¡Queridos Hermanos y Hermanas!
Bajo el Corazón de la Madre fue concebido el Hombre. El Hijo de Dios fue concebido como Hombre. Para venerar el momento de esta Concepción, es decir, el misterio de la Encarnación, nos unimos en la plegaria del Ángelus. Bajo la luz del momento de la Concepción, bajo la luz del misterio de la Encarnación miramos toda la vida de Jesús, nacido de María. Siguiendo las invocaciones de las Letanías, tratamos de describir en cierto sentido esta vida desde el interior: a través del Corazón.
2. En el corazón reside la profundidad del hombre. Y, en todo caso, indica la medida de esa profundidad, tanto en la experiencia interior de cada uno de nosotros, como en la comunicación interhumana. La profundidad de Jesucristo, indicada con la medida de su Corazón, es incomparable. Supera la profundidad de cualquier otro hombre, porque no es solamente humana, sino al mismo tiempo divina.
3. Esta divina-humana profundidad del Corazón de Jesús es la profundidad de las virtudes: de todas las virtudes. Como un verdadero hombre Jesús expresa el lenguaje interior de su Corazón mediante las virtudes. En efecto, analizando su conducta se pueden descubrir e identificar todas estas virtudes, como históricamente emergen del conocimiento de la moral humana: las virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) y las otras que derivan de ellas. (Estas virtudes las han poseído en grado elevado los santos siempre con la gracia divina)
4. La invocación de las Letanías habla de forma muy bella de un "abismo" de las virtudes de Jesús. Este abismo, esta profundidad, significa un grado especial de la perfección de cada una de las virtudes y su poder particular. Esta profundidad y poder de cada una de las virtudes proviene del amor. Cuanto más enraizadas están en el amor todas las virtudes, tanto mayor es su profundidad.
Hay que añadir que, además del amor, también la humildad decide la profundidad de las virtudes, Jesús dijo: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29).
5. Al recitar el Ángelus, recemos a María para que nos acerque cada vez más al Corazón de Su Hijo; para que nos ayude a aprender de Él, sus propias virtudes.
San Juan Pablo II
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