SABER ESCUCHAR EL SILENCIO
Por Antonio García-Moreno
1.- MIRAD A MI SIERVO. - "Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones" (Is 42, 1). Miradle. Dios nos invita a fijar nuestros ojos en su elegido, en el amado, en el Mesías. Por fin se ha corrido el velo, se nos ha revelado hasta el límite máximo que se podía Dios revelar. Estamos en el tiempo de la Epifanía, de la manifestación, de la revelación. Miradle. Cristo, el predilecto, el bienamado. Sobre él ha descendido el Espíritu Santo. Se ha posado en el Hijo de Dios hecho hombre. Se han abierto los cielos. El Padre eterno ha hablado: He aquí mi hijo muy amado en quien tengo todas mis complacencias. Es el enviado que trae la luz, la paz, la libertad, la justicia, el amor.
"Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas". Tú, Jesús, eres la más perfecta teofanía, la mejor revelación de Dios, la expresión perfecta del infinito amor del Padre. Abre nuestros ciegos ojos para que podamos ver el resplandor de la luz de Dios, libéranos de nuestra torpe esclavitud, sácanos de la profunda mazmorra de nuestro egoísmo y de nuestra mezquindad. "No gritará, no clamará, no voceará por las calles”, sigue diciendo Isaías (Is 42, 2). Gran contrate con los poderosos del mundo que gritan, se encuentran con derecho para dar voces, hablan con malos modos a los que están por debajo de ellos. Se valen de mil resortes para hacerse oír. Y a través de la tierra, del mar y del aire llegan sus voces estentóreas, sus noticias, sus vanos discursos, sus ideas sucias.
Tanto gritan, que tan sólo ellos se oyen, dando la impresión de que sólo ellos existen. Y hacen creer a la muchedumbre, a la pobre gente de siempre, que todo es del color oscuro e irritante con que ellos ven las cosas... Pero no es así. Hay mucho silencio en los mil rincones de la tierra. Silencio de los que trabajan honradamente, de los oprimidos que no pueden hablar, silencio de los humildes, de los sencillos, de los simplemente buenos, de los que no han recibido nunca el aplauso de los hombres.
Danos oídos, Señor, para saber escuchar el silencio, para saber captar el mensaje de los que callan, intuir esas vidas heroicas y escondidas que se desgranan, minuto a minuto, en el cumplimiento del deber de cada día. Y haznos también amantes de ese silencio, de ese camino sin brillo de lo ordinario, de la perseverante entrega con desinterés y generosidad al servicio de los demás.
2.- ALMA SACERDOTAL. - Según las creencias judías, cuando llegase el Mesías, el pueblo sería purificado con un bautismo peculiar. Ya Ezequiel había hablado en nombre de Yahvé para prometer un agua limpia y un Espíritu nuevo, que vendría sobre los hombres cuando llegase el que tenía que venir. Entonces una época distinta iniciaría los tiempos gozosos de la salvación mesiánica. Os cambiaré el corazón, dice también el libro de Ezequiel. En lugar del que tenéis, duro como la piedra, os daré un corazón de carne. Así será posible para el hombre cumplir con la ley divina, que se resume en la caridad, en un limpio y encendido amor.
Por esa creencia acerca del bautismo mesiánico, la gente de Israel pensaba que Juan podría ser el Esperado. Pero el Bautista confiesa abiertamente que él no es el Mesías, y que su bautismo es sólo un anticipo y una figura de ese otro bautismo que Cristo instituiría para la salvación del hombre. El bautismo de Juan era sólo en agua, servía para preparar el alma al encuentro del Señor, despertando en ella su conciencia de pecado, pero no borrándolo. Era una preparación más bien externa, sin limpiar radicalmente la culpa y la mancha que todo pecado, también el original, graba sobre el hombre.
Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego, proclama el Precursor de Cristo. El Señor habló también de ese bautismo al decir que era preciso renacer por el agua y el Espíritu para poder entrar en el Reino de los cielos. Por eso cuando envía a los apóstoles a predicar el Evangelio a todo el mundo, les encarga además que bauticen a quienes crean en él. De ese modo, el hombre queda limpio de todo pecado, también del pecado original. Es una purificación radical que permite de nuevo la amistad con el Señor. Más aún, por el bautismo el hombre pasa a ser hijo de Dios, participa de la gracia, de la misma vida divina, se identifica en cierto modo con Cristo.
El bautismo nos hace agradables a los ojos del Señor. Nuestra existencia adquiere desde ese momento una dimensión nueva, todo nuestro ser y nuestro actuar es para Dios algo meritorio y agradable. El que está en gracia hace de su vida, hasta en los detalles más nimios, una ofrenda grata al Señor. El alma del cristiano se transforma por el bautismo en alma sacerdotal. Gracias a eso, todo cuanto haga, el trabajo y el descanso, el sufrimiento y el gozo, se transforma en un culto hecho a Dios en Espíritu y verdad.
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