14 de octubre de 2019

Contemplar el Rostro de Cristo




CONTEMPLAR EL ROSTRO DE CRISTO

Nos dice San Juan Pablo II en la Carta Apostólica “Novo Millennio Ineunte” (NMI), 16: «"Queremos ver a Jesús" (Juan 12:21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este Año Jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no solo "hablar" de Cristo, sino en cierto modo hacérselo "ver"».

En esta Carta Apostólica con la que concluyó el Año Jubilar y se dirigió a la Iglesia del tercer milenio, San Juan Pablo II hizo referencia 37 veces al Rostro de Jesús: nos llamó a la contemplación del Rostro del Salvador y a dar a conocer el verdadero Rostro de Cristo. Por alguna razón, el Espíritu Santo a través de San Juan Pablo II nos ha querido dirigir la mirada, como fruto del Año Jubilar, hacia el Rostro del Redentor. "Si quisiéramos individuar el núcleo esencial de la gran herencia que el Año Jubilar nos deja, no dudaría en concretarlo en la contemplación del Rostro de Cristo... Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de Su Rostro. El Gran Jubileo nos ha ayudado a serlo más profundamente. Al final del Jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el Rostro del Señor".

Me he preguntado por qué San Juan Pablo II nos ha querido dirigir en esta carta a la contemplación del Rostro del Señor, y el Señor me ha hecho entender que contemplar su Rostro no es más que contemplar Su Corazón. El rostro es el espejo del corazón, es la fotografía del corazón, es la expresión de sus sentimientos y más íntimos amores; es la manifestación visible de todo lo que se lleva en el corazón.

ANTIGUO TESTAMENTO (AT):

Después de la caída, el hombre se oculta del Rostro de Dios... paradójicamente, por el pecado abrió sus ojos al mal y quiso ocultarse del Rostro de Dios: perdió de vista el Amor de Dios y tiene miedo de ser visto por Él. Desde ese momento no puede ver el Rostro de Dios.

En el Antiguo Testamento no se conoce (físicamente) el Rostro de Dios y, sin embargo, existe un gran anhelo de buscarlo y conocerlo: "Señor, busco tu Rostro" (Salmo 27:8); "¿Cuándo veré el Rostro de Dios?" (Salmo 41). El hombre fue creado para Dios.

Buscar el Rostro de Dios (su presencia, su voluntad, su sentir) es un llamado muy claro en el AT: Salmo 105:
"Buscad a Yahveh y su fuerza, id tras Su Rostro sin descanso".
1 Crónicas 16:11: "Buscad a Yahveh y su fuerza, id tras Su Rostro sin descanso".
Dos pasajes iguales que revelan la añoranza del Rostro de Dios.
Sin embargo, en el AT era imposible para el hombre mirar el Rostro de Dios y seguir viviendo.

Éxodo 33:20: “Moisés dice al Señor: ‘Déjame ver por favor tu gloria’. Y Dios respondió: ‘Mi Rostro no podrás verlo, porque no puede verme el hombre y seguir viviendo. Mi Rostro no se puede ver’ ".

Por esto es que los judíos no permitían imágenes y rechazaban toda representación de Dios (Éxodo 20:4), mientras que los pueblos vecinos adoraban las imágenes de sus ídolos en sus distintos templos.

También se entendía que si Dios hacía resplandecer Su Rostro sobre Israel, este recibía paz y bendición (Números 6:25). Se trata de la bendición adoptada por San Francisco: "Yahveh te bendiga y te guarde; ilumine Yahveh Su Rostro sobre ti y te sea propicio; Yahveh te muestre Su rostro y te conceda la paz".

El Rostro oculto de Dios significaba que Dios retiraba Su Gracia del pecador (Isaías 59:2; Isaías 64:6; Ezequiel 39:24). Al mismo tiempo se revela la ira o la bondad de Dios con simbolismos del rostro; y se aplacaba su ira, ablandando Su Rostro ofreciendo sacrificios (Malaquías 1:8).

En las teofanías del AT se da más valor a las palabras proclamadas que al modo como se manifiesta. Pero el judío, a pesar de que le era imposible ver el Rostro de Dios, lo anhela. Anhela verlo, pues significa estar cerca de Él, gozar de su presencia. Este Rostro de Dios que un día se revelará cuando, en la plenitud de los tiempos, Dios se haga hombre y tome cuerpo, corazón y rostro humano.

EL ROSTRO BASADO EN EL SUDARIO. NUEVO TESTAMENTO

"Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado Su Gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único". (Juan 1). La Palabra tomó Rostro.

El Verbo no descriptible del Padre se ha hecho descriptible encarnándose en el seno de María. "Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación" (Colosenses 1:15).

San Atanasio: "Él mismo se ha hecho hombre para que fuéramos divinizados. Él mismo se ha hecho visible con un cuerpo, para que nosotros pudiéramos hacernos una idea del Padre invisible". Cuántas veces Jesús nos dijo: "Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre".

"Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos..., pues la vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio" (1 Juan 1).

El Rostro que tanto anheló ver el pueblo israelita se manifestó, lo vieron, lo tacaron. Ese Rostro inaccesible que quien mirara moría..., para que el hombre lo pudiese ver, se reveló despojado de su gloria. Tomó un rostro semejante al nuestro... En Jesús, el Rostro de nuestro Dios se ha hecho visible. Es el Rostro de Dios oculto en el Antiguo Testamento y ahora manifestado en Cristo. Toma rostro para hacerse ver y conocer por el hombre. Quería cercanía con el hombre y por ello tomó rostro. Este Rostro del Dios hecho hombre que se rebajó hasta hacerse uno de nosotros se transfiguró, mostró Su Gloria y brilló como el sol en el monte Tabor (Mateo 17:2). Cristo mostró Su Rostro brillante como el sol, mostró Su Gloria antes de entrar en la Pasión, donde lo mostraría desfigurado.

UN ROSTRO DESFIGURADO

En la plenitud de los tiempos, el hombre que tanto anheló ver el Rostro de Dios lo contemplaría por primera vez y lo contemplaría con rostro de un pequeño niño. Dios reveló Su Rostro en un rostro de niño: el Rostro de la humildad, de la pobreza, del anonadamiento total. Ese mismo Rostro, en la hora suprema, se revelaría a los hombres burlado, golpeado, herido, azotado y desfigurado.

"Tan desfigurado tenía el Rostro que no parecía hombre, ni su apariencia era humana. No tenía apariencia ni presencia; le vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar" (Isaías 52:14; 53:2).

NMI: "Para devolver al hombre el Rostro del Padre, Jesús debió no solo asumir el rostro del hombre, sino cargarse incluso del ‘rostro’ del pecado. «Quien no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él»" (2 Corintios 5:21).

La agonía que vemos en el Rostro de Jesús fue causada por los pecados que Él cargó sobre sí. Vemos el rostro del pecado… todos los pecados del mundo. Quien no cometió pecado tomó los nuestros como si fuesen suyos. Él los asumió libremente y llevó nuestros pecados en su cuerpo.

“¡Y con todo eran nuestras dolencias las que Él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado” (Isaías 53:4).

Jesús ha sido herido por nuestras rebeldías y molido por nuestras culpas. En Su Rostro, Cristo revela el pecado que ha desfigurado el corazón del hombre: el pecado nos roba la semejanza con Dios y nos desfigura. El Rostro desfigurado de Jesús nos revela el estado del corazón humano..., sin embargo, aunque los golpes lograron desfigurar Su Rostro y el golpe que recibió en la cabeza, según nos narra la sierva de Dios Anne Catherine Emmerich, le ocasionó un derramamiento de sangre en sus ojos, el pecado no logró cambiar la expresión de su mirada. Estaba desfigurada su carne, su apariencia, desencajada su nariz, con huecos en su frente, sus labios rotos, moradas sus mejillas, pero su mirada era representante del amor de Su Corazón: serenidad, súplica, paciencia, humildad, obediencia y mansedumbre. Como el pecado no tocó Su Corazón, sus ojos lo revelaron. Sus ojos, como lámparas, brillaron fuertemente en medio de la oscuridad del pecado que desfiguró Su Rostro, mostrando la luz del amor que nunca se apagó en Su Corazón a pesar del horror que nuestro pecado le ocasionaba. "La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso" (Mateo 6:22).

SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS Y DE LA SANTA FAZ

Es precisamente este pasaje de Isaías que mueve tanto el corazón de Santa Teresita del Niño Jesús, que por ello pide permiso y le es concedido, para añadir a su nombre "del Niño Jesús y de la Santa Faz". En una carta a su hermana Pauline, nos revela cómo su devoción a la Santa Faz es el fundamento para su espiritualidad del camino escondido y pequeño, espiritualidad que la llevó a ser proclamada Doctora de la Iglesia: "A través de ti he entrado en las profundidades de los misterios de amor escondidos en el rostro de nuestro esposo. He entendido cuál es la verdadera gloria. Aquel cuyo reino no es de este mundo me ha enseñado que la verdadera sabiduría consiste en desear no ser conocido ni tomado en cuenta. Es encontrar gozo en el olvido de sí. ¡Ah! Deseo, como el Rostro de Jesús, que el mío esté escondido y que nadie en la tierra me reconozca" (cf. Isaías 53:3). "Tengo sed de sufrir y debo ser olvidada" (SS A 71r; ET 152).

Santa Teresita llevaba dentro de su hábito y cerca de su corazón un escrito sobre una imagen del Santo Rostro: "Haz que yo me asemeje a Ti, Oh, Jesús". Para Santa Teresita, contemplar el Santo Rostro del Señor significaba imitar todo lo que en él veía: un Dios con vida oculta, humilde, mansa y pobre. El Corazón de Dios siendo revelado en Su Rostro.

Para ella, también, esta contemplación la llevaba necesariamente a la consolación y le recomendaba a su hermana Celine: "Sé otra Verónica que limpia el Rostro de Jesús lleno de sangre y lágrimas". La misma sangre y agua que fluirían de Su Corazón al ser traspasado.

Santa Teresita invita a su hermana a consolar el Rostro de Jesús convirtiendo pecadores: "Consuela a nuestro Señor en su agonía, revelada en su rostro, pero especialmente calmando su sed de almas". En uno de sus poemas escribe: "¡Oh, quisiera para consolarte ignorada del mundo estar! La belleza que tú ocultas me descubre tu misterio. Tu Rostro Salvador es divina flor de mirra que tener quiero sobre el corazón. Tu Rostro es mi riqueza y ya nada pido. Yo Jesús me oculto en él y a ti me asemejaré. Deja en mí la señal divina de tus rasgos de dulzura, solo así llegaré a ser santa atrayendo a ti los corazones".

Para Santa Teresita, la santidad necesariamente se debe revelar en el rostro, pues la abundancia del corazón se refleja en el rostro. Así como la santidad se refleja en el rostro, la santidad a la vez representa el verdadero Rostro de Cristo. San Juan Pablo II nos dice en NMI: "La santidad representa al vivo el Rostro de Cristo".

En la fiesta de la Transfiguración, el 6 de agosto de 1896, día que se celebraba la Fiesta de la Santa Faz en el Carmelo de Lisieux, Santa Teresita con dos novicias (ella era maestra de novicias en ese tiempo) hicieron un acto de consagración a la Santa Faz. Las tres pidieron "ser escondidas en el secreto de tu Santo Rostro", que significaba el deseo de imitar la vida oculta y el Amor Sufriente de Cristo, con el propósito de ejercitarse tanto en el amor, que pronto fuesen consumidas en ese amor y así no atarse a las cosas de la tierra y pronto alcanzar la visión de Jesús, cara a cara (ET 91). En la consagración expresan el deseo de convertirse en otras Verónicas, consolando a Jesús en Su Pasión y ofreciéndole almas como consuelo. La oración concluyó: "¡Oh, adorable Rostro de Jesús! Mientras esperamos el día en que contemplaremos tu gloria infinita, nuestro único deseo es escondernos bajo tus ojos divinos y así no ser reconocidas en la tierra".

Su devoción a la Santa Faz fue la respuesta a su gran deseo de pasar el cielo haciendo el bien en la tierra. Cuando ella tuvo este inmenso deseo, no sabía cómo unir dos realidades: el cielo como el lugar del descanso eterno y de la contemplación eterna del Rostro de Dios y su deseo de seguir misionando por el mundo haciendo el bien. El Señor la lleva a meditar el pasaje de las Escrituras que nos habla de los ángeles, contemplando eternamente el Rostro de Dios y, a la vez, teniendo misiones en favor nuestro. Aquí encuentra ella la respuesta a su deseo de estar eternamente contemplando el Rostro de Dios y de pasar su cielo haciendo el bien en la tierra.

CONCLUSIÓN

Contemplar el Rostro de Jesús es contemplar Su Corazón... lo más íntimo de Su Corazón lo podemos conocer en su rostro. En un Cenáculo Eucarístico, el Señor nos mostró, a través de una inspiración, Su Rostro golpeado y sufriente, pero sus ojos con una serenidad tan alta que transmitía fortaleza. En medio del dolor y el más grande sufrimiento, Su Corazón se mantiene fijo en el amor y este es su fuerza y su serenidad.

Pido al Señor que contemplemos Su Rostro y que como Santa Teresita también nosotros digamos: "Haznos semejantes a ti, oh, Rostro de Jesús".


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