EL VALOR DE UNA CONCIENCIA RECTA
Por Gabriel González del Estal
1.- Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Le preguntaron: Maestro, ¿dónde vives? Jesús les dijo: Venid y lo veréis. Formar en los niños y en los jóvenes una buena conciencia, una conciencia cristiana y recta, es una tarea importantísima que tienen los padres, educadores, catequistas y evangelizadores. La mayor parte de nosotros nos guiamos, o creemos y queremos guiarnos, por nuestra conciencia, no por nuestros egoísmos y por nuestras tendencias pasionales. Un niño, o un joven, que se deja guiar por sus impulsos y pasiones terminará siendo una persona pervertida y peligrosa para la sociedad. Los cristianos debemos dejarnos guiar siempre por las palabras y por la persona de Jesús. Esto es lo que hicieron los dos discípulos que acompañaban a Juan el Bautista y esto es lo que hizo Simón Pedro, aconsejado por su hermano Andrés. Jesús quiso siempre que sus discípulos le siguieran, no sólo que le oyeran, y que aprendieran de él a través de la palabra, del ejemplo y de la vida. Las palabras mueven, decimos, los ejemplos arrastran. Los educadores y predicadores de este momento es algo que debemos tener muy en cuenta: educar con las palabras, acompañadas siempre de un ejemplo coherente y de acuerdo con lo que decimos y predicamos. Nuestra Iglesia, nos han dicho repetidamente los Papas, necesita hoy más de testigos que de predicadores, o, dicho de otro modo, necesita de predicadores del evangelio que, a su vez, sean testigos vivos del evangelio que predican. Nuestros jóvenes escuchan con dificultad sermones, pero se fijan mucho en el comportamiento de los que les hablan y tratan de enseñarles. Llevemos a los jóvenes a Jesús, como hizo Andrés con Simón Pedro. Seamos catequistas y evangelizadores de palabra y de obra, como quiso siempre hacer Jesús con sus discípulos.
2.- Habla, Señor, que tu siervo escucha. El niño Samuel no conocía al Señor, hasta que el sacerdote Elí le enseñó a reconocer la voz del Señor. Si el sacerdote Elí no hubiera enseñado al niño Samuel a reconocer la voz de Dios no habría descubierto su vocación de profeta, no hubiera llegado a ser el profeta Samuel, el primer profeta yahvista de Israel. Esta debe ser nuestra actitud ante la voz del Señor que nos habla a través de nuestra conciencia. Saber discernir la verdadera voz de Dios a través de nuestra conciencia es algo importantísimo en nuestra vida. Lo más importante para una persona es acertar con su vocación, con la vocación que Dios le ha dado. Para conseguir esto es necesario saber escuchar, estar siempre en actitud de escucha, no dejar que nuestros egoísmos y nuestras pasiones nos confundan. Aprender a descubrir y realizar en la vida nuestra verdadera vocación depende en parte de que nos dejemos enseñar por nuestros padres, o educadores, o libros piadosos, o sacerdotes, o acontecimientos de la vida, o la naturaleza, o todas aquellas personas y cosas que influyen en nuestra vida. Dejemos que Dios nos guíe, que Dios nos conduzca todos los días de nuestra vida. Aprendamos a escuchar la voz del Señor y digámosle, con palabras del salmo 39: aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
3.- ¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? Por tanto, glorificad a Dios con vuestro cuerpo. Las personas somos cuerpos encarnados. Nuestro cuerpo es parte esencial de nuestro ser personal. Los pecados de nuestro cuerpo son pecados nuestros y las virtudes que practicamos a través del cuerpo son virtudes totalmente humanas. Nuestra misión como cristianos es vivir unidos espiritualmente al Espíritu de Cristo, formar con el Espíritu de Cristo un solo espíritu, ser miembros de Cristo. Estas palabras que escribió san Pablo a los primeros cristianos de Corinto, con motivo de algunos pecados públicos de fornicación, son palabras que debemos aplicárnoslas siempre a nosotros mismos. El hombre es un animal sexual y debe dirigir su vida sexual de acuerdo con su espíritu; no podemos dividirnos en cuerpo y espíritu, como si fueran cosas siempre opuestas. El cuerpo y el espíritu deben caminar siempre juntos y bien avenidos. No somos ni sólo ángeles, ni sólo bestias; somos personas humanas en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu. Glorifiquemos, pues, a Dios también con nuestro cuerpo.
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