DEMOS GRACIAS AL SAGRADO CORAZÓN POR LOS BENEFICIOS QUE ESPERAMOS RECIBIR EN LA GLORIA
I
Las misericordias que dispensa el Señor acá en la tierra a sus criaturas no son más que una pálida sombra de las inefables que reserva para ellas en la eternidad. El cielo será nuestro estado perfecto, y allí será realizado el ideal más perfecto de felicidad que pueda imaginarse siquiera ahora el hombre en sus más optimistas ensueños. O mejor, será tal nuestra dicha, que ni en la más pequeña proporción le es dado imaginarla a la fantasía humana. Si una gota sola de sus consuelos que derrame hoy el Señor en nuestro corazón basta para que olvide éste sus mayores tristezas y quebrantos, ¿qué será colmarlo en aquel mar sin fondo de bienaventuranza y de paz? Si unos destellos de su perfección y belleza ha querido dejar el Autor de lo creado en algunas de sus criaturas, y que el arte inspirado por El reproduce en sus obras maestras, así nos eleva y perfecciona el alma, ¿qué será ver cara a cara a la suprema Belleza y perfección, que abiertamente y sin velos se comunica a sus elegidos? Allí existe la salud sin el menor riesgo de enfermedad o molestia; allí la vida sin la dolorosa perspectiva de una muerte próxima o lejana; allí el amor sin tibieza ni desfallecimiento; allí la fiesta perpetua del alma sin tregua en el regocijo. El aleluya glorioso que allí se canta no es como acá, mezclado con los gemidos de la persecución o con las voces de combate. Ni se vence allí con fatigas y sudores, sino que se reina pacíficamente. Vivir con lo que significa de más absoluto la palabra vida; gozar con lo que tiene de más puro y embriagador la palabra goce; amar con la mayor plenitud y alcance que es dado concebir en la palabra amor. He aquí lo que me promete Dios; he aquí lo que me reserva.
¡Gracias, Corazón de Jesús, gloria de los bienaventurados, sol de la felicísima ciudad de Dios! Gracias por esos dones que por Ti esperamos, y que mediante tu gracia y nuestras buenas obras estamos seguros de poseer.
Medítese unos minutos.
II
Alma mía, alza los ojos a ese cielo azul repleto de estrellas por la noche y de día radiante de claridad; álzalos y contempla allí tu patria, el dulce hogar de tu padre, la mansión feliz que en breve va a ser tu patrimonio. Esa región maravillosa de paz, de felicidad y eterna bienaventuranza, con sus Ángeles y Santos, con la Reina gloriosa de ellos, María, con la Humanidad resplandeciente de Cristo, con la augusta majestad de la Trinidad Beatísima, todo, todo es para ti. Ensancha tu corazón, dilata lo más que puedas tu imaginación, sé codiciosa hasta donde pueda creerlo tu más exigente anhelo; todo excederá tus esperanzas, todo sobrepujará tu ilusión. No bienes perecederos que la muerte arrebata; no amores inconstantes que la edad marchita y la ausencia entibia; no fortuna incierta y veleidosa que a la menor vicisitud se cambia; nada de eso con que prometiéndote el mundo hacerte feliz te hace profundamente desgraciada, nada de eso será tu recompensa. Contempla la grandeza de tu porvenir, lo magnífico de tus esperanzas. Enciéndete en ardor de poseerlas, y dale mil gracias al Corazón Divino, que es quien te las ha de proporcionar.
¡Oh Sagrado Corazón de Jesús! No quiero esperar recibir tus grandiosos dones para mostrarme agradecido. El hijo que sabe que su padre le dará parte de su herencia, no espera darle las gracias cuando ya esté en posesión del patrimonio. No, el testamento en que se le promete, equivale ya para él a un título de posesión. Y esta página la has escrito Tú repetidas veces en tu testamento, y en ella me has nombrado infinidad de veces a mí, nada y ceniza, como heredero de tu gloria. ¡Gracias, soberano Señor! Te tributamos las gracias, aquí presentes en este día de tu devoto mes, y anhelamos todos los que aquí estamos, reunirnos contigo en el cielo para cantar el gran himno de acción de gracias allí en unión del Padre y del Espíritu Santo, a quien sea toda alabanza, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. Amén.
Medítese, y pídase la gracia particular.
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