20 de noviembre de 2016

Cristo, nuestro Rey


Cristo, nuestro Rey

Meditación y Reflexiones Cristianas: 

Cristo, nuestro Rey Muchos que andaban con Jesús, esperaban que Él instaurara un reino de carácter temporal después de vencer el poder romano, y que ellos obtendrían un puesto o cargo de privilegio cuando llegara el momento. 

Pero Jesús corrige ese error con la parábola que quedó registrada en el Evangelio (Lucas 19, 11-28). En ella, un personaje ilustre marcha a un país lejano y deja la administración de su territorio a diez hombres, y les da diez minas, -unos 35 gramos de oro cada una-, con la orden: 'Negociad hasta mi vuelta'. 

Y esto es lo que sigue haciendo la Iglesia desde Pentecostés, donde recibió el maravilloso Don del Espíritu Santo y, con Él, la infalible palabra de Dios, la fuerza de los sacramentos y la autoridad para administrar el inmenso tesoro del valor infinito de los méritos de Cristo. 

A cada uno de nosotros, como cristianos, nos toca hacer rendir el tesoro de gracias que el Señor deposita en nuestras manos, procurando con empeño que Él esté en todas las realidades de la vida humana. 

Sólo en Él encuentra sentido nuestro quehacer aquí en la tierra. La Iglesia entera, y cada cristiano, es depositaria del tesoro de Cristo: crece la santidad de Dios en el mundo cuando cada uno luchamos por ser fieles a nuestros deberes, a los compromisos que, como ciudadanos y como cristianos, hemos contraído. 

No solo lo pedimos, sino que a esto nos comprometemos diariamente cuando ofrecemos en nuestra oración al Padre 'santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo'. 

Montaña de Cristo Rey, Silao, Guanajuato, México Al reconocer a Dios como nuestro Rey, reconocemos Su derecho a gobernarnos y nuestra obligación de obedecerle, sabiendo que al servirle sólo agradecemos el servicio infinitamente superior que Él nos hace al prodigarnos tantísimos dones y, entre ellos, la salvación y Sus mandamientos. 

Jesús veía en los ojos de muchos fariseos un odio creciente y el rechazo más completo y radical. ¡Qué duro debió ser para el Maestro aquel rechazo tan frontal, que alcanzará su punto culminante en la Pasión, poco tiempo más tarde! 

Pero ahora sucede lo mismo. Trágicamente, en la literatura, en el arte, en la ciencia, en la política, en la economía, en los grupos sociales, en las familias... parece oírse el griterío: '¡No queremos que éste reine sobre nosotros!' 

En el mundo hay millones de hombres que se encaran con Jesucristo o, mejor dicho, con lo que ellos piensan o creen de Jesucristo, porque no lo conocen, no tienen trato filial con Él, ni han visto la belleza de su Presencia, ni saben la maravilla de su doctrina, ni saben de Su amor, ni de Su perdón. 

Nosotros sí serviremos a Nuestro Señor, Nuestro Rey, a quien reconocemos como el Salvador de la Humanidad entera y de cada uno de nosotros. ¡Te serviré, Señor!, le decimos en la intimidad de nuestro corazón. 

En la parábola, al cabo de un tiempo volvió aquel personaje ilustre... 

Entonces recompensó espléndidamente a aquellos siervos que se afanaron por hacer rendir lo que recibieron, y castigó duramente a quienes en su ausencia lo rechazaron, y al administrador que malgastó el tiempo y no hizo rendir la mina que había recibido. 

'Nunca os pesará haberle amado' solía repetir San Agustín (Sermón 51, 2). El Señor es buen pagador ya en esta vida cuando somos fieles. ¡Que será en el Cielo! 

A nosotros nos toca hoy extender este reino de Cristo en el medio en el que nos movemos, especialmente con aquellos que tenemos encomendados. 

Ahora nos preparamos para la solemnidad de Cristo Rey repitiendo: Regnare Christum volumus! ¡Queremos que reine Cristo! ¡Que reine en mi corazón, en mi casa y en mi patria! 

... Y nos encomendamos a Su Madre Santísima, y por eso Reina Madre, que es también Madre nuestra. 

Canto homenaje para quienes han ofrendado su vida por defender el Reino de Cristo

¡Viva Cristo Rey!

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