7 de abril de 2019

La novedad puede con todo

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LA NOVEDAD PUEDE CON TODO

Por Javier Leoz

A punto de iniciar la Semana Santa, el próximo Domingo es Ramos, tres lecturas tienen hoy un común denominador: lo nuevo. En la primera el profeta, de una forma poética, nos narra el nuevo éxodo, la nueva liberación. En la segunda, San Pablo, se confronta de tal manera con el descubrimiento de Cristo (algo totalmente nuevo) que todo lo demás lo estima basura. Y, para que no falte nada en esa triple nota de acorde mayor, el Evangelio nos presenta a un Jesús que lejos de condenar renueva, recupera la vida de una mujer pecadora. ¿Hay quien dé más?

1.- Una vez más, camino de la Semana Santa, Jesús –Hombre y Dios- nos va mostrando con más nitidez y con asombrosas pistas el rostro auténtico del Padre: aborrece el pecado pero ama al pecador. Poco le importan las historias pasadas de aquella mujer. Para el Señor, el momento presente, es lo más esencial. Y, lo más deleznable, aquellos que sin tener potestad para ello, se erigían en jueces de los defectos de los demás. Qué frase tan sugestiva la del Papa Francisco y de la cual tantos medios de comunicación social se han hecho eco: “Todo pecador tiene un pasado pero sobre todo un futuro”. A Dios, por si lo hemos olvidado, le interesa muy poco el ayer y por ello mismo, en los ojos de Cristo, antepone el horizonte que le aguarda.

Cuántas veces, como a esta mujer adúltera, muchas personas, instituciones (también la misma Iglesia o el mismo Papa como recientemente denunciaba la Santa Sede) son presentados en medio de la plaza del mundo con la única intencionalidad de desgastar, de juzgar, de condenar o, simplemente, de hacer daño.

Es necesario, por supuesto, una autocrítica. Preguntarnos hasta qué punto, nuestra vida cristiana, se encuentra un tanto adulterada. Pero, no es menos cierto, que también estamos llamados a ser comprensivos con los demás y, por supuesto, a ser conscientes de que –si nosotros tenemos mil poros abiertos en nuestra piel- también los demás pueden tenerlos ¿O no?

2.- En la quinta estación del vía crucis contemplamos a Simón de Cirene ayudando a llevar la cruz. Esa debe ser la actitud nuestra cuando, a nuestro paso, salen situaciones que nos pueden parecer llamativas o pecaminosas. De nada sirve airearlas, publicarlas. ¿No sería mejor ayudar? A aquellos escribas les importaba un bledo la vida de aquella mujer (entre otras cosas porque sabían perfectamente que el adulterio ya estaba sentenciado de antemano sin necesidad de recurrir a Jesús). Pretendían una excusa para coger fuera juego al Señor. En definitiva, para dejarlo al descubierto. No lo consiguieron. ¿Por qué será que al Señor le importa tan poco el pasado del presente y, en cambio a nosotros, les gusta tanto meter el dedo en él incluso como arma arrojadiza?

3.- Muchas veces, queriendo o sin querer, con verdad o sin ella, podemos hundir a muchas personas; sentenciarlas o enterrarlas en vida. El morbo, y más con los poderes mediáticos llamando a nuestra puerta, se convierte en algo muy apetitoso pero también muy perjudicial para la salud pública y para la paz social.

Que nosotros, como cristianos, busquemos siempre lo que Jesús ofreció a esta mujer, su compasión y comprensión. Qué bien lo expresa San Agustín “Sólo dos quedan allí: la miserable y la Misericordia”. Qué bien nos vendría una reflexión al hilo de este tiempo cuaresmal: ¿Cómo nos posicionamos frente a los defectos de los demás, cómo jueces o como personas que saben comprender y arrimar el hombro?

Ojala, como Jesús mismo rompió moldes y fue una gran novedad (de misericordia) en los tiempos que le tocó vivir, también nosotros presentemos ese rostro afable, cercano y no condenatorio. No olvidemos que lo que a nosotros nos interesa es el pecador, no el pecado. O dicho de otra manera: siempre es más importante el alimento que se sirve que la bandeja que lo sostiene.

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