7 de mayo de 2018

Caridad ante todo

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CARIDAD ANTE TODO

Por Javier Leoz

En el sexto domingo de la Pascua, me viene a la memoria aquella anécdota de un labrador que, llevando a su hijo al campo, le enseñaba a plantar. Su hijo le preguntaba: ¿cómo lo tengo que hacer padre? Y, el padre, le respondía: ¡excava más hondo! Cuanto más hondo el agujero, más posibilidades tendrá la planta de sobrevivir.

El evangelio de hoy, siguiendo las ideas del domingo pasado, nos invita a seguir bebiendo en esa fuente de vida y de amor que es Dios, a través de Jesús.

No hay mayor hazaña que la de entregarse olvidándose de uno mismo; el dar sin esperar nada a cambio; el ganar, aunque aparentemente ante el mundo estés perdiendo. ¿Dónde reside esta forma tan rara y tan extraña de amar perdiendo? Ni más ni menos que en Dios.

El Dios que se rebajó en Belén, el Dios que se inclinó en la tarde de Jueves Santo, el Dios que se humilló con brazos abiertos en la cruz, nos enseña que –ese camino- es el más privilegiado y el más idóneo para descubrir la verdad o la mentira de nuestra amistad con El; la grandeza o la pobreza de nuestra fe; el vasallaje a Dios o nuestro sometimiento al mundo que ensalza, no el amor gratuito, sino “tanto das, tanto recibes”.

1.- Hay amores eventuales. Amores que pasan. Amores que fracasan. Porque, cuando no son agradecidos, se cansan. El amor que predica Jesús, y que nosotros sostenemos con el paso del tiempo, es un amor que nunca se aburre. O por lo menos, cuando surgen tropiezos, se plantea de nuevo el levantarse para entregarse de nuevo aún a riesgo de perder de nuevo. Me gusta mucho la distinción entre solidaridad y caridad: la solidaridad sale al paso en un momento determinado. La caridad cristiana, por el contrario, siempre y sin límites.

-El amor, cuando es excluyente, ansioso, ya no es amor. Produce asfixia, agotamiento y, a la larga, fracaso. Nuestro corazón, cuando está puesto en Dios, espontáneamente se ofrece a los demás. Cuando ponemos el amor humano, por encima del amor divino, corremos el riesgo de sufrir un serio revés. Dios lo primero y, desde Dios, a continuación, lo demás.

-El amor cristiano, que es distintivo de los seguidores de Jesús, nos hace ver a las personas como hermanos. O dándole la vuelta a la frase, porque nos vemos como hermanos, somos capaces de entregarnos los unos a los otros.

2. Impresiona la Carta de Juan. ¡Qué cerca tuvo que sentir el amor de Dios para decirnos “amaos”! Las gafas que, los cristianos tendríamos que comprar en la óptica, es precisamente la de ver al prójimo con amor, de juzgarlo con amor, de quererlo con amor y de ayudarle a levantar con amor. Sólo así, al Dios del cielo, lo podremos intuir verdaderamente en la tierra.

--¿Queréis saber la calidad de vida cristiana de aquel hermano? Pregúntale cuánto ama; si ama a todos; si ama a todas horas.

¿Queréis saber el grado de amistad de Dios de aquel cristiano? Preguntadle cómo anda con los que le rodean; en el trabajo; en el instituto; en las relaciones personales.

Jesús se va al cielo, pero, detrás de sí, nos deja a nosotros. Para que sigamos profundizando en todo lo que ha dicho y ha realizado. Para que, en el amor, entremos en comunión con El y con el resto de los hermanos.

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