20 de septiembre de 2020

Sobre los cristianos débiles



SOBRE LOS CRISTIANOS DÉBILES

A los malos pastores, a los falsos pastores, a aquellos pastores que buscan sus intereses personales, no los de Cristo Jesús, les dice el Señor: No fortalecéis a las débiles. En efecto, estos pastores se aprovechan de la leche y de la lana de sus ovejas, pero descuidan, en cambio, el bien de su rebaño y no fortalecen a las ovejas débiles. Según creo, existe diferencia entre la oveja simplemente débil y la oveja propiamente enferma, aunque algunas veces a la débil se la llame también enferma.

Me gustaría, hermanos, llegar a explicaros esta diferencia que media entre lo simplemente débil y lo propiamente enfermo; intentaré hacerlo en la medida en que soy capaz de comprenderlo; otros habrá, sin duda, que, o porque son más peritos en la Escritura o porque habrán alcanzado una luz más abundante, podrán hacerlo mejor; yo os diré simplemente lo que comprendo, a fin de que, ya desde ahora, no os veáis totalmente privados del conocimiento de la Escritura. Débil es aquel de quien se teme que pueda sucumbir cuando la tentación se presenta; enfermo, en cambio, es aquel que se halla ya dominado por alguna pasión, y se ve como impedido por alguna pasión para acercarse a Dios y aceptar el yugo de Cristo.

Pensad en aquellos hombres que tienen ya deseos de vivir virtuosamente, que se esfuerzan por ir adquiriendo las diversas virtudes, y que, con todo, están menos dispuestos a sufrir lo que es malo que a realizar lo que es bueno. En realidad la fortaleza cristiana incluye no sólo obrar lo que es bueno, sino también resistir a lo que es malo. Quienes, por tanto, desean sinceramente practicar la justicia pero no quieren o no se ven aún con ánimos para tolerar los sufrimientos, estos tales son los débiles. En cambio, los que se entregan a la vida mundana y viven cautivos de alguna mala pasión, éstos están alejados incluso del bien obrar, no tienen fuerzas ni posibilidades de obrar el bien y por ello podemos llamarlos con toda propiedad enfermos.

De esta forma tenía enferma el alma aquel paralítico cuyos portadores, al ser impedidos por la multitud de poder presentar ante el Señor al que llevaban en la camilla, abrieron un boquete en el techo de la casa para lograr su intento. Es como si tú intentaras hacer algo parecido con tu alma, abriendo un boquete en el techo para poner ante el Señor el alma paralítica con sus miembros totalmente inmóviles; quiero decir, el alma vacía de buenas obras, llena, en cambio, de pecados y enferma por sus muchas pasiones. Si, pues, ves que todos tus miembros están sin movimiento y que tu alma está como paralítica, pero deseas llegarte al médico y quieres mostrarle lo que está oculto (quizás este médico habita en tu interior, y tú, que desconoces el sentido oculto de la Escritura, no has advertido su presencia), abre un boquete en el techo y colócate, como aquel paralítico, ante Jesús.

Habéis escuchado ya lo que se dice a los que no actúan y descuidan su deber pastoral: No vendáis a las heridas, ni recogéis las descarriadas: os lo hemos ya recordado. La oveja estaba herida por el miedo de las tentaciones, y el pastor le hubiera podido dar un remedio para esta herida, es decir, hubiera podido recordarle aquellas palabras de consuelo: Fiel es Dios para no permitir que seáis tentados más allá de lo que podéis; por el contrario, él dispondrá con la misma tentación el buen resultado de poder resistirla.

Del Sermón de san Agustín, obispo, Sobre los pastores
(Sermón 46, 13: CCL 41, 539-540)

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