San Pedro Nolasco 13 de Mayo
«Redentor de cautivos»
Por Isabel Orellana Vilches
MADRID, 06 de mayo de 2013 (Zenit.org) - Natural de Barcelona, España, nació hacia 1180. Sus padres debían poseer tierras en zonas colindantes a la capital. Y él crecería en ese privilegiado entorno junto a un monasterio románico, hasta que huérfano de padre a los 15 años, con la aquiescencia materna, repartió sus bienes. En edad de contraer matrimonio se arrodilló ante la Virgen de Montserrat y le ofreció su vida dando la espalda a mundanas vanidades. La época histórica en la que discurría su quehacer, con el dominio musulmán sobre las costas en todo su apogeo, trajo consigo el destierro de miles de cristianos a África. Eran personas cruelmente maltratadas y angustiadas por un yugo injusto que llevó a muchas a renegar de su fe pensando que Dios las había abandonado. Pedro tomó conciencia de la tragedia que encierra la esclavitud. Y en 1203 ya estaba implicado como benefactor de los pobres según consta en documento escrito que lo menciona como «responsable de la limosna de los cautivos». Precisamente ese año tuvo lugar en Valencia la primera «redención de cautivos». El santo rescató con sus propios medios a unos 300. Cuando se le agotó el dinero, formó grupos para recaudar la «limosna para los cautivos». Y al quedar clausurada esta vía de ayuda, pensó ingresar en alguna orden religiosa o trasladarse al desierto.
Hubo dos hitos significativos de carácter sobrenatural que marcaron su trayectoria espiritual y apostólica. En 1203 en un sueño se vio transportado al atrio de un espléndido palacio donde existía un frondoso olivo. Dos venerables ancianos le encomendaron su tutela. A ellos siguieron los furibundos ataques de otros dos hombres que se cebaron en las ramas y el fruto. En medio de la lucha observó que de la rama cercenada brotaba otra más esplendorosa, y otro tanto acontecía con el fruto. Desvanecida la visión, quiso interpretarla. Esta experiencia, a decir de los cronistas, pudo ofrecer dos perspectivas. En la primera, el atrio sería el mundo; la oliva, la Iglesia, y los agresores, los enemigos de la fe representados en las cohortes de prisioneros que se asfixiaban bajo las cadenas de la cautividad. Al rescatarlos, él liberaría a la Iglesia de su opresión. En otra lectura se habrían invertido los símbolos; tendrían nueva y simple matización. El atrio sería la Iglesia y la oliva la Orden que iba a fundar: un alborear para los que se hallaban presos. A esta convicción le habría conducido la Santísima Virgen, a quien Pedro se encomendaba buscando luz para clarificar su devenir y la voluntad divina que pudiera encerrar este hecho.
Así las cosas, y este fue el segundo hito, la noche del 1 al 2 de agosto de 1218 se le apareció la Virgen. Iba vestida con el hábito blanco característico de los mercedarios. Movido por Ella, el 10 del mismo mes y año creó la orden de Santa María de la Merced para la redención de cautivos en la catedral de Barcelona. Fue un acto emotivo, de honda significación, que tuvo lugar ante la presencia del monarca Jaime I de Aragón y del obispo Berenguer de Palou. Éste fue quien impuso al santo y a los doce primeros integrantes de la fundación la túnica blanca con todos sus elementos inspirada en la que llevó María. La nueva realidad eclesial, que anteriormente había sido laica, fue dotada con un cuarto voto, el de liberar esclavos, que se añadió a los clásicos de pobreza, castidad y obediencia. Les comprometía a entregar la propia vida a imagen del Redentor. En los inicios de la instauración de su obra Pedro no estuvo solo; contó con el inapreciable consejo y ayuda de san Raimundo de Peñafort. En ese momento, las circunstancias propiciaban la labor de estos nuevos redentores. El hospital barcelonés de Santa Eulalia era cobijo de indigentes y cautivos que regresaban de tierras moriscas sin medios para sobrevivir. Y en ese establecimiento, asignado a los mercedarios por el rey aragonés, comenzaron su excelsa labor. Cada rescatado tenía la obligación de participar durante un tiempo en la redención de nuevos cautivos. También reemplazar al esclavo ocupando su lugar, siempre que su fe estuviese en peligro y no tuviesen dinero para rescatarlo. En una de las expediciones realizadas por Pedro Nolasco a Argelia para liberar a cristianos fue hecho prisionero, pero finalmente consiguió la libertad.
Fue un hombre de oración, humilde, generoso, lleno de fe y entrañas de misericordia, fiel observante de la regla, entregado, con gran visión y celo apostólico. A ello se unían sus ansias de morir por Cristo. Éste ímpetu, junto a su fe, propiciaron la existencia de la rama mercedaria femenina. La materializó con la anuencia de María de Cervelló, luego canonizada, joven natural de Barcelona a la que supo transmitir el espíritu que animaba la Orden instituida por él y de la que fue superior general. Diecisiete fundaciones extendidas por Cataluña, Aragón, Valencia, Mallorca y Carbona dan idea también de su amor a Cristo y a sus semejantes. Con el generoso grupo de seglares que se implicaron en la admirable tarea de auxiliar no solo a los cautivos sino de prestar asistencia a pobres, enfermos y peregrinos, creó una fraternidad. El rey Jaime I, al que acompañó en la conquista de Mallorca y Valencia, le donó el monasterio de El Puig. En 1235 Gregorio IX emitió la bula «Devotionis vestrae» confirmando su obra. Fue agraciado con éxtasis y dones de profecía y milagros. Cuenta la tradición que hubiera deseado venerar las reliquias de san Pedro en Roma, peregrinación que no pudo efectuar. En su desconsuelo, éste se le apareció en sueños durante tres noches consecutivas diciéndole: «vengo a verte porque tú no puedes ir a visitarme». En la última, mientras Pedro Nolasco oraba de rodillas, vio al apóstol crucificado, cabeza abajo. Le instó a no dejar España donde florecía su excelsa labor. Murió el 6 de mayo de 1245 pronunciando el Salmo 76: «Tú, oh Dios, haciendo maravillas, mostraste tu poder a los pueblos y con tu brazo has rescatado a los que estaban cautivos y esclavizados». Urbano VIII lo canonizó el 30 de septiembre de 1628.
SAN PEDRO NOLASCO
(† 1258):
Últimos del sigo XII. El brutal egocentrismo de los señores feudales hace de tea incendiaria. Unos señores baten sus espadas con otros. Y los más poderosos se enfrentan con los propios monarcas en interminables y sangrientas luchas.
Los gremios estaban constituidos por hombres libres, dedicados a la industria y al comercio. Dueños del dinero, influían decisivamente.
El pueblo bajo, la víctima de siempre, estaba entre los dos fuegos: el monarca y la organización gremial, por un lado; el feudalismo, por otro, La miseria era asombrosa. La esclavitud, humillante. De ahí que fuese materia aptísima, en cualquier momento, para una revolución. Tuviese o no matiz religioso. Díganlo los albigenses, explotadores maravillosos del hambre del pueblo, injustamente sojuzgado por la sórdida avaricia y la espada caprichosa.
Con todo - y quizá por esto mismo -, estamos en la edad de la Caballería. Los paladines de la justicia, del idealismo, del venerable respeto al humilde y al oprimido. Los caballeros, en la Edad Media, son la fruta más genuina del tiempo. Los bravos leones, amamantados por el cristianismo, furiosos ante la opresión. Procedían de cualquiera de las categorías sociales. Sin distinción.
Nuestro caballero es "un piadoso mercader". Pertenece, pues, a la clase gremial. Comerciante, no al estilo de nuestros modernos y pacatos comerciantes de hoy. Eran, a la vez, valientes soldados. Lo encontramos en Barcelona y Valencia, ya a principios del siglo XIII. Jinete sobre un alma gigante. Dispuesto a deshacer el mayor entuerto de entonces: la esclavitud de los cautivos. La brillante estrella de su Dulcinea divina le alienta e ilumina en el andante caminar.
¿Cuál es el nombre suyo? Pedro Nolasch, O'Nolasch, Nolasco, De Nolasco. El porte que lleva, entre humilde y señorial, no dice bien a las claras si es barcelonés, o si corre sangre irlandesa por sus venas. Más bien, con los gestos y ademanes finísimos, parece indicarnos ser oriundo del bajo Languedoc. Concretamente del pueblecillo MasSaintes Puelles, entre Carcasona y Tolosa, cerca del viejo Recaudum, en la vía del Imperio Romano. Al fin, asevera algún historiador, "languedocines y catalanes venían a formar entonces un solo pueblo".
Este hidalgo, nacido hacia el año 1180, privado pronto de sus padres cristianísimos, va a lanzarse a la más perentoria empresa de La época como quien es: cual pundonoroso y ardiente caballero, y cual generoso y hábil mercader. La cuestión social más acuciante salta a la vista: es el cautiverio y, por él, la apostasía. En el reino de Granada, por ejemplo, había más de quinientos mil individuos que, negando la fe católica, abrazaron locamente la secta de Mahoma. Y si esto ocurría en la Península, ¿qué no sucedería fuera de España... Amén de la pérdida de la fe y la moral, el cautiverio bañaba en lágrimas y vestía de enlutados crespones a un porcentaje inmenso de hogares. Las penalidades del cautivo en mazmorras sobrepasaban lo imaginable.
La redención de cautivos venia ya realizándose por órdenes e instituciones religiosas, desde las mismas órdenes de caballería hasta los trinitarios. Pero los remedios no eran contundentes, cual lo exigía la candente cuestión social. La redención no pasaba de ser cosa accidental. A le sumo se dedicaba a ella una tercera parte de algunos bienes. A fuer de fogoso caballero, Nolasco dedicaría el mayor esfuerzo a esa magna labor, hasta quedarse en rehenes por los cautivos, perdiendo vida y libertad, si fuera preciso; y, a fuer de experto mercader, implanta nuevos métodos, ensayando las colectas de limosnas, dedicadas entera y exclusivamente a la redención, fundando cofradías en pueblos estratégicos para la recolección de las mismas limosnas, y organizando las procesiones de redimidos y redentores por los pueblos.
Cuando inicia la campaña de misericordia, así planeada, fue en momentos difíciles. Si bien habían sido abatidos los almohades en la batalla de las Navas, las divisiones y guerras intestinas entre los príncipes y reyes cristianos esterilizaron el fruto de la victoria. Jaime I de Aragón y Fernando el Santo de Castilla no estaban aún capacitados para las grandes conquistas. Los sarracenos dominaban media España y eran señores del Mediterráneo. No admitían consulados cristianos en sus Estados, ni embajadas. Echase de ver lo heroico de la gesta de Nolasco, con su puñado de compañeros, en circunstancias tales.
Para epopeya social y cristiana de tal calibre no era suficiente aquel puñado de desprendidos y animosos. Había que consolidarla con una milicia auténtica. Dios mismo se lo dio a entender a Nolasco con la visión del olivo, de frondosidad extraordinaria, plantado en un espacioso atrio, a quien nadie podría destruir jamás.
La Santísima Virgen, que siempre había sido la invisible capitana e inspiradora de tan excelso soldado - desde niño, más intensamente desde que se había arrodillado en Montserrat para hacer su consagración mariana y, sobre todo, desde que la había declarado la dama de sus empresas caballerescas de misericordia -, pasa ahora, desde este instante, a ser visible maestra y orientadora práctica. Fue en la templada noche agosteña de 1218, Día 2. La visión es clara, terminante, imperativa:
Fundad una religión
con hábito blanco y puro
que sea defensa y muro
de la española nación;
de cautivos redención,
y de la Iglesia columna
en esta adversa fortuna
del francés y el español.
Raimundo de Peñafort, jurista de fama y confesor de Nolasco, rubrica: "No puede estar más clara y patente la voluntad divina". El rey Jaime I, conocedor y entusiasta admirador de los planes nolasquinos de redención, presta su decisiva ayuda a la fundación y organización de esa orden religiosa. Y es en la catedral de Barcelona, ante el obispo Berenguer de Palou, año de gracia 1218, cuando Nolasco y sus compañeros emiten los tres votos religiosos, añadiendo el cuarto, peculiar y distintivo de los mercedarios: quedar en rehenes por los cautivos, si necesario fuera.
La milicia está ya en marcha. Los frailes, caballeros como Nolasco, lucen inmaculados sayales; sobre sus pechos aguerridos campeará luego el escudo de atletas: cruz blanca de la catedral de Barcelona, barras catalanas. Caminan decididos, heroicos, con gesto humilde. Bajo las alas, siempre protectoras y maternales, de la Santísima Virgen de la Merced, con el sincero apoyo de Jaime el Conquistador. Hacia rutas sangrantes de la misericordia, jamás tan valiente y redentoramente practicada. Gregorio IX, desde Perusa, a 17 de enero del 1235, dáles el espaldarazo de la confirmación canónica.
Fundaciones en Barcelona, Perpiñán, Mallorca, Valencia, Tarragona, Tortosa, etc. El blanco ejército de cruzados lánzase en tromba. Redenciones, marúrios, Nolasco, al frente, les arenga con el ejemplo y la palabra: "Alegrement sien aparelats tots temps los frares daquest Orde, si mester es, posarlos visa axi com Jesuchrist lo pus por nos" (Primeras constituciones) Y no hay páginas más hermosas, después de las del Evangelio, como las que Nolasco escribió con la sangre propia y la de sus hijos, en los anales de la caridad cristiana. Guillén de Bas, Bernardo de Corbera, Arnaldo de Carcasona, Pedro de Amer, con varios más, forman el estado mayor, de estas huestes marianas, en torno al fundador. Se inicia el interminable escuadrón de redentores, mártires y misioneros, que llega hasta el siglo XX, pasando por el norte de Africa, el Nuevo Mundo, y los pueblos todos de España y, cuyo pendón triunfante se sostiene en las manos de San Ramón Nonato, San Serapio, San Pedro Armengol, Santa María de Cervellón, Bartolomé de Olmedo y Francisco Echeverz. Al lado, integrando el mismo ejército, bajo el mando del mismo jefe, San Pedro Pascual encabeza la sabia corporación de intelectuales: teólogos. filósofos, dramaturgos, místicos. Aquí se enrolan Francisco de Zumel, Saavedra, Tirso de Molina, Serafín Freitas; y fray Juan Falconi, Con la escuela mística mercedaria, exuberante y original como ninguna otra. ¿Y las ramas femeninas, cargadas de frutos riquísimos, en que el olivo de la merced proliferó: monjas mercedarias de clausura, mercedarias misioneras, hermanas mercedarias de la caridad, mercedarias del Santísimo Sacramento, etc...?
Desde 1218 hasta el año 1249, fecha de su muerte, Pedro Nolasco llevó el timón y organizó el instituto por él fundado, hizo redenciones, acompañó a Jaime I en la conquista de Valencia y Mallorca, y a Fernando el Santo en la toma de Sevilla (1248). Podía morir tranquilo el cónsul de los cautivos. La obra estaba en marcha. ¿Qué obra? La muy soñada por él: "Que la obra de misericordia, la más candente del momento actual (en tiempo de Nolasco era la redención de cautivos, en el curso de los tiempos serán otras), fuera afrontada de modo heroico, con el espíritu del cuarto voto mercedario". Y para que esto se realizase conveniente, permanentemente, buscó la prolongación de sí mismo. En la Orden de la Merced. No es, pues, la redención de cautivos, la exclusiva razón de ser de la Merced. Demasiado gigante fue su fundador para dejarse aprisionar en las cadenas de lo transitorio; él, que rompiera tantas cadenas de esclavos. La permanencia siempre actual de las obras de misericordia, realizadas a la manera esforzada de Cristo, como Redentor, fue su meta y quiso que fuera el programa de sus hijos.
Quizá un trece de mayo, fiesta de la Ascensión, haya sido el día de su tránsito. Los sumos honores de los altares, mediante la demostración del culto inmemorial, se los dará Urbano VIII, en 1628. Desde siempre, la historia le venera como a héroe, la sociedad le canta como bienhechor insigne, la Iglesia le honra como a santo, y la Orden de la Merced como a padre.
ELÍAS GÓMEZ, O. DE M.
Amén
ResponderEliminar