SOBRA ALGO, FALTA ESPÍRITU
Por Javier Leoz
Con la Solemnidad de Pentecostés alcanzamos el final de este tiempo, de vida y de resurrección, de plenitud y de redención que hemos vivido durante toda la Pascua.
1.- El mandato que recibimos en el día de la Ascensión “Id y anunciad” lo iniciamos con Aquel en el que se sostiene toda la misión de Jesús: el Espíritu Santo.
-Sin Él, sin Pentecostés, nuestras obras pueden ser muchas, pero sin calado eterno. Es como aquel arquitecto que diseñaba y levantaba un gran edificio, pero no lograba su propósito de alcanzar el cielo ni que, en el interior de su construcción, los moradores estuvieran cómodos.
-Pentecostés nos eleva y nos comunica la fuerza de Dios para cimentar su Iglesia. Nos empuja para que no nos detengamos por los caminos ante las dificultades con las que choca nuestro deseo de evangelizar.
-Pentecostés nos hace buscar y anhelar más lo que nos une que aquello que nos separa. Si Dios es amor, el Espíritu Santo, nos comunica ese potencial de adhesión a Cristo y, desde Cristo, a los hermanos.
-Pentecostés es vida espiritual. No podemos subsistir sin el Espíritu de Dios. Estamos muy acostumbrados a vivir según las medidas del mundo que hemos olvidado ese gran tesoro que Jesús nos transmite: su Espíritu Santo ¿Por qué esa separación entre vida espiritual y vida activa? ¿No sería bueno llevar a cabo nuestras acciones apostólicas, políticas, económicas, sociales, lúdicas…sin olvidar lo qué somos y a qué aspiramos?
-Pentecostés, además, es llamada a la humildad. No podemos transformar las estructuras del mundo (las de nuestra familia, escuela, pueblo, ciudad, parroquia) o las nuestras personales, con nuestro propio esfuerzo o criterio. Sólo con el Espíritu lograremos alcanzar aquello que urge una renovación o un cambio.
2.- Hoy damos gracias a Dios por la Iglesia. No es una mera dispensadora de Sacramentos. Mucho menos una estación de servicios (aunque algunos la vean o la utilicen de esa forma). La Iglesia se renueva y está constantemente preñada por la presencia del Espíritu Santo. En Él está su fuerza, su potencial, su riqueza y su motor para seguir anunciando que Jesús es el Señor, principio y fin de todo.
-Sobran en nuestra Iglesia muchas palabras (a veces hasta sacramentos no dignamente celebrados) y hacen falta profetas. Hombres y mujeres, de carne y hueso, que sin temor y con atrevimiento anuncien que Cristo sigue vivo. Que no es Alguien que quedó en el ayer.
-Sobran desafinamientos y desatinos (que merman nuestros afanes apostólicos) y es necesario personas que cuenten y canten la vida, muerte, pasión y resurrección de Cristo.
-Sobran lamentos, críticas y, con el Espíritu, se precisa de manos dispuestas a curar heridas, a cerrar grietas por las que se desangra muchas veces nuestra comunión, nuestra fraternidad.
-Sobran regidores, funcionarios, asalariados y hace falta gente que, sin sentirse ni gobernados ni sumisos, pongan al servicio de la comunidad, de la Iglesia, todos los talentos y carismas, dones y aptitudes que el Espíritu nos ha concedido. Hoy, nuestra Iglesia, más que dinámicas, reuniones, proyectos o planes pastorales necesita interrogarse sobre si, al Espíritu Santo, le dejamos el espacio debido y suficiente para que Él sea artífice, principio y fundamento de todo lo que hacemos, pensamos, soñamos o decimos.
En plena crisis económica, por lo menos aquí en España, necesitamos un soplo del Espíritu que nos conceda un poco de paz y de calma (no solamente en los bolsillos). Que ÉL nos conceda ese oasis de felicidad y de ternura, de sosiego y de optimismo, de futuro y de bienestar espiritual y material que tanto necesitamos.
¡Ven, Espíritu Santo y llena nuestra vida de la presencia de Dios!
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