“Dios es amor”, exclama dos veces con ardor el apóstol San Juan en su primera carta, 4. San Juan, el discípulo amado, quien conoció íntimamente los misterios de amor del Corazón de Dios hecho hombre; quien escuchó los latidos de amor de este corazón al inclinarse sobre su pecho en el cenáculo, ha querido testificar a los hombres este gran misterio: ¡Dios es amor! Según una tradición, al pasar el tiempo, la enseñanza de este apóstol fue cada vez más sencilla, pues hablaba solo del amor de Dios. Ante esto, uno de sus discípulos se quejó y le preguntó: “¿Por qué no hablas de otra cosa?”. Y él respondió: “Porque no hay otra cosa más importante que proclamar que ¡Dios es amor!”. ¿Por qué lo consideraba lo más importante? El apóstol se lo explicó a Santa Gertrudis en una aparición: “Es necesario gritar al mundo entero que Dios es amor. Porque el mundo que tan fácilmente se debilita en el amor de Dios, solo se renueva, se levanta de su letargo, se restaura de su ruina y se inflama en el fuego del amor divino, cuando conoce la grandeza de este amor”.
EL AMOR DE DIOS ES UN MISTERIO
Tal vez el más profundo, el más insondable, el más incomprensible, pues se trata de la misma esencia de Dios: ¡Dios es amor! Es un amor insondable porque tiene una profundidad que nadie puede plenamente sondear; tiene una altura que nadie puede totalmente escalar; tiene una longitud y anchura que nadie puede lograr medir por completo. Dios es amor, su esencia es amor... no es que solamente nos ama, sino que es amor. En Él todo es amor; no hay nada que no sea amor; su Ser es amor; toda su actividad interior es amor; todos sus actos externos son amor. No hace otra cosa que amar y amar hasta el extremo… Amar infinitamente, amar inmutablemente, amar eternamente, amar fielmente y misericordiosamente.
Este amor de Dios es la causa última de todo lo que existe, es la causa última de todo lo que pasa, es la causa última de nuestra existencia. Por eso es que al final de tantas vueltas que el corazón humano da en búsqueda de su felicidad, de su realización, de su plenitud, igual que los Israelitas en el desierto, llega un día a darse cuenta, como ellos, que la tierra prometida estaba tan cerca, pues la felicidad y la plenitud del hombre es saberse amado por Dios, saberse amado por su Padre y Creador.
Aunque no podremos penetrar este misterio en totalidad, Dios quiere que sepamos que somos amados, pues este conocimiento causa una profunda sanación en el corazón del hombre. Conocer y vivir en este amor es la plenitud del corazón humano. Como nos dice San Pablo en Efesios 3:17: “Para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo, que excede todo conocimiento, y así os llenéis de la plenitud de Dios”. Solo en Dios y en el conocimiento íntimo de su amor es que el hombre encuentra su paz, su realización, su plenitud, su alivio, su descanso más profundo. “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso”. (Mt 11:28). San Agustín oró: “Oh, Dios, tú nos has hecho para ti mismo, y nuestros corazones seguirán inquietos hasta que puedan encontrar el descanso en ti”.
San Agustín plantea en todos sus escritos la cuestión de cómo el hombre puede encontrar la felicidad verdadera que tanto ansía. Concluye, después de recorrer largos caminos, que la felicidad del corazón humano está en encontrarse con Dios, que es amor y que le ama. Y este amor, eterno e imperecedero, es el único capaz de garantizarle la felicidad, pues únicamente tal amor excluye todo temor de perder al amado. Por ello, diría San Juan en esta primera carta y en el mismo capítulo: “No cabe temor en el amor, antes bien, el amor expulsa el temor, quien teme no ha alcanzado la plenitud en el amor”. Igual que San Juan, Su Santidad Juan Pablo II, al iniciar su Pontificado exclamó con fuerza desde el balcón del Vaticano: “No tengáis miedo, abrid de par en par las puertas de vuestro corazón al amor de Cristo Redentor”. Este ha sido el grito continuo del Papa, casi como un eco: “No tengáis miedo”. ¿Por qué? Porque “Dios es amor y en el amor de Dios no cabe el temor”. El hombre no debe tener miedo porque tiene un Padre que le ama, hasta el punto de dar a su único Hijo para salvarlo. “No tengáis miedo. Tienen necesidad de escuchar estas palabras, cada persona, cada familia, los pueblos y naciones del mundo entero. Es necesario que resurja en las conciencias la certeza de que existe alguien que tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa; alguien que tiene las llaves...; alguien que es el Alfa y el Omega de la historia del hombre, sea la individual como la colectiva. Y este alguien es amor y por ser amor es el único que puede dar garantía de las palabras ‘No tengáis miedo’ ”. (CUE, JPII).
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