NO SIEMPRE LOS PLANES DE DIOS SON LOS PLANES DEL HOMBRE
Por Gabriel González del Estal
1.- Dios sí quiere que nuestros planes coincidan con sus planes, pero somos nosotros los que muchas veces hacemos esto imposible. Por nuestra inclinación al mal, por nuestro egoísmo, por nuestro materialismo, por no obedecer humildemente los planes de Dios, hacemos muchas veces imposible que los planes de Dios se cumplan en nuestras vidas. Los planes de Dios son siempre la justicia, el amor, la paz. Dios sí quiere que todos sus hijos puedan vivir dignamente y sean humana y cristianamente felices, pero somos nosotros, los humanos, los que, con nuestro egoísmo y maldad, creamos divisiones injustas y hacemos posible que, mientras a algunos les sobren muchas cosas superfluas, a otros les falten muchas cosas necesarias. También es verdad que los hombres, las personas humanas, somos limitados e imperfectos en nuestro entender y en nuestro obrar. Más de una vez los planes de Dios nos sorprenden y nos descolocan, porque no los entendemos. En estos casos, debemos aceptar con humildad y confianza en Dios los acontecimientos personales, familiares o sociales, que nos cuesta entender y explicar. ¿Por qué mueren tantos niños inocentes, por qué, como consecuencia de un terremoto o un huracán, sufren y mueren muchas personas buenas que siempre desearon cumplir la voluntad de Dios?, ¿por qué?, ¿por qué?... Humildad y confianza en Dios, a pesar de todo. Fijémonos ya concretamente en el evangelio de este domingo, según san Mateo.
2.- El Reino de los cielos se parece a un propietario que salió a contratar jornaleros para su viña. El propietario de esta viña pagó lo mismo a los jornaleros que habían trabajado todo el día, que a los que habían trabajado menos horas. ¿Fue injusto este propietario? Según las costumbres de la época, según los planes de los hombres, sí, pero según los planes de Dios, no. ¿Por qué? Porque el propietario de la parábola, que se parece al Reino de los cielos, no se fijó en la cantidad de horas que habían trabajado unos u otros, sino en la misma voluntad de trabajar que habían tenido todos los jornaleros que habían ido a la plaza a buscar trabajo. Por qué habían contratado a unos antes que a otros no lo sabemos, pero, según la parábola, parece que todos habían ido a la plaza con la misma voluntad de trabajar. El propietario no hizo distinción entre jornaleros y jornaleros, entre los más fuertes, o los más ricos, o los más amigos, y los más débiles, o los más pobres, o los menos conocidos. Por supuesto, la frase final: los últimos serán los primeros y los primeros los últimos, tiene un significado histórico y teológico. Se refiere a que los judíos, que fueron los primeros llamados al Reino de Dios, serían los últimos en entrar en él, mientras que los paganos, que fueron los últimos llamados, serían los primeros. San Pablo explicará después esto mismo en muchas ocasiones.
3.- Mis planes so son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos. El profeta Isaías contrapone directamente en este texto los planes de los malvados y criminales con los planes de Dios. Dios, mediante el profeta, pide a los malvados que se arrepientan de sus malas acciones, con la seguridad de que el Señor tendrá piedad de ellos y les perdonará. El perdón de Dios, les dice, es superior al pecado del ser humano. Aceptemos nosotros siempre la voluntad de Dios en nuestras vidas y, aunque algunas veces nos equivoquemos y pequemos, si sabemos pedir perdón Dios es seguro que nos perdonará. Ante Dios, la humildad y el amor tienen siempre la última palabra, porque el Señor está siempre cerca de los que le invocan, como nos dice el salmo 144.
4.- Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir. Pero si el vivir esta vida mortal me supone trabajo fructífero no sé qué escoger. San Pablo, como sabemos, creía firmemente en la resurrección con Cristo, cuando Cristo volviera en la segunda y definitiva venida que él creía que iba a ser inmediata. Por eso, el morir para san Pablo era una ganancia porque dejaría de sufrir y se incorporaría para siempre a Cristo. Pero él también sabía que había sido el mismo Cristo el que le había dado la vocación de predicar el evangelio a los gentiles y, por tanto, su trabajo era fructífero. Si para él su vida es Cristo debe aceptar el vivir para los demás, por Cristo, aunque para esto tenga que sufrir en esta vida mortal Este mismo sentimiento lo han tenido también otros santos del cristianismo y podemos tenerlo también en algún momento nosotros, cuando la vida nos resulte demasiado dura y penosa. Lo importante es que todos nosotros hagamos en cada momento lo que Dios nos pide y dejemos después que sea el mismo Dios el que decida la hora de nuestra muerte y de nuestra unión definitiva y gloriosa con Cristo. Pidamos al Señor que nuestros planes coincidan siempre con sus planes.
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