pablo, en la segunda lectura de hoy, nos ha recordado que hemos de aspirar a los bienes de allá arriba, donde está Cristo, a los bienes del Cielo. Ya que Cristo ha resucitado y está en el Cielo, nuestra aspiración mejor es subir también nosotros al Cielo para estar siempre con Él. Para subir allí, hemos de morir con Cristo, como nos recuerda hoy san Pablo, y esto significa morir también a nuestras codicias y aspiraciones materiales y desearle a Él. Dios es muchos más que el dinero, que las herencias y que los cargos importantes, por ello hemos de darle el valor a lo que tiene de verdad valor. Es cierto que muchas veces en la Iglesia hemos estado, y estamos, preocupados por estas cosas materiales. Es bueno que hoy recordemos esta enseñanza de la palabra de Dios: nuestra aspiración ha de ser al Cielo, no a las cosas de aquí de la tierra. Cuanto más carguemos nuestras maletas de cosas materiales, más va a pesar, y por lo tanto más nos va a costar llegar al Cielo.
En la Eucaristía de hoy vamos a redescubrir lo más valioso que tenemos en la tierra: un poco de pan y un poco de vino que se convierten en la misma carne y sangre de Cristo. No encontraremos sobre la faz de la tierra nada más valioso que esto. Por ello, disfrutemos durante la Eucaristía de hoy de este impresionante tesoro: Dios mismo que se entrega por nosotros. Que esta sea nuestra única aspiración: llegar a conocerle y a amarle. Para ello, dejemos atrás todas aquellas cosas que nos estorban en este camino de seguimiento del Señor.
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