23 de febrero de 2019

El amor cristiano a los enemigos



 EL AMOR CRISTIANO A LOS ENEMIGOS

Por Gabriel González del Estal

1. A vosotros los que me escucháis os digo: haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian… Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso… Amad a vuestros enemigos.

Debemos tener en cuenta que el amor cristiano llega mucho más lejos que el amor puramente afectivo y sentimental. Afectiva y sentimentalmente no podemos amar a todas las personas que conocemos y con las que nos relacionamos, porque el amor puramente afectivo y sentimental depende de unas causas psicológicas que nuestra voluntad no siempre puede controlar y dirigir. Pero el amor cristiano, el que Cristo nos pide, es otra cosa: es querer el bien para todos, incluidos los enemigos, y no desear nunca el mal a nadie. En este sentido, sí podemos afirmar con rotundidad que un cristiano sí pude y debe bendecir a los que le maldicen y orar por los que le calumnian. Tampoco debemos confundir nunca el amor cristiano con el olvido de los males que algunas personas nos hayan hecho. Podemos perdonar siempre, aunque no siempre podamos olvidar. El ejemplo supremo para un cristiano debe ser siempre Cristo y Cristo perdonó a sus enemigos y rezó a su Padre para que les perdonara: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” dijo en la cruz, refiriéndose a los que le estaban matando violenta y cruelmente. Y es que el corazón de Cristo era el corazón de Dios que, como nos dice hoy el salmo 102, el salmo responsorial, es un corazón compasivo y misericordioso, que perdona todas nuestras culpas y nos colma de gracia y de ternura. Los que queremos ser buenos cristianos amemos, pues, a todas las personas, incluidos nuestros enemigos, bendigamos a los que nos maldicen y oremos por los que nos calumnian. Quizá lo que más fácilmente podemos hacer siempre es rezar por los que nos quieren mal y nos hacen el mal. Oremos, por tanto, como buenos cristianos, por todos, amigos y enemigos, por los que hablan bien de nosotros y por los que hablan mal, por los que nos quieren bien y por los que nos quieren mal. Esto es lo que nos exige nuestro amor cristiano, el amor de Cristo.

2. Abisay dijo a David: Dios pone hoy al enemigo en tu mano. Déjame que lo clave de un golpe con la lanza en la tierra. No tendré que repetir. David respondió: No acabes con él, pues ¿quién ha extendido su mano contra el ungido del Señor y ha quedado impune?

La escena que nos relata hoy el libro de Samuel entre el rey Saúl y el que sería el rey más famoso de Israel, David, la conocemos bien todos los que hemos leído la Biblia. El rey Saúl consideraba a David su enemigo y quería matarlo porque este era más querido que él por el pueblo. Al futuro rey David se le presenta ahora la oportunidad de matar a su rey legítimo y ser nombrado él mismo rey de Israel. David renuncia a matar a su rey porque lo considera “el ungido de Yahvé”. Aún hoy día la actitud de David, renunciando a matar a su enemigo, el rey, nos parece de una grandeza de ánimo inmensa y nos enseña a valorar en su justa medida a todos los que legal y socialmente están por encima de nosotros. Aprendamos a distinguir entre la bondad y el justo comportamiento de los cargos políticos y sociales por un lado y el respeto que debemos tener siempre a su autoridad legítima, por otro, aunque no aprobemos su comportamiento.

3. Hermanos: El primer hombre, Adán, se convirtió en ser viviente. El último Adán, en espíritu vivificante. Pero no fue primero lo espiritual, sino primero lo material y después lo espiritual.

Así es nuestra condición humana, como nos dice muy bien san Pablo en esta su primera carta a los Corintios. Como seres humanos, somos descendientes de Adán y de Cristo, pero como cristianos debemos saber comportarnos siempre en nuestra vida diaria como auténticos discípulos de Cristo. Esto no es nada fácil, porque los frutos de la carne se oponen a los frutos del espíritu y el hombre viejo se resiste a dejarse dirigir por el hombre nuevo. Que se lo pregunten al mismo san Pablo, cuando él mismo nos dice que más de una vez hace lo que no quiere y no hace lo que, como hombre nuevo, querría hacer. Esta lucha la vamos a tener dentro de nosotros hasta que nos muramos; no renunciemos nunca a la misma, aunque a veces nos cueste mucho. Como buenos cristianos tratemos de ser siempre buenos discípulos de Cristo.

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