16 de octubre de 2024

NADA HALLARÁS QUE NO SE ENCUENTRE EN ESTA ORACIÓN DOMINICAL

  


De la carta de san Agustín, obispo, a Proba

(Carta 130, 12, 22—13, 24: CSEL 44, 65-68)

NADA HALLARÁS QUE NO SE ENCUENTRE EN ESTA ORACIÓN DOMINICAL


Quien dice, por ejemplo, como mostraste tu santidad a las naciones, muéstranos así tu gloria y que tus profetas sean hallados fieles, ¿qué otra cosa dice sino santificado sea tu nombre?

Quien dice: Dios de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve, ¿qué otra cosa dice sino venga tu reino?

Quien dice: Asegura mis pasos con tu promesa, que ninguna maldad me domine, ¿qué otra cosa dice sino hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo?

Quien dice: No me des pobreza ni riqueza, ¿qué otra cosa dice sino danos hoy nuestro pan de cada día?

Quien dice: Señor, tenle en cuenta a David todos sus afanes, o bien: Señor, si soy culpable, si hay crímenes en mis manos, si he causado daño a mi amigo, ¿qué otra cosa dice sino perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden?

Quien dice: Líbrame de mi enemigo, Dios mío; protégeme de mis agresores, ¿qué otra cosa dice sino líbranos del mal?

Y si vas discurriendo por todas las plegarias de la santa Escritura, creo que nada hallarás que no se encuentre y contenga en esta oración dominical. Por eso, hay libertad de decir estas cosas en la oración con unas u otras palabras, pero no debe haber libertad para decir cosas distintas.

Esto es, sin duda alguna, lo que debemos pedir en la oración, tanto para nosotros como para los nuestros, como también para los extraños e incluso para nuestros mismos enemigos, y aunque roguemos por unos y otros de modo distinto, según las diversas necesidades y los diversos grados de familiaridad, procuremos, sin embargo, que en nuestro corazón nazca y crezca el amor hacia todos.

Aquí tienes explicado, a mi juicio, no sólo las cualidades que debe tener tu oración, sino también lo que debes pedir en ella, todo lo cual no soy yo quien te lo ha enseñado, sino aquel que se dignó ser maestro de todos.

Hemos de buscar la vida dichosa y hemos de pedir a Dios que nos la conceda. En qué consiste esta felicidad son muchos los que lo han discutido y sus sentencias son muy numerosas. Pero nosotros, ¿qué necesidad tenemos de acudir a tantos autores y a tan numerosas opiniones? En las divinas Escrituras se nos dice de modo breve y veraz: Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor. Para que podamos formar parte de este pueblo, llegar a contemplar a Dios y vivir con él eternamente, tenernos aquella exhortación cuyo objetivo no debe ser otro que promover la caridad que proviene de un corazón sincero, de una conciencia recta y de una fe sin fingimiento.

Al citar estas tres propiedades se habla de la conciencia recta aludiendo a la esperanza. Por tanto, la fe, la esperanza y la caridad conducen hasta Dios al que ora, es decir, a quien cree, espera y desea, al tiempo que descubre en la oración dominical lo que debe pedir al Señor.


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