San Apolinar obispo y mártir 23 de julio
(s. II)
Los antiguos martirológios transmiten la noticia de que San Apolinar fue el primer obispo de Ravena, en el norte de Italia, y que murió mártir, según parece, a fines del siglo II. Pero estas mismas noticias y otras que sobre él se nos transmiten están envueltas en el misterio y rodeadas de multitud de leyendas.
Lo más seguro respecto de este Santo, tan celebrado por otra parte en la antigüedad, es lo siguiente:
San Pedro Crisólogo, obispo de Ravena en la segunda mitad del siglo V (432-452), nos dice en el sermón 128 que Apolinar fue el primer obispo de Ravena y el único mártir de la ciudad. Ahora bien, especificando algo más el concepto de martirio de este Santo, nos comunica a través de ponderaciones oratorias que, de hecho, no murió por efecto de los tormentos y con la efusión de su sangre, por lo cual no podía ser considerado con rigor como mártir. Sin embargo, añade que los trabajos que tuvo que sufrir en el gobierno de su iglesia y la paciencia que mostró en todos ellos, que a veces llegó a la efusión de sangre, permiten considerarle en nada inferior a los mártires. En efecto, según dice él estuvo siempre dispuesto al supremo sacrificio y a punto de ser sacrificado cuando se dejó convencer por las oraciones de su grey, y quedó todavía algún tiempo en este mundo, difiriendo el cumplimiento de sus deseos.
Tales son las noticias que, en substancia, nos comunica San Pedro Crisólogo sobre San Apolinar. Por otra parte, según una fórmula de juramento usada en Ravena desde fines del siglo VI, transcrita por San Gregorio, aparece claramente que entonces se daba comúnmente a San Apolinar el título de mártir. Por lo demás, los martirológios posteriores, a partir de este tiempo, transmiten constantemente la noticia de que San Apolinar de Ravena murió mártir.
Asimismo se admite generalmente que San Apolinar es el obispo más antiguo y Ravena la primera diócesis de la alta Italia. Así lo atestiguan F. Savio en sus investigaciones sobre los obispados de la Lombardía y Harnack en su célebre estudio Sobre la extensión del cristianismo en el siglo III. Ambos suponen que San Apolinar gobernó la diócesis de Ravena en la segunda mitad del siglo II. Por otra parte, tanto de las expresiones de San Pedro Crisólogo y de San Gregorio Magno como de otras de Fortunato en su Vida de San Martín, se deduce que el cuerpo de San Apolinar era venerado en Ravena.
Y con esto entramos en terreno plenamente histórico, del que poseemos abundantes noticias. A partir del siglo VI San Apolinar se constituye en un santo sumamente venerado en la Edad Media, a medida que la ciudad de Ravena iba ganando en significación, estableciendo una verdadera competencia con Roma. Consta, en efecto, que ya desde el año 500 San Apolinar goza de gran veneración en toda la llanura del Po, por lo cual su nombre es incluido en el canon del rito ambrosiano. Durante el gobierno del obispo de Ravena, Ursicino (534-538), se construye en honor de San Apolinar una iglesia en Classe, en las afueras de la ciudad. Un rico banquero llamado Julián contribuye a su extraordinaria magnificencia, y su consagración, verificada con gran pompa en 549 por el obispo Maximiano, marca el principio de una nueva era para Ravena; pues, realizada por Justiniano I (527-565) la conquista del sur y centro de Italia y constituida Ravena en capital de este territorio bizantino, se inicia el período de grandeza de esta ciudad. Desde entonces una de sus tendencias es ofuscar en lo posible la grandeza de Roma, a lo cual contribuyen eficazmente los emperadores bizantinos desde el Oriente, con su constante oposición a los Romanos Pontífices.
Ahora bien, una de las bases sobre la cual se funda la exaltación de Ravena en competencia con Roma es su primer obispo San Apolinar y la gran basílica levantada en su honor en Classe. Por eso, como Roma posee en la basílica Constantiniana el venerado sepulcro de su primer obispo, San Pedro, también se comienza a honrar con gran veneración el sepulcro de San Apolinar, llevado con gran pompa por el obispo Maximiano a la nueva basílica, trasladándolo a ella juntamente con el sarcófago o arca primitiva. Así lo atestigua una inscripción, conservada todavía en nuestros días en la nave lateral. Por ella se puede comprobar este doble hecho: por una parte, la presencia del cuerpo de San Apolinar en la nave lateral de la basílica, y, por otra, la traslación del mismo verificada por el obispo Maximiano.
Sobre esta base, pues, se continuó trabajando por la grandeza de Ravena y de su primer obispo, San Apolinar. Como los emperadores bizantinos dominaban en Roma, erigieron dos capillas en la misma basílica de San Pedro en honor de San Apolinar: la primera, ya a principios del siglo VI; la segunda, entre los años 625 y 638. Se trataba, pues, de introducir en Roma misma el culto de San Apolinar. Entretanto continuaba el esfuerzo que hacía Ravena por enaltecer la veneración del Santo. Así, su obispo Mauro (642-671) verificó un nuevo traslado de su sarcófago, colocándolo en el centro de la iglesia y esculpiendo sobre láminas de plata la historia del mártir, y, como complemento de toda esta campaña de exaltación de San Apolinar, surgió en este tiempo la leyenda en torno suyo, la Pasión de San Apolinar.
Es interesante, para conocer el espíritu del tiempo, considerar la facilidad con que se introdujeron en el ambiente popular los rasgos del patrono de Ravena, claramente legendarios.
En efecto, según esta Pasión, Apolinar era uno de los discípulos de San Pedro y con él vino de Antioquía a Roma en tiempo del emperador Claudio (41-54). Enviado, pues, por el Príncipe de los Apóstoles para predicar el Evangelio en Ravena, se dirigió a esta ciudad, donde obró estupendos milagros, con los cuales se convencieron sus habitantes de la misión divina que les traía. De este modo recibieron el bautismo muchos de ellos, en particular un tribuno muy influyente y un patricio llamado Bonifacio. Tan notables y numerosas conversiones exasperaron a los sacerdotes de los ídolos y a muchos fanáticos paganos, los cuales atormentaron inhumanamente al apóstol, por lo cual se vio forzado a ocultarse, después de doce años de fecunda labor en la ciudad.
Pasado algún tiempo emprendió una nueva campaña de apostolado, obrando grandes milagros, por lo cual un delegado del nuevo emperador, Nerón (56-68), empleó contra él toda clase de medios para inducirle a que abandonara el culto de Cristo y ofreciera incienso a Júpiter; de aquí pasó a las amenazas; mas, viendo que ni los halagos ni las amenazas lograban doblegar su férrea constancia, le hizo azotar bárbaramente y aplicar otros tormentos, y, como no consiguiera rendirlo, le cargó de cadenas, y arrojó a un horrible calabozo, de donde partió poco después desterrado a Grecia.
Embarcado juntamente con otros tres clérigos, tuvo que sufrir una horrorosa tempestad; mas, llegado a Corinto, evangelizó la región de Misia, donde curó de la lepra a uno de sus reyezuelos, pero no pudo realizar muchas conversiones; siguió luego por las riberas del Danubio y entró en Tracia, donde obtuvo fruto más abundante; pero, enfurecidos contra él los adoradores de Serapis, le azotaron cruelmente y arrojaron en un bajel fuera de su territorio.
Vuelto entonces a Ravena, después de tres años de ausencia, fue recibido con gran entusiasmo por los cristianos, e inició con gran fervor una nueva etapa de predicación y conversiones, acompañadas de multitud de milagros. Pero, inesperadamente, fue arrebatado por un pelotón de paganos, los cuales le hicieron objeto de las mayores violencias, y, conduciéndole al templo de Apolo, le obligaron a adorarlo. Entonces el Santo, lejos de obedecerles, se puso en oración, y rápidamente el ídolo cayó al suelo hecho pedazos, con lo cual, enfurecidos los paganos, le condujeron al juez Taurus, exigiéndole que le condenara a muerte. Este quiso entonces poner en ridículo ante todo el mundo a aquel hombre, de quien tantas maravillas se contaban y tanto influjo ejercía en las masas. Así, pues, puso delante de él y de gran multitud del pueblo y de la nobleza reunidos a un hijo suyo, ciego de nacimiento, y le intimó con toda solemnidad que, si le curaba, todos creerían en él; de lo contrario, recibiría el castigo de sus imposturas.
Puesto, pues, Apolinar ante esta alternativa, hizo primeramente oración, y luego, invocando el nombre de Dios, devolvió la vista al niño. Ante tan estupendo milagro abrazó la fe cristiana gran multitud de espectadores y el mismo juez condujo al Santo a lugar seguro, donde pudo entregarse durante cuatro años a su obra de apostolado. Pero descubierto por fin por los fanáticos paganos y denunciado a Vespasiano (69-79), fue conducido a la cárcel y entregado a la custodia de un centurión; mas, como éste era cristiano, pudo evadirse; pero, apresado entonces por los Paganos, fue azotado y maltratado cruelmente, y, recogido por los cristianos, murió siete días después, el 23 de, julio del año 81.
Tal es, en conjunto, la Pasión de San Apolinar, que en el siglo VII encuentra ya su expresión definitiva y constituirá en adelante la base de la grandeza y veneración tributada al Santo. La grandeza y significación de Ravena frente a Roma van en aumento durante los siglos VI, y VII Al mismo ritmo crece la grandeza y veneración de San Apolinar, el apóstol y fundador de Ravena. La basílica de San Apolinar in Classe se convierte en el centro más concurrido de piedad y veneración. A las riquezas con que la embelleció desde un principio Justiniano I se añaden multitud de preciosos mosaicos y otras obras de arte, que la convierten en uno de los más preciosos monumentos de arte bizantino. En el siglo IX. ocurre otra novedad. A la suntuosa iglesia que con el título de Jesucristo Salvador había erigido en Ravena el rey ostrogodo Teodorico el Grande, en torno al año 500, se le dio en este siglo nombre de San Apolinar el Nuevo y se la convierte en basílica más suntuosa y exuberante, y como el prototipo de la abigarrada ornamentación bizantina. Los preciosos mosaicos que cubren casi todas las paredes constituyen los mejores modelos de este estilo.
Ahora bien, ¿qué ha ocurrido con la basílica de San Apolinar in Classe? La explicación, es muy sencilla. Era el tiempo de las terribles incursiones de los sarracenos, y como Classe era el puerto de Ravena, su basílica estaba expuesta a la profanación y a la ruina. Por esto se fingió un traslado de la basílica de San Apolinar in Classe al interior de la población y se convirtió a la basílica de San Apolinar el Nuevo en el nuevo santuario de San Apolinar. De hecho, así quedaron las cosas desde entonces. Mas cuando, pasado el peligro, se quiso restaurar el culto y la significación de la primera basílica, se inició una verdadera rivalidad entre las dos basílicas de San Apolinar.
Para confirmar definitivamente sus derechos de preferencia la basílica de San Apolinar in Classe, hizo realizar un reconocimiento solemne de las reliquias del Santo en 1173 durante el pontificado de Alejandro III (1159-1181). De nuevo, en 1511, en tiempo de Julio II (1503-1513) se efectuó otro reconocimiento oficial al mismo tiempo que se renovaba el sepulcro del altar mayor.
Mas como los monjes de San Apolinar in Classe el siglo XVI, se trasladaran al monasterio de San Romualdo, de Ravena, lleváronse secretamente consigo las reliquias de San Apolinar. Entonces, pues, presentó una reclamación la catedral de Ravena, alegando que ella tenía más derecho a aquellas reliquias que los monjes de San Romualdo. Con esta ocasión la Sagrada Congregación de Ritos dispuso en el año 1654 que se restituyeran aquellas reliquias a la antigua basílica de San Apolinar in Classe.
Por otra parte, aun fuera de Ravena y las llanuras del Po es admirable la expansión que alcanzó durante la Edad Media el culto de San Apolinar. Así aparece en un estudio reciente, no sólo en lo que se refiere a Italia, sino también a otros territorios. Así, para no citar más que unos pocos ejemplos: la importante sede metropolitana de Reims; el Apolinarisberg, en Alemania, entre Coblenza y Bonn, cerca de Remagen; la abadía de Burtscheind, dedicada al Santo, cerca de Aquisgrán: la iglesia monástica de Michel-bach-le-Haut, en el alto Rhin.
Indudablemente, su culto alcanzó un gran esplendor entre los siglos VI y IX, y es una de las manifestaciones la rivalidad entre Ravena y Roma. Pero, después de alcanzar su punto culminante, experimentó también su crepúsculo, si bien conservó siempre una relativa significación.
BERNARDINO LLORCA, S. I.
Amén
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