29 de septiembre de 2018

Todos los buenos pastores son como los miembros del único Pastor

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TODOS LOS BUENOS PASTORES SON COMO LOS MIEMBROS DEL ÚNICO PASTOR

Cristo, pues, te apacienta con justicia, distinguiendo entre quienes son ovejas suyas y quienes no lo son. Mis ovejas -dice- me siguen, porque conocen mi voz.

Aquí, en estas palabras, me parece descubrir que todos los buenos pastores son como los miembros del único pastor. No es que falten buenos pastores, pero todos son como los miembros del único pastor. Si hubiera muchos pastores habría división, y, porque aquí se recomienda la unidad, se habla de un único pastor. Si se silencian los diversos pastores y se habla de un único pastor, no es porque el Señor no encontrara a quien encomendar el cuidado de sus ovejas, pues cuando encontró a Pedro las puso bajo su cuidado. Pero incluso en el mismo Pedro el Señor recomendó la unidad. Eran muchos los apóstoles, pero sólo a Pedro se le dice: Apacienta mis ovejas. Dios no quiera que falten nunca buenos pastores, Dios no quiera que lleguemos a vernos faltos de ellos; ojalá no deje el Señor de suscitarlos y consagrarlos.

Ciertamente que si existen buenas ovejas habrá también buenos pastores, pues de entre las buenas ovejas salen los buenos pastores. Pero hay que decir que todos los buenos pastores son, en realidad, como miembros del único pastor y forman una sola cosa con él. Cuando ellos apacientan es Cristo quien apacienta. Los amigos del esposo no pretenden hacer oír su propia voz, sino que se complacen en que se oiga la voz del esposo. Por esto, cuando ellos apacientan es el Señor quien apacienta; aquel Señor que puede decir por esta razón: «Yo mismo apaciento», porque la voz y la caridad de los pastores son la voz y la caridad del mismo Señor. Ésta es la razón por la que quiso que también Pedro, a quien encomendó sus propias ovejas como a un semejante, fuera una sola cosa con él: así pudo entregarle el cuidado de su propio rebaño, siendo Cristo la cabeza y Pedro como el símbolo de la Iglesia que es su cuerpo; de esta manera fueron dos en una sola carne, a semejanza de lo que son el esposo y la esposa. 

Así pues, para poder encomendar a Pedro sus ovejas, sin que con ello pareciera que las ovejas quedaban encomendadas a otro pastor distinto de sí mismo, el Señor le pregunta: «Pedro, ¿me amas?» Él respondió: «Te amo.» Y le dice por segunda vez: «¿Me amas?» Y respondió: «Te amo.» Y le pregunta aun por tercera vez: «¿Me amas?» Y respondió: «Te amo.» Quería fortalecer el amor para forzar así la unidad. De este modo el que es único apacienta a través de muchos, y los que son muchos apacientan formando parte del que es único.

Por tanto, en realidad, puede decirse que al mismo tiempo se habla de muchos pastores y se afirma que hay un solo pastor. Que se gloríen, pues, los pastores de ser pastores, pero el que se gloría, que se gloríe en el Señor. Apacentar a Cristo, apacentar para Cristo, apacentar en Cristo significa, pues, no querer apacentarse a sí mismo, sino a Cristo solamente. No fue por falta de pastores -como anunció el profeta que ocurriría en futuros tiempos de desgracia- que el Señor dijo: Yo mismo apacentaré a mis ovejas, como si dijera: «No tengo a quien encomendarlas.» Porque, cuando todavía Pedro y los demás apóstoles vivían en este mundo, aquel que era el único pastor, en el que todos los otros pastores eran uno, dijo: Tengo otras ovejas que no son de este redil; es necesario que las recoja, para que se forme un solo rebaño y un solo pastor.

Que todos los pastores, pues, formen parte del único pastor y que a través de todos ellos resuene solamente la voz del único pastor; al oír esta voz las ovejas seguirán no a éste o aquél, sino a su único pastor. Que todos los pastores hagan, pues, resonar en él una única voz, que no dejen oír voces diversas. Os exhorto, hermanos, a que tengáis todos unión y concordia; no haya disensiones entre vosotros. Que las ovejas oigan siempre esta voz, limpia de toda disensión, purificada de toda herejía, y puedan, así, seguir a su propio pastor que les dice: Mis ovejas me siguen, porque conocen mi voz.


Del Sermón de san Agustín, obispo, Sobre los pastores
(Sermón 46, 29-30: CCL 41, 555-557)

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