1 de enero de 2016

Adoremos al Niño y Miremos a María y a José



ADOREMOS AL NIÑO Y MIREMOS A MARÍA Y A JOSÉ

Por Antonio García-Moreno

1.- LA PAZ.- "El Señor se fije en ti y te conceda la paz" (Nm 6, 26).Este versículo es de una antiquísima bendición bíblica, tantas veces pronunciada y escrita a lo largo de la Historia. Se implora al Señor que conceda la paz a quien se bendice. Hoy, después de miles de años quizá, sigue resonando entre nosotros. La Iglesia la conserva en su liturgia y la repite. Siempre implorando la paz al Señor para su pueblo, para todo los hombres. Y así, en la celebración eucarística, hay todo un rito de la paz. Es un eco de una secular costumbre hebrea, que Jesucristo hizo suya.

Así ocurre en las apariciones, después de resucitar, cuando el Señor saluda a los apóstoles dándoles la paz. También lo vemos chupando envía a sus discípulos a predicar por vez primera, al recomendarles que den la paz como saludo inicial. Ese saludo era muy querido del San Josemaría Escrivá, lo repetía a menudo y lo recomendó a sus hijos... Es una consecuencia del mensaje cristiano. Pero no olvidemos que esa paz es distinta de la que el mundo da, pues conlleva abnegación y amor, alegre y generosa entrega.

En la segunda lectura se cita Ga 4, 6, donde San Pablo nos dice: "Así que ya no eres esclavo, sino hijo...”.En otro momento de esta carta, Pablo se refiere a Sara, la esposa de Abrahán, y a su esclava Agar. Los hijos de ésta nacen esclavos, en cambio los de Sara, libres. Son además los herederos del Patriarca. Todo aquello, enseña el Apóstol, era el anuncio en figuras de lo que ocurriría después. Entonces cuantos creyesen que Jesús era el Hijo de Dios, el Cristo o Mesías salvador, y recibieran el Bautismo, quedarían transformados en hijos de Dios, hijos libres para siempre, con la libertad que Cristo nos ganó.

Hijos de Dios y herederos suyos. Una verdad central en la enseñanza de Jesucristo, nuestro Maestro y Señor. Una verdad que también el Fundador del Opus Dei captó con profundidad, comprendió y vivió con toda su alma. Hijo de Dios, pensaba. Y se llenaba de santo orgullo y confianza absoluta, aún en las más duras pruebas y contradicciones. "¡Abba!" le gustaba repetir. Esa palabra que todavía hoy la dicen los niños a sus padres cuando le llaman, cuando le necesitan, cuando le manifiestan su tierno amor.

2.- MARÍA, LA MADRE.- "Y encontraron a María y a José y al niño acostado..." (Lc 2, 16). Los pastores creyeron firmemente en el asombroso anuncio de los ángeles. Y siguieron creyendo al ver el cumplimiento de ese anuncio. Otros habrían pensado que aquel niño nacido en pobreza y de una mujer casada con un sencillo carpintero, procedente además de Nazaret, no podía ser el Salvador del mundo, el Rey de Israel. De hecho así ocurriría cuando ese niño se hiciera un hombre y se presentara como el Esperado, el Anunciado por la Ley y los Profetas. ¿De Nazaret puede salir algo bueno?, dijo Natanael.

Luego se rindió ante las palabras de Jesús sobre la higuera y lo proclamó el rey de Israel. Natanael era un hombre sin dolo, sin doblez ni engaños. Pero le faltaba sencillez, humildad, la luz de la fe... Los pastores, en cambio, se quedan absortos ante ese Niño recién nacido, frágil e inerme, dormido dulcemente en brazos de María su Madre. Ella está en el centro de la escena, como hoy lo está en la liturgia del día, para que tú y yo nos acerquemos, adoremos al Niño y miremos emocionados y contentos a María y a José.

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