13 de mayo de 2018

Proclamar el Evangelio a toda la creación

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PROCLAMAR EL EVANGELIO A TODA LA CREACIÓN

Por Antonio García-Moreno

1.- COMO LOS PRIMEROS.- San Lucas quiso dejar constancia por escrito no sólo de la vida de Jesucristo, sino también de la de su Santa Iglesia. Al fin y al cabo ella es su prolongación, su Cuerpo místico, el Cristo total. Gracias a sus relatos conocemos la vida de los primeros cristianos, los inicios fundacionales, las líneas maestras que habían de caracterizar para siempre el estilo de todos los cristianos de la Historia. En esos primeros tiempos, bajo una especial asistencia del Espíritu Santo, se marca para siempre la dirección por la que luego la Iglesia habría de caminar. De ahí que haya un empeño permanente en volver a los principios para adecuar a ellos el presente.

Y esto que ocurre a escala universal, ha de ocurrir también a nivel personal. Cada uno ha de releer estas páginas inspiradas del libro de los Hechos de los Apóstoles, para ver hasta qué punto nuestra vida de cristianos es como la de aquellos primeros. Fueron tiempos difíciles y heroicos que han quedado para siempre como un modelo que imitar, un ideal de vida que intentar. Es cierto que las circunstancias son muy diversas, pero también es cierto que el espíritu que les animaba pervive y que, dejando a un lado lo accidental, es posible reproducir en nosotros las virtudes que ellos vivían.

Era necesario que aquellos primeros se convencieran plenamente de que la Resurrección era un hecho incontrovertible. Ellos habían de ser los testigos cualificados, los primeros, de que Jesús seguía vivo, presente en la Historia de los hombres. Por eso el Señor insiste y se les aparece una y otra vez. San Pablo recogerá este dato, hablando de que hasta unas quinientas personas llegaron a ver a Jesús resucitado. Después de todo aquello se persuadirán de la Resurrección de Cristo, y de tal forma que nada ni nadie les hará callar. Por todos los rincones del mundo y de los tiempos resonará el mensaje de los primeros, la buena noticia de que Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, después de morir crucificado para redimir a los hombres, ha resucitado y ha subido a los Cielos.

Pero esa noticia maravillosa era algo más que una mera noticia. Ese mensaje llevaba, y lleva, consigo unas exigencias y también unas promesas. Jesucristo con su muerte y resurrección, lo mismo que con su vida entera, nos traza un camino a seguir, un itinerario a recorrer día a día. También nosotros, si creemos en él, hemos de vivir y morir como él vivió y murió. Sólo así podremos luego resucitar con él y subir a los Cielos como él subió. Ojalá que la esperanza de una gloria eterna nos estimule, de continuo, a vivir nuestra existencia terrena como Jesús la vivió.

2.- EXALTACIÓN SUPREMA DE CRISTO.- Este domingo, dentro de la nueva distribución litúrgica, celebramos la Ascensión del Señor. La Iglesia, como buena Madre que es, se acopla dentro de lo posible a las exigencias de los tiempos y de la sociedad. Lo importante es rememorar en nuestra mente y en nuestro corazón el momento en que Cristo, Señor nuestro, subió a los cielos para sentarse a la derecha de Dios Padre. Es decir, Jesús culmina su vida en la tierra elevándose al Cielo, para recibir toda la gloria que como a Hijo de Dios le corresponde.

Él se anonadó y tomó la forma de siervo, se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz. Él bajó hasta lo más hondo de la miseria humana. Él se hizo maldito, nos viene a decir San Pablo, dejándose colgar de un madero, patíbulo de malhechores. Por eso precisamente, Dios lo exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre, de modo que ante él doble la rodilla cuanto hay en los cielos y en la tierra y en los infiernos, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre.

Pero antes de marchar para recibir la corona de Rey de reyes, Jesús confía a sus apóstoles la misión de proclamar el Evangelio a toda la Creación, de predicar a todos los hombres que sólo quien crea en Cristo se salvará. Les prometió, además, que aunque se marchaba no les dejaría solos y que en su nombre harían prodigios, vencerían al maligno.

Ellos fueron fieles al mandato de Jesús y caminaron por todo el mundo, levantando muy alta la luz de Cristo. Después, cuando ellos pasaron de la tierra al Cielo, entregaron el fuego sagrado a quienes les sucedían, y éstos a su vez a quienes vinieron luego. Así, el fuego que el Hijo de Dios trajo a la tierra, fue encendiendo todas las páginas de la Historia. Ahora ese fuego está en nuestras manos y nos toca a nosotros reavivarlo y propagarlo por entre los hombres de nuestra época. Ojalá que seamos responsables de la misión que Jesús nos encomienda y consigamos que el fuego de la fe no se apague. Antes al contrario, convirtamos el mundo en una bendita hoguera que ilumine, alegre y mejore más y más la conducta de los hombres.

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