“Nadie va al Padre sino por mi”
“¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y unidad esencia!”. Dios es eterna beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada. Tal es el “designio benevolente” (Ef 1,9) que concibió antes de la creación del mundo en su Hijo amado, “predestinándonos a la adopción filial en él”(Ef 1, 4-5), es decir, “a reproducir la imagen de su Hijo” (Rm 8,29) gracias al “Espíritu de adopción filial (Rm 8,15). Este designio es una “gracia dada antes de todos los siglos” (2Tm 1,9-10), nacido inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en la obra de la creación, en toda la historia de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia.
Toda la economía divina es la obra común de las tres personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y misma operación… Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento: “uno es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas, un solo el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas. Son, sobre todo, las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del envío del Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las personas divinas.
El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas divinas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (Jn 17,21-23) Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: “Si alguno me ama -dice el Señor- guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23). “¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mi misma para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz , ni hacerme salir de ti, mi Inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu misterio! Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora” (Beata Isabel de la Trinidad).
Catecismo de la Iglesia Católica
§ 257-258, 260
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