Severiano Blanco, cmf
Queridos hermanos:
Todos conocemos a esos enfermos que solo quedan satisfechas si el médico les receta un medicamento muy caro. Pero a Eliseo, que no era médico ni apenas curandero, no le gustaba la aparatosidad; así que sus pacientes se iban decepcionados. Y eso que le tocó realizar la curación más difícil de la época: la de un leproso. En el AT el leproso es un maldito de Dios, y la lepra es considerada como equivalente de la muerte, “hijo predilecto de la muerte” (Job 18,13). Los rabinos decían que Eliseo había resucitado a dos muertos, pues, además de devolver a la vida al muchacho hijo de la viuda (2Re 4,32ss), había curado la lepra de Naamán (2Re 5). Y dar la vida a un muerto es algo reservado a Dios, como deja claro el rey de Israel ante la propuesta que le traen de Siria.
Pero el mensaje litúrgico de hoy pone el acento en otro lugar. Se trata de que el curado es un forastero, no un israelita, lo cual dará a Jesús materia de muchos comentarios. Algunos judíos se arrogaban la exclusiva de la santidad y de la experiencia de la misericordia de Dios, cosa que Jesús criticará duramente, haciéndolos despertar de sus rutinas y de su orgullo. Una vez se encontrará con un centurión romano tan abierto a su mensaje, con tan buenas disposiciones religiosas, que le hará exclamar: “en ningún israelita he encontrado tanta fe” (Lc 7,9). Y la expresión la generalizará en aquella otra de “vendrán muchos de oriente y de occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob, mientras que los hijos del reino serán echados fuera” (Mt 8,11s). Jesús anuncia la salvación universal.
La raíz de la controversia con que nos encontramos hoy está en el rechazo del mensaje generoso de Jesús, en la cerrazón de su pueblo a acoger su invitación a renovarse, a cambiar, a sustituir las ansias de venganza por la compasión, por el anuncio del año de amnistía, de gracia del Señor. Los “de siempre”, los “cumplidores”, protestan; muy satisfechos de sí mismos, preferirían un Mesías justiciero a uno compasivo. No quieren la novedad anunciada por Jesús: el perdón de Dios gratuito, la compasión para con los pecadores desesperados (“vendar los corazones desgarrados”).
El final de la escena es sorprendente. Quienes han podido conducir a Jesús hasta el precipicio no son capaces de echarle mano cuando huye por en medio de todos ellos. Difícil de valorar históricamente, la escena tiene una fuerte carga simbólica: es una anticipación de la resurrección; ni Pilatos ni Caifás podrán detener al Resucitado. Jesús ha triunfado, y, con él, la misericordia del Padre que él anunciaba y visualizaba.
Vuestro hermano
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