31 de diciembre de 2020

Santo Evangelio 31 de Diciembre de 2020

  


Texto del Evangelio (Jn 1,1-18): 

En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.

Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por Él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz.

La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de Él y clama: «Éste era del que yo dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado.

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«Y la Palabra se hizo carne»


Rev. D. David COMPTE i Verdaguer

(Manlleu, Barcelona, España)

Hoy es el último día del año. Frecuentemente, una mezcla de sentimientos —incluso contradictorios— susurran en nuestros corazones en esta fecha. Es como si una muestra de los diferentes momentos vividos, y de aquellos que hubiésemos querido vivir, se hiciesen presentes en nuestra memoria. El Evangelio de hoy nos puede ayudar a decantarlos para poder comenzar el nuevo año con empuje.

«La Palabra era Dios (...). Todo se hizo por ella» (Jn 1,1.3). A la hora de hacer el balance del año, hay que tener presente que cada día vivido es un don recibido. Por eso, sea cual sea el aprovechamiento realizado, hoy hemos de agradecer cada minuto del año.

Pero el don de la vida no es completo. Estamos necesitados. Por eso, el Evangelio de hoy nos aporta una palabra clave: “acoger”. «Y la Palabra se hizo carne» (Jn 1,14). ¡Acoger a Dios mismo! Dios, haciéndose hombre, se pone a nuestro alcance. “Acoger” significa abrirle nuestras puertas, dejar que entre en nuestras vidas, en nuestros proyectos, en aquellos actos que llenan nuestras jornadas. ¿Hasta qué punto hemos acogido a Dios y le hemos permitido entrar en nosotros?

«La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9). Acoger a Jesús quiere decir dejarse cuestionar por Él. Dejar que sus criterios den luz tanto a nuestros pensamientos más íntimos como a nuestra actuación social y laboral. ¡Que nuestras actuaciones se avengan con las suyas!

«La vida era la luz» (Jn 1,4). Pero la fe es algo más que unos criterios. Es nuestra vida injertada en la Vida. No es sólo esfuerzo —que también—. Es, sobre todo, don y gracia. Vida recibida en el seno de la Iglesia, sobre todo mediante los sacramentos. ¿Qué lugar tienen en mi vida cristiana?

«A todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios» (Jn 1,12). ¡Todo un proyecto apasionante para el año que vamos a estrenar!


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San Silvestre I, Papa 31 de Diciembre

 


S. SILVESTRE I, PAPA 31 diciembre


De la Roma pagana a la cristiana

San Silvestre es el primer Papa de una Iglesia que ya no tiene que esconderse en las catacumbas a causa de las persecuciones de los primeros siglos. En efecto, en el año 313, durante el papado del africano Melquíades, los emperadores Constantino y Licinio concedieron plena libertad de culto a los cristianos.

Al año siguiente, Silvestre, sacerdote romano, es elegido Papa. Se desconoce el año de su nacimiento; sin embargo, según el Liber Pontificalis, era hijo de un cierto Rufino romano. Silvestre guió el pasaje de la Roma pagana a la Roma cristiana, y asistió a la construcción de las grandes basílicas constantinianas.

Siempre según el Liber Pontificalis, el Papa Silvestre sugirió a Constantino la fundación de la Basílica de San Pedro en la colina del Vaticano, sobre la tumba del apóstol. Gracias a la colaboración entre Constantino y Silvestre, también surgieron la basílica y el baptisterio de Letrán -cerca del ex palacio imperial donde comenzó a vivir el Pontífice-; la Basílica de la Santa Cruz en Jerusalén; y la Basílica de san Pablo Extramuros.

La memoria de Silvestre está, sin embargo, unida principalmente a la iglesia “in titulus Equitii” que toma el nombre de un presbítero romano que se dice que erigió esta iglesia en su propiedad. Dicha iglesia se encuentra aún cerca de las termas de Trajano, junto a la Domus Aurea.

Papa “confesor de la fe”

Es incierto el papel de Silvestre en las negociaciones sobre donatistas en Arles y sobre el arrianismo en el primer Concilio ecuménico de la historia, desarrollado en Nicea en el 325. Según algunos, ni siquiera pudo intervenir. Pero debe haber impresionado a sus contemporáneos, ya que, apenas fallecido, fue honrado de inmediato públicamente como “Confesor”. Es más, estuvo entre los primeros en recibir este título, atribuido desde el siglo IV en adelante a quien, aunque no fue mártir, transcurrió una vida sacrificada a Cristo. Sin duda, el Papa contribuyó además al desarrollo de la liturgia: cambió para la liturgia los nombres de los días de la semana que recuerdan divinidades paganas, dejando con nombre sólo el Sábado y el Domingo y llamando "ferias" con su respectivo ordinal a los demás días, tal como se usa en portugués.

Durante su papado, probablemente fue escrito el primer martirologio romano. Al Papa Silvestre se le atribuye también el haber marcado las bases del derecho canónico, así como la creación de la escuela romana de canto.

La Milicia de Oro

San Silvestre Papa es el patrono de la orden caballeresca llamada Milicia de Oro u Orden de la Espuela de oro, cuya creación es atribuida tradicionalmente al emperador Constantino.

Después de varias vicisitudes en el transcurso de los siglos, el Papa Gregorio XVI, en el ámbito de una gran reforma de las órdenes ecuestres, separó la orden de San Silvestre Papa de la Milicia de Oro, asignándole sus propios estatutos. En 1905, el Papa Pío X aportó ulteriores modificaciones, aún vigentes. 

30 de diciembre de 2020

Santo Evangelio 30 de Diciembre 2020

  

Texto del Evangelio (Lc 2,36-40): 

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.

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«Alababa a Dios y hablaba del Niño a todos»


Rev. D. Joaquim FLURIACH i Domínguez

(St. Esteve de P., Barcelona, España)

Hoy, José y María acaban de celebrar el rito de la presentación del primogénito, Jesús, en el Templo de Jerusalén. María y José no se ahorran nada para cumplir con detalle todo lo que la Ley prescribe, porque cumplir aquello que Dios quiere es signo de fidelidad, de amor a Dios.

Desde que su hijo —e Hijo de Dios— ha nacido, José y María experimentan maravilla tras maravilla: los pastores, los magos de Oriente, ángeles... No solamente acontecimientos extraordinarios exteriores, sino también interiores, en el corazón de las personas que tienen algún contacto con este Niño.

Hoy aparece Ana, una señora mayor, viuda, que en un momento determinado tomó la decisión de dedicar toda su vida al Señor, con ayunos y oración. No nos equivocamos si decimos que esta mujer era una de las “vírgenes prudentes” de la parábola del Señor (cf. Mt 25,1-13): siempre velando fielmente en todo aquello que le parece que es la voluntad de Dios. Y está claro: cuando llega el momento, el Señor la encuentra a punto. Todo el tiempo que ha dedicado al Señor, aquel Niño se lo recompensa con creces. —¡Preguntadle, preguntadle a Ana si ha valido la pena tanta oración y tanto ayuno, tanta generosidad!

Dice el texto que «alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén» (Lc 2,38). La alegría se transforma en apostolado decidido: ella es el motivo y la raíz. El Señor es inmensamente generoso con los que son generosos con Él.

Jesús, Dios Encarnado, vive la vida de familia en Nazaret, como todas las familias: crecer, trabajar, aprender, rezar, jugar... ¡“Santa cotidianeidad”, bendita rutina donde crecen y se fortalecen casi sin darse cuenta la almas de los hombres de Dios! ¡Cuán importantes son las cosas pequeñas de cada día!


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Félix I, Santo 30 de diciembre

 


Félix I, Santo 30 de diciembre

Martirologio Romano: En Roma, en el cementerio de Calixto, en la vía Apia, sepultura de san Félix I, papa, el cual rigió la Iglesia Romana en tiempo del emperador Aureliano († 274).

Breve Biografía

Se desconoce la fecha de su nacimiento; murió el año 274.

A principios de 269 sucedió al Papa San Dionisio como cabeza de la Iglesia Romana. Alrededor de esta época llegó a Roma, dirigido al Papa Dionisio, el informe del Sínodo de Antioquía, el cual ese mismo año había depuesto al obispo local, Pablo de Samosata, por sus enseñanzas heréticas referentes a la doctrina de la Trinidad (ver Antioquia). Una carta, probablemente enviada por Félix a Oriente en respuesta al informe sinodal, que contenía la exposición de la doctrina de la Trinidad, fue, más tarde interpolada a favor de su secta por un seguidor de Apolinario. Este documento apócrifo fue enviado al Concilio de Éfeso en 431 (Mansi, "Coll. conc.", IV, 1188; cf. Harnack, "Geschichte der altchristlichen Literatur", I, 659 sqq.; Bardenhewer, "Geschichte der altchristlichen Literatur", II, 582 sq.). El fragmento conservado en las Actas del Concilio hace especial énfasis en la unidad e identidad del Hijo de Dios y el Hijo del Hombre en Jesucristo. El mismo fragmento presenta al Papa Félix como mártir; pero este detalle, el cual está presente también en la biografía del Papa en el “[Liber Pontificalis]” (Ed. Duchesne, I, 58), no está apoyado por ninguna evidencia auténtica anterior y se debe evidentemente a una confusión de nombres. De acuerdo con la nota en el “Liber Pontificalis”, Félix construyó una basílica en la Vía Aurelia; la misma fuente también añade que él fue enterrado allí ("Hic fecit basilicam in Via Aurelia, ubi et sepultus est"). Este último detalle es un error evidente, ya que el calendario romano de fiestas del siglo IV dice que el Papa Félix fue enterrado en la Catacumba de San Calixto en la Vía Apia ("III Kal. Januarii, Felicis in Callisti", se lee en el "Depositio episcoporum"). La declaración del “Liber Pontificalis” relacionada al martirio del Papa resulta, evidentemente, de una confusión con el mártir romano del mismo nombre enterrado en la Vía Aurelia, y sobre cuya tumba se construyó una iglesia. En el antedicho “Feriale” romano o calendario de fiestas, el nombre de Félix aparece en la lista de obispos romanos (Depositio episcoporum), y no en la de los mártires.

La observación en el “Liber Pontificalis” le adjudica a este Papa un decreto por el cual las Misas debían celebrarse sobre las tumbas de los mártires ("Hic constituit supra memorias martyrum missas celebrare"). El autor de esta entrada estaba aludiendo evidentemente a la costumbre de celebrar el Santo Sacrificio en privado, en los altares cerca o sobre las tumbas de los mártires en las criptas de las catacumbas (missa ad corpus), mientras que la celebración solemne de los Sagrados Misterios siempre se realizó en las basílicas construidas sobre las catacumbas. Esta práctica, todavía en uso al final del siglo IV (Prudentius, "Peristephanon", XI, vv. 171 sqq), aparentemente data del período cuando se construyeron en Roma las grandes basílicas sacramentales, y debe su origen a los solemnes servicios conmemorativos de los mártires, realizados en sus tumbas en el aniversario de su entierro, tan temprano como en el siglo III. Probablemente Félix no proclamó tal decreto, pero el compilador del “Liber Pontificalis” se lo atribuyó a él porque él no hizo ningún cambio en las costumbres de su época. De acuerdo con el detalle antes mencionado del “Depositio episcoporum”, Félix fue sepultado en la catacumba de san Calixto el 30 de diciembre.


29 de diciembre de 2020

Santo Evangelio 29 de Diciembre de 2020

  


Texto del Evangelio (Lc 2,22-35): 

Cuando se cumplieron los días de la purificación según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.

Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y en él estaba el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al Niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel».

Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

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«Ahora, Señor, puedes (...) dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación»


Chanoine Dr. Daniel MEYNEN

(Saint Aubain, Namur, Bélgica)

Hoy, 29 de diciembre, festejamos al santo Rey David. Pero es a toda la familia de David que la Iglesia quiere honrar, y sobre todo al más ilustre de todos ellos: ¡a Jesús, el Hijo de Dios, Hijo de David! Hoy, en ese eterno “hoy” del Hijo de Dios, la Antigua Alianza del tiempo del Rey David se realiza y se cumple en toda su plenitud. Pues, como relata el Evangelio de hoy, el Niño Jesús es presentado al Templo por sus padres para cumplir con la antigua Ley: «Cuando se cumplieron los días de la purificación según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor» (Lc 2,22-23).

Hoy, se eclipsa la vieja profecía para dejar paso a la nueva: Aquel, a quien el Rey David había anunciado al entonar sus salmos mesiánicos, ¡ha entrado por fin en el Templo de Dios! Hoy es el gran día en que aquel que San Lucas llama Simeón pronto abandonará este mundo de oscuridad para entrar en la visión de la Luz eterna: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos» (Lc 2,29-32).

También nosotros, que somos el Santuario de Dios en el que su Espíritu habita (cf. 1Cor 3,16), debemos estar atentos a recibir a Jesús en nuestro interior. Si hoy tenemos la dicha de comulgar, pidamos a María, la Madre de Dios, que interceda por nosotros ante su Hijo: que muera el hombre viejo y que el nuevo hombre (cf. Col 3,10) nazca en todo nuestro ser, a fin de convertirnos en los nuevos profetas, los que anuncien al mundo entero la presencia de Dios tres veces santo, ¡Padre, Hijo y Espíritu Santo!

Como Simeón, seamos profetas por la muerte del “hombre viejo”! Tal como dijo el Papa San Juan Pablo II, «la plenitud del Espíritu de Dios viene acompañada (…) antes que nada por la disponibilidad interior que proviene de la fe. De ello, el anciano Simeón, ‘hombre justo y piadoso’, tuvo la intuición en el momento de la presentación de Jesús en el Templo».

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Santo Tomás Becket, Obispo de Canebury, mártir, 29 de Diciembre



 S. TOMÁS BECKET, OBISPO DE CANTERBURY, MÁRTIR 29 diciembre

s. Tomás Beckets. Tomás Becket  (© Biblioteca Apostolica Vaticana)

“Acepto la muerte por el nombre de Jesús y por la Iglesia”. Cuando poco antes de morir, Tomas Becket pronuncia estas palabras se realiza una parábola extraordinaria de testimonio cristiano. Aquel que había sido un hombre de poder, habituado a mandar, muere como siervo de Cristo y mártir a fin de no renegar de la y de custodiar la libertad de la Iglesia Católica.


Hombre de Estado

Nacido en Londres en 1.118 de una familia de origen normanda, Tomas desde joven fue iniciado en la carrera eclesiástica. Formándose en la abadía de Merton, estudia seguidamente en Francia, en la universidad de Bolonia y se distingue inmediatamente por sus cualidades intelectuales. En 1.154 se convierte en diácono de de la diócesis de Canterbury y el año después, el nuevo rey de Inglaterra Enrique II lo nombra canciller del reino. Tomas es el hombre de más confianza del monarca, vive una vida agitada y no desdeña los símbolos y los privilegios de poder. Sin embargo el futuro santo no deja de ser generoso con los pobres y muestra una libertad interior también frente al soberano del que se convierte no solo en consejero, sino también en amigo.


Al servicio de la Iglesia

La conversión en la vida de Tomas Becket sucede  en 1.161 cuando acepta ser el arzobispo de Canterbury. Aquel nombramiento es fuertemente apoyado por el rey Enrique II que jamás hubiera pensado encontrar un fuerte adversario en aquel que una vez era su más estrecho colaborador. Tomas es ahora servidor del Señor que es más grande que el rey de un Estado terreno. El contraste se acentúa cuando Enrique II quiere limitar la libertad y la independencia de la Iglesia católica en Inglaterra, con las Constituciones de Clarendon. A Tomas se le pide firmar la Carta para limitar las prerrogativas de la Iglesia, pero encuentra un baluarte insuperable en el nuevo arzobispo de Canterbury. La imposición viene rechazada con decisión: “En el nombre de dios omnipotente, no pondré mi sello”. El amigo de un tiempo se transforma así, a los ojos del rey, en acérrimo enemigo.


Mártir de la fe y de la libertad

Tomas conocerá la amargura del exilio: después de ser huésped en un monasterio cisterciense tendrá que repararse en Francia. Aquí permanecerá seis años lejos de su patria. Cuando regresa a su Canterbury encuentra la alegre recepción de los fieles, pero una aversión todavía más profunda de parte de la Corona. Se cuenta que un día Enrique II había exclamado que alguno lo liberara de aquel obispo incómodo. Una  exhortación tomada de ña carta de cuatro caballeros que partieron de Londres hacia Canterbury. Tomas Becket fue asesinado bárbaramente a cuchilladas al interior de su catedral. Era el 29 diciembre 1.170. Si narra que a la pregunta de los asesinos “¿Dónde está Tomás el traidor?” Respondió: “Estoy aquí, pero no como traidor, sino como obispo y sacerdote de Dios”. La conmoción suscitada por este asesinato fue inmensa, más allá de los confines de Gran Bretaña, tanto que solo tres años después, el 21 febrero de 1.173, el Papa Alejandro III consagra su martirio elevándolo al honor de los altares.

28 de diciembre de 2020

Santo Evangelio 28 de Diciembre de 2020

  


Texto del Evangelio (Mt 2,13-18): 

Después que los magos se retiraron, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al Niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al Niño para matarle». Él se levantó, tomó de noche al Niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo».

Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: «Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen».

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«Se levantó, tomó de noche al Niño y a su madre, y se retiró a Egipto»


Rev. D. Joan Pere PULIDO i Gutiérrez Secretario del obispo de Sant Feliu

(Sant Feliu de Llobregat, España)

Hoy celebramos la fiesta de los Santos Inocentes, mártires. Metidos en las celebraciones de Navidad, no podemos ignorar el mensaje que la liturgia nos quiere transmitir para definir, todavía más, la Buena Nueva del nacimiento de Jesús, con dos acentos bien claros. En primer lugar, la predisposición de san José en el designio salvador de Dios, aceptando su voluntad. Y, a la vez, el mal, la injusticia que frecuentemente encontramos en nuestra vida, concretado en este caso en la muerte martirial de los niños Inocentes. Todo ello nos pide una actitud y una respuesta personal y social.

San José nos ofrece un testimonio bien claro de respuesta decidida ante la llamada de Dios. En él nos sentimos identificados cuando hemos de tomar decisiones en los momentos difíciles de nuestra vida y desde nuestra fe: «Se levantó, tomó de noche al Niño y a su madre, y se retiró a Egipto» (Mt 2,14).

Nuestra fe en Dios implica a nuestra vida. Hace que nos levantemos, es decir, nos hace estar atentos a las cosas que pasan a nuestro alrededor, porque —frecuentemente— es el lugar donde Dios habla. Nos hace tomar al Niño con su madre, es decir, Dios se nos hace cercano, compañero de camino, reforzando nuestra fe, esperanza y caridad. Y nos hace salir de noche hacia Egipto, es decir, nos invita a no tener miedo ante nuestra propia vida, que con frecuencia se llena de noches difíciles de iluminar.

Estos niños mártires, hoy, también tienen nombres concretos en niños, jóvenes, parejas, personas mayores, inmigrantes, enfermos... que piden la respuesta de nuestra caridad. Así nos lo dice San Juan Pablo II: «En efecto, son muchas en nuestro tiempo las necesidades que interpelan a la sensibilidad cristiana. Es la hora de una nueva imaginación de la caridad, que se despliegue no sólo en la eficacia de las ayudas prestadas, sino también en la capacidad de hacernos cercanos y solidarios con el que sufre».

Que la luz nueva, clara y fuerte de Dios hecho Niño llene nuestras vidas y consolide nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad.

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Santos Mártires inocentes 28 diciembre

  


Santos Mártires inocentes 28 diciembre

Santos mártires inocentes, Evangeliario de Otón IIISantos mártires inocentes, Evangeliario de Otón III 

Relata el evangelista Mateo que, cuando nació Jesús en Belén, algunos Reyes Magos se presentaron ante el Rey Herodes para preguntarle dónde estaba el niño – el rey de los Judíos – para poderlo adorar. Herodes, temiendo perder el trono, quiso saber más con la intención de hacerlo asesinar. Consultó a los escribas y luego les pidió a los Reyes Magos que lo buscaran y que volvieran para referirle en cuál lugar se encontrase. Pero los Reyes Magos, relata el Evangelio, “recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes y volvieron a su tierra por otro camino”. Y cuando Herodes se dio cuenta de que los Reyes Magos lo habían engañado, se enfureció y – se lee – “mandó a matar a todos los niños que estaban en Belén y en todo su territorio y que tenían menos de dos años”.

La pequeña vanguardia

La Iglesia venera a estos Inocentes como mártires de los primeros siglos, y puesto que fueron arrancados a la vida después de la venida al mundo de Cristo, los conmemora cerca de la Navidad. Por deseo de Pío V la celebración ha sido elevada a fiesta. Prudencio, poeta vivido en el siglo IV, en el himno de la Epifanía del Liber cathemerinòn los define “flores martyrum”, flores de los mártires, “arrancados por el persecutor de Jesucristo, como tantos tiernos brotes”. “Los niños, sin saberlo, mueren por Cristo, mientras los padres lloran los mártires que mueren. Cristo hace sus testigos a aquellos que todavía no hablan”, explica en un sermón el obispo San Quodvultdeus. Y prosigue: “¡Oh maravilloso don de la gracia! ¿Cuáles méritos han tenido estos niños para vencer en este modo? ¡Todavía no hablan y ya confiesan a Cristo! Todavía no son capaces de enfrentar la lucha porque no mueven los miembros, y, sin embargo, ya llevan triunfadores la palma de la victoria”. Los Santos Inocentes son la pequeña vanguardia del ejército de mártires que han dado testimonio y continúan a dar testimonio con la sangre de su pertenencia a Cristo, creaturas puras que han escrito la primera página del largo elenco de los mártires cristianos.

Las víctimas inocentes de ayer y de hoy

Para la tradición cristiana occidental el episodio evangélico de los Santos Inocentes Mártires es un típico ejemplo de cuánto la sed de poder pueda incitar a atroces delitos. En efecto, los niños de Belén son víctimas del odio despiadado de Herodes hacia quien habría podido obstaculizar sus planes de potencia y de dominio. Sobre este tema, y sobre la historia de los niños de Belén, en el curso de los siglos fueron realizadas diversas obras de arte. En el 2016, precisamente en el día de los Santos Mártires Inocentes, el Papa Francisco dirigió a los obispos un carta exhortándoles a “escuchar el lamento y el llanto de tantas madres, de tantas familias, por la muerte de sus hijos, de sus hijos inocentes” que es el mismo “gemido de dolor de las madres que lloran la muerte de sus hijos inocentes de frente a la tiranía y a la desenfrenado afán de poder de Herodes”. Un gemido - ha escrito el Pontífice – que también hoy podemos continuar a escuchar, que nos toca el alma y que no podemos y no queremos ignorar ni hacer callar”.

De estas palabras, Francisco hace nacer una invitación a los obispos de todo el mundo para que protejan la inocencia de los pequeños, “de los nuevos Herodes de nuestros días”, que la fagocitan y quiebran “bajo el peso del trabajo clandestino y esclavo, bajo el peso de la prostitución y de la explotación. Inocencia destruida por las guerras y por la emigración forzada”. Al mismo tiempo, el Papa también ha recomendado la escucha del llanto y del lamento de la Iglesia que pide perdón y “llora no sólo ante el dolor causado en sus hijos más pequeños, sino también porque conoce el pecado de algunos de sus miembros: el sufrimiento, la historia y el dolor de los menores que fueron abusados sexualmente por sacerdotes”.

27 de diciembre de 2020

Santo Evangelio 27 de Diciembre de 2020

  


Texto del Evangelio (Lc 2,22-40): 

Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.

Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.

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«Llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor»


Rev. D. Joan Ant. MATEO i García

(Tremp, Lleida, España)

Hoy, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. Nuestra mirada se desplaza del centro del belén —Jesús— para contemplar cerca de Él a María y José. El Hijo eterno del Padre pasa de la familia eterna, que es la Santísima Trinidad, a la familia terrenal formada por María y José. ¡Qué importante ha de ser la familia a los ojos de Dios cuando lo primero que procura para su Hijo es una familia!

San Juan Pablo II, en su Carta apostólica El Rosario de la Virgen María, ha vuelto a destacar la importancia capital que tiene la familia como fundamento de la Iglesia y de la sociedad humana, y nos ha pedido que recemos por la familia y que recemos en familia con el Santo Rosario para revitalizar esta institución. Si la familia va bien, la sociedad y la Iglesia irán bien.

El Evangelio nos dice que el Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría. Jesús encontró el calor de una familia que se iba construyendo a través de sus recíprocas relaciones de amor. ¡Qué bonito y provechoso sería si nos esforzáramos más y más en construir nuestra familia!: con espíritu de servicio y de oración, con amor mutuo, con una gran capacidad de comprender y de perdonar. ¡Gustaríamos —como en el hogar de Nazaret— el cielo y la tierra! Construir la familia es hoy una de las tareas más urgentes. Los padres, como recordaba el Concilio Vaticano II, juegan ahí un papel insubstituible: «Es deber de los padres crear un ambiente de familia animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, y que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos». En la familia se aprende lo más importante: a ser personas.

Finalmente, hablar de familia para los cristianos es hablar de la Iglesia. El evangelista san Lucas nos dice que los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor. Aquella ofrenda era figura de la ofrenda sacrificial de Jesús al Padre, fruto de la cual hemos nacido los cristianos. Considerar esta gozosa realidad nos abrirá a una mayor fraternidad y nos llevará a amar más a la Iglesia.


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San Juan Evangelista 27 de Diciembre

 


San Juan Evangelista 27 de Diciembre

Juan significa: "Dios es misericordioso".

Este apóstol tuvo la inmensa dicha de ser el discípulo más amado por Jesús. Y se ha hecho muy famoso por haber compuesto el cuarto evangelio.

Juan era hijo de Zebedeo y de Salomé, y hermano de Santiago el Mayor. En los Evangelios los dos hermanos suelen ser llamados “los hijos del Zebedeo”, habiendo recibido de Cristo el título de Boanerges -“hijos del trueno”- (Marcos, iii, 17). Originalmente ambos eran pescadores y trabajaban junto a su padre en el lago de Genesareth. De acuerdo a la explicación habitual, totalmente probable, los dos hermanos fueron durante un tiempo discípulos de Juan el Bautista, y Cristo los llamó de entre el círculo de seguidores de Juan, junto a Pedro y Andrés, para convertirse en Sus discípulos (Juan, i, 35-42). Los primeros discípulos volvieron con su nuevo Maestro del Jordán a Galilea y parece que Juan y el resto permanecieron durante un tiempo con Jesús (cf. Juan ii, 12, 22; iv, 2, 8, 27 sqq.). No obstante, después de un segundo regreso de Judea, Juan y sus compañeros regresaron a su labor como pescadores hasta que volvieron a ser llamados por Cristo para formar parte definitivamente de su grupo de discípulos (Mateo., iv 18-22; Marcos, i, 16-20). En la lista de los Apóstoles, Juan ocupa el segundo lugar (Hechos, i, 13); el tercero (Marcos, iii, 17); y el cuarto (Mateo., x, 3; Lucas, vi, 14), siempre después de Santiago, con la excepción hecha de algún pasaje (Lucas, viii, 51; ix, 28 en el texto griego; Hechos, i, 13).

Así, del hecho de que Santiago sea siempre colocado antes, se concluye que Juan era el más joven de los dos hermanos. En cualquier caso, Juan tuvo una importante posición entre los Apóstoles. Pedro, Santiago y él fueron los únicos testigos de la resurrección de la hija de Janiro (Marcos, v, 37), de la Transfiguración (Mateo., xvii, 1), y de la Agonía en Getsemaní (Mateo., xxvi, 37). Únicamente Pedro y él fueron enviados a la ciudad para encargarse de los preparativos de la Última Cena (Lucas, xxii, 8). Durante la Cena, estuvo sentado en la mesa junto a Cristo, sobre Cuyo pecho se apoyó (Juan, xiii, 23, 25). De acuerdo a la interpretación general, Juan era también ese “otro discípulo” que, con Pedro, siguió a Cristo después de su arresto hasta el interior del palacio del sumo sacerdote (Juan, xviii, 15). Juan, solo, permaneció junto a su amado Maestro al pie de la Cruz en el Calvario, con la Madre de Jesús y las mujeres piadosas, y tomó a la afligida Madre bajo su cuidado como último legado de Cristo (Juan, xix, 25-27). Después de la Resurrección, Juan fue, junto con Pedro, el primero de los discípulos que, apresuradamente, acudió al sepulcro y fue el primero en creer que Cristo había resucitado realmente (Juan, xx, 2-10). Cuando posteriormente Cristo apareció en el Lago de Genesareth, Juan fue asimismo el primero de los siete discípulos presentes que reconoció a su Maestro de pie en la orilla (Juan, xxi, 7). El Cuarto Evangelista nos ha mostrado lo cercana que era la relación que siempre mantuvo con su Señor y Maestro a través del título que suele utilizar para llamarse a sí mismo, sin mencionar su nombre: “el discípulo amado de Jesús”. Después de la Ascensión de Cristo y la Bajada del Espíritu Santo, Juan, junto a Pedro, tuvo un importante papel en la fundación y dirección de la Iglesia. Le vemos en compañía de Pedro en la curación del paralítico en el Templo (Hechos, iii, 1 sqq.). Junto a Pedro, es también encarcelado (Hechos, iv, 3). De nuevo, lo encontramos con el príncipe de los Apóstoles visitando a los recién convertidos en Samaria (Hechos, viii, 14).


No disponemos de información segura relativa a la duración de esta actividad en Palestina. Aparentemente Juan y el resto de los Apóstoles permanecieron unos doce años en este primer campo de labor, hasta que la persecución de Herodes Agripa I llevó a la dispersión de los Apóstoles a lo largo de las distintas provincias del Imperio Romano (cf. Hechos, xii, 1-17). A pesar de la opinión en contra de muchos escritores, no parece improbable que Juan entonces fuera por vez primera a Asia Menor y ejerciera su labor apostólica en varias provincias de la zona. En cualquier caso ya existía una comunidad Cristiana en Éfeso antes de las primeras predicaciones de Pablo allí (cf. "los hermanos", Hechos, xviii, 27, adicionalmente a Priscilla and Aquila), y es fácil conectar una estancia de Juan en estas provincias con el hecho de que el Espíritu Santo no permitiese al Apóstol Pablo durante su segundo viaje misional la proclamación del Evangelio en Asia, Mysia y Bithynia (Hechos, xvi, 6 sq.). Existe poco en contra de tal aceptación en un relato posterior de los Hechos acerca del tercer viaje misionero de San Pablo. Pero en cualquier caso, la estancia de Juan en Asia durante este primer periodo no fue larga ni carente de interrupciones. Regresó con los demás discípulos a Jerusalén para asistir al Concilio Apostólico (hacia 51 D.C.). San Pablo, en su oposición a sus enemigos en Galatia se refiere a Juan expresamente, junto a Pedro y Santiago el Menor, como “un pilar de la Iglesia”, y alude al reconocimiento de su predicación Apostólica de un Evangelio libre de la ley recibida de esos tres, los hombres más prominentes de la vieja Madre Iglesia en Jerusalén (Gal., ii, 9). Parece que cuando Pablo vuelve de nuevo a Jerusalén después de su segundo y de su tercer viaje (Hechos, xviii, 22; xxi, 17 sq.) no se encuentra a Juan allí. Por ello, algunos llegan a la conclusión de que Juan abandonó Palestina entre los años 52 y 55. Del resto de escrituras del Nuevo Testamento, sólo podemos obtener información adicional respecto a la persona del Apóstol a través de las tres Epístolas de Juan y del Apocalipsis. Se nos puede permitir en este punto tomar como probada la unidad del autor de estas tres cartas transmitidas con el nombre de Juan y su identidad con el Evangelista. Tanto las Epístolas como el Apocalipsis, no obstante, presuponen que su autor, Juan, pertenecía a la multitud de testigos directos de la vida y obra de Cristo (cf. especialmente I Juan, i, 1-5; iv, 14); el hecho de que había vivido durante largo tiempo en Asia Menor es conocido en detalle por las condiciones existentes en las distintas comunidades Cristianas allí; y que tenía una posición de autoridad, reconocida por todas las comunidades Cristianas como líder de su parte de la Iglesia. Por otra parte, el Apocalipsis nos indica que su autor estaba en la isla de Patmos “por la Palabra de Dios y por el testimonio de Jesús”, cuando fue honrado con la Revelación celestial contenida en el Apocalipsis. (Apoc., i, 9).


26 de diciembre de 2020

Santo Evangelio 26 de Diciembre de 2020

 



 Texto del Evangelio (Mt 10,17-22): 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus Apóstoles: «Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros. Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará».

*************

«Os entregarán a los tribunales y os azotarán»


Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM

(Barcelona, España)

Hoy, recién saboreada la profunda experiencia del Nacimiento del Niño Jesús, cambia el panorama litúrgico. Podríamos pensar que celebrar un mártir no encaja con el encanto navideño… El martirio de san Esteban, a quien veneramos como protomártir del cristianismo, entra de lleno en la teología de la Encarnación del Hijo de Dios. Jesús vino al mundo para derramar su Sangre por nosotros. Esteban fue el primero que derramó su sangre por Jesús. Leemos en este Evangelio como Jesús mismo lo anuncia: «Os entregarán a los tribunales y (…) seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio» (Mt 10,17.18). Precisamente “mártir” significa exactamente esto: testigo.

Este testimonio de palabra y de obra se da gracias a la fuerza del Espíritu Santo: «El Espíritu de vuestro Padre (…) hablará en vosotros » (Mt 10,19). Tal como leemos en los “Hechos de los Apóstoles”, capítulo 7, Esteban, llevado a los tribunales, dio una lección magistral, haciendo un recorrido por el Antiguo Testamento, demostrando que todo él converge en el Nuevo, en la Persona de Jesús. En Él se cumple todo lo que ha sido anunciado por los profetas y enseñado por los patriarcas.

En la narración de su martirio encontramos una bellísima alusión trinitaria: «Esteban, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios» (Hch 7,55). Su experiencia fue como una degustación de la Gloria del Cielo. Y Esteban murió como Jesús, perdonando a los que lo inmolaban: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado» (Hch 7,60); rezó las palabras del Maestro: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc, 23, 34).

Pidamos a este mártir que sepamos vivir como él, llenos del Espíritu Santo, a fin de que, fijando la mirada en el cielo, veamos a Jesús a la diestra de Dios. Esta experiencia nos hará gozar ya del cielo, mientras estamos en la tierra.

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San Esteban 26 de Diciembre

  



San Esteban 26 de Diciembre

 Protomártir

Siglo I

Dichoso tú Esteban: que por proclamar tu amor a Cristo

 en la tierra te fuiste a acompañarlo a Él en el cielo. 

Haz que seamos muchos, muchísimos los que con 

nuestras palabras y buenas obras nos declaremos 

amigos y seguidores de Jesús en esta vida y 

seamos sus compañeros en el gozo eterno del Paraíso. Amén.

Esteban significa: "coronado" (Esteb: corona).

Este santo se llama "protomártir", porque tuvo el honor de ser el primer mártir que derramó su sangre por proclamar su fe en Jesucristo.

Esteban era uno de los hombres de confianza de los apóstoles. La S. Biblia, en los Hechos de los Apóstoles narra que cuando en Jerusalén hubo una protesta de las viudas y pobres que no eran israelitas porque en la distribución de las ayudas se les daba más preferencia a los que eran de Israel que a los pobres que eran del extranjero, los 12 apóstoles dijeron: "A nosotros no nos queda bien dejar nuestra labor de predicar por dedicarnos a repartir ayudas materiales". Y pidieron a los creyentes que eligieran por voto popular a siete hombres de muy buena conducta y llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, para que se encargaran de la repartición de las ayudas a los pobres. Y entre los siete elegidos, resultó aclamado Esteban (junto con Nicanor, Felipe y otros). Fueron presentados a los apóstoles los cuales oraron por ellos y les impusieron las manos, quedando así ordenados de diáconos (palabra que significa "ayudante", "servidor". Diácono es el grado inmediatamente inferior al sacerdote).

Los judíos provenientes de otros países, al llegar a Jerusalén empezaron a discutir con Esteban que les hablaba muy bien de Jesucristo, y no podían resistir a su sabiduría y al Espíritu Santo que hablaba por medio de él. Siempre les ganaba las discusiones. Lo llevaron ante el Tribunal Supremo de la nación llamado Sanedrín, para acusarlo con falsos testigos, diciendo que él afirmaba que Jesús iba a destruir el templo y a acabar con las leyes de Moisés. Y los del tribunal al observarlo vieron que su rostro brillaba como el de un ángel.

San EstebanEsteban pronunció entre el Sanedrín un impresionante discurso en el cual fue recordando toda la historia del pueblo de Israel (Está en el Capítulo 7 de los Hechos de los Apóstoles) y les fue echando en cara a los judíos que ellos siempre se habían opuesto a los profetas y enviados de Dios, terminando por matar al más santo de todos, Jesucristo el Salvador. Al oír esto, ellos empezaron a rechinar de rabia. Pero Esteban lleno del Espíritu Santo miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la derecha de Dios y exclamó: "Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre en pie a la derecha de Dios". Entonces ellos llenos de rabia se taparon los oídos y se lanzaron contra él.

Lo arrastraron fuera de la ciudad y lo apedrearon. Los que lo apedreaban dejaron sus vestidos junto a un joven llamado Saulo (el futuro San Pablo que se convertirá por las oraciones de este mártir) y que aprobaba aquel delito. Mientras lo apedreaban, Esteban decía: "Señor Jesús, recibe mi espíritu". Y de rodillas dijo con fuerte voz: "Señor, no les tengas en cuenta este pecado". Y diciendo esto, murió. Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban y la comunidad hizo gran duelo por él.


25 de diciembre de 2020

Santo Evangelio 25 de Diciembre de 2020

  


Texto del Evangelio (Lc 2,1-14):

Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de Siria Quirino. Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento.


Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El Ángel les dijo: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Y de pronto se juntó con el Ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace».

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«Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor»


Rev. D. Ramon Octavi SÁNCHEZ i Valero

(Viladecans, Barcelona, España)

Hoy, nos ha nacido el Salvador. Ésta es la buena noticia de esta noche de Navidad. Como en cada Navidad, Jesús vuelve a nacer en el mundo, en cada casa, en nuestro corazón.

Pero, a diferencia de lo que celebra nuestra sociedad consumista, Jesús no nace en un ambiente de derroche, de compras, de comodidades, de caprichos y de grandes comidas. Jesús nace con la humildad de un portal y de un pesebre.

Y lo hace de esta manera porque es rechazado por los hombres: nadie había querido darles hospedaje, ni en las casas ni en las posadas. María y José, y el mismo Jesús recién nacido, sintieron lo que significa el rechazo, la falta de generosidad y de solidaridad.

Después, las cosas cambiarán y, con el anuncio del Ángel —«No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo» (Lc 2,10)— todos correrán hacia el portal para adorar al Hijo de Dios. Un poco como nuestra sociedad que margina y rechaza a muchas personas porque son pobres, extranjeros o sencillamente distintos a nosotros, y después celebra la Navidad hablando de paz, solidaridad y amor.

Hoy los cristianos estamos llenos de alegría, y con razón. Como afirma san León Magno: «Hoy no sienta bien que haya lugar para la tristeza en el momento en que ha nacido la vida». Pero no podemos olvidar que este nacimiento nos pide un compromiso: vivir la Navidad del modo más parecido posible a como lo vivió la Sagrada Familia. Es decir, sin ostentaciones, sin gastos innecesarios, sin lanzar la casa por la ventana. Celebrar y hacer fiesta es compatible con austeridad e, incluso, con la pobreza.

Por otro lado, si nosotros durante estos días no tenemos verdaderos sentimientos de solidaridad hacia los rechazados, forasteros, sin techo, es que en el fondo somos como los habitantes de Belén: no acogemos a nuestro Niño Jesús.


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El Nacimiento del Hijo de Dios

 


El Nacimiento del Hijo de Dios

« Alegrémonos todos en el Señor, porque

nuestro Salvador ha nacido en el mundo. Hoy,

desde el cielo, ha descendido la paz para nosotros. »

(Antifona de Entrada )


La Iglesia en su misión de ir por todo el mundo llevando la Buena Nueva ha querido dedicar un tiempo a profundizar, contemplar y asimilar el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios; a este tiempo lo conocemos como Navidad. Cerca de la antigua fiesta judía de las luces y buscando dar un sentido cristiano a las celebraciones paganas del solsticio de invierno, la Iglesia aprovechó el momento para celebrar la Navidad. En este tiempo los cristianos, por medio del Adviento, se preparan para recibir a Cristo,"luz del mundo" (Jn 8, 12) en sus almas, rectificando sus vidas y renovando el compromiso de seguirlo. Durante el Tiempo de Navidad al igual que en el Triduo Pascual de la Semana Santa celebramos la redención del hombre gracias a la presencia y entrega de Dios; pero a diferencia del Triduo Pascual en el que recordamos la Pasión y muerte del Salvador, en la Navidad recordamos que Dios se hizo Hombre y habitó entre nosotros.

Así como el sol despeja las tinieblas durante el alba, la presencia de Cristo irrumpe en las tinieblas del pecado, el mundo, el demonio y de la carne para mostrarnos su camino a seguir. Con su luz nos muestra la verdad de nuestra existencia. Cristo mismo es la vida que renueva la naturaleza caída del hombre y de la naturaleza. La Navidad celebra esa presencia renovadora de Cristo que viene a salvar al mundo.

La Iglesia en su papel de madre y maestra por medio de una serie de fiestas busca concientizar al hombre de este hecho tan importante para la salvación de sus hijos. Esta sección busca apoyar esta tarea de la Iglesia ofreciendo una serie de breves artículos en los que se muestra la riqueza de la vivencia real y profunda de la Navidad.

24 de diciembre de 2020

Feliz Navidad



Santo Evangelio 24 de Diciembre de 2020

 



 Texto del Evangelio (Lc 1,67-79): 


En aquel tiempo, Zacarías, el padre de Juan, quedó lleno de Espíritu Santo, y profetizó diciendo: «Bendito el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo y nos ha suscitado una fuerza salvadora en la casa de David, su siervo, como había prometido desde tiempos antiguos, por boca de sus santos profetas, que nos salvaría de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos odiaban haciendo misericordia a nuestros padres y recordando su santa alianza y el juramento que juró a Abraham nuestro padre, de concedernos que, libres de manos enemigas, podamos servirle sin temor en santidad y justicia delante de Él todos nuestros días. Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos y dar a su pueblo conocimiento de salvación por el perdón de sus pecados, por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de la altura, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz».

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«Harán que nos visite una Luz de la altura, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas»


Rev. D. Ignasi FABREGAT i Torrents

(Terrassa, Barcelona, España)

Hoy, el Evangelio recoge el canto de alabanza de Zacarías después del nacimiento de su hijo. En su primera parte, el padre de Juan da gracias a Dios, y en la segunda sus ojos miran hacia el futuro. Todo él rezuma alegría y esperanza al reconocer la acción salvadora de Dios con Israel, que culmina en la venida del mismo Dios encarnado, preparada por el hijo de Zacarías.

Ya sabemos que Zacarías había sido castigado por Dios a causa de su incredulidad. Pero ahora, cuando la acción divina es del todo manifiesta en su propia carne —pues recupera el habla— exclama aquello que hasta entonces no podía decir si no era con el corazón; y bien cierto que lo decía: «Bendito el Señor Dios de Israel...» (Lc 1,68). ¡Cuántas veces vemos oscuras las cosas, negativas, de manera pesimista! Si tuviésemos la visión sobrenatural de los hechos que muestra Zacarías en el Canto del Benedictus, viviríamos con alegría y esperanza de una manera estable.

«El Señor ya está cerca; el Señor ya está aquí». El padre del precursor es consciente de que la venida del Mesías es, sobre todo, luz. Una luz que ilumina a los que viven en la oscuridad, bajo las sombras de la muerte, es decir, ¡a nosotros! ¡Ojalá que nos demos cuenta con plena conciencia de que el Niño Jesús viene a iluminar nuestras vidas, viene a guiarnos, a señalarnos por dónde hemos de andar...! ¡Ojalá que nos dejáramos guiar por sus ilusiones, por aquellas esperanzas que pone en nosotros!

Jesús es el “Señor” (cf. Lc 1,68.76), pero también es el “Salvador” (cf. Lc 1,69). Estas dos confesiones (atribuciones) que Zacarías hace a Dios, tan cercanas a la noche de la Navidad, siempre me han sorprendido, porque son precisamente las mismas que el Ángel del Señor asignará a Jesús en su anuncio a los pastores y que podremos escuchar con emoción esta misma noche en la Misa de Nochebuena. ¡Y es que quien nace es Dios!


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El Nacimiento del Hijo de Dios

 


El Nacimiento del Hijo de Dios

« Alegrémonos todos en el Señor, porque

nuestro Salvador ha nacido en el mundo. Hoy,

desde el cielo, ha descendido la paz para nosotros. »

(Antifona de Entrada )

La Iglesia en su misión de ir por todo el mundo llevando la Buena Nueva ha querido dedicar un tiempo a profundizar, contemplar y asimilar el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios; a este tiempo lo conocemos como Navidad. Cerca de la antigua fiesta judía de las luces y buscando dar un sentido cristiano a las celebraciones paganas del solsticio de invierno, la Iglesia aprovechó el momento para celebrar la Navidad. En este tiempo los cristianos, por medio del Adviento, se preparan para recibir a Cristo,"luz del mundo" (Jn 8, 12) en sus almas, rectificando sus vidas y renovando el compromiso de seguirlo. Durante el Tiempo de Navidad al igual que en el Triduo Pascual de la Semana Santa celebramos la redención del hombre gracias a la presencia y entrega de Dios; pero a diferencia del Triduo Pascual en el que recordamos la Pasión y muerte del Salvador, en la Navidad recordamos que Dios se hizo Hombre y habitó entre nosotros.

Así como el sol despeja las tinieblas durante el alba, la presencia de Cristo irrumpe en las tinieblas del pecado, el mundo, el demonio y de la carne para mostrarnos su camino a seguir. Con su luz nos muestra la verdad de nuestra existencia. Cristo mismo es la vida que renueva la naturaleza caída del hombre y de la naturaleza. La Navidad celebra esa presencia renovadora de Cristo que viene a salvar al mundo.

La Iglesia en su papel de madre y maestra por medio de una serie de fiestas busca concientizar al hombre de este hecho tan importante para la salvación de sus hijos. Esta sección busca apoyar esta tarea de la Iglesia ofreciendo una serie de breves artículos en los que se muestra la riqueza de la vivencia real y profunda de la Navidad.

23 de diciembre de 2020

Santo Evangelio 22 de Diciembre de 2020

  


Texto del Evangelio (Lc 1,46-56): 

En aquel tiempo, dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como había anunciado a nuestros padres— en favor de Abraham y de su linaje por los siglos».

María permaneció con Isabel unos tres meses, y se volvió a su casa.

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«Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador»


Rev. D. Francesc PERARNAU i Cañellas

(Girona, España)

Hoy, el Evangelio de la Misa nos presenta a nuestra consideración el Magníficat, que María, llena de alegría, entonó en casa de su pariente Elisabet, madre de Juan el Bautista. Las palabras de María nos traen reminiscencias de otros cantos bíblicos que Ella conocía muy bien y que había recitado y contemplado en tantas ocasiones. Pero ahora, en sus labios, aquellas mismas palabras tienen un sentido mucho más profundo: el espíritu de la Madre de Dios se transparenta tras ellas y nos muestran la pureza de su corazón. Cada día, la Iglesia las hace suyas en la Liturgia de las Horas cuando, rezando las Vísperas, dirige hacia el cielo aquel mismo canto con que María se alegraba, bendecía y daba gracias a Dios por todas sus bondades.

María se ha beneficiado de la gracia más extraordinaria que nunca ninguna otra mujer ha recibido y recibirá: ha sido elegida por Dios, entre todas las mujeres de la historia, para ser la Madre de aquel Mesías Redentor que la Humanidad estaba esperando desde hacía siglos. Es el honor más alto nunca concedido a una persona humana, y Ella lo recibe con una total sencillez y humildad, dándose cuenta de que todo es gracia, regalo, y que Ella es nada ante la inmensidad del poder y de la grandeza de Dios, que ha obrado maravillas en Ella (cf. Lc 1,49). Una gran lección de humildad para todos nosotros, hijos de Adán y herederos de una naturaleza humana marcada profundamente por aquel pecado original del que, día tras día, arrastramos las consecuencias.

Estamos llegando ya al final del tiempo de Adviento, un tiempo de conversión y de purificación. Hoy es María quien nos enseña el mejor camino. Meditar la oración de nuestra Madre —queriendo hacerla nuestra— nos ayudará a ser más humildes. Santa María nos ayudará si se lo pedimos con confianza.


Santo Evangelio 23 de Diciembre de 2020

  


Texto del Evangelio (Lc 1,57-66): 


Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan». Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre». Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos quedaron admirados. Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues, ¿qué será este niño?». Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él.

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«‘¿Qué será este niño?’. Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él»


Rev. D. Miquel MASATS i Roca

(Girona, España)

Hoy, en la primera lectura leemos: «Esto dice el Señor: ‘Yo envío mi mensajero para que prepare el camino delante de Mí’» (Mal 3,1). La profecía de Malaquías se cumple en Juan Bautista. Es uno de los personajes principales de la liturgia de Adviento, que nos invita a prepararnos con oración y penitencia para la venida del Señor. Tal como reza la oración colecta de la misa de hoy: «Concede a tus siervos, que reconocemos la proximidad del Nacimiento de tu Hijo, experimentar la misericordia del Verbo que se dignó tomar carne de la Virgen María y habitar entre nosotros».

El nacimiento del Precursor nos habla de la proximidad de la Navidad. ¡El Señor está cerca!; ¡preparémonos! Preguntado por los sacerdotes venidos desde Jerusalén acerca de quién era, él respondió: «Yo soy la voz del que clama en el desierto: ‘Enderezad el camino del Señor’» (Jn 1,23).


«Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20), se lee en la antífona de comunión. Hemos de hacer examen para ver cómo nos estamos preparando para recibir a Jesús el día de Navidad: Dios quiere nacer principalmente en nuestros corazones.


La vida del Precursor nos enseña las virtudes que necesitamos para recibir con provecho a Jesús; fundamentalmente, la humildad de corazón. Él se reconoce instrumento de Dios para cumplir su vocación, su misión. Como dice san Ambrosio: «No te gloríes de ser llamado hijo de Dios —reconozcamos la gracia sin olvidar nuestra naturaleza—; no te envanezcas si has servido bien, porque has cumplido aquello que tenías que hacer. El sol hace su trabajo, la luna obedece; los ángeles cumplen su misión. El instrumento escogido por el Señor para los gentiles dice: ‘Yo no merezco el nombre de Apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios’ (1Cor 15,9)».


Busquemos sólo la gloria de Dios. La virtud de la humildad nos dispondrá a prepararnos debidamente para las fiestas que se acercan.


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San Juan Cancio 23 de Diciembre

 


San Juan Cancio  23 de Diciembre

Año 1473

Jesús en la Cruz

Se llama así porque nació en la ciudad de Dant, en Polonia.

Cuando era estudiante los compañeros le decían que el ayunar y dejar de comer carne era dañoso para la salud, y les respondía que los antiguos monjes nunca comían carne y ayunaban muchas veces y llegaban hasta los ochenta años llenos de salud física y mental.

Un día estando almorzando vio pasar por frente a la puerta a un mendigo muy hambriento. Salió y le regaló su almuerzo. Sintió entonces una alegría tan grande al recordar que quien atiende al pobre, atiende a Cristo, que después cuando sea profesor de la universidad, todos los días le dará un almuerzo a un pobre. Cuando alguien le decía: "Ya viene el pobre", él añadía: "Ya viene Jesucristo", porque recordaba lo que dijo Jesús: "Yo les diré: tuve hambre y me dieron de comer. Porque todo favor que han hecho a cualquiera de estos mis humildes hermanos, yo lo recibo como si me lo hubieran hecho a Mí en persona" (Mt. 25, 40).

Siendo joven sacerdote lo nombraron profesor de la universidad. Pero otros sintieron envidia contra él por este cargo, e hicieron que lo nombraran como párroco de un pueblo lejano. Allá se hizo querer tanto, que el día que lo trasladaron otra vez hacia la capital, centenares de feligreses lo acompañaron por varios kilómetros, dando grandes demostraciones de tristeza. Él se despidió de ellos con estas palabras: "La tristeza no es provechosa. Si algún bien les he hecho en estos años canten un himno de acción de gracias a Dios, pero vivan siempre alegres y contentos, que así lo quiere Dios".

Nuevamente lo nombraron profesor de la Universidad de Cracovia (que es la segunda ciudad de Polonia) y durante muchos años dio allí la clase de Sagrada Escritura o explicación de la Santa Biblia. Su fama llegó a ser sumamente grande.

Los ratos libres los dedicaba a visitar pobres y enfermos. Lo que ganaba estaba a disposición de los pobres de la ciudad, que muchas veces lo dejaron en la ruina.

En las discusiones repetía lo que decía San Agustín: "Combatimos el pecado pero amamos al pecador. Atacamos el error, pero no queremos violencia contra nadie, la violencia siempre hace daño, en cambio la paciencia y la bondad abren las puertas de los corazones".

Cuando predicaba acerca del pecado lloraba al recordar la ingratitud de los pecadores hacia Dios, y la gente al verlo llorar se conmovía y cambiaba de conducta.

A sus alumnos les repetía estos consejos: "Cuídense de ofender, que después es difícil hacer olvidar la ofensa. Eviten murmurar, porque después resulta muy difícil devolver la fama que se ha quitado".

Sus alumnos y sus beneficiados recordaron con gratitud su nombre por muchos años. Fueron centenares los sacerdotes formados espiritualmente por él. La gente lo llamaba: "el padre de los pobres".

Sintiendo que llegaba la muerte y siendo ya muy anciano, dejó todas las demás actividades y se dedicó únicamente a prepararse bien antes de morir. Y el 24 de diciembre de 1473, rodeado por sus muy amados profesores de la universidad, después de recibir los santos sacramentos, murió santamente.

En su sepulcro se obraron tantos milagros y por su intercesión se consiguieron tan admirables favores, que el Sumo Pontífice lo declaró santo.

También en las universidades se producen santos. Como ejemplo San Cancio, el cual ruegue siempre a Dios por todos los alumnos y profesores de todas las universidades del mundo.

La limosna borra multitud de pecados (S. Biblia).


22 de diciembre de 2020

Santo Evangelio 22 de Diciembre de 2020

  


Texto del Evangelio (Lc 1,46-56): 

En aquel tiempo, dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como había anunciado a nuestros padres— en favor de Abraham y de su linaje por los siglos».

María permaneció con Isabel unos tres meses, y se volvió a su casa.

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«Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador»

Rev. D. Francesc PERARNAU i Cañellas

(Girona, España)

Hoy, el Evangelio de la Misa nos presenta a nuestra consideración el Magníficat, que María, llena de alegría, entonó en casa de su pariente Elisabet, madre de Juan el Bautista. Las palabras de María nos traen reminiscencias de otros cantos bíblicos que Ella conocía muy bien y que había recitado y contemplado en tantas ocasiones. Pero ahora, en sus labios, aquellas mismas palabras tienen un sentido mucho más profundo: el espíritu de la Madre de Dios se transparenta tras ellas y nos muestran la pureza de su corazón. Cada día, la Iglesia las hace suyas en la Liturgia de las Horas cuando, rezando las Vísperas, dirige hacia el cielo aquel mismo canto con que María se alegraba, bendecía y daba gracias a Dios por todas sus bondades.

María se ha beneficiado de la gracia más extraordinaria que nunca ninguna otra mujer ha recibido y recibirá: ha sido elegida por Dios, entre todas las mujeres de la historia, para ser la Madre de aquel Mesías Redentor que la Humanidad estaba esperando desde hacía siglos. Es el honor más alto nunca concedido a una persona humana, y Ella lo recibe con una total sencillez y humildad, dándose cuenta de que todo es gracia, regalo, y que Ella es nada ante la inmensidad del poder y de la grandeza de Dios, que ha obrado maravillas en Ella (cf. Lc 1,49). Una gran lección de humildad para todos nosotros, hijos de Adán y herederos de una naturaleza humana marcada profundamente por aquel pecado original del que, día tras día, arrastramos las consecuencias.

Estamos llegando ya al final del tiempo de Adviento, un tiempo de conversión y de purificación. Hoy es María quien nos enseña el mejor camino. Meditar la oración de nuestra Madre —queriendo hacerla nuestra— nos ayudará a ser más humildes. Santa María nos ayudará si se lo pedimos con confianza.