NUESTRA RESPUESTA AL BUEN PASTOR
Por Gabriel González del Estal
1.- Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas… las conozco y las mías me conocen… tengo además otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que atraer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Para todos nosotros, los cristianos, es evidente que Cristo es nuestro buen pastor. Eso no lo dudamos nadie y no es necesario insistir en ello. La pregunta que debemos hacernos cada uno de nosotros hoy, yo creo que debe ser: ¿yo vivo y me comporto realmente como oveja del rebaño de Cristo? Es decir: ¿realmente vivo para los demás?; ¿estaría dispuesto a dar mi vida por ellos?; ¿trato de conocer al prójimo con el que convivo?; ¿me preocupo, en la medida en la que me es posible, de otras personas con las que no convivo, pero sé que necesitan mi ayuda? Espontáneamente, todos vivimos para nosotros mismos, antes que para los demás. Probablemente, esto es algo irremediable, porque nos impulsa a ello nuestro egoísmo original y nuestras tendencias irremediables a cuidarnos a nosotros mismos. Pero, junto a este egoísmo original y a nuestra tendencia natural a cuidarnos a nosotros mismos, debe estar siempre ahí nuestra voluntad cristiana de hacer todo lo posible por los demás. No sólo por los familiares, amigos y personas más conocidas, sino por toda persona que necesite de nuestra ayuda, sea una ayuda presencial, o, simplemente, una ayuda a distancia, a través de la oración, la limosna, o cualquier otra clase de acción social posible. Lo que nunca puede hacer un cristiano, un discípulo del buen Pastor, es vivir egoístamente, sólo pensando en sí mismo, sin atender activa y eficazmente a todas las personas a las que él pueda ayudar, de la manera que sea. Esta debe ser nuestra respuesta al buen Pastor: tratar de imitarle en la medida en que podamos. No será nunca suficiente admirar las virtudes de Cristo como buen Pastor, si nosotros no vivimos realmente preocupados por seguirle e imitarle, dentro de nuestras posibilidades. En este domingo del buen Pastor todos nosotros, los cristianos, debemos hacer el propósito firme de hacer de nuestra vida una vida generosa y comprometida, religiosa y socialmente, con el mundo y sociedad en la que vivimos. Si no lo hacemos así, no estaremos celebrando cristianamente el domingo del buen Pastor.
2.- La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Este discurso que el autor de Hechos pone en boca de Pedro, después de que este hubiera curado a un inválido en la Puerta Hermosa del templo de Jerusalén, va dirigido a los jefes del pueblo y ancianos de Israel. Pedro habla lleno del Espíritu Santo y les dice que al que ellos crucificaron, a Jesús, es aquel a quien Dios resucitó de entre los muertos, el único que puede salvarnos a todos, por lo que se ha convertido en la piedra angular que desecharon los arquitectos. La pregunta que debemos hacernos nosotros ahora, ante estas palabras de Pedro, y del salmo 117, es si realmente Jesús es para nosotros la piedra angular del edificio de nuestra fe. Jesús como palabra de Dios, como nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida espiritual. Esto es fácil decirlo, pero es difícil vivir de acuerdo con esta verdad, porque diariamente son otras muchas las cosas, noticias y acontecimientos, que ocupan nuestra atención y, en gran parte, dirigen y gobiernan nuestra vida. Sin dejar de ser hombres y mujeres de nuestro tiempo debemos vivir como cristianos, ocupados y preocupados por ser fieles en todos nuestros pensamientos, palabras y obras, al evangelio, es decir, a la vida y al mandamiento de Jesús.
3.- Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!... cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es. Seremos semejantes a Jesús, nuestra piedra angular, y seremos semejantes a Dios, nuestro Padre. Dios nos ha hecho a su imagen y semejanza por amor; por tanto, nosotros sólo por amor y en el amor, podremos llegar a ver algún día a Dios tal cual es. Esta es nuestra gran esperanza, nuestra esperanza teologal, una esperanza que es la que debe sostenernos en todos los momentos de nuestra vida. La vida humana muchas veces es frágil, dolorosa e ingrata, y es precisamente en estos momentos cuando más fuerte debe mostrarse y actuar nuestra esperanza cristiana. Sin esperanza cristiana no puede haber vida cristiana, una esperanza cuya alma viva debe ser el amor. El amor no puede pasar nunca, porque si falta el amor cristiano no puede haber esperanza cristiana, ni vida cristiana. Sólo en el amor y por el amor podemos ser ahora transitoriamente hijos de Dios, y sólo en el amor y por el amor llegaremos a ver un día a Dios tal cual es. Esta es nuestra esperanza cristiana.
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