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1 de diciembre de 2021
Pregúntale a Cristo qué te sugiere para vivir el Adviento
Beata María Clementina Anwarité
Beata María Clementina Anwarité
(1939-1964)
Nativa de Zaire, perteneció a la Congregación de la Sagrada Familia. En los trágicos años de las revueltas, sobre todo en 1964, fueron asesinadas 20 monjas. María Clementina era la más joven y la única africana. El coronel Pierre Olombe ordenó su muerte porque no quiso ella acceder a convertirse en su concubina. Como se encontraba drogado, este hombre la asesinó a cuchilladas, mientras ella gritaba: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!”. Cuando al coronel se le pasaron los efectos de la droga, pidió perdón a las religiosas de la Congregación de María Clementina, y ellas dijeron que le perdonaban, que le pidiera perdón a Dios. Fue beatificada por Juan Pablo II en Kinshasa, el año 1985, ante la presencia de sus padres que habían perdonado gewnerosamente al asesino.
Beata María Clementina Anwarité
(1939-1964)
San Eloy 1 de Diciembre
San Eloy 1 de Diciembre
(588-660)
Fuente: Archidiócesis de Madrid
El hijo de Euquerio y de Terrigia parece que desde el comienzo de su existencia estuvo bajo el signo de la predilección divina. Así lo asegura la leyenda de su vida. Despierto de inteligencia y hábil en el empleo de sus manos. Aprendiz de platero de los de antes, es decir, de los que tienen que martillear el metal para sacarle de las entrañas la figura que el artista tiene en su mente. Tanta destreza adquirió que el rey Clotario II, su hijo Dagoberto luego y su nieto Clovis II después, lo tuvieron como propio en la corte para los trabajos que en metales preciosos naturalmente necesitan los de sangre azul que viven en palacios y tienen que solventar compromisos sociales, políticos y hasta militares con sus iguales.
Pero lo que llamó poderosamente la atención de estos principales del país galo no fue sólo su arte. Eso fue el punto de arranque. Luego fue el descubrimiento de su entera personalidad profundamente honrada. Un hombre cabal. De espíritu recto. Cristiano más de obras que de nombre. Piadoso en su soledad y coherente en la vida. Prudente en las palabras y ponderado en los juicios. Un sujeto poco frecuente en sus tiempos atiborrados de violencia.
El rey Dagoberto, considerando los pros y contras, pensó que era el hombre ideal para solucionar el antiguo contencioso que tenía con el vecino conde de Bretaña, lo envió como legado y acertó en la elección por el resultado favorable que obtuvo. No es extraño que Eloy o Eligio pasara a ser solicitado como consejero de la Corona.
Aparte de sus sinceros rezos privados y del reconocimiento de su indignidad ante Dios —cosa que le dignificaban como hombre—, supo compartir con los necesitados los dineros que recibía por su trabajo. Patrocinó la abadía de Solignac, a sus expensas nacieron otros en el Lemosin y, en París, la iglesia de San Pablo.
No es sorprendente que al morir el obispo de Noyon y de Tournay, el pueblo tuviera sensibilidad para desear el desempeño de esa misión a Eloy y, menos sorprendente aún, que el rey Clovis pusiera toda su influencia al servicio de esa causa. Casi hubo que forzarle a aceptar. Ordenado sacerdote y a continuación consagrado obispo, se dedicó a su misión pastoral con el mejor de los empeños en los diecinueve años que aún el Señor le concedió de vida. Fueron frecuentes las visitas pastorales, se mostró diligente en el trato con los sacerdotes, se tiene por ejemplar su disciplina de gobierno y esforzado en la superación de las dificultades para extender el Evangelio allí donde rebrotaba la idolatría pagana o echaban raíces los vicios de los creyentes. Hasta estuvo presente en el concilio de Chalons-sur-Seine, del 644.
Este artífice de los metales nobles y de las gemas preciosas que no se dejó atrapar por la idolatría a las cosas perecederas ha sido adoptado como patrono de los orfebres, plateros, joyeros, metalúrgicos y herradores. Ojalá los que asiduamente tienen entre sus manos las joyas que tanto ambicionan los hombres sepan sentirse atraídos por los bienes que no perecen
Santos Roberto Southwell y compañeros mártires 1 de Diciembre
Santos Roberto Southwell y compañeros mártires 1 de Diciembre
(† 1695)
En el día de hoy conmemora la Iglesia, en primer lugar, a uno de los más insignes mártires de la Edad Moderna en Inglaterra, el P. Roberto Southwell, de la Compañía de Jesús; y juntamente a otros veinte que, en diferentes ocasiones, dieron su sangre por Cristo durante la terrible persecución que siguió al establecimiento del anglicanismo en la Gran Bretaña. A estos últimos se los designa como compañeros, no porque hubieran sufrido el martirio juntamente con el P. Southwell, sino porque se asociaron a él, derramando su sangre por la fe cristiana en diversos tiempos desde 1594 a 1679. Aparte estos veintiún mártires, conmemora la Iglesia el primero de diciembre otros cinco de la Compañía de Jesús, a cuya cabeza se halla el Beato Edmundo Campion, y el 20 de marzo otro, particularmente insigne, el escocés P. Ogilvie.
El P. Roberto Southwell tiene una doble significación en la fiesta de hoy. La primera es la propia e individual, por su particular significación y méritos personales en la Iglesia de Inglaterra. Como tal, indudablemente destaca entre los otros mártires ingleses conmemorados en este, día. Pero, además, diríamos que tiene la significación de ejemplo o de símbolo. Se conmemora, pues, de un modo especial su actividad apostólica durante aquella terrible persecución, las horribles torturas que tuvo que sobrellevar y el glorioso martirio que sufrió, indicando al mismo tiempo que algo semejante se pudiera decir de cada uno de los otros mártires conmemorados. Se presenta este martirio en particular como una especie de muestra de los que sufrieron todos los demás.
Procedente el P. Roberto Southwell de una noble y rica familia católica, nació en Norfolk en 1561. Preocupados sus padres por su educación católica, lo enviaron a Douai, donde fue discípulo del célebre teólogo jesuita P. Leonardo Lessio. Luego continuó su estudio en París y, contando sólo diecisiete años, pidió su admisión en la Compañía de Jesús, gracia que por el momento no consiguió, dando con ello ocasión al primer escrito que de él poseemos, donde se explaya en ansias amorosas hacia Dios y manifiesta la estima que tiene de la vocación. Sin embargo, el mismo año 1578 fue admitido en la Orden e ingresó en el noviciado de Roma. Cursados luego allí brillantemente los estudios, fue ordenado sacerdote en 1584, y dos años después partía para su ansiada misión de Inglaterra.
Ya en esta primera etapa de su vida religiosa aparecen sus extraordinarias cualidades de escritor, como puede verse en las cartas y otros escritos que de él se han conservado. En ellos se descubre, ante todo, el intenso amor de Dios en que se abrasaba y el tierno amor que profesaba a su vocación. "¡Cuán grande es, escribe, la perfección que se exige de un jesuita; pues debe estar dispuesto en cualquier momento a partir para cualquier parte del mundo y a cualquiera clase de gente, sean herejes, turcos, paganos o bárbaros!"
En esta actitud, en efecto, se encontraba él, como lo demostró en su entrada en Inglaterra. Pero entonces dio igualmente las más claras pruebas de las ansias de martirio que lo consumían. Conocía perfectamente la situación en que se encontraban los hijos de la Compañía de Jesús que trabajaban en Inglaterra, y los gravísimos peligros a que estaban expuestos en cada momento. Tuvo noticia del martirio de Edmundo Campion, el protomártir jesuita de Inglaterra, y con este motivo compuso una de sus más inspiradas composiciones, en que aparecen juntamente sus condiciones de poeta y cómo se daba perfecta cuenta de que podía sucederle a él lo mismo que a Campion.
En estas disposiciones entró el P. SouthweIl en Inglaterra, donde durante seis años desarrolló una intensa actividad apostólica. Después de un corto período de trabajo, en el que se veía obligado constantemente a disfrazarse de las más variadas maneras, a cambiar de habitación y a correr siempre en busca de las almas, quedó algún tiempo como capellán de la condesa Ana de Arundel, tan benemérita de la causa católica, y cuyo esposo murió poco después mártir y es venerado como Beato. Sin embargo, como se sabía que ya los espías habían dado aviso de la entrada del P. Southwell en Inglaterra, se mantuvo durante dos años enteramente oculto. Ni los criados de la casa tenían noticia de él, para lo cual se veía obligado a comer de las sobras de la mesa. Al amparo de las sombras de la noche, salía para ejercer su apostolado.
Pasados estos dos años, y suponiendo que el peligro era menor, intensificó su trabajo entre los católicos, que tan faltos se hallaban de aliento espiritual en medio de tantos peligros. Para ello se sirvió de la pluma, componiendo en este tiempo algunos escritos y aún poesías, que le han dado fama de buen escritor y exquisito poeta lírico. Todo esto se imprimía en una imprenta clandestina, instalada en la misma casa de la condesa de Arundel y contribuyó eficazmente a levantar los ánimos de los católicos. Escribió asimismo una carta al esposo de la condesa, preso en la Torre de Londres. Son preciosos los pensamientos sobre el martirio como el mejor medio de probar a Dios nuestro amor y nuestra fe.
De particular importancia fueron otros dos escritos publicados por el P. Southwell en este tiempo. El primero es una carta, en la que trataba de instruir debidamente y proporcionar armas para la defensa de su fe a los sacerdotes y a los dirigentes seglares. El segundo era otra carta dirigida a su propio padre, que se había enfriado en la fe católica, donde con verdadera ternura de hijo, trata de inducirlo a volver al verdadero sendero de Dios. Pero el escrito más interesante es la célebre y conmovedora súplica redactada en 1591. Va dirigida a la reina Isabel, y en ella procura convencerla de que debe cesar aquella persecución, fundada en la falsa creencia de que los católicos eran traidores a su persona. Un buen número de poesías, como las Lágrimas de Magdalena, sirvieron maravillosamente para consolar y alentar a los católicos.
Con todo esto, no es de sorprender que, a pesar del cuidado con que se procedía, el nombre del P. Southwell fuera universalmente conocido, incluso entre los anglicanos, que ansiaban hacerlo desaparecer. La traición de la hija de Ana, de la familia Bellamy, a donde había ido a ejercer sus ministerios sacerdotales, lo puso finalmente en manos del verdugo Topcliffe. Era el 5 de junio de 1592. Con satisfacción y jactancia pudo escribir éste a la reina: "Nunca se ha logrado apresar una persona tan importante". Allí, pues, con las anuencia del omnipotente valido de la reina, lord Cecil, lo sometió a las más horribles torturas que pudo inventar su espíritu sanguinario y su concentrado odio a los católicos y, sobre todo, a los jesuitas. Hasta diez veces, según testificó más tarde la misma víctima, lo sometió a un horrible tormento inventado por él, en el cual se suspendía a la víctima de una pared atándole las muñecas con unas argollas y quedando suspendido con el consiguiente descoyuntamiento de miembros, y en esta forma se le dejaba seis, siete y más horas, hasta que llegaba a desvanecerse,
En medio de tan duras torturas, que se repitieron durante varios meses, mantuvo el P. Roberto Southwell aquella firme constancia que llegó a admirar al mismo lord Cecil, quien presenció alguna vez tan inaudito tormento. Por esto llegó éste a escribir que ya no sería solamente la Roma antigua la que podía gloriarse con la constancia y heroísmo de sus mártires, sino que también la época moderna e Inglaterra mismo poseía aquel jesuita, que, sometido hasta trece veces a aquella tortura, no había titubeado en la fe.
Ante el evidente fracaso de este intento de doblegar la firmeza del P. Southwell, fue éste conducido a la cárcel de Gatehouse, donde pasó dos meses en medio de tanta suciedad y miseria, que llegó a ser presa de los más repugnantes parásitos. Poco después fue trasladado a la tristemente célebre Torre de Londres, donde pasó otros tres meses en la más absoluta soledad. Esta fue aprovechada por él para la composición de algunas de las más preciosas poesías y otras obras que salieron de su pluma. En ellas palpita el más ferviente amor a Dios, por el que está dispuesto a ofrecer su propia vida; presenta de la manera más viva la belleza de la renuncia a todos los placeres del mundo, la eterna paradoja cristiana de no tener nada y poseerlo todo. Es preciosa la versión que compuso en verso inglés del himno de Santo Tomás Lauda Sion Salvatorem. Sus obras poéticas colocan al P. Southwell entre los mejores poetas líricos de su tiempo.
Pero entre tanto llegó el final de aquella sangrienta tragedia. El mismo P. Southwell escribió a lord Cecil suplicándole que se juzgase su causa o se le pusiera en libertad. La respuesta fue trasladarlo al penal de Newgate entre la hez de los criminales, de donde lo sacaron el 20 de febrero de 1595 para llevarlo ante el tribunal. Y es digno de notarse, que era tal el renombre que había alcanzado el P. Southwell, que, a pesar de las medidas tomadas para realizarlo todo sin publicidad, y no obstante haber hecho circular la noticia de que se iba a ajusticiar a un vulgar criminal en el Tyburn, de hecho fue tan grande la aglomeración de público, que sólo a duras penas pudieron avanzar los esbirros que conducían al reo.
El tribunal y todo el juicio que se entabló contra el P. Southwell fueron sumamente característicos de esta clase de juicios contra los sacerdotes católicos, en los que aparece con toda evidencia, cómo éstos morían efectivamente por su fe católica y por su obediencia al Papa. El presidente Popham ponderó las sublevaciones, conjuraciones, rebeldías y guerras que habían tenido lugar, principalmente por la actitud rebelde de los católicos y sobre todo, por el influjo de los jesuitas; y luego presentó al jesuita Roberto Southwell como reo de todos esos delitos. Y concretando más todavía, lo acusó de haberse hecho sacerdote católico y jesuita fuera de Inglaterra, de haber regresado como tal a la patria, y de haber contravenido con todo eso las leyes del reino, lo que equivalía a una rebelión contra la reina.
A tan solemnes inculpaciones respondió el padre que admitía que era sacerdote católico y jesuita y que daba gracias a Dios por ello. Asimismo, que había entrado en Inglaterra, aun conociendo las leyes contrarias. Pero, que invocaba a Dios por testigo, de que no le había movido ningún intento de rebeldía contra la reina, sino únicamente el deseo de obedecer a Dios y hacer bien a las almas.
Estas declaraciones excitaron hasta lo sumo el apasionamiento del tribunal, que se manifestó en una serie de nuevas y apremiantes preguntas, a las que respondía el reo con la mayor serenidad. Finalmente, vinieron a parar al punto más candente, de que, por el mero hecho de obedecer al Papa antes que a la reina, se manifestaba reo de lesa majestad. Entonces el fiscal Coake tuvo una disertación, en la que trató de probar que la reina Isabel no tenía en la tierra ningún superior, ni en lo humano ni en lo divino, y por consiguiente, obedeciendo él al Papa, se rebelaba contra su legítima soberana, y, para probar su afirmación, aducía el texto "dad al Cesar lo que es del Cesar". Siguiéronse violentos altercados, pues no permitían al P. Southwell que tomara la palabra por temor de que se soliviantaran en su favor los espectadores. Al fin, pudo el reo responder con toda solemnidad: "Ni yo ni ningún católico negamos a la reina lo que se debe a un príncipe temporal. Pero damos al Papa, como representante de Dios, lo que es de Dios. Por esto el texto entero dice: "Dad al Cesar lo que es del Cesar, y a Dios lo que es de Dios". ¿En dónde consta que Cristo haya dado su representación en lo espiritual y el poder de las llaves del cielo a otro que no sea Pedro y en él a sus sucesores?"
Con todo esto llegó al punto culminante el apasionamiento de los jueces. Trataron todavía de confundirlo con otro género de acusaciones y falacias, sobre todo por medio de la supuesta inmoralidad de la restricción mental. Respondió él de nuevo con tanto ingenio, que los dejó a todos sin palabra, por lo cual, ciegos por la pasión y por la ira, le impusieron violentamente silencio y dictaron con toda solemnidad la sentencia de muerte, por ser sacerdote católico, por haber predicado la doctrina católica en Inglaterra y por anteponer la autoridad del Papa a la de la reina, con todo lo cual se había declarado en rebelión contra las leyes del Estado y hecho reo de lesa majestad.
Lejos de inmutarse el P. Southwell al escuchar sentencia de muerte, dio las gracias al carcelero diciéndole que le había dado la mejor noticia del mundo. Al llegar al lugar de la ejecución, contempló por unos momentos la horca en ademán de satisfacción; subió luego al carro, que estaba debajo de la horca, y dirigiéndose al público, dio testimonio solemne de su fe católica, de su condición de sacerdote y jesuita, de su respeto a la reina, y de su disposición de sufrir mil muertes por cualquier punto de la doctrina católica. Luego separóse rápidamente el carro, y el nuevo mártir quedó suspenso, en el aire y entregó, momentos después, su alma a Dios. Su cadáver, descuartizado, según la costumbre inglesa, fue levantado sobre un palo, donde estuvo expuesto algunos días.
Entretanto, el P. Garnet escribía al reverendo P. Aquaviva, general de los jesuitas: "Puedo presentarle una preciosa flor de vuestro jardín, un exquisito fruto de vuestra planta, una piedra preciosa de vuestro tesoro..., un valiente mártir de Cristo. Roberto Southwell, en un tiempo mi querido hermano, es ahora mi patrono y mi modelo". En realidad, decimos nosotros, Roberto Southwell dio su vida por Cristo y por su fe. Las mismas declaraciones del tribunal que lo condenó pusieron bien en claro que éste era el verdadero motivo de su muerte. Fue, pues, verdadero mártir.
Los otros veinte mártires ingleses de la Compañía de Jesús, conmemorados en este día, son los siguientes:
P. Juan Cornelio, de origen irlandés († 1594).
P. Enrique Walpole, muerto en York († 1595).
P. Francisco Page, martirizado en Tyburn († 1602).
H. Nicolás Oven, martirizado en la Torre de Londres († 1606).
P. Eduardo Alcorne, muerto en Worcester († 1606).
H. Rodolfo Ashley, muerto en Worcester († 1606).
P. Tomás Garnet, martirizado en Tyburn († 1608).
P. Edmundo Arrowsmith, muerto en Lancaster († 1628).
P. Tomás Holland, martirizado en Tyburn. († 1642).
P. Rodolfo Corby, martirizado en Tyburn († 1645).
P. Enrique Morse, martirizado en Tyburn († 1645).
P. Pedro Wright, muerto en Tyburn († 1651).
P. Felipe Evans, martirizado en Cardif († 1678).
P. David Lewis, muerto en Usk († 1678).
PP. Guillermo Ireland, Tomás Wítbreat (provincial) Guillermo Hancourt Juan Fenwick, Juan Gavan, Antonio Turner, en Tyburn († 1679).
BERNARDINO LLORCA, S. I.
San Edmundo Campion 1 de Diciembre
San Edmundo Campion 1 de Diciembre
(+ 1581)
Con una escolta de doscientos soldados, montado en una vieja cabalgadura, las manos atadas a la espalda, los pies ligados bajo el vientre del animal, vuelto el rostro hacía atrás para mayor ignominia, es conducido con un gran cartel en la cabeza que dice: Este es Campion, el jesuita sedicioso... Lo llevan a Londres como criminal. Había sido traicionado... Unas millas antes de llegar se les comunica la orden de maltratarlo y ridiculizarlo para deleite de la plebe y escarmiento de los católicos. Ya se acerca la cabalgata... Delante de todos el vizconde de Bark con el bastón blanco de la justicia: en seguida, el padre Edmundo Campion en su viejo rocín; tras él, los otros dos sacerdotes firmemente atados entre sí. A la zaga de toda la caravana, en el lugar de honor, no podía faltar el Iscariote... A medida que desfilan, el populacho vitupera al jesuita. Ya pasa el apóstata: ovaciones, vítores. Y Jorge Elliot, el traidor, sonríe... (¡Ay de ese hombre que más tarde, como su modelo, terminará con muerte desgraciada su vida infeliz!... )
Es el mes de julio de 1581. Los prisioneros son llevados a la Torre de Londres. Cuatro días más tarde lo presentan a Dudley, conde de Leicester, en su palacio. Le interroga el canciller, le hacen preguntas los magistrados; le prometen, en nombre de la soberana, la vida, la libertad, honores, el obispado de Cambridge; sólo esperan que reconozca la supremacía pontificia de la reina. La conciencia no se lo permite a Campion. Sus respuestas tienen un tono tan persuasivo que revelan una vez más al formidable scholar oxoniense.
De improviso se presenta Isabel en persona. El prisionero se inclina saludando a su reina: "¿Me reconoce como a su legítima soberana?" "Sí, majestad." "¿Cree que el obispo de Roma tiene poder para deponerme?" "No me toca erigirme en juez y pronunciar sentencia entre dos partidos, tanto más cuanto que los más versados en la cuestión son de pareceros opuestos. Yo quiero dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" Lo demás que se dijo en esta entrevista permaneció secreto, por expresa voluntad de la reina.
Pero... ¿qué importancia tenía aquel prisionero, que la propia soberana de Inglaterra venía a interrogarle?
El primer encuentro había acontecido precisamente quince años antes, en 1566. Isabel, con su gran comitiva de cortesanos, aduladores y lacayos, llegaba en su carroza a Oxford a fin de pasar por primera vez unos días con su corte entre los estudiantes de la célebre Universidad. La visita duró seis días. Las diversiones, los actos académicos, todo se iba desarrollando tranquilamente. El tercer día correspondió el homenaje a los profesores, entre los cuales fue elegido como "orator" el scholar de Oxford más brillante de su generación, un apuesto joven de sólo veintisiete años de edad: se llamaba Edmundo Campion. La reina, que se complacía en dominar a los hombres de talento, le escuchó con honda satisfacción, le felicitó calurosamente y lo recomendó a la protección del canciller. Dudley, en nombre de la soberana hereje, le prometió su patronazgo y le hizo los más lisonjeros ofrecimientos. ¡Pobre Campion!...
Ya en 1553, María, la hija de Enrique VIII y doña Catalina de Aragón, había entrado solemnemente en Londres. Para declamar el discurso de bienvenida habían escogido los maestros a Edmundo Campion, que tenía entonces trece años. El garbo y la vivacidad del niño encantó a los circunstantes, de manera que Thomas White lo tomó bajo su protección y lo llevó consigo a Oxford para educarlo. Correspondió el éxito a las esperanzas. Descolló como discípulo, lúcidamente coronó sus estudios, brilló en buena lid como maestro, fué autor, luego se le nombró primer orator, después proctor y más tarde llegó a ocupar otros cargos insignes en aquella Alma Mater. A su alrededor se agruparon multitud de estudiantes, sobre los que su personalidad amable ejerció un influjo sabio y comprensivo: sus clases se veían atestadas de oyentes; muchos comenzaron a imitarlo hasta en su manera de hablar, en sus ademanes y en su modo de vestir, a los cuales se llamó campionistas... Este era el hombre que la nueva iglesia anglicana necesitaba entre sus filas.
Pero Campion, el gran humanista, casi por instinto rechaza la herejía, Mas, para desgracia suya, traba amistad con Richard Cheney, obispo anglicano de Gloucester. Y cede al fin; en 1564 presta el juramento anticatólico, reconociendo la supremacía espiritual de Isabel. Más aún, seducido por las promesas del de Gloucester, recibe el diaconado (1568) del hereje. Al tomar las manos del falso obispo siente aquel infeliz diácono el acicate mordaz de su conciencia atormentada. Y su corazón se rebela, y el remordimiento le roe el alma por la infamia cometida, y pierde la paz; se siente, dice él mismo, como si le hubieran marcado con "el signo de la bestia"... La crisis interior se desborda, vuelve en sí, se confiesa con un sacerdote católico y se reconcilia con la Iglesia.
En tales circunstancias se ve obligado a salir de Oxford para poner a salvo su vida y recobrar la tranquilidad de su espíritu. Se refugia en Irlanda. Mas el 12 de febrero de 1570 Su Santidad Pío V fulmina la excomunión contra Isabel, y sus súbditos quedan liberados de la obligación moral de obedecerla. Se expiden entonces contra los católicos por todo el reino severísimos edictos. En Dublín, entre los primeros, es denunciado Campion como "papista", y tiene que andar huyendo hasta que logra volver a Inglaterra.
Llegado a Londres, pasa algunas semanas tranquilo; mas temiendo ser arrestado, se embarca rumbo a Flandes. Llevaban ya varias millas mar adentro, cuando una fragata guardacostas les da alcance; de todos los pasajeros sólo Campion carece de pasaporte... Hecho, pues, prisionero, es devuelto a Dover para ser remitido a Londres: pero éste se escapa y acude a unos amigos, que le ayudan a embarcarse de nuevo; y por fin, pasando el Canal, llega al Continente, donde pasará los próximos nueve años. En el seminario inglés de Douai (Francia) obtiene su grado en Teología y recibe las órdenes menores y el subdiaconado. Pero a Campion le atormenta el recuerdo de aquel diaconado... Y el convertido desconfía de sí, pone su confianza en Aquel que lo conforta; quiere prepararse humildemente, vigorosamente, disciplinadamente. Su corazón se vuelve hacia la austera disciplina de la obediencia. Sólo así podrá hacerse digno del verdugo y de la horca por su Dios. El 25 de enero de 1573, vestido de peregrino, se dirige a Roma solo, a pie, con la intención de entrar en la perseguida y heroica Compañía de Jesús... Recibido en el noviciado, se le destina a la provincia jesuítica de Austria; y cinco años más tarde, el 8 de septiembre de 1578, recibe la unción sacerdotal en Praga de Bohemia.
El 18 de abril de 1580, con la bendición de Gregorio XIII, sale de Roma una pequeña caravana de misioneros, entre ellos tres jesuitas: Roberto Persons—nombrado superior—y Edmundo Campion, a quienes se añade el hermano Ralph Emerson como compañero. Llegan a St. Omer. Mas el mismo día de la partida de Roma, un espia del Gobierno de Isabel enviaba al ministro Walsingham los nombres y señales de los peregrinos. Así que, sin ellos saberlo, ya todo puerto, todo paso está vigilado por espías sagacísimos para impedir la entrada de ningun jesuíta. Dondequicra se ven cartelones con la efigie de Persons y de Campion enviada desde Roma. Algunos fugitivos ingleses quieren descorazonar a los Padres anunciándoles que la vigilancia en Dover es tan grande que su arresto inmediato parece inevitable. Mas Persons se decide por la accion inmediata. A él, que es el superior, y a quien no falta astucia y franqueza, toca abrir el camino. Aventurará él solo el paso del Canal.
Disfrazado de capitán, aguerrido veterano de Flandes, el aire marcial, bien estudiados ademanes, haciendo honor a su uniforme, zarpa el barco de Calais En Dover, nuestro capitán se presenta cordialmente al capitán del puerto y le ruega que al llegar en un barco próximo un mercader irlandés de nombre Mr. Patrick, muy amigo suyo, con un criado, se lo envíe inmediatamente a Londres para que no pierda una ocasión propicia de vender sus mercancías... Un saludo militar, promesa de ser correspondido, y Persons sigue a la metrópoli. Por su parte Mr. Patrick con su criado esperan en Calais viento favorable. El 24 de junio cruzan el Canal, y en Dover el padre es aprisionado inmediatamente, porque "Mr. Patrick, dicen los espías, no es Mr. Patrick, sino el doctor Allen..." Campion insiste en que no es Allen y está dispuesto a jurarlo. El alcalde de Dover no le cree. Da orden de llevarlo al magistrado supremo de Londres. Insiste Campion en que no es Allen. Insiste el alcalde en no creer. Los caballos están listos. Campion se encomienda a Dios. "Cuando menos lo esperábamos, refiere Campion, se presenta un anciano. a quien Dios bendiga, y nos dice: Están ustedes libres; váyanse en paz". "Nosotros, prosigue el misionero, nosotros salimos corriendo inmediatamente." Pero no... Campion se vuelve y va tan fresco a alquilar las bestias que les tenían preparadas, y así terminan el viaje más seguros y aprisa... Llegados al Támesis, varios jóvenes católicos les están esperando; mudan cabalgaduras, corren a alojarse en casa de George Gilbert, cambian el disfraz y sale Campion transformado en un caballero de los de daga al cinto, sombrero de anchas alas, pluma al aire, espuela de oro y galgo corredor... Minutos después busca alberque en el barrio de la Cancillería, en la propia casa en que mora el jefe de la policía donde está viviendo el "capitán" Roberto Persons...
En Londres, aquellos jóvenes que han servido de introductores de Campion hacen correr secretamente la voz entre los católicos de su llegada. La noticia causa revuelo. Campion predica sobre el Pontificado. Las conversiones son múltiples, la sagrada Eucaristía vuelve a fortalecer muchas almas, los sacramentos, los sermones, las palabras de consejo y de aliento, los arrepentidos, las lágrimas, los sabios, los humildes, la nobleza, los estudiantes... Ia santa misa..., todo como en las catacumbas... ¡Cien mil conversiones en un año! Cuando en hora mala sabe Isabel y sus ministros la increíble audacia de los jesuitas de penetrar en el Reino, ¡cuanta ira, qué poner precio a su cabeza! Y el misionero de Cristo no tiene otro recurso que mudar de nombre, de lugar y de apariencia.
El padre Edmundo, acompañado del hermano Emerson, se refugia en York, y en quince días compone en latín su más famoso libro, que titula Diez razones por las cuales Edmundo Campion, S. J., se ofreció a disputar con sus adversarios... Los ejemplares son repartidos de mano en mano entre los católicos, o abandonados en los sitios públicos, o introducidos en las casas por debajo de las puertas; lo cual excita tal sensación que juran los herejes no descansar hasta no dar con aquel jesuita sedicioso.
Persons, Camplon y el hermano pasan algunos días juntos. Persons—como presintiendo algo—renueva sus instancias a Campion de no acceder a todas las súplicas que en el trayecto se le presenten, y señala a Emerson como superior en lugar suyo. El padre Edmundo y su compañero llegan el día siguiente a una posada al caer de la tarde. Varios caballeros católicos, con pretexto de caceria por esos parajes, vienen a fin de hablar con él y confesarse. Le suplican volver al castillo de Lyford, donde pasó la noche anterior. Emerson resiste al principio, pero al fin consiente en la vuelta de Campion.
Más de sesenta católicos se reúnen aquel domingo, 16 de julio. El padre se prepara para el santo sacrificio; en el grupo de hombres hay uno de tantos. No tiene la contraseña, pero tanto insiste que por excepción se le abre la puerta... Jorge Elliot, infame criatura, por un homicidio había estado a punto de ser atormentado en el ecúleo, y para librarse había apostatado de la fe y prometido un crimen mayor: el de traicionar al jesuita Campion y traer otros sacerdotes al suplicio... Terminada la misa (la última misa), parte Elliot, como Judas, a hacer pronto lo que piensa... De repente, alarma. El castillo está rodeado por un escuadrón de caballería. Elliot y un oficial con cien soldados penetran en él. ¿Escapará el jesuita? Dos días de intensa búsqueda; todo en vano. Rabioso Elliot va a salir; al bajar las escaleras golpea como por descuido el arco de la puerta; siente que resuena profundamente: ¡ha dado con el escondite!... Los tres sacerdotes ofrecen su vida a Dios. El infeliz apóstata grita loco de felicidad. Se ha merecido las treinta monedas... Campion se entrega al traidor, el cual lo pone en manos del gobernador de Bark. Un correo parte inmediatamente a Londres. Tres días después llega la respuesta; como un vulgar asesino es llevado a la capital entre doscientos soldados...
Encerrado en un calabozo de la Torre, después de la entrevista con la reina, se le conduce al tormento. Campion ora unos instantes de rodillas. Fortalece su pecho con la señal de la cruz. Los verdugos le despojan de sus vestidos; se le dispone en la rock (ecúleo). Comienza la tortura: ¡horror, crueldad, agonía!..., se va descoyuntando el cuerpo; se quiebran los huesos; se desgarran los nervios, demasiado tensos... La angustia del mártir en el rostro... Los jayanes siguen impasibles su faena. Chirría llorando la máquina del tormento... El héroe, lívido, invoca a Dios y no cede. Lentamente van pasando las horas interminables, y el mártir extendido..., perdonando a los autores de sus penas. Se suspende un instante la tortura para volver a comenzar de nuevo y volver a suspenderse y volver a comenzar. Y ahora sí, los doctores protestantes quieren disputar con él sobre cuestiones de fe; con fortaleza inalterable confunde a sus enemigos y les echa en cara su herejía. No se dan por vencidos los herejes; les queda un recurso todavía: el del tormento. Y otra vez comienza la tortura... En manos ajenas es llevado a su prisión, donde tendrán lugar otras tres disputas por orden expresa del Consejo. Pero Campion rebate gloriosamente a sus adversarios...
Por fin, el 16 de noviembre de 1581 se sentencia contra él pena de muerte en la horca por crimen de lesa majestad, por haber predicado la religión católica y por traidor. Cuando estuviere expirando se le bajará del patíbulo y, abierto el vientre, se dispersarán las entrañas, se le sacará el corazan con el grito de ¡He aquí el corazón de un traidor!, y se le arrojará al fuego; luego de cortarle la cabeza se descuartizará su cuerpo, que se repartirá en diversos lugares para escarmiento de todos.
En el calabozo, Elliot se le acerca para pedirle excusas. El padre lo perdona y le da cartas de recomendación a ciertos señores de Alemania... La mañana del 1 de diciembre entran los verdugos para llevarlo junto con el jesuita Briant y el padre Sherwin. Al salir los mártires encuentran aparejadas dos esterillas de mimbre atadas a sendos caballos y una multitud de pueblo reunida porque se habia hecho correr el rumor de que Campion se había enterrado un puñal en el corazón. Al verlo aparecer quedan atónitos. Él los saluda con amabilidad. Extendido boca arriba sobre su esterilla, los jayanes del suplicio lo aseguran fuertemente; y a los compañeros entre si. Arrastrados a la cola de los caballos avanzan por las calles de Londres. Llegan al Tyburn, donde está levantada la horca. Le señalan el carromato. Sube a pie firme. Le echan al cuello la saga de nudo corredizo... Murmullo de los espectadores; luego, un silencio... Un consejero de la reina le exige la pública confesión de sus traiciones. "Si ser católico, responde el jesuita, es ser traidor, me confieso tal. Pero si no, pongo por testigo a Dios, ante cuyo tribunal voy ahora a presentarme, que en nada he ofendido a la reina, a la patria o a nadie por que merezca el titulo o la muerte de traidor..." Y luego, justificándose de otras calumnias, puesto en oración reza el Padrenuestro y el Avemaría. Y para testimoniar que da su vida por la fe verdadera, suplica a los católicos presentes que reciten el Credo mientra él expira... Tiran del carro, y el Beato Edmundo Campion queda suspendido de la horca... Era el 1 de diciembre de 1581. Tenía cuarenta y un años de edad. Había nacido en Londres el 25 de enero de 1540.
MANUEL BRICEÑO J., S. I.