15 de agosto de 2018

Demos gracias a Dios por María

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DEMOS GRACIAS A DIOS POR MARÍA

Por José María Martín OSA

1.- La condición de María es también nuestra condición. El misterio de la Asunción que celebramos hoy orienta nuestro pensamiento hacia una obra maestra de Dios en la humanidad: "una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas". María, en quien es glorificada la condición humana Esta mujer es María, la humilde esclava, la silenciosa, aquella que guarda en su corazón la Palabra de Dios. María, la fiel, aquella que creyó desde la Anunciación hasta el Nacimiento, desde el Templo hasta la Cruz. Misterio del amor, poder de la fe, fuerza de la esperanza. En María, toda la condición femenina -mejor dicho, toda la condición humana- es glorificada por Cristo resucitado: él arranca a su madre del pecado, la conduce por el camino estrecho de la fe hasta la Cruz, la ensalza haciéndola superar la muerte. Ella vive para siempre en la gloria de Dios. ¡Nosotros creemos que la condición de María, por anticipación, es también nuestra propia condición definitiva si somos capaces de llenarnos de su mismo amor! Esta mujer, María, es virgen, es madre, es esposa.

2.- María es virgen y madre. "María, siempre virgen", afirma nuestra fe. Se trata de una integridad física, ciertamente, pero más todavía de una total y perpetua disponibilidad, de capacidad infinita de donación. Tan sólo el amor exige y da sentido a la virginidad. En el corazón absolutamente libre, en el corazón enteramente disponible, Dios halla un lugar, y -en el caso de María- se encarna. Quizá actualmente no está de moda hacer elogios de la virginidad. Pero hoy no podemos dejar de recordar la fe viva de la Iglesia desde hace 2.000 años, una fe que suscita vírgenes consagradas a Dios para que él pueda llenar más plenamente con su amor a los que son capaces de abrírsele totalmente como María. Por la acción misteriosa de Dios, María, la virgen, también es madre. Madre de Dios. Corporalmente concibe y da a luz a Jesús, el Hijo de Dios, el Hombre único. Antes de engendrar, ha concebido en su corazón, porque, por encima de la maternidad corporal está la receptividad de la fe: "Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen", dirá un día Jesús. Dado que es consecuencia del amor más grande, la maternidad de María se extiende a toda la humanidad. Así lo expresa Jesús en la cruz: "He aquí a tu medre". Hija de nuestra raza humana, preparada con larga antelación por los "pobres de Israel" para los que sólo Dios basta, María es la madre de todos los que su Hijo reúne después de haberlos arrancado a la muerte. El Dios que "se ha acordado de la misericordia en favor de Abrahán y su descendencia por siempre" nos da a María como madre y como garantía de nuestra propia exaltación. ¡Démosle, ahora, gracias!

3.- María se fía de Dios. A pesar de las evidencias en contra, María se ha fiado de Dios. El ángel había dado a María una señal de credibilidad. María, que había aceptado la señal, va al encuentro de la protagonista de esa señal. Este encuentro es ocasión para que Isabel le haga saber a María que no se ha fiado de Dios en balde. Este descubrimiento hace que María prorrumpa en un poema de alabanza al Dios que cumple su palabra y de quien vale la pena fiarse. Fiarse de Dios no es baldío. Fiarse de Dios, aun cuando las evidencias empíricas parezcan invitar a lo contrario; esto es lo que el autor quiere inculcar con esta joya del arte de narrar. Es la reacción entusiasmada de la persona que ha experimentado cómo Dios cumple su palabra. Y desde su experiencia concreta, María descubre alborozada que el cumplimiento de la palabra por parte de Dios está a la base de la existencia misma del pueblo. María: una persona para quien Dios es alguien con sentido, para quien el ordenamiento de Dios es una realidad. Y rompe en gritos entusiasmados de acción de gracias hacia quien hace posible la maravilla de un mundo diferente.

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