14 de abril de 2019

Domigo de Pasión

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DOMINGO DE PASIÓN

Por Francisco Javier Colomina Campos

En nuestro peregrinar cuaresmal, nos encontramos ya muy cerca de la Pascua, la meta de la Cuaresma. Este quinto domingo de Cuaresma es conocido como domingo de Pasión. Las lecturas de este domingo nos muestran el perdón y la misericordia de Dios, que hace nuevas todas las cosas.

1. Dios realiza algo nuevo. La primera lectura de este domingo, tomada del conocido como “Libro de la consolación” del profeta Isaías, nos abre el corazón a la esperanza. Dios nos recuerda, por medio del profeta, que Él hace todas las cosas nuevas. El mismo Dios que abrió un sendero por del mar para que el pueblo saliese de la esclavitud de Egipto, ahora hace brotar agua en el desierto para calmar la sed de su pueblo. Aquello que parece imposible, pues en el desierto, lugar árido y seco, no podemos encontrar agua, Dios lo hace posible: “Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?”. Esta novedad prometida por Dios, la lleva a cabo el mismo Cristo. En medio del desierto de este mundo y de nuestra propia vida, Cristo hace algo nuevo. En la noche de la Vigilia Pascual, meta de la Cuaresma, Dios abrirá para su Iglesia la fuente del agua de la vida. El sacramento del bautismo, que nace en la Pascua, es el agua que transforma, que purifica, que borra nuestro pecado, que nos llena de vida.

2. “Anda, y en adelante no peque más”. El relato de la mujer adúltera que escuchamos en el Evangelio de este domingo es un claro ejemplo de la novedad que trae Cristo. La ley antigua mandaba apedrear a una mujer pillada en adulterio. Los fariseos, con intención de comprometer a Jesús y así tener de qué acusarlo, le presentan el caso de una adúltera a la que, según la ley, había que apedrear. La respuesta de Jesús es fascinante: sin incumplir la ley, enfrenta a los fariseos con sus propios pecados y les obliga a reconocerse también ellos pecadores. Cristo no condena a la persona que, arrepentida, pide su perdón. Más bien, nos hace mirarnos a nosotros mismos y reconocernos también nosotros pecadores. “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, y todos se van escabullendo, empezando por los más viejos. Cristo nos hace enfrentarnos con nuestro propio pecado. Es fácil condenar a los demás por sus pecados, pero qué difícil es reconocernos también nosotros pecadores. La Cuaresma es tiempo de mirar primero nuestras culpas, antes que las de los demás. Después de marcharse todos, quedan en escena solos la miseria y la misericordia, la pecadora y el que es el perdón de los pecados. “Yo tampoco de condeno, vete y no peques más”. Jesús es la misericordia del Padre, un Dios compasivo que se conmueve ante el pecador arrepentido. Pero no sólo perdona, sino que además hace una llamada a no pecar más. Cuando el pecador arrepentido es perdonado, ha de procurar no volver a caer en el pecado. El camino que hemos de recorrer nosotros, que somos pecadores, es un camino lleno de caídas y de miseria, de un Dios que perdona y levanta, pero también de un propósito de no volver a caer en el pecado. Ésta es la carrera que hemos de ganar para conseguir el premio final al que Dios nos llama.

3. Todo lo estimamos basura con tal de ganar a Cristo. En la segunda lectura, san Pablo nos muestra lo más íntimo de su corazón: para él, todo es basura comparado con la grandeza del conocimiento de Dios. La vida, nos enseña san Pablo, es una carrera en la que el premio es ganar a Cristo. Pero esta carrera no se gana con la ley, con el simple cumplimiento de unos mandatos. Así lo creían los mismos fariseos que le presentaron a Jesús la adúltera que iba a ser apedreada por su pecado. La carrera se gana con la fe en Cristo muerto y resucitado. Él, con su pasión, muerte y resurrección, ha ganado ya el premio para nosotros. Ahora nos toca a nosotros correr con Él, vivir con Él y como Él. El seguimiento de Cristo, conocer y amarle, es la carrera que hemos de ganar. Correr la carrera del egoísmo, de la arrogancia, del creernos mejores, es correr una carrera por el desierto, en la que al final terminamos desfalleciendo de sed. La carrera que san Pablo nos propone es la carrera de la fe, en la que Cristo abre para nosotros una fuente de agua viva, un agua de perdón, de amor y de misericordia.

Dios hace las cosas nuevas. Ya no nos sirve la ley antigua, que consistía en lo que yo soy capaz de hacer y de cumplir. La novedad de Cristo es que Dios ha llegado ya a la meta por nosotros, ha ganado el premio por nosotros. Es el premio del perdón y de la misericordia. En esta Pascua, cada uno de nosotros, como la adúltera, nos encontraremos con el amor misericordioso de un Dios que para perdonarnos sube al madero de la cruz. Que podamos sentir de verdad este perdón de Dios y que continuemos nuestro camino con la alegría del perdón.

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