4 de febrero de 2018

El Señor sigue intercediendo por la humanidad doliente



 EL SEÑOR SIGUE INTERCEDIENDO POR LA HUMANIDAD DOLIENTE

Por Antonio García-Moreno

1.- ¡AY DE MÍ SI NO EVANGELIZARA! -El corazón de Pablo se expansiona con los cristianos de Corinto. En el pasaje paulino de hoy, nos aclara que la razón de que él predique el Evangelio de Cristo no está en su propia voluntad, sino en la de Dios. "No tengo más remedio, dice, y ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio".

La sinceridad del apóstol es muy grande. Confiesa que el predicar el mensaje de Cristo le cuesta, se le hace a menudo duro y difícil. Y es lógico que sea así, ya que en muchas ocasiones tendrá que enfrentarse con los hombres, echarles en cara sus negligencias, sus miserias, sus maldades. Y decir verdades que hieran, señalar soluciones que son heroicas. Hablar de la cruz cuando el hombre tiene como ley la del mínimo esfuerzo.

Pero ¡ay del apóstol si no evangelizara!, ¡ay del que calle cuando tiene el derecho y la obligación de hablar! El silencio de un enviado de Dios, además de una vil cobardía, es un gran pecado que puede ser la causa del daño más grande para un hombre, la pérdida de la fe.

Pablo hace alarde de su libertad en más de una ocasión. En la lectura de hoy, habla una vez más de su condición de hombre libre que ama la libertad. Sin embargo, dice a continuación, que siendo del todo libre, se hace siervo de todos para salvarlos a todos, se hace judío con los judíos para ganar a los judíos. Detalladamente explica cómo se hace todo para todos, para salvarlos a todos.

Es una consecuencia de su amor a Dios y a los hombres. Con tal de salvarlos está dispuesto a los más grandes sacrificios. De ahí esa enorme transigencia con las personas, esa delicadeza en el trato, esa comprensión sin límites. Con esta postura de comprensión hacia las personas, contrasta su firme intransigencia a la hora de defender los principios del Evangelio. Con motivo de esto llega a decir que si un ángel del cielo bajase y les anunciara un evangelio distinto, ese ángel sería un hereje digno del anatema. Hay cosas que son intocables para el hombre, por la sencilla razón de que Dios lo ha determinado así. El contenido de la fe es un depósito que Cristo ha confiado a sus apóstoles y que nadie puede en absoluto cambiar nunca.

2.- ACCIÓN Y ORACIÓN DE CRISTO.- Jesús fue muy amigo de sus amigos. Supo querer a quienes había elegido para que le ayudaran en la gran tarea que le había traído al mundo. Así muchas veces lo contemplamos en el Evangelio rodeado de sus discípulos, departiendo con ellos con sencillez y cordialidad. Él participa de sus preocupaciones y problemas, entra en sus casas, conoce y trata a los familiares de los suyos. Es bonito ver al Maestro que viene a la casa de Pedro a curar a su suegra, a quitar la fiebre a esa pobre viejecita que sufría, seguramente por verse incapaz de ayudar y dando trabajo a los demás.

Qué contenta debió sentirse al verse curada. Cómo sonreirían los discípulos al verla afanosa por servir al Maestro y los que le acompañaban. Es una escena entrañable de la vida familiar, que Jesús bendice con su presencia bienhechora. Lección de buenas relaciones entre quienes con alguna frecuencia hay desavenencias y celos, cuando no rencor e incomprensión. El Señor nos enseña a preocuparnos por los ancianos enfermos. La suegra de Pedro nos anima con su ejemplo a saber servir, también cuando los muchos años pesan.

Continúa el texto evangélico diciendo que la gente se agolpaba para ver a Jesús. Podemos afirmar que también ahora las muchedumbres se sienten atraídas por el Señor y acuden tras de él, ávidas de su palabra y de su consuelo, necesitadas de la curación de tantas llagas como a veces laceran el corazón humano. El Señor sigue intercediendo por la Humanidad doliente. Sus manos de taumaturgo siguen bendiciendo por medio de su máximo representante, el Sumo Pontífice, así como a través del más humilde de sus sacerdotes. Su Palabra sigue descendiendo como lluvia suave sobre nuestra tierra reseca, para limpiar y fecundar, para despertarnos a la vida y a la esperanza.

Nos dice luego el pasaje que hoy contemplamos que Jesús, aunque asediado por las multitudes, buscaba el silencio para orar a Dios por los hombres. También nosotros, a pesar de estar metidos en tantas tareas humanas, hemos de buscar el silencio para escuchar a Dios, para hablarle sin palabras quizás. De lo contrario la vorágine de los días y las cosas nos envolverá, arrastrándonos hacia la superficialidad y el vacío interior.

Aunque parezca un contrasentido, para llegar al corazón del hombre tenemos que penetrar primero en el de Dios. Y esto sólo se consigue a través de la oración, sobre todo de la mental, la que nos pone en sintonía con el sentir de Dios, la que nos alcanza su perspectiva luminosa.

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