30 de junio de 2019

Santo Evangelio 30 de Junio 2019



Día litúrgico: Domingo XIII (C) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 9,51-62):

 Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, Jesús se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?». Pero volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo. 

Mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». A otro dijo: «Sígueme». Él respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre». Le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios». También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa». Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios».


«Sígueme»

Pbro. José MARTÍNEZ Colín 
(Culiacán, México)

Hoy, el Evangelio nos invita a reflexionar sobre nuestro seguimiento de Cristo. Importa saber seguirlo como Él lo espera. Santiago y Juan aún no habían aprendido el mensaje de amor y de perdón: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?» (Lc 9,54). Los otros convocados aún no se desprendían realmente de sus lazos familiares. Para seguir a Jesucristo y cumplir con nuestra misión, hay que hacerlo libres de toda atadura: «Nadie que (...) mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios» (Lc 9,62).

Con motivo de una Jornada Misionera Mundial, San Juan Pablo II hizo un llamamiento a los católicos a ser misioneros del Evangelio de Cristo a través del diálogo y el perdón. El lema había sido: «La misión es anuncio de perdón». Dijo el Papa que sólo el amor de Dios es capaz de hermanar a los hombres de toda raza y cultura, y podrá hacer desaparecer las dolorosas divisiones, los contrastes ideológicos, las desigualdades económicas y los violentos atropellos que oprimen todavía a la Humanidad. Mediante la evangelización, los creyentes ayudan a los hombres a reconocerse como hermanos.

Si nos sentimos verdaderos hermanos, podremos comenzar a comprendernos y a dialogar con respeto. El Papa ha subrayado que el empeño por un diálogo atento y respetuoso es una condición para un auténtico testimonio del amor salvífico de Dios, porque quien perdona abre el corazón a los demás y se hace capaz de amar. El Señor nos lo dejó dicho en la Última Cena: «Que os améis los unos a los otros, así como Yo os he amado (...). En esto reconocerán todos que sois discípulos míos» (Jn 13,34-35).

Evangelizar es tarea de todos, aunque de modo diferente. Para algunos será acudir a muchos países donde aún no conocen a Jesús. A otros, en cambio, les corresponde evangelizar a su alrededor. Preguntémonos, por ejemplo, si quienes nos rodean saben y viven las verdades fundamentales de nuestra fe. Todos podemos y debemos apoyar, con nuestra oración, sacrificio y acción, la labor misionera, además del testimonio de nuestro perdón y comprensión para con los demás.

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Predicamos a Cristo hasta los confines de la tierra



PREDICAMOS A CRISTO HASTA LOS CONFINES DE LA TIERRA

¡Ay de mí si no evangelizare! Para esto me ha enviado el mismo Cristo. Yo soy apóstol y testigo. Cuanto más lejana está la meta, cuanto más difícil es el mandato, con tanta mayor vehemencia el amor nos apremia. Debo predicar su nombre: Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo; él es quien nos ha revelado al Dios invisible, él es el primogénito de toda creatura, y todo se mantiene en él. Él es también el maestro y redentor de los hombres; él nació, murió y resucitó por nosotros. Él es el centro de la historia y del universo; él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza; él ciertamente vendrá de nuevo y será finalmente nuestro juez y también, como esperamos, nuestra plenitud de vida y nuestra felicidad.

Yo nunca me cansaría de hablar de él; él es la luz, la verdad, más aún, el camino, la verdad y la vida; él es el pan y la fuente de agua viva, que satisface nuestra hambre y nuestra sed; él es nuestro pastor, nuestro guía, nuestro ejemplo, nuestro consuelo, nuestro hermano. Él, como nosotros y más que nosotros, fue pequeño, pobre, humillado, sujeto al trabajo, oprimido, paciente. Por nosotros habló, obró milagros, instituyó el nuevo reino en el que los pobres son bienaventurados, en el que la paz es el principio de la convivencia, en el que los limpios de corazón y los que lloran son ensalzados y consolados, en el que los que tienen hambre de justicia son saciados, en el que los pecadores pueden alcanzar el perdón, en el que todos son hermanos.

Éste es Jesucristo, de quien ya habéis oído hablar, al cual muchos de vosotros ya pertenecéis, por vuestra condición de cristianos. A vosotros, pues, cristianos, os repito su nombre, a todos lo anuncio: Cristo Jesús es el principio y el fin, el alfa y la omega, el rey del nuevo mundo, la arcana y suprema razón de la historia humana y de nuestro destino; él es el mediador, a manera de puente, entre la tierra y el cielo; él es el Hijo del hombre por antonomasia, porque es el Hijo de Dios, eterno, infinito y el Hijo de María, bendita entre todas las mujeres, su madre según la carne; nuestra madre por la comunión con el Espíritu del cuerpo místico.

¡Jesucristo! Recordadlo: él es el objeto perenne de nuestra predicación; nuestro anhelo es que su nombre resuene hasta los confines de la tierra y por los siglos de los siglos.

De las Homilías del papa Pablo sexto.
(Homilía pronunciada en Manila el 29 de noviembre de 1970)

29 de junio de 2019

Santo Evangelio 29 de junio 2019



Día litúrgico: 29 de Junio: San Pedro y san Pablo, apóstoles

Texto del Evangelio (Mt 16,13-19):

 En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».


«Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo»

Mons. Jaume PUJOL i Balcells Arzobispo de Tarragona y Primado de Cataluña 
(Tarragona, España)

Hoy celebramos la solemnidad de San Pedro y San Pablo, los cuales fueron fundamentos de la Iglesia primitiva y, por tanto, de nuestra fe cristiana. Apóstoles del Señor, testigos de la primera hora, vivieron aquellos momentos iniciales de expansión de la Iglesia y sellaron con su sangre la fidelidad a Jesús. Ojalá que nosotros, cristianos del siglo XXI, sepamos ser testigos creíbles del amor de Dios en medio de los hombres tal como lo fueron los dos Apóstoles y como lo han sido tantos y tantos de nuestros conciudadanos.

En una de las primeras intervenciones del Papa Francisco, dirigiéndose a los cardenales, les dijo que hemos de «caminar, edificar y confesar». Es decir, hemos de avanzar en nuestro camino de la vida, edificando a la Iglesia y confesando al Señor. El Papa advirtió: «Podemos caminar tanto como queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, alguna cosa no funciona. Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, esposa del Señor».

Hemos escuchado en el Evangelio de la misa un hecho central para la vida de Pedro y de la Iglesia. Jesús pide a aquel pescador de Galilea un acto de fe en su condición divina y Pedro no duda en afirmar: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Inmediatamente, Jesús instituye el Primado, diciendo a Pedro que será la roca firme sobre la cual se edificará la Iglesia a lo largo de los tiempos (cf. Mt 16,18) y dándole el poder de las llaves, la potestad suprema.

Aunque Pedro y sus sucesores están asistidos por la fuerza del Espíritu Santo, necesitan igualmente de nuestra oración, porque la misión que tienen es de gran trascendencia para la vida de la Iglesia: han de ser fundamento seguro para todos los cristianos a lo largo de los tiempos; por tanto, cada día nosotros hemos de rezar también por el Santo Padre, por su persona y por sus intenciones.


«Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo»

+ Mons. Pere TENA i Garriga Obispo Auxiliar Emérito de Barcelona 
(Barcelona, España)

Hoy es un día consagrado por el martirio de los apóstoles san Pedro y san Pablo. «Pedro, primer predicador de la fe; Pablo, maestro esclarecido de la verdad» (Prefacio). Hoy es un día para agradecer la fe apostólica, que es también la nuestra, proclamada por estas dos columnas con su predicación. Es la fe que vence al mundo, porque cree y anuncia que Jesús es el Hijo de Dios: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Las otras fiestas de los apóstoles san Pedro y san Pablo miran a otros aspectos, pero hoy contemplamos aquello que permite nombrarlos como «primeros predicadores del Evangelio» (Colecta): con su martirio confirmaron su testimonio.

Su fe, y la fuerza para el martirio, no les vinieron de su capacidad humana. No fue ningún hombre de carne y sangre quien enseñó a Pedro quién era Jesús, sino la revelación del Padre de los cielos (cf. Mt 16,17). Igualmente, el reconocimiento “de aquel que él perseguía” como Jesús el Señor fue claramente, para Saulo, obra de la gracia de Dios. En ambos casos, la libertad humana que pide el acto de fe se apoya en la acción del Espíritu.

La fe de los apóstoles es la fe de la Iglesia, una, santa, católica y apostólica. Desde la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, «cada día, en la Iglesia, Pedro continúa diciendo: ‘¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo!’» (San León Magno). Desde entonces hasta nuestros días, una multitud de cristianos de todas las épocas, edades, culturas, y de cualquier otra cosa que pueda establecer diferencias entre los hombres, ha proclamado unánimemente la misma fe victoriosa.

Por el bautismo y la confirmación estamos puestos en el camino del testimonio, esto es, del martirio. Es necesario que estemos atentos al “laboratorio de la fe” que el Espíritu realiza en nosotros (San Juan Pablo II), y que pidamos con humildad poder experimentar la alegría de la fe de la Iglesia.

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Oración al Corazón de Jesús


De los Sermones de san Agustín, obispo

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ESTOS MÁRTIRES, EN SU PREDICACIÓN, DABAN TESTIMONIO DE LO QUE HABÍAN VISTO

El día de hoy es para nosotros sagrado, porque en él celebramos el martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo. No nos referimos, ciertamente, a unos mártires desconocidos. A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje. Estos mártires, en su predicación, daban testimonio de lo que habían visto y, con un desinterés absoluto, dieron a conocer la verdad hasta morir por ella.

San Pedro, el primero de los apóstoles, que amaba ardientemente a Cristo, y que llegó a oír de él estas palabras: Y yo te digo que tú eres Pedro. Él había dicho antes: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Cristo le replicó: «Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Sobre esta piedra edificaré esta misma fe que profesas. Sobre esta afirmación que tú has hecho: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, edificaré mi Iglesia. Porque tú eres Pedro.» «Pedro» es una palabra que se deriva de «piedra», y no al revés. «Pedro» viene de «piedra», del mismo modo que «cristiano» viene de «Cristo».

El Señor Jesús, antes de su pasión, como sabéis, eligió a sus discípulos, a los que dio el nombre de apóstoles. Entre ellos, Pedro fue el único que representó la totalidad de la Iglesia casi en todas partes. Por ello, en cuanto que él solo representaba en su persona a la totalidad de la Iglesia, pudo escuchar estas palabras: Yo te daré las llaves del reino de los cielos. Porque estas llaves las recibió no un hombre único, sino la Iglesia única. De ahí la excelencia de la persona de Pedro, en cuanto que él representaba la universalidad y la unidad de la Iglesia, cuando se le dijo: Yo te entrego, tratándose de algo que ha sido entregado a todos. Pues, para que sepáis que la Iglesia ha recibido las llaves del reino de los cielos, escuchad lo que el Señor dice en otro lugar a todos sus apóstoles: Recibid el Espíritu Santo. Y a continuación: Quedan perdonados los pecados a quienes los perdonéis; quedan retenidos a quienes los retengáis.

En este mismo sentido, el Señor, después de su resurrección, encomendó también a Pedro sus ovejas para que las apacentara. No es que él fuera el único de los discípulos que tuviera el encargo de apacentar las ovejas del Señor; es que Cristo, por el hecho de referirse a uno solo, quiso significar con ello la unidad de la Iglesia; y, si se dirige a Pedro con preferencia a los demás, es porque Pedro es el primero entre los apóstoles.

No te entristezcas, apóstol; responde una vez, responde dos, responde tres. Venza por tres veces tu profesión de amor, ya que por tres veces el temor venció tu presunción. Tres veces ha de ser desatado lo que por tres veces habías ligado. Desata por el amor lo que habías ligado por el temor.

A pesar de su debilidad, por primera, por segunda y por tercera vez encomendó el Señor sus ovejas a Pedro.

En un solo día celebramos el martirio de los dos apóstoles. Es que ambos eran en realidad una sola cosa, aunque fueran martirizados en días diversos. Primero lo fue Pedro, luego Pablo. Celebramos la fiesta del día de hoy, sagrado para nosotros, por la sangre de los apóstoles. Procuremos imitar su fe, su vida, sus trabajos, sus sufrimientos, su testimonio y su doctrina.


De los Sermones de san Agustín, obispo
(Sermón 295, 1-2. 4. 7-8: PL 38, 1348-1352)

28 de junio de 2019

Santo Evangelio 28 de Junio 2019



Día litúrgico: Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús (C) (Tercer viernes después de Pentecostés)

Santoral 28 de Junio: San Ireneo de Lyon, obispo y mártir

Texto del Evangelio (Lc 15,3-7): 

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a los fariseos y maestros de la Ley: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, contento, la pone sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido’. Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión».


«Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido»

Rev. D. Pedro IGLESIAS Martínez 
(Rubí, Barcelona, España)

Hoy celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Desde tiempo inmemorial, el hombre sitúa “físicamente” en el corazón lo mejor o lo peor del ser humano. Cristo nos muestra el suyo, con las cicatrices de nuestro pecado, como símbolo de su amor a los hombres, y es desde este corazón que vivifica y renueva la historia pasada, presente y futura, desde donde contemplamos y podemos comprender la alegría de Aquel que encuentra lo que había perdido.

«Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido» (Lc 15,6). Cuando escuchamos estas palabras, tendemos siempre a situarnos en el grupo de los noventa y nueve justos y observamos “distantes” cómo Jesús ofrece la salvación a cantidad de conocidos nuestros que son mucho peor que nosotros... ¡Pues no!, la alegría de Jesús tiene un nombre y un rostro. El mío, el tuyo, el de aquél..., todos somos “la oveja perdida” por nuestros pecados; así que..., ¡no echemos más leña al fuego de nuestra soberbia, creyéndonos convertidos del todo!

En el tiempo que vivimos, en que el concepto de pecado se relativiza o se niega, en el que el sacramento de la penitencia es considerado por algunos como algo duro, triste y obsoleto, el Señor en su parábola nos habla de alegría, y no lo hace solo aquí, sino que es una corriente que atraviesa todo el Evangelio. Zaqueo invita a Jesús a comer para celebrarlo, después de ser perdonado (cf. Lc 19,1-9); el padre del hijo pródigo perdona y da una fiesta por su vuelta (cf. Lc 15,11-32), y el Buen Pastor se regocija por encontrar a quien se había apartado de su camino.

Decía san Josemaría que un hombre «vale lo que vale su corazón». Meditemos desde el Evangelio de Lucas si el precio —que va marcado en la etiqueta de nuestro corazón— concuerda con el valor del rescate que el Sagrado Corazón de Jesús ha pagado por cada uno de nosotros.

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Oración al Corazón de Jesús


Las historias de la Iglesia



LAS HISTORIAS DE LA IGLESIA

Por Pedrojosé Ynaraja

El tesoro espiritual de la Iglesia conserva insospechables riquezas. Insospechables sí, pero ni incómodas, ni absurdas, ni contradictorias.

1.- Si al final del evangelio de Juan se nos advierte que “Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni el mundo entero podría contener los libros que habría que escribir”. (Jn 21,25). semejante afirmación podría aplicarse a los contenidos de la interioridad de Santa María, de los Apóstoles, de la Santas Mujeres y de los numerosos Discípulos. El mismo Nicodemo, interesado interlocutor nocturno del Señor, también sabría lo suyo exclusivo. Infinitas fueron las enseñanzas y experiencias que tuvieron todos ellos durante aquellos años de vida apostólica de Jesús. Tales tácitas riquezas, muchas de ellas, las explicarían confidencialmente y se trasmitieron más o menos explícitamente.

2.- En el transcurso de su historia, la Iglesia las va descubriendo o sacando de su tesoro interior, nombrándolas o separándolas, para acentuándolas responder proféticamente a las necesidades de ciertos momentos históricos. Si los fundamentos de la Fe se reconocen y celebran de acuerdo con unas normas litúrgicas, no hay duda que la evocación de la Eucaristía, que corresponde al Jueves Santo, queda empequeñecida por las circunstancias que envolvieron la jornada del Cenáculo: el discurso, más bien confidencia emocionada, de Jesús, despidiéndose de los discípulos, rogando por ellos y por los que creeríamos lo que les dijo y le seguiríamos también. La oración en voz alta al Padre. La traición de Judas. La oración en Getsemaní… tantas cosas se acumulan aquella jornada… sin duda algunas son de menor tenor, el detalle de que cantaron los himnos correspondientes, la distancia que estaban separados, etc., etc. Otros acontecimientos no, eran de tal importancia que no se podían olvidar, ni menguar, tal la Eucaristía, el Pan de ángeles superior al maná del desierto y así parece que iba pasando de manera que llegó un momento histórico que estimulado por las peticiones de santos y santas, la Iglesia consideró que era oportuno dedicar un día a la Eucaristía. No es que la hubiera olvidado, ni abandonado, tal vez lo que había ocurrido es que no se tenía suficientemente en cuenta, principalmente por parte del pueblo fiel, pero carente de suficiente formación. Así que, acabado el tiempo pascual, se dedica más específicamente este domingo a la Eucaristía.

3.- Tal vez me diríais, si fuera posible el diálogo entre vosotros, mis queridos jóvenes lectores y yo mismo: ¿sabía San Pedro y los demás lo que era el Corpus? Estrambótico será lo que os diré. Suponiendo que ahora mismo se nos apareciera y careciendo, difícil imaginarlo, de la experiencia de su existencia eterna, le preguntáramos si alguna vez habían ido en procesión el día de Corpus, con seguridad os miraría con grandes ojos y os diría ¿qué es eso del Corpus?

4.- Si le explicaseis algo de lo que sabéis, de inmediato os respondería: amigos, de eso que decís sé mucho por experiencia, no me pidáis discursos, que no es lo propio mío. Lo que os puedo decir es que aquel pan que nos dio, que nos dijo era su cuerpo mismo, produjo en nuestro interior un cambio tal, que nunca hubiera imaginado lo que yo era capaz de hacer. Ciertamente que al poco rato le olvidé, que hui, que le traicioné, pero después, no me lo explico de otra manera, que fue por la fuerza de aquel alimento, que no era un simple trozo de pan, me di cuenta más tarde. Fui capaz de arrepentirme, sin desesperarme, de vivir tal como Él nos había enseñado, y de ser fuerte ante la prueba final y, a imitación suya, morir ajusticiado a causa de Él, por los que no creían en Él y le odiaban. No, no organizamos procesiones, ni alfombras, ni teníamos preciosos ostensorios. Nos reuníamos y, tal como Él nos indicó, partíamos el Pan, lo repartíamos y lo compartíamos, renovando sus mismas palabras, que no era simple recuerdo memorístico. Estaba presente Él sin duda, lo experimentábamos, pese a no sentir su compañía física.

5.- Ahora caigo en lo que me preguntáis y desde mi realidad eterna, observo que además de reuniros el domingo y recibirlo, un día os detenéis a pensar sosegadamente, recapacitar para descubrir el valor que lo que nos dio aquella noche y encargó continuáramos nosotros y nuestros sucesores dando. Obráis así y está muy bien hecho. En algunos sitios adornáis esta reflexión con procesiones, flores, cantos de adoración y bendiciones. ¡Cuánto me gusta si responde a devoción! Inútil, sin duda si responde a puro interés de atraer turismo o establecer rivalidades o fomentar la vanidad. Pero no os desaniméis si estos ornatos creéis desaparecen, hay muchas maneras de acompañar la oración o son precisamente estos ornatos, estos inciensos, estos himnos, los que fomentan que vuestra mente ore.

6.- La Eucaristía, nosotros la llamábamos sencillamente Fracción del Pan, continúa Pedro, es una celebración preciosa, aunque os reunáis pocos, es alimento que os hará fuertes, si lo recibís correctamente, no será así si no estáis preparados. Es presencia del Señor, se quedó de esta manera para estar al alcance de todos, por pobres que fueran…Pienso, mis queridos jóvenes lectores, que algo así nos diría Pedro, si tal encuentro fuera posible.

7.- Lo que insistentemente os recomiendo es que no dejéis de comulgar con fe. Tal vez en aquel momento estáis distraídos, pero si en el instante de decidirlo y dirigiros a una iglesia para comulgar, así lo pensáis, no lo dudéis, obráis correctamente. Si para obtener ayuda entráis en una iglesia porque allí se guarda el Santísimo, con vuestra oración podéis uniros a Él. Tenedlo por seguro, os resulta provechoso. En la vida física es preciso tomar alimento, pero el sol, ya lo sabéis, es provitamina D necesaria para gozar de buena salud. Respirar aire libre, mientras paseáis por un bosque tupido y bebéis agua abundante facilita el vigor y la lozanía. Paralelamente, lo que os recomendaba mejorará vuestra vida espiritual.

8.- Si hoy por muchas tierras de algunos continentes disminuye la Fe, observaréis que no es consecuencia de la modernidad, ni del entusiasmo “religioso” que algunos ponen en su militancia política, ni de la fanática afición por un equipo de futbol, ni por estar siempre con las manos ocupadas con el tablet o la música enlatada en un MP3, ni por las ambiciones de algunos por conseguir mando y poder público, que no os niego son inconvenientes. Influye negativamente mucho más el abandono de la Eucaristía.

Jesús-Eucaristía es ayuda, fortaleza, coraje, valentía. Hoy como siempre, en monasterios, en asilos, en misiones, en lugares donde fanáticos pretenden suprimir el cristianismo, continúan existiendo maravillosos fieles cristianos. No os dejéis engañar. Se da publicidad a las depravaciones, pero se silencian las heroicidades de los mártires, de tantos que dedican su vida a los necesitados, de los monjes y monjas de clausura que con su oración son pararrayos del mal que mereceríamos.

Y no lo olvidéis, cada noche, antes de irme a dormir, junto al Sagrario de mi iglesita, digo: a mis queridos jóvenes lectores, ¡buenas noches! les des, Dios.

27 de junio de 2019

Santo Evangelio 27 de Junio 2019


Día litúrgico: Jueves XII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 7,21-29): 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’. Y entonces les declararé: ‘¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!’. 

»Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina».

Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos, la gente quedaba asombrada de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas.


«No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos»

Rev. D. Joan Pere PULIDO i Gutiérrez Secretario del obispo de Sant Feliu 
(Sant Feliu de Llobregat, España)

Hoy nos impresiona la afirmación rotunda de Jesús: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7,21). Por lo menos, esta afirmación nos pide responsabilidad en nuestra condición de cristianos, al mismo tiempo que sentimos la urgencia de dar buen testimonio de la fe.

Edificar la casa sobre roca es una imagen clara que nos invita a valorar nuestro compromiso de fe, que no puede limitarse solamente a bellas palabras, sino que debe fundamentarse en la autoridad de las obras, impregnadas de caridad. Uno de estos días de junio, la Iglesia recuerda la vida de san Pelayo, mártir de la castidad, en el umbral de la juventud. San Bernardo, al recordar la vida de Pelayo, nos dice en su tratado sobre las costumbres y ministerio de los obispos: «La castidad, por muy bella que sea, no tiene valor, ni mérito, sin la caridad. Pureza sin amor es como lámpara sin aceite; pero dice la sabiduría: ¡Qué hermosa es la sabiduría con amor! Con aquel amor del que nos habla el Apóstol: el que procede de un corazón limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera».

La palabra clara, con la fuerza de la caridad, manifiesta la autoridad de Jesús, que despertaba asombro en sus conciudadanos: «La gente quedaba asombrada de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas» (Mt 7,28-29). Nuestra plegaria y contemplación de hoy, debe ir acompañada por una reflexión seria: ¿cómo hablo y actúo en mi vida de cristiano? ¿Cómo concreto mi testimonio? ¿Cómo concreto el mandamiento del amor en mi vida personal, familiar, laboral, etc.? No son las palabras ni las oraciones sin compromiso las que cuentan, sino el trabajo por vivir según el Proyecto de Dios. Nuestra oración debería expresar siempre nuestro deseo de obrar el bien y una petición de ayuda, puesto que reconocemos nuestra debilidad.

-Señor, que nuestra oración esté siempre acompañada por la fuerza de la caridad.

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Oración al Corazón de Jesús


Dios es como una roca inaccesible



DIOS ES COMO UNA ROCA INACCESIBLE

Lo mismo que suele acontecer al que desde la cumbre de un alto monte mira algún dilatado mar, esto mismo le sucede a mi mente cuando desde las alturas de la voz divina, como desde la cima de un monte, mira la inexplicable profundidad de su contenido.

Sucede, en efecto, lo mismo que en muchos lugares marítimos, en los cuales, al contemplar un monte por el lado que mira al mar, lo vemos como cortado por la mitad y completamente liso desde su cima hasta la base, y como si su cumbre estuviera suspendida sobre el abismo; la misma impresión que causa al que mira desde tan elevada altura a lo profundo del mar, la misma sensación de vértigo experimento yo al quedar como en suspenso por la grandeza de esta afirmación del Señor: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón purificado. Nadie ha visto jamás a Dios, dice san Juan; y Pablo confirma esta sentencia con aquellas palabras tan elevadas: A quien ningún hombre vio ni puede ver. Esta es aquella piedra leve, lisa y escarpada, que aparece como privada de todo sustentáculo y aguante intelectual; de ella afirmó también Moisés en sus decretos que era inaccesible, de manera que nuestra mente nunca puede acercarse a ella por más que se esfuerce en alcanzarla, ni puede nadie subir por sus laderas escarpadas, según aquella sentencia: Nadie puede ver al Señor y seguir viviendo.

Y, sin embargo, la vida eterna consiste en ver a Dios. Y que esta visión es imposible lo afirman las columnas de la fe, Juan, Pablo y Moisés. ¿Te das cuenta del vértigo que produce en el alma la consideración de las profundidades que contemplamos en estas palabras? Si Dios es la vida, el que no ve a Dios no ve la vida. Y que Dios no puede ser visto lo atestiguan, movidos por el Espíritu divino, tanto los profetas como los apóstoles. ¿En qué angustias, pues, no se debate la esperanza del hombre? Pero el Señor levanta y sustenta esta esperanza que vacila. Como hizo en la persona de Pedro cuando estaba a punto de hundirse, al volver a consolidar sus pies sobre las aguas.

Por lo tanto, si también a nosotros nos da la mano aquel que es la Palabra, si, viéndonos vacilar en el abismo de nuestras especulaciones, nos otorga la estabilidad, iluminando un poco nuestra inteligencia, entonces ya no temeremos, si caminamos cogidos de su mano. Porque dice: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

De las Homilías de san Gregorio de Nisa, obispo.
(Homilía 6 Sobre las bienaventuranzas: PG 44, 1263-1266)

26 de junio de 2019

Santo Evangelio 26 de junio 2019



Día litúrgico: Miércoles XII del tiempo ordinario

Santoral 26 de Junio: San Josemaría, presbítero

Texto del Evangelio (Mt 7,15-20): 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis».


«Por sus frutos los reconoceréis»

+ Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret 
(Vic, Barcelona, España)

Hoy, se nos presenta ante nuestra mirada un nuevo contraste evangélico, entre los árboles buenos y malos. Las afirmaciones de Jesús al respecto son tan simples que parecen casi simplistas. ¡Y justo es decir que no lo son en absoluto! No lo son, como no lo es la vida real de cada día.

Ésta nos enseña que hay buenos que degeneran y acaban dando frutos malos y que, al revés, hay malos que cambian y acaban dando frutos buenos. ¿Qué significa, pues, en definitiva, que «todo árbol bueno da frutos buenos (Mt 7,17)»? Significa que el que es bueno lo es en la medida en que no desfallece obrando el bien. Obra el bien y no se cansa. Obra el bien y no cede ante la tentación de obrar el mal. Obra el bien y persevera hasta el heroísmo. Obra el bien y, si acaso llega a ceder ante el cansancio de actuar así, de caer en la tentación de obrar el mal, o de asustarse ante la exigencia innegociable, lo reconoce sinceramente, lo confiesa de veras, se arrepiente de corazón y... vuelve a empezar.

¡Ah! Y lo hace, entre otras razones, porque sabe que si no da buen fruto será cortado y echado al fuego (¡el santo temor de Dios guarda la viña de las buenas vides!), y porque, conociendo la bondad de los demás a través de sus buenas obras, sabe, no sólo por experiencia individual, sino también por experiencia social, que él sólo es bueno y puede ser reconocido como tal a través de los hechos y no de las solas palabras.

No basta decir: «Señor, Señor!». Como nos recuerda Santiago, la fe se acredita a través de las obras: «Muéstrame tu fe sin las obras, que yo por las obras te haré ver mi fe» (Sant 2,18).

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Oración al Corazón de Jesús


La amistad verdadera es perfecta y constante



LA AMISTAD VERDADERA ES PERFECTA Y CONSTANTE

Jonatán, aquel excelente joven, sin atender a su estirpe regia y a su futura sucesión en el trono, hizo un pacto con David y, equiparando el siervo al señor, precisamente cuando huía de su padre, cuando estaba escondido en el desierto, cuando estaba condenado a muerte, destinado a la ejecución, lo antepuso a sí mismo, abajándose a sí mismo y ensalzándolo a él: Tú -le dice- serás el rey, y yo seré tu segundo.

¡Oh preclarísimo espejo de amistad verdadera! ¡Cosa admirable! El rey estaba enfurecido con su siervo y concitaba contra él a todo el país, como a un rival de su reino; asesina a los sacerdotes, basándose en la sola sospecha de traición; inspecciona los bosques, busca por los valles, asedia con su ejército los montes y peñascos, todos se comprometen a vengar la indignación regia; sólo Jonatán, el único que podía tener algún motivo de envidia, juzgó que tenía que oponerse a su padre y ayudar a su amigo, aconsejarlo en tan gran adversidad y, prefiriendo la amistad al reino, le dice: Tú serás el rey, y yo seré tu segundo. Y fíjate cómo el padre de este adolescente lo provocaba a envidia contra su amigo, agobiándolo con reproches, atemorizándolo con amenazas, recordándole que se vería despojado del reino y privado de los honores.

Y, habiendo pronunciado Saúl sentencia de muerte contra David, Jonatán no traicionó a su amigo. ¿Por qué ha de morir David? ¿Qué ha hecho? Él puso su vida en peligro, mató al filisteo, y tú te alegraste. ¿Por qué ha de morir? El rey, fuera de sí al oír estas palabras, intenta clavar a Jonatán en la pared con su lanza, llenándolo además de improperios: ¡Hijo perverso y contumaz! -le dice-; sé muy bien que lo amas, para vergüenza tuya y vergüenza de la desnudez de tu madre. Y, a continuación, vomita todo el veneno que llevaba dentro, intentando salpicar con él el pecho del joven, añadiendo aquellas palabras capaces de incitar su ambición, de fomentar su envidia, de provocar su emulación y su amargor: Mientras viva sobre el suelo el hijo de Jesé, no estarás a salvo ni tú ni tu realeza.

¿A quién no hubieran impresionado estas palabras? ¿A quién no le hubiesen provocado a envidia? Dichas a cualquier otro, estas palabras hubiesen corrompido, disminuido y hecho olvidar el amor, la benevolencia y la amistad. Pero aquel joven, lleno de amor, no cejó en su amistad, y permaneció fuerte ante las amenazas, paciente ante las injurias, despreciando, por su amistad, el reino, olvidándose de los honores, pero no de su benevolencia. Tú -dice- serás el rey, y yo seré tu segundo.

Ésta es la verdadera, la perfecta, la estable y constante amistad: la que no se deja corromper por la envidia; la que no se enfría por las sospechas; la que no se disuelve por la ambición; la que, puesta a prueba de esta manera, no cede; la que, a pesar de tantos golpes, no cae; la que, batida por tantas injurias, se muestra inflexible; la que, provocada por tantos ultrajes, permanece inmóvil. Ve, pues, y haz tú lo mismo.


Del Tratado del beato Elredo, abad, Sobre la amistad espiritual.
(Libro 3: PL 195, 692-693) 

25 de junio de 2019

Santo Evangelio 25 de Junio 2019



Día litúrgico: Martes XII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 7,6.12-14): 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen. Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas. Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que lo encuentran».


«No deis a los perros lo que es santo»

Diácono D. Evaldo PINA FILHO 
(Brasilia, Brasil)

Hoy, el Señor nos hace tres recomendaciones. La primera, «No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos» (Mt 7,6), contrastes en que los “bienes” son asociados a “perlas” y lo “que es santo”; y, por otro lado, los “perros y puercos” a lo que es impuro. San Juan Crisóstomo nos enseña que «nuestros enemigos son iguales a nosotros en su naturaleza pero no en su fe». A pesar de que los beneficios terrenales son concedidos de igual manera a los dignos e indignos, no es así en lo que se refiere a las “gracias espirituales”, privilegio de aquellos que son fieles a Dios. La correcta distribución de los bienes espirituales implica un celo por las cosas sagradas.

La segunda es la llamada “regla de oro” (cf. Mt 7,12), que compendiaba todo lo que la Ley y los Profetas recomendaron, tal como ramas de un único árbol: El amor al prójimo presupone el Amor a Dios, y de Él proviene.

Hacer al prójimo lo que queremos que nos hagan implica una transparencia de acciones para con el otro, en el reconocimiento de su semejanza a Dios, de su dignidad. ¿Por qué razón deseamos el Bien para nosotros mismos? Porque lo reconocemos como medio de identificación y unión con el Creador. Siendo el Bien el único medio para la vida en plenitud, es inconcebible su ausencia en nuestra relación con el prójimo. No hay lugar para el bien donde prevalezca la falsedad y predomine el mal.

Por último, la "puerta estrecha"... El Papa Benedicto XVI nos pregunta: «¿Qué significa esta ‘puerta estrecha’? ¿Por qué muchos no pueden pasar por ella? ¿Es un pasaje reservado para algunos elegidos?». ¡No! El mensaje de Cristo «nos dice que todos podemos entrar en la vida. El pasaje es ‘estrecho’, pero abierto a todos; ‘estrecho’ porque es exigente, requiere compromiso, abnegación, mortificación del propio egoísmo».

Roguemos al Señor que realizó la salvación universal con su muerte y resurrección, que nos reúna a todos en el Banquete de la vida eterna.

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El Corazón de Jesús proclama...


Sentir a Jesús con nosotros



SENTIR A JESÚS CON NOSOTROS

Por Ángel Gómez Escorial

1. - Dios se hizo hombre y convivió con nosotros. Es algo muy grande, inconmensurable. Sin duda, Jesús es el rostro de Dios Invisible. Luego, la noche en que iba a ser entregado, dejó a sus discípulos una presencia permanente en la forma real de su Cuerpo y su Sangre. La misma que había servido para la Encarnación de Dios en hombre. Esto es también enorme y da vértigo solo pensarlo. Porque Dios está presente en una cercanía impresionante: en los sagrarios de todas las iglesias y sobre el altar de todas las misas cotidianas. Es probable que no seamos capaces de entender totalmente esa realidad; que, incluso, la aceptemos intelectualmente, pero que se nos olvide o que no la sintamos de manera suficiente.

2.- Sin embargo, es difícil no sentir el influjo espiritual en su recepción. Muchas veces, no hace falta la fe para saber que ahí, tras las formas de pan y vino, está Jesús y, por tanto, la Santísima Trinidad. Se experimenta con la recepción del Santísimo Sacramento una interrelación con el Ser Divino. Es, sin duda, suave y tenue. A veces --incluso--, la hacemos nosotros insuficiente en nuestro camino de fe. Y somos desmemoriados a la hora de no tenerla presente de manera total en nuestras vidas, todas las horas del día. Pero aun así es imposible negar esa corriente de divinidad que nos llega. Conseguimos sintonizar --como en los tiempos heroicos de la radio-- durante unos segundos con la Estación amada y lo oímos en toda su plenitud.

3 -. La presencia innegable de Jesús en las formas de pan y vino comunica una corriente espiritual fehaciente. No es solamente un rito sacralizado por la fe. Es una realidad que transforma, aquieta, perdona y enriquece. Siempre hay un antes y un después en la recepción de la Santa Eucaristía. Muchos días se llega a la misa cotidiana con problemas, aprensiones, tristezas, distracciones o dudas. Gran parte de todos esos problemas van a aclararse. Nuestro cuerpo, alma y pensamiento han cambiado después de recibir a Jesús. No es un espejismo, no es una falsa emoción. Hay momentos en que el fruto del Santo Sacramento es recibir --por ejemplo-- un mayor tino para todas las cosas y, sobre todo, en las de índole espiritual.

4.- No es posible dejar de proclamar tal efecto real de un don espiritual. El mayor bien "terreno" que podemos dar a nuestros hermanos es comunicarles lo que sentimos a la hora de recibir el Cuerpo de Cristo. Y la mejor ayuda es --si ellos no lo sienten-- predibujarles tales dones. Porque el alimento espiritual que supone la recepción del Cuerpo y Sangre de Jesucristo es fundamental para construir nuestra identidad total como cristianos, con todo lo que eso significa y debe significar.

5.- Por todo ello debemos celebrar esta Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo con especial dedicación. Pidiendo a Jesús que nos ilumine y que nos "regale" de manera fehaciente su presencia. Y una vez que seamos capaces de aprehender esos dones, hemos de esforzarnos por comunicárselos a nuestros hermanos.

24 de junio de 2019

Santo Evangelio 24 de junio 2019



Día litúrgico: 24 de Junio: El Nacimiento de san Juan Bautista

Texto del Evangelio (Lc 1,57-66.80): 

Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan». Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre». Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: ‘Juan es su nombre’. Y todos quedaron admirados. 

Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?». Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.


«El niño crecía y su espíritu se fortalecía»

Rev. D. Joan MARTÍNEZ Porcel 
(Barcelona, España)

Hoy, celebramos solemnemente el nacimiento del Bautista. San Juan es un hombre de grandes contrastes: vive el silencio del desierto, pero desde allí mueve las masas y las invita con voz convincente a la conversión; es humilde para reconocer que él tan sólo es la voz, no la Palabra, pero no tiene pelos en la lengua y es capaz de acusar y denunciar las injusticias incluso a los mismos reyes; invita a sus discípulos a ir hacia Jesús, pero no rechaza conversar con el rey Herodes mientras está en prisión. Silencioso y humilde, es también valiente y decidido hasta derramar su sangre. ¡Juan Bautista es un gran hombre!, el mayor de los nacidos de mujer, así lo elogiará Jesús; pero solamente es el precursor de Cristo.

Quizás el secreto de su grandeza está en su conciencia de saberse elegido por Dios; así lo expresa el evangelista: «El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel» (Lc 1,80). Toda su niñez y juventud estuvo marcada por la conciencia de su misión: dar testimonio; y lo hace bautizando a Cristo en el Jordán, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto y, al final de su vida, derramando su sangre en favor de la verdad. Con nuestro conocimiento de Juan, podemos responder a la pregunta de sus contemporáneos: «¿Qué será este niño?» (Lc 1,66).

Todos nosotros, por el bautismo, hemos sido elegidos y enviados a dar testimonio del Señor. En un ambiente de indiferencia, san Juan es modelo y ayuda para nosotros; san Agustín nos dice: «Admira a Juan cuanto te sea posible, pues lo que admiras aprovecha a Cristo. Aprovecha a Cristo, repito, no porqué tú le ofrezcas algo a Él, sino para progresar tú en Él». En Juan, sus actitudes de Precursor, manifestadas en su oración atenta al Espíritu, en su fortaleza y su humildad, nos ayudan a abrir horizontes nuevos de santidad para nosotros y para nuestros hermanos.

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Oración al Corazón de Jesús


¡Caminar, Edificar y Confesar




¡CAMINAR, EDIFICAR Y CONFESAR!

Por Javier Leoz

1.- Hemos caminado con Jesús, desde el día de su nacimiento en Belén; hemos intentado edificar nuestra vida con sus palabras y con su presencia, con sus milagros y con sus indicaciones. ¿Y ahora? Ahora, en este día del Corpus confesamos o proclamamos a los cuatro vientos que, nuestra intimidad, nuestro secreto más escondido tiene un nombre: Eucaristía. No podemos acallarlo y, en custodia de metal precioso -pero sobre todo en aquellas otras que son de carne y de hueso (nosotros)- es donde el Señor se muestra más a las claras ante un mundo sediento de gestos, cariño, amor, perdón y buenas noticias. Tal vez hoy, muchos ojos se quedarán perplejos ante el paso de numerosos cortejos procesionales, porque hace tiempo que dejaron de caminar, edificar y confesar su fe. Tal vez hasta se preguntarán ¿Y esto…qué es?

El regalo que el Señor nos dejó en Jueves Santo, inclinándose para buscar los pies de los discípulos, y entregándoles la Eucaristía, hoy lo hacemos público y mensaje activo. Si en Jueves Santo, fue el Señor, quien se arrodilló nuestra humanidad sedienta de amor, hoy somos nosotros quien nos postramos para reconocer ante Él que, Él, es la fuente de nuestro amor y de nuestra alegría y que sin Él, nuestro compromiso cristiano, sería eso: un gesto humano pero sin inspiración divina.

2.- En el día del Corpus Christi, el amor, se canta, se expresa y se adorna. Porque, el amor, también hay que cuidarlo con pequeños detalles. Y la historia de la fe cristiana, desde hace siglos, ha tenido necesidad de regalar al “AMOR DE AMORES” signos que delatasen que, el pueblo cristiano, se edifica y camina mejor cuando la Eucaristía se coloca en el centro de su existencia.

El Santo Cura de Ars llegó a decir que, un pueblo sin sacerdote acaba adorando a las bestias. En este día del Corpus, vemos a las claras, que un mundo sin amor divino se convierte en un atropello a los más débiles. Que un cristiano sin eucaristía dominical acaba sucumbiendo, disipado y confundido ante otros dioses en forma de balón, playa, monte o fin de semana sin referencia a Dios. Que un cristiano, sin misa, acaba viviendo como lo que practica: vacío de Dios.

3.- En el día del Corpus Christi, y por ser el día de la Caridad, nos damos cuenta que es mucho lo que nos queda por avanzar en cuestiones de justicia y de atención hacia los demás, hacia los más pobres. En la coyuntura social, económica y política que nos encontramos –esta solemnidad- nos viene muy bien para poner las cosas en su sitio: nadie como Jesús para entregarse y, nadie como los cristianos, a la hora de ejercer la caridad como un distintivo de lo que somos y decimos creer. Cáritas, qué duda cabe, es un fiel reflejo de todo ello.

4.- El Corpus Christi pone sobre la mesa de las calles del mundo una realidad: Cristo camina, para que caminemos con Él. Cristo se da, para que nosotros nos demos con Él y desde Él. Cristo es aclamado y agasajado (envuelto en pétalos, incienso, desfiles, música y arte) para que no olvidemos que, la fe, también es belleza y que, esa beldad, es lo que hemos de llevar y cuidar luego en el corazón de cada uno.

5.-. No podemos conformarnos con acompañar a Jesús, en el día del Corpus, y a continuación, encerrarle –sin más trascendencia- en la conciencia de cada uno. Este año, la festividad del Corpus, nos debe de interpelar: ¿Qué hago yo por el Señor? ¿Manifiesto públicamente mis convicciones religiosas? ¿Son mis acciones y mis palabras destellos de que Dios vive en mí? ¿Soy custodia, que cuando se contempla, infunde caridad, cercanía, compromiso, justicia, paz, etc.?

23 de junio de 2019

Santo Evangelio 23 de junio 2019



Día litúrgico: Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo (C) (Segundo domingo después de Pentecostés)

Texto del Evangelio (Lc 9,11b-17): 

En aquel tiempo, Jesús les hablaba acerca del Reino de Dios, y curaba a los que tenían necesidad de ser curados. Pero el día había comenzado a declinar, y acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar deshabitado». Él les dijo: «Dadles vosotros de comer». Pero ellos respondieron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente». 

Pues había como cinco mil hombres. Él dijo a sus discípulos: «Haced que se acomoden por grupos de unos cincuenta». Hicieron acomodarse a todos. Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los discípulos para que los fueran sirviendo a la gente. Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos.


«Dadles vosotros de comer»

Rvdo. D. Manuel COCIÑA Abella 
(Madrid, España)

Hoy es el día más grande para el corazón de un cristiano, porque la Iglesia, después de festejar el Jueves Santo la institución de la Eucaristía, busca ahora la exaltación de este augusto Sacramento, tratando de que todos lo adoremos ilimitadamente. «Quantum potes, tantum aude...», «atrévete todo lo que puedas»: ésta es la invitación que nos hace santo Tomás de Aquino en un maravilloso himno de alabanza a la Eucaristía. Y esta invitación resume admirablemente cuáles tienen que ser los sentimientos de nuestro corazón ante la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Todo lo que podamos hacer es poco para intentar corresponder a una entrega tan humilde, tan escondida, tan impresionante. El Creador de cielos y tierra se esconde en las especies sacramentales y se nos ofrece como alimento de nuestras almas. Es el pan de los ángeles y el alimento de los que estamos en camino. Y es un pan que se nos da en abundancia, como se distribuyó sin tasa el pan milagrosamente multiplicado por Jesús para evitar el desfallecimiento de los que le seguían: «Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos» (Lc 9,17).

Ante esa sobreabundancia de amor, debería ser imposible una respuesta remisa. Una mirada de fe, atenta y profunda, a este divino Sacramento, deja paso necesariamente a una oración agradecida y a un encendimiento del corazón. San Josemaría solía hacerse eco en su predicación de las palabras que un anciano y piadoso prelado dirigía a sus sacerdotes: «Tratádmelo bien». 

Un rápido examen de conciencia nos ayudará a advertir qué debemos hacer para tratar con más delicadeza a Jesús Sacramentado: la limpieza de nuestra alma —siempre debe estar en gracia para recibirle—, la corrección en el modo de vestir —como señal exterior de amor y reverencia—, la frecuencia con la que nos acercamos a recibirlo, las veces que vamos a visitarlo en el Sagrario... Deberían ser incontables los detalles con el Señor en la Eucaristía. Luchemos por recibir y por tratar a Jesús Sacramentado con la pureza, humildad y devoción de su Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.

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Oración al Corazón de Jesús


Un Misterios admirable



 UN MISTERIO ADMIRABLE

Por Francisco Javier Colomina Campos

El jueves después de celebrar la Santísima Trinidad celebramos otro de los misterios más hermosos e importantes de nuestra fe: la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. Esta fiesta, instituida en el siglo XIII, nace como un modo de recordarnos el admirable misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Aunque esta fiesta corresponde celebrarla el jueves, recordando el jueves santo, día en que se instituyó la Eucaristía, sin embargo, para favorecer que podamos participar en esta celebración, la Iglesia ha trasladado esta fiesta a domingo.

1. Presencia real de Cristo. El misterio de la Eucaristía, que es el centro de la celebración de hoy, es un misterio admirable: en las especies de pan y vino, después de ser consagradas por el sacerdote en el altar, está realmente presente el mismo Cristo. Como cantamos en el cántico eucarístico Catemos al Amor de los amores, tan típico de este día, “Dios está aquí”. Como hemos escuchado en la segunda lectura, de la primera carta de Pablo a los Corintios, la noche en la que Jesús iba a ser entregado, en la Última Cena, reunido con sus discípulos en el cenáculo, celebró con ellos la institución de la Eucaristía. Al repartir el pan ácimo que los judíos comían en la cena pascual, Jesús les dijo: “Esto es mi cuerpo”, y al pasar la copa de vino mezclada con un poco de agua, dijo: “Esta es mi sangre”. Así, cada vez que celebramos la Eucaristía y un sacerdote repite estas mismas palabras de Jesús sobre el pan y el vino, éstos se convierten verdaderamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. De este modo, en ese trozo de pan que vemos en la Eucaristía, y que, como es costumbre hoy saldrá en procesión por las calles de nuestros pueblos y ciudades, se esconde el mismo Cristo. Salir hoy en procesión con la custodia es una manifestación hermosa de nuestra fe eucarística. Al engalanar nuestras calles y al adorar a Cristo Eucaristía poniéndonos de rodillas a su paso por nuestras calles estamos manifestando que creemos realmente en esa presencia de Cristo resucitado en el pan de la Eucaristía. Dios está realmente ahí, en medio de nosotros, dispuesto a seguir dándonos su cuerpo entregado y a derramar su sangre por nosotros.

2. Alimento para el camino. Al dársenos Cristo en el pan de la Eucaristía, su cuerpo es entonces para nosotros alimento del alma, alimento que nos sustenta en el caminar de nuestra vida. Como Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, ofreció a Abrahán pan y vino cuando éste venía de la guerra, Cristo nos ofrece a nosotros ya no un pan cualquiera que sacia nuestra hambre y fortalece nuestro cuerpo, sino que nos da su propio cuerpo que alimenta nuestro espíritu. En el día a día, en nuestro caminar por la vida, vamos superando dificultades, luchas, e incluso dudas serias y crisis de fe. La Eucaristía es para nosotros, así nos la ha dado Cristo, un alimento del espíritu que nos fortalece interiormente, que nos une íntimamente con Cristo. Comulgar su propio Cuerpo, como hacemos en la Eucaristía, es entrar en comunión con Cristo. Él perdona nuestros pecados, nos entrega de nuevo su cuerpo y su sangre y nos fortalece para que seamos sus testigos en el mundo, proclamando su muerte y anunciando su resurrección. Del mismo modo que no podríamos vivir sin comer, ya que nuestro cuerpo se debilitaría y no podríamos ni siquiera andar, así también sucede con nuestro espíritu: si no lo alimentamos frecuentemente con la Eucaristía también él se debilita.

3. “Dadles vosotros de comer”. Pero la fiesta de hoy nos recuerda que no basta con alimentarnos cada uno de la Eucaristía. Comulgar el Cuerpo de Cristo nos ha de llevar siempre a comulgar también con nuestros hermanos. De nada sirve recibir el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía si después no me preocupo por mi hermano que está sufriendo o tiene necesidad. Por esto, con razón celebra hoy la Iglesia el día de Caritas. Caritas es el brazo de la Iglesia que se dedica especialmente a la atención de los más necesitados. No es una ONG o un grupo de voluntariado. Caritas es la misma Iglesia que se pone al servicio de los más necesitados, y todos los cristianos somos Caritas, pues estamos llamados a dar de comer a quien lo necesite. En el Evangelio de hoy hemos escuchado el pasaje de la multiplicación de los panes y los peces, un anticipo claro de la Eucaristía. Ante aquella muchedumbre inmensa de personas que habían acudido para escuchar al Maestro, Jesús exhorta a sus discípulos: “Dadles vosotros de comer”. ¿Cómo dar de comer a una muchedumbre tan grande con tan sólo cinco panes y dos peces? La generosidad, cuando brota del auténtico amor cristiano, cuando se convierte en verdadera caridad, alcanza a todos aquellos que la necesitan. La llamada de Jesús, “Dadles vosotros de comer”, nos la hace hoy también a toda la Iglesia.

Celebrar el admirable misterio de la Eucaristía, presencia real de Cristo en su Cuerpo y en su Sangre, es celebrar el amor de Dios que desea permanecer cerca de nosotros. Él se nos da como alimento para nuestra vida. Pero no quiere que nos lo quedemos sólo para Él. Siguiendo el mandato del Señor, hoy compartimos el pan de la Eucaristía, lo adoramos en la procesión propia de este día, pero también lo celebramos con sinceridad ayudando a quienes lo necesitan, dando de comer al hambriento, compartiendo nuestra propia vida con los demás.