La maldad es una realidad evidente en nuestro mundo
La maldad es una realidad evidente en nuestro mundo. Todos pecamos y estamos expuestos a traicionar la confianza de los demás. El pecado hiere las relaciones y nos aleja, por decisión propia, del amor de Dios. Hay en el pecado una tendencia “narcótica” que activa nuestro ego y enceguece nuestra conciencia con el engaño de creer que estamos en lo correcto. El pecado nos seduce con falsas verdades y dosis mínimas de felicidad. El pecado es un virus invasivo que aniquila lentamente lo que somos como personas, como familias y como comunidad.
Es por ello que Jesús exhorta a sus discípulos a ser compasivos “como el Padre de ustedes es compasivo” (v. 36). Debemos acoger con humildad y sin despreciar al que ha pecado o nos ha ofendido. La propuesta del “perdón” que hace Jesús en los evangelios es una especie de terapia progresiva que va de lo personal a lo comunitario, para desarraigar el mal que anida en el corazón humano. Su método está fundamentado en el diálogo de amor para salvar al hermano. La comunidad tiene la facultad de atar y desatar… es decir, tenemos el grandioso don de ayudar a los demás a liberarse de sus esclavitudes. Asimismo, contamos con la ayuda del Señor para lograr que nuestras vidas no se enrumben al fracaso del odio. En resumen: Jesús nos orienta a no quedarnos pasivos ante la realidad de pecado, llamar al hermano personalmente, dialogar en privado para salvar su honra, perdonarlo y orar para generar el cambio.
No pocas veces sacamos al aire los trapos sucios de nuestro prójimo sin haber dialogado antes con él. O lo peor, creemos ser los mejores para corregir a los demás, partiendo de nuestro rencor y soberbia. Jesús nos da las claves para salvar a nuestras familias… Tenemos aún mucho que aprender en nuestra vida cristiana, y Dios sigue contando con nosotros para construir un mundo fraterno. Démosle la oportunidad al amor.
Freddy Ramírez, cmf
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