Pascua. 3ª semana. Lunes
NATURALIDAD CRISTIANA
— Ser cristianos coherentes en todas las situaciones de nuestra vida.
— Apostolado en ambientes difíciles.
— Rectitud de intención.
I. El proceso contra Esteban desencadena una grave persecución contra la Iglesia. En la lectura de la Misa de hoy se narra su actividad apostólica y su martirio1: En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Contra él se utilizarán los mismos medios, y casi las mismas palabras, que se emplearon contra Jesús: Le hemos oído decir –aseguran los falsos testigos– que ese Jesús de Nazaret destruirá el templo y cambiará las tradiciones que recibimos de Moisés.
Esteban proclamó con valentía su fe en Jesús resucitado. Y es ejemplo para nosotros –aunque el Señor no nos pida el martirio– de vida cristiana coherente: con naturalidad y claridad, sin detenernos ante los falsos escándalos, ni ante el qué dirán. Debemos contar con ambientes en los que alguna vez nos mirarán torcidamente, porque no entienden un comportamiento cristiano, ni muchas de las amables exigencias de la doctrina de Cristo. Debemos imitar entonces al Señor y a quienes le fueron fieles, incluso hasta dar la vida por Él, si fuera necesario, actuando con serenidad, llevando una vida cristiana con todas sus consecuencias. Sin duda, sería más cómodo el adaptarse a esas situaciones y estilos de vida paganizados, pero ya no podríamos decir que queremos ser discípulos fieles de Jesús. Estas situaciones, en las que tendremos que echar mano de la firmeza de carácter y de la fortaleza en la fe, pueden darse en la Universidad, en el trabajo, en el lugar donde pasamos unos días de descanso con la familia, etcétera.
«En sus actuaciones públicas, los cristianos deben inspirarse en los criterios y objetivos evangélicos vividos e interpretados por la Iglesia. La legítima diversidad de opiniones en los asuntos temporales no debe impedir la necesaria coincidencia de los cristianos en defender y promover los valores y proyectos de vida derivados de la moral evangélica»2. El cristiano debe rechazar el miedo de parecer chocante si, por vivir como discípulo fiel del Señor, su conducta es mal interpretada o claramente rechazada. Quien ocultara su personalidad cristiana en medio de un ambiente de costumbres paganas, se doblegaría por respetos humanos, y sería merecedor de aquellas palabras de Jesús: Quien me niegue ante los hombres, Yo también le negaré ante mi Padre que está en los cielos3.
«¿Sabéis cuál es la primera tentación que el demonio presenta a una persona que ha comenzado a servir mejor a Dios? –pregunta el Santo Cura de Ars–. Es el respeto humano»4. ¿Cómo es nuestro comportamiento con los amigos, en el trabajo, en una reunión social? ¿Mostramos con valentía y sencillez nuestra condición de hijos de Dios?
II. En ocasiones, parece de «buen tono» hablar con frialdad de las grandes verdades de la vida, o bien no hablar de ellas en absoluto. Y llaman fanático al que habla con entusiasmo de una causa noble –defensa de la vida desde la concepción, libertad de enseñanza...– o tratan de descalificar con diversos adjetivos al que tiene convicciones profundas sobre la vida y su destino final y trata de vivirlas.
Sin intemperancias, que son ajenas al ejemplo amable que nos dejó Jesucristo, trataremos de vivir, con la ayuda de la gracia, una vida llena de convicciones cristianas profundas y firmes. Sabemos bien, por ejemplo, que la indiferencia ante las maravillas de Dios es un gran mal, consecuencia de la tibieza o de una fe muerta o dormida, por mucho que se la quiera disfrazar de «objetividad».
El cristiano, por el Bautismo, ha recibido la gracia que salva y da sentido a su caminar terreno. Ante un bien tan excelente es lógico que esté alegre y que procure comunicar su felicidad a quienes están a su lado por medio de un apostolado incesante.
Jesús siempre hizo el bien. Yo os pregunto –les decía Jesús en cierta ocasión a unos escribas y fariseos que le espiaban– ¿es lícito hacer el bien o hacer el mal? Y a continuación curó al enfermo de la mano seca. En todos los ambientes debemos hacer el bien, comunicar la alegría de haber conocido a Cristo; sentimos la necesidad de ganar almas para la Verdad, para el amor, para Cristo. «Y esto se llama, en correcto castellano, proselitismo. Aquí interviene también la manipulación de las palabras. El término proselitismo ha sido cargado por algunos con la albarda de intereses egoístas, de utilización de medios poco honrados para fascinar, coaccionar o enrolar engañosamente a los que se dirige. Tal actitud merece seria condena; pero lo condenable es el proselitismo sectario, engañador, mercenario, el que se aprovecha de la ignorancia ajena, de su miseria material, de su soledad afectiva.
»Pero ¿vamos, por eso, a renunciar los cristianos a la fecundidad apostólica, a la fraternidad comunicativa del genuino proselitismo?»5.
La certeza de las verdades de nuestra fe –solo el que está convencido convence– y el amor a Cristo nos llevará a una comunicación fecunda de lo que nosotros hemos encontrado, nos llevará a un leal proselitismo. Y esto en todos los ambientes.
III. El lugar donde buscamos la santidad es el trabajo, las relaciones con quienes comparten las mismas tareas que nosotros, el trato social, la familia.
Si encontramos obstáculos, incomprensiones o críticas injustas le pediremos al Señor su gracia para mantenernos serenos, tener paciencia y, ordinariamente, no dejar de hacer apostolado. El Señor no siempre se encontró con personas de buena fe al anunciar la Buena Nueva, y no por eso dejó de mostrar las maravillas del Reino de Dios. Los Apóstoles, en los comienzos de la Iglesia, y los primeros cristianos también, se encontraron con situaciones y ambientes que, al menos al principio, rechazaban de plano la doctrina salvadora que llevaban en su corazón y, sin embargo, convirtieron el mundo antiguo. «—No entiendo tu abulia. Si tropiezas con un grupo de compañeros un poco difícil –que quizá ha llegado a ser difícil por tu abandono–, te desentiendes de ellos, escurres el bulto, y piensas que son un peso muerto, un lastre que se opone a tus ilusiones apostólicas, que no te entenderán...
»¿Cómo quieres que te oigan si, aparte de quererles y servirles con tu oración y mortificación, no les hablas?...»6.
Por otra parte, ninguna situación es inamovible ni definitiva. El paso del tiempo acaba por dar la razón al que trabaja y trata a los demás con honradez, con rectitud de intención, sin buscar ventajas personales.
El dejarse llevar por los respetos humanos es propio de personas con una formación superficial, sin criterios claros, con un carácter poco firme. Con frecuencia esta actitud, tan poco atrayente también en lo humano, viene respaldada por la comodidad de no llevarse un pequeño mal rato, el miedo a poner en peligro un cargo, por ejemplo, o el deseo de no distinguirse de los demás.
Aunque los nobles se sientan a murmurar de mí –se lee en el Salmo responsorial7–, tu siervo medita tus leyes; tus preceptos son mi delicia, tus decretos son mis consejeros.
Para vencer los respetos humanos necesitamos rectitud de intención, atendiendo más al parecer de Dios que al parecer de los demás; fortaleza para pasar con elegancia las pequeñas críticas, frecuentemente superficiales, cuando las haya; alegría para comunicar el tesoro que cada discípulo del Señor ha encontrado, y el buen ejemplo, del que nunca nos arrepentiremos, que es simple coherencia con la gracia, que el Señor ha puesto en nuestro corazón. Aun en los ambientes más difíciles podremos ganar almas para Cristo si deseamos de verdad hacer felices a esos amigos, compañeros o conocidos. «Antes de querer hacer santos a todos aquellos a quienes amamos es necesario que les hagamos felices y alegres, pues nada prepara mejor el alma para la gracia como la leticia y la alegría.
»Tú sabes ya (...) que cuando tienes entre las manos los corazones de aquellos a quienes quieres hacer mejores, si los has sabido atraer con la mansedumbre de Cristo, has recorrido ya la mitad de tu camino apostólico. Cuando te quieren y tienen confianza en ti, cuando están contentos, el campo está dispuesto para la siembra. Pues sus corazones están abiertos como una tierra fértil, para recibir el blanco trigo de tu palabra de apóstol o de educador.
»Si sabes hablar sin herir, sin ofender, aunque debas corregir o reprender, los corazones no se te cerrarán. La semilla caerá, sin duda, en tierra fértil y la cosecha será abundante. De otro modo tus palabras encontrarán, en vez de un corazón abierto, un muro macizo; tu simiente no caerá en tierra fértil, sino al margen del camino (...) de la indiferencia o de la falta de confianza; o en la piedra (...) de un ánimo mal dispuesto, o entre las espinas (...) de un corazón herido, resentido, lleno de rencor.
»No perdamos nunca de vista que el Señor ha prometido su eficacia a los rostros amables, a los modales afables y cordiales, a la palabra clara y persuasiva que dirige y forma sin herir (...). No debemos olvidar nunca que somos hombres que tratamos con otros hombres, aun cuando queramos hacer bien a las almas. No somos ángeles. Y, por tanto, nuestro aspecto, nuestra sonrisa, nuestros modales, son elementos que condicionan la eficacia de nuestro apostolado»8.
En la Santísima Virgen encontramos, como los Apóstoles, la fortaleza necesaria para hablar de Dios sin respetos humanos: «—Después de que el Maestro, mientras asciende a la diestra de Dios Padre, les ha dicho: “id y predicad a todas las gentes”, se han quedado los discípulos con paz. Pero aún tienen dudas: no saben qué hacer, y se reúnen con María, Reina de los Apóstoles, para convertirse en celosos pregoneros de la Verdad que salvará al mundo»
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