Oración
Corazón amantísimo de Jesús digno de todo amor y de toda mi adoración; movido por el deseo de reparar y de lavar las ofensas graves y numerosas hechas contra ti, y para evitar que yo mismo me manche de la culpa de la ingratitud, te ofrezco y te consagro enteramente mi corazón, mis afectos, mi trabajo y todo mi ser.
Por cuanto son pobres mis méritos, ¡oh Jesús!, te ofrezco mis oraciones, mis actos de penitencia, de humildad, de obediencia y de las demás virtudes que practicaré hoy y durante mi vida entera hasta el último suspiro.
Propongo hacer todo por tu gloria, por tu amor y para consolar a tu Corazón. Te suplico aceptes mi humilde ofrecimiento por las manos purísimas de tu Madre y Madre mía María.
Dispón de mí y de mis cosas, Señor, según el beneplácito de tu Corazón. Amén.
15. -EL VALOR DE LA ORACIÓN
Jesús invita, recomienda, impone la oración, une a ella toda gracia, toda bendición hasta la salvación eterna. Él mismo reza por todas partes y siempre: en el templo, en el Huerto de los Olivos, en el monte, sobre las aguas, en las plazas y en las sinagogas.
San Pedro corre el peligro de hundirse en las aguas y reza; la oración lo fortifica. Marta y María piden llorando ante Jesús en la hora del dolor y la oración las consuela.
Rezan los Apóstoles en el cenáculo y la oración hace descender al Espíritu Santo con sus dones celestiales. Y tú, ¿cuándo rezas? ¿Sólo cuando estás enfermo o cuando quieres que algo te salga bien?
Reza siempre porque siempre tienes necesidad de permanecer junto a tu Dios.
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