PIDAMOS AL SAGRADO CORAZÓN, POR LOS AGONIZANTES
I
Miles de almas, pasan cada día de este mundo a la eternidad. Por consiguiente, miles de personas están a todas horas en dolorosa agonía. Y ¿qué es la agonía? Son los últimos instantes concedidos a aquélla alma antes de presentarse al tribunal. Son las últimas luchas entre la gracia de Dios y la sugestión del diablo, en aquel corazón que ambos se disputan toda la vida. Son momentos preciosos, de los cuales, así puede salir una eternidad feliz, como una eternidad desventurada. Al paso que se le van acabando al cuerpo sus fuerzas; mientras va faltándole al pecho la respiración, a los ojos la luz, a los miembros el calor y el movimiento, va acercándose el alma a aquélla región de la cual no se puede volver atrás.
Esto es agonizar, esto es morir. ¡Y miles de hermanos nuestros están cada día, ahora mismo, en este preciso instante, en este trance tan angustioso! Roguemos por ellos hoy y cada día al Sagrado Corazón de Jesús!
¡Oh Corazón Divino, que agonizaste en el Huerto y en el Calvario! sé luz y consuelo de estos hermanos nuestros en su dolorosa agonía. Mira bondadoso a estas almas privadas de todo humano consuelo, y que pendientes entre el cielo que desean y el infierno que temen, colocadas entre el tiempo que les huye y la eternidad que les viene encima, no tienen ya a quien volverse más que a Ti.
¡Corazón agonizante de nuestro divino Salvador! Sé Tú el bálsamo Cordial para esos hermanos nuestros en su angustiosa situación!
Medítese unos minutos.
II
Un día seremos nosotros los que nos hallaremos en agonía. Los que varias veces hemos presenciado en otros, por nosotros pasará y en nosotros lo verán entristecidos nuestros amigos. Dirán que llegó el fin para nosotros, la hora de abandonar este mundo, al que hemos entregado, quizás con demasía, nuestro pobre corazón.
¡Corazón de Jesús! Cuando me falte todo, y todo me huya, y todo me desampare Tú no me dejarás. ¡Oh dulce Amigo mío! De Ti espero el mejor consuelo que fortalecerá mi espíritu acongojado y calmará su agitación e inquietud; de Ti aguardo, por medio de los Santos Sacramentos, el último abrazo de paz y reconciliación.
Pero entretanto, miles de hermanos nuestros se hallan cada día en estas angustias, y te ruego los socorras. Mientras como, descanso, trabajo, rezo o me divierto, esas almas se hallan pendientes en su suerte eterna de este último combate decisivo. ¡Oh amado Corazón de Jesús! Por aquellas tres amarguísimas horas que en el lecho de la Cruz te vieron cielos y tierra agonizante y moribundo, socorre en ese trance a los hijos de tu Sagrado Corazón
Medítese, y pídase la gracia particular.
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