1 de octubre de 2017

Sin ruido y haciendo bien



SIN RUIDO Y HACIENDO BIEN

Por Javier Leoz

Se nota cuando, nuestras palabras son eso: buenos deseos. Y, por el contrario, a veces los silencios hacen y dicen mucho. Hoy con el evangelio en la mano nos damos cuenta de que nuestro “si” no siempre es sincero ni creíble. Muchas veces está condicionado por el quedar bien con alguien o por algo, por salir airosos de algunas situaciones o, simplemente, porque con un “si vacío” solucionamos una situación puntual que, luego, se nos puede volver en contra. Es bueno pues aquella máxima de: “promete lo que vayas a realizar y calla aquello que te deje en evidencia”.

1. Dios nos hace libres, y desde esa libertad, estamos llamados a cooperar con El. Conoce de antemano los sentimientos más profundos de nuestros corazones. Sabe, perfectamente, cuando nuestros labios emiten sonidos que en nada reflejan nuestro pensamiento. Pero, Dios, ahí está: aguarda, espera, confía una y otra vez en el ser humano. ¿Por qué? ¡Nos quiere libres y libremente desea que le amemos! ¿Se puede querer a un padre por imperativo legal? ¿El amor es auténtico cuando se da largas o cuando se demuestra?

2. Las parábolas siempre nos enseñan el camino de la salvación. Hoy, al proclamar la del evangelio, nos damos cuenta que como el hijo pequeño también nosotros somos muy propensos a posponer lo importante y a llevar a cabo lo secundario.

-Cuántas familias dicen un “si” al Bautismo; se comprometen ante Dios y ante la Iglesia a educar en cristiano a sus hijos; luego no van en esa dirección adecuada y resulta ser un “no” olvidando cultivar la viña de la fe.

-Cuántos matrimonios, delante del altar, prometen fidelidad en lo bueno y en lo malo. Llegan las dificultades y el egoísmo o la presión del ambiente convierten todo eso en un “no”. Dejan de cultivar la viña del amor.

-En cuántos momentos, sumergidos en celebraciones musicalmente bellas y en impresionantes templos, decimos amar a Dios sobre todo; nos comprometemos a un cambio de vida…..pero salimos de las cuatro paredes del cenáculo festivo y, nuestra vida cristiana, se diluye en medio del océano del mundo. Se diluye no como sal…sino como algo insípido.

3. ¿En cuál de los hijos nos vemos representados? ¿Somos hombres y mujeres de palabra? ¿Llevamos a la práctica aquello que prometemos? ¿Nos quedamos en “buenas palabras” o pasamos a los hechos? ¿Es Dios el norte y guía de nuestra existencia? San Vicente de Paul llegó a decir “el ruido no hace bien; el bien no hace ruido”.

No es bueno proclamar aquello que se quiere hacer sin llevarlo a cabo. Hay un primer paso para obrar según la voluntad del Señor: hacer el bien implica no hacer mal. Empecemos por ahí: no haciendo mal las cosas. No comprometiéndonos en aquello que, tal vez, supera nuestra capacidad o nuestras fuerzas. No somos más grandes cuando vamos pregonando lo que podemos construir (si luego se queda en paja) o cuando presumimos de estar en todo, pero dejamos a medio camino aquellas responsabilidades que se nos han encomendado.

4.- Demos gracias a Dios porque nos sigue llamando. Lo importante es ser conscientes de que, ciertos caminos que elegimos, nos apartan de Él, de su amor, de su presencia, de su viña y del sendero que nos conduce a la salvación, a la felicidad o la gracia.

No nos conformemos con los “mínimos” de nuestra fe. Además de la misa dominical, como cristianos, estamos llamados a trabajar un poco más nuestra personal viña. No podemos decir “si” al Señor y, luego, marcharnos por otros derroteros totalmente distintos al Evangelio.

Digamos “si” a Jesús. Con todas las consecuencias. No olvidemos que, el movimiento, se demuestra andando y que la fe cuando se trabaja…produce más fe.

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