7 de enero de 2018

LA FILIACIÓN DIVINA DE LOS BAUTIZADOS

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LA FILIACIÓN DIVINA DE LOS BAUTIZADOS

Por Antonio García-Moreno

1.- DIOS SABE ESPERAR.- La caña cascada ya no sirve para nada, le falta consistencia. Mejor es tirarla, terminar de quebrarla, hacerla astillas para el fuego. Y el pabilo vacilante da poca luz, apenas si alumbra. También dan ganas de apagarlo de una vez y encender otra luz más fuerte y segura. Así piensan los hombres. Tienen poca paciencia los unos con los otros. Se aguantan con dificultad, se echan en cara sus defectos, prescinden rápidamente de los que estorban, eliminan a los que no rinden. Dios no, Dios sabe esperar, tiene una gran paciencia. Y al débil le anima para que siga caminando, al que está triste le infunde la esperanza de una eterna alegría, y al que lucha y se afana inútilmente le promete una victoria final, una victoria definitiva.

El Señor, además de tener paciencia, sigue promoviendo el derecho sobre la tierra, despertando en los hombres la inquietud por una justicia auténtica. Su voz continúa resonando en las conciencias, reclamando el derecho de los oprimidos. La Iglesia se hace eco de la enseñanza de Jesús, es el signo sensible de su persona, su voz clara y valiente. Lo dijo Él: Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien a vosotros escucha, a mí me escucha.

Señor, da fortaleza a tu Iglesia para que siga levantando la voz en defensa de la justicia, para que siga recordando a los hombres el mensaje de amor que tú has traído a la tierra. Y concede a cada uno de nosotros una sensibilidad exquisita para todo lo que sea justo, una fidelidad heroica a las leyes divinas, a las normas del Evangelio, al Derecho de la Iglesia. Hacer justicia sin vacilaciones, vivir el Derecho, eclesiástico o civil, sin quebrantos ni claudicación alguna.

2.- BAUTISMO DE CRISTO.- Después de treinta años de vida oculta, ignorado de todos en una de las más recónditas y olvidadas aldeas de Palestina, Jesús desciende hacia el Jordán para iniciar su ministerio público. Hasta entonces su enseñanza había sido sin palabras, aunque desde luego una enseñanza muy elocuente e importante. En ese tiempo, en efecto, nos hizo comprender el valor de una vida sencilla, de una existencia ordinaria vivida en sus mil pequeñas cosas con un grande y profundo amor, que sabe dar relieve y altura a lo más corriente. Lección fundamental para la inmensa mayoría de los hombres, cuya existencia también transcurre, día tras día, en un entramado de pequeños deberes. Un ejemplo que nos lleva a dar valor a lo más pequeño y ordinario, que al vivirlo con amor y esmero en hacerlo bien, puede alcanzar la bendición y la sonrisa de Dios.

Cuando Jesús llegó al Jordán para bautizarse, el Bautista se resistió a hacerlo. No entiende cómo ha de bautizar a quien está tan por encima de él. Tampoco comprende de qué se habría de purificar quien era la pureza misma. Pero el Señor vence su resistencia pues así lo disponían los planes del Padre. Ante todo para enseñarnos la primera lección que ha de aprender quien quiera entrar en el Reino de los cielos, la lección de la humildad. Luego lo repetirá de muchas formas y en repetidas ocasiones. Nos enseña, en efecto, que es preciso hacerse como niños y que quien se humilla será exaltado, o que quien quiera ser el primero que sea el último. También alabará la humildad de la mujer cananea, o el valor de la pequeña limosna que echó una pobre viuda en el gazofilacio del Templo. También se alegrará y alabará al Padre porque ha ocultado los misterios más altos a los sabios y a los orgullosos, y se los ha revelado a los sencillos y pequeños. También nos dirá que aprendamos de Él, que es manso y humilde de corazón.

Por otra parte, se bautiza porque ha venido a cargar con los pecados de la Humanidad y redimir así al hombre de la servidumbre a que estaba sometido desde la caída de Adán. Jesús, como vaticinó el profeta Isaías, es el Cordero de Dios que carga con los pecados del mundo para expiarlos con su mismo sacrificio. Así pues, en su Bautismo comienza el Señor su misión redentora, inaugura una nueva era al dar a las aguas el poder de purificar a cuantos creyendo en Él se bautizarían, una vez consumada la redención en la cruz.

El Bautismo de Cristo, recordado en el rosario como primer misterio de los luminosos, es un modelo de lo que es el nuestro. También nosotros adquirimos la filiación divina al ser bautizados, pues además de ser purificados del pecado original, hemos sido objeto del amor del Padre, hemos recibido al Espíritu Santo que ha morado, y mora si estamos en gracia de Dios, en nuestro cuerpo y en nuestra alma como en su propio templo.

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