1 de diciembre de 2016

“. ¡Alaba al Señor alma mía!



“. ¡Alaba al Señor alma mía!

Reflexión desde el Salmo 145, 6-10

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds

    
 El Salmo 145 nos invita a la alabanza divina, ¡Alaba al Señor alma mía!, pues el “Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, libera a los cautivos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan, ama a los justos, guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda... El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad”. Tengamos total confianza en Él.

Sal 145, 6-10

R. ¡Alaba al Señor alma mía!

El Señor mantiene su fidelidad para siempre, hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos. R.

El Señor abre los ojos de los ciegos y endereza a los que están encorvados. El Señor ama a los justos y protege a los extranjeros. R.

Sustenta al huérfano ya la viuda y entorpece el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, reina tu Dios, Sión, a lo largo de las generaciones. R.

     LA PROVIDENCIA DE DIOS.

En esta bella composición poética se contrapone la suerte del que confía en el hombre y la del que confía en Dios.  Sólo Dios merece la confianza del hombre.

Con frases redundantes, el salmista inicia su poema exhortándose a sí mismo a alabar al Señor, “¡Aleluya! Alaba, alma mía, al Señor. Alabe yo a al Señor en mi vida, cante salmos a mi Dios mientras exista”. La idea central del salmo es la confianza en Dios, de quien únicamente puede venir el auxilio seguro al ser humano. En consecuencia, es inútil confiar en poderes humanos, por muy altos que sean, pues los mismos príncipes dejan de existir y después de la muerte no pueden prestar ayuda a nadie. Sólo el Dios de Jacob puede inspirar verdadera confianza, pues es el mismo que ha formado los cielos y la tierra, y, por otra parte, es fiel a sus promesas do protección a sus devotos. Especialmente muestra su solicitud y favor con los necesitados: los oprimidos, los hambrientos, los ciegos, los peregrinos, los huérfanos y las viudas. “El Señor abre los ojos de los ciegos y endereza a los que están encorvados. El Señor ama a los justos y protege a los extranjeros. Sustenta al huérfano ya la viuda y entorpece el camino de los malvados.”  Ese Dios providente y justo tiene su morada en Sión y desde ella mantiene su dominio por la eternidad. El salmista no menciona las promesas de engrandecimiento hechas a la ciudad santa, pero, conforme a los vaticinios proféticos, exalta la situación privilegiada de Jerusalén, centro de la teocracia hebrea. “El Señor reina eternamente, reina tu Dios, Sión, a lo largo de las generaciones”.

El Señor les Bendiga

Fuente: Caminando con Jesús

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