Beata Isabel de la Trinidad 9 de Noviembre
Virgen carmelita
Avor (Francia), 18-julio-1880
+ Dijon, 9-noviembre-1906
B. 25-noviembre-1984
Hace unos años, haciendo de portero en mi convento, se presentó una señora que quería adquirir las obras de una santa que decía que Dios estaba dentro de nosotros. Ella no sabía el nombre, pero conocía el mensaje central. Se trataba de Isabel de la Trinidad. Todo el que se acerca a la Beata Isabel se siente contagiado de esta experiencia de proximidad, Dios está a nuestro lado, ha puesto su morada en el corazón humano.
La mañana del 18 de julio de 1880 nace Elisabeth Catez en un campo militar de Avor, cerca de Bourges (Francia). Su familia está inquieta porque los médicos han dicho que el bebé no podrá salvar su vida. María Rolland, su mamá, esperaba su primera hija. Todos rezan y se ofrecen misas por la nueva criatura. En contra de todos los pronósticos, la niña llega a este mundo «muy hermosa y vivaracha». Cuatro días después, el 22 de julio, es bautizada con el nombre de Isabel Josefina.
Diez meses después la familia deja el campamento de Avor y reside en la Borgoña, más tarde en Dijon (Francia) se instala la familia Catez. Ésta será la ciudad más relacionada con Isabel. El 20 de febrero de 1883 nace su hermana Margarita.
Los santos han experimentado los gozos y las alegrías de los humanos. La muerte de su padre es un hecho ocurrido a los pocos años de Isabel y que va a condicionar toda su vida. Su mamá, su hermana y ella formarán una piña, estarán muy unidas en todos los acontecimientos, alegres y tristes.
La señora Catez se ha dado cuenta del talento musical de su hija. La inscribe en el conservatorio a los siete años. Isabel pasa muchas horas en el piano. No va a la escuela porque las instituciones del Estado son demasiado laicas, en cambio recibirá la formación más elemental en su casa.
Isabel va creciendo y su carácter se va descubriendo. Ella misma confesará más tarde en sus cartas su »terrible carácter». Sus furias, sus explosiones, su carácter dominante van a ser el campo de batalla durante toda su vida. Al mismo tiempo posee un corazón cariñoso, suave y fiel.
TODA PARA JESÚS
El 19 de abril de 1891 recibe Isabel la primera comunión. Sus cartas nos revelan la experiencia de ser amada y darse. «Este gran día nos hemos dado por completo el uno al otro» (C 178). Gozo, alegría, saciedad, plenitud, belleza, música interior..., son las realidades que siente en su corazón. Por eso confesará a su amiga Maria Luisa Hallo: Jesús me ha saciado». El pan de vida va a calmar todos sus anhelos y se refleja en el rostro de felicidad y en sus ojos negros, vivos y penetrantes.
Una mañana, después de la misa, va a experimentar una gracia especial. Son esos momentos de la vida que marcan a los creyentes y que se recuerdan en toda la existencia. Se entrega incondicionalmente a.Jesús. Escuchemos sus palabras: «Iba a cumplir catorce años, cuando un día, durante mi acción de gracias, me sentí irresistiblemente empujada a escogerle como único esposo y, sin esperar más, me uní a él por el voto de virginidad. No nos dijimos nada, pero nos dimos el uno al otro, amándonos tan fuerte que la resolución de ser toda para él se hizo en mí más definitiva». Jesús será su único tesoro, su única riqueza, su verdadero amor. Semanas más tarde, el mensaje de Dios se hará más concreto. Después de la Eucaristía escuchará en el fondo de su corazón la palabra "Carmelo". Desde ese momento no hay vacilación, su voluntad férrea no la dejará volver para atrás en el camino. Será carmelita para toda su vida. No hay vuelta de hoja.
También los santos tienen vacaciones. Estamos en el verano de 1894: las Catez marchan a Carlipa, allí visitan a sus tías. Isabel siempre recordará el espectáculo cósmico de los Pirineos:«<¿Te acuerdas de nuestros paseos por la sierra durante la noche, a la luz de la luna, mientras escuchábamos las alegres campanadas? ¡Oh, tía, qué bello estaba el valle a la luz de las estrellas, esa inmensidad, ese infinito, todo me hablaba de Dios!» (C 139). En otras vacaciones caminará por el Jura, se admirará ante el Mediterráneo, gustará las excelentes comidas del Sur (del Midi), jugará al tenis, conciertos musicales, giras por el campo... Isabel admira todo lo positivo de la vida. Le entusiasma el mar, las montañas, el sol, las reuniones con los amigos, la música y la danza. Pero al mismo tiempo añade: «Todo me hablaba de Dios. La belleza del universo reflejaba la huella del amado y el rostro bendito de Dios.
De buena gana cambiaría todo esto por la soledad del Carmelo, donde dedicaría toda la música de su corazón para Dios. Pero tiene que esperar para no disgustar a su mamá. La resistencia de la señora Catez será una buena ocasión para vivir su espiritualidad en el mundo. Ella se abandona en las manos de Jesús y de Maria y estaría dispuesta a permanecer en el mundo toda la vida si ésa era la voluntad de Dios. En este sentido, las páginas de su Diario son muy iluminadoras. En él contemplamos a una joven viviendo la contemplación en lo cotidiano de la vida y en su intensa vida de oración. Ella es un modelo sencillo para los jóvenes cristianos de todas las épocas. «Tú, que te has apoderado de todo mi corazón, que vives continuamente en él y has hecho en él tu morada; tú, a quien siento, a quien veo con los ojos del alma en el fondo de este pobre corazón...» (D 60). En una carta a una amiga le dice: »Nosotras llevamos nuestro cielo en nosotras..., me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, ya que el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día que yo comprendí esto, todo se iluminó en mí y me gustaría contar este secreto en voz baja a los que amo, para que ellos también se unieran a Dios a través de todo» (C 122).
Así era Isabel, humana y divina, centrada en el interior y viviendo las alegrías de la vida. Con frecuencia participaba en veladas y bailes que organizaban las familias militares. En estos lugares quiere ser como el sol que irradia su luz. Su testimonio será la presencia de su persona, sin palabras, sin ningún gesto extraño. Ella nunca perderá la conciencia de este Maestro interior, en la celda que lleva en su corazón.
EN EL CARMELO
El 2 de agosto de 1901 Isabel Catez abandona su casa y entra en el Carmelo: Sor Isabel de la Trinidad. Después de la misa en el Carmelo, se despide de su madre y de su hermana Guita. Las puertas de la clausura se abren de par en par para Isabel. Todos sus deseos se han realizado. Una vida dedicada por entero a la oración. Una comunidad de hermanas que viven el ideal de Santa Teresa. Una sencillez en el uso de las cosas y en el trato con las personas. Un ideal apostólico que amplía su horizontes al mundo entero. El epistolario refleja de una forma maravillosa sus primeras impresiones. «No encuentro palabras para expresar mi dicha», «aquí ya no hay nada, sólo él... Se le encuentra en todas partes, lo mismo en la colada que en la oración» (C 91).
La situación del monasterio carmelitano es muy especial. Han expulsado a muchos religiosos y religiosas en Francia. A consecuencia de la ley Combes, la comunidad en la que vive Isabel está pensando marcharse al extranjero como lo han hecho otras comunidades religiosas. Esto no se llevará a cabo, las autoridades del lugar se conforman con cerrar la capilla de la iglesia al público.
En el ambiente comunitario no podemos silenciar a la madre Germana, la priora de este monasterio. Tiene treinta y un años. Una persona de fe y de gran sencillez. Será una priora cercana a cada religiosa de la comunidad. Una pedagoga que transmitirá con entusiasmo los valores más fundamentales del carisma teresiano. Encarna de una forma maravillosa lo que Santa Teresa quería de las prioras: «Procure ser amada para ser obedecida». Ella será la gran confidente de Isabel de la Trinidad. En los últimos momentos de su vida le dedicará un escrito en el que le dice estas palabras: «Sabéis bien que llevo vuestro sello y que algo de vos misma ha aparecido con vuestra hija».
No todo es color de rosa. Durante el tiempo de noviciado experimenta la tiniebla, la noche y el abandono... Era lógico. Tenía que acomodarse al nuevo ambiente, nuevas personas, nuevas costumbres y formas de ver la vida. Se acabaron las fiestas, los paseos por los montes en tiempo de verano son una realidad del pasado... Por otro lado están los sentimientos de su madre, inconsolable por la partida de su hija. El corazón de Isabel sufre todas estas heridas. Una cosa es vivir el espíritu del Carmelo desde el mundo y otra en una comunidad de clausura con personas muy concretas. No olvidemos que en estos tiempos las comunidades religiosas estaban un poco contaminadas con el jansenismo: un Dios que es un juez que lleva cuentas de nuestras mínimas acciones. Además en el noviciado del Carmelo encontraría leyes, usos, prescripciones y costumbres santas que ahogarían su sencillez evangélica. Todo este conglomerado de cosas producen en Isabel una crisis. Ella nos revela un secreto para superar todos estos obstáculos: «En el Carmelo se encuentran muchos sacrificios... pero son muy dulces cuando el corazón está completamente poseído por el amor. Quiero contarle cómo me las arreglo ante un pequeño contratiempo: miro al Crucificado y, viendo cómo él se ha entregado por mí, me parece que lo menos que yo puedo hacer por él es gastarme, consumirme, para devolverle algo de lo que él me ha dado" (C 156).
El 11 de enero de 1903, domingo y fiesta de la Epifanía, ante la comunidad carmelitana de Dijon, Isabel pronuncia sus votos religiosos de obediencia, castidad y pobreza. Se siente invadida por Dios, por su abundante gracia, un derroche. Experimenta las palabras de San Pablo a los romanos: ««Os exhorto a que ofrezcáis vuestra propia existencia como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios, como vuestro culto auténtico» (Rm 12, 1). La lectura de las cartas que escribe por estas fechas nos revelan su interioridad, lo que estaba viviendo en esos momentos. «Siento tanto amor en mi alma, es como un océano en el que me hundo, me pierdo.. . Él está en mí, yo estoy en él, no tengo más que amarle, que dejarme amar... (C 117). «Lo siento tan vivo en mi alma, no tengo más que recogerme para encontrarle dentro de mí y ésta es la razón de toda mi felicidad. Él ha puesto en mi corazón una necesidad de amar tan grande que sólo él puede saciarla» (C 169).
Isabel es la más joven de la comunidad en la que hay varias enfermas. Las horas reservadas al trabajo se distribuyen entre el barrido, la colada, el jardín, preparar las flores para los altares, la sacristía, la ropería... Un mundo muy limitado y estrecho en el que es preciso entenderse, convivir y aceptar a las personas con sus limitaciones concretas. Las monjas que convivieron con Isabel atestiguan que «su paciencia era inalterable... daba gusto tratar con ella». «Ella te llenaba de alegría con el simple gesto de entregar una carta. Te alegraba sin necesidad de grandes discursos. Todo el mundo lo decía. Sentía la necesidad de agradar. Nada era banal para ella. Hacía que cualquier cosa fuera importante. Por eso daba tanto».
ALABANZA DE GLORIA DE LA TRINIDAD
Éste era su pequeño mundo, pero transfigurado por su gran fe se vuelve luminoso. «Usted me pregunta cuáles son mis ocupaciones en el Carmelo. Podría responderle que para la carmelita no existe más que una: amar, rezar» (C 168). A una amiga le explica: «Unámonos para hacer de nuestras jornadas una comunión continua; despertémonos por la mañana en el Amor, entreguémonos todo el día al Amor, es decir, hagamos la voluntad de Dios, bajo su mirada, con él, en él, sólo por él. Tomemos todo el tiempo como él quiere... y, después, cuando llegue la noche, después de un diálogo de amor que no ha cesado en nuestro corazón, durmamos también en el Amor (C 175).
Sus experiencias religiosas son alimentadas por sus lecturas. El Nuevo Testamento tiene un lugar privilegiado en su mundo espiritual, muy especialmente las cartas de San Pablo, a quien llamará «padre de su alma». Las páginas de San Juan de la Cruz han ejercido una influencia considerable en el camino de la unión con Dios.
El año 1904 es muy significativo. El 21 de noviembre Isabel lo pasa ante el Santísimo. Por la noche redacta una oración, que es expresión de su entrega al Dios Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dice así:
¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayudadme a olvidarme enteramente para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de vos, ¡oh mi Inmutable!, sino que cada minuto me haga penetrar más en profundidad de vuestro misterio. Pacificad mi alma, haced de ella vuestro cielo, vuestra morada amada y el lugar de vuestro reposo. Que no os deje allí jamás solo, sino que esté allí toda entera, completamente despierta en mi fe, en adoración total, completamente entregada a vuestra acción creadora».
Ella ha descubierto su vocación en la Iglesia: ser para Dios "una alabanza de gloria" (Ef 1, 6). Hasta tal punto que esta mística francesa lo toma como un nombre simbólico, laudem gloriae, alabanza de gloria». Algunas de sus cartas las firmará con este nombre. Su vida y su obra quieren ser alabanza de la Trinidad.
Cuaresma de 1905, Isabel se siente agotada, la priora le recomienda el descanso, se le exime de algunas tareas comunitarias. Más tarde es trasladada a la enfermería conventual. Ella sabe que no tiene curación. Se trata de la enfermedad de Adison: fuertes dolores de cabeza, apenas puede comer, úlceras interiores... Los escritos de este tiempo son un bello canto a la cruz de Cristo y al sentido redentor del sufrimiento humano. "¡Oh, Fuego consumidor, Espíritu de Amor, descended a mí para que se haga en mi alma como una encarnación del Verbo! Que yo sea para él una humanidad complementaria en la que renueve todo su Misterio». La última foto que poseemos demuestra lo demacrada que tiene la cara. 'Hay un ser que es el Amor y que quiere que vivamos en sociedad con él: ¡Oh mamá, es tan delicioso! ¡Aquí está él haciéndome compañía, ayudándome a sufrir, haciendo que supere mi dolor para descansar en él!; haz como yo, verás que eso lo transforma todo» (C 327).
En agosto de 1906 escribe El cielo en la fe. Este escrito está dirigido a su hermana Guita, exhortándola a la unión con Dios con la mirada puesta en el centro del alma. En este mismo mes redacta Últimos Ejercicios, que es una preparación para la vida eterna y que revelan el alma de Isabel en los postreros momentos de su existencia.
Los días 7 y 8 de noviembre está en silencio. Las últimas palabras que le oyeron sus hermanas de comunidad fueron: «Voy a la Luz, al Amor, a la Vida». En el amanecer del 9 de noviembre de 1906, deja de respirar. La ciudad de Dijon está tranquila a esas horas de la mañana. Las que estaban allí presentes se dan cuenta de que Isabel ha emprendido el viaje a la Trinidad que tanto amó en la tierra y como un profeta nos llama a cada uno a disfrutar de su Presencia en lo cotidiano de la vida.
Lucio DEL BURGO, O.C.D.
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