6 de enero de 2018

Jesús es para todos

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JESÚS ES PARA TODOS

Por José María Martín OSA

1.- Manifestación de Dios a todos los hombres. La Epifanía es el otro nombre que recibe la Navidad, el nombre que le dieron las iglesias orientales desde el principio. Si la Navidad, fiesta de origen latino, alude al nacimiento: "La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros", Epifanía significa manifestación. Hay varias manifestaciones en los evangelios de la infancia. La primera, a los pastores: a los más pobres y alejados de la sociedad. La segunda a los magos extranjeros: nace para toda la humanidad, independientemente de su raza, o religión. La fiesta de la Epifanía sugiere la idea de alumbramiento o de dar a luz: "y hemos visto su gloria, gloria propia del Hijo del Padre, lleno de gracia y de verdad". Por consiguiente, la metáfora bíblica de esta fiesta es la luz: "la gloria del Señor que amanece sobre Jerusalén", "la revelación del misterio escondido", la estrella de los magos que vienen de oriente... Debemos esforzarnos para rescatar el auténtico significado de la fiesta que celebramos. Como tantas otras, y quizás más que ninguna esta fiesta, llamada vulgarmente día de Reyes ha sido mercantilizada y degradada.

2.- No hay acepción de personas, todos somos iguales para Dios. Jesús nace en Belén para todos los hombres, para los de cerca y para los de lejos, para los judíos y para los gentiles, para los pastores y para los magos que vienen de oriente. No hay acepción de personas. Pero los primeros en recibirlo van a ser los pobres, los pastores, para que se vea que "los pobres son evangelizados", como había dicho el profeta Isaías. Y, después, llegarán los magos guiados por una estrella y buscando su significado. No importa si eran tres o eran más, si venían de Oriente o del Sur de España, lo importante es que fueron a adorarle. La estrella que nos conduce a todos, debe ser la que nos saca de casa, del acomodo en bienes y opiniones, de las certezas humanas, de la pretensión de poseer la verdad. Es la pregunta sobre el sentido de nuestra vida, que buscamos y nos pone en camino, más allá de nuestros prejuicios e intereses. Es la pregunta en la que se formula el deseo y la esperanza no el interrogatorio en que se pone en guardia el recelo y el miedo. Herodes interroga a los magos y termina persiguiendo a los niños inocentes. Los magos preguntan. Herodes se sobresalta y, con él, toda la ciudad de Jerusalén, pero los magos se llenan de inmensa alegría al salir de esa ciudad y ver de nuevo la estrella. Para hallar la verdad que nace en Belén de Judá, hay que salir de los muros y de los convencionalismos, guiados por esa estrella, por esa pregunta, que nos hace peregrinos y mendigos de la verdad, hambrientos de ella y no poseedores y satisfechos de nuestras pobres verdades. Los que se creen en posesión de la verdad lo único que hacen es enseñar "sus verdades" despóticamente al pueblo. Los magos no fueron a Belén cargados de razón, sino preocupados y encaminados por una pregunta. Se acercaron al pesebre de Belén para contemplar la verdad hecha carne.

3.- ¿Qué regalo espera Dios de nosotros? En un día de ilusión para los niños y de regalos para todos debemos hacernos esta pregunta. Dios acepta nuestra debilidad, lo que somos, incluido nuestro pecado y nuestras fragilidades, para rehabilitarnos y hacernos plenamente felices. Quiere que descarguemos ante él las pesadas cargas que nos impiden ser nosotros mismos. Alguien me contó un cuento de Navidad que leyó en alguna parte. Lo contaré a continuación porque realiza un hermoso viaje al corazón de Jesús Niño.

“Se dice que, cuando los pastores se alejaron y la quietud volvió, el niño del pesebre levantó la cabeza y miró la puerta entreabierta. Un muchacho joven, tímido, estaba allí, temblando y temeroso.

- Acércate- le dijo Jesús- ¿Por qué tienes miedo?

- No me atrevo... no tengo nada para darte.

- Me gustaría que me des un regalo – dijo el recién nacido.

El pequeño intruso enrojeció de vergüenza y balbuceó:

- De verdad no tengo nada... nada es mío, si tuviera algo, algo mío, te lo daría... mira.

Y buscando en los bolsillos de su pantalón andrajoso, sacó una hoja de cuchillo herrumbrada que había encontrado.

- Es todo lo que tengo, si la quieres, te la doy...

- No - contestó Jesús- guárdala. Querría que me dieras otra cosa. Me gustaría que me hicieras tres regalos.

- Con gusto – dijo el muchacho- pero... ¿qué?

- Ofréceme el último de tus dibujos.

El chico, cohibido, enrojeció. Se acercó al pesebre y, para impedir que María y José lo oyeran, murmuró algo al oído del Niño Jesús:

- No puedo... mi dibujo es horrible... ¡nadie quiere mirarlo...!

- Justamente, por eso lo quiero... siempre tienes que ofrecerme lo que los demás rechazan y lo que no les gusta de ti. Además quisiera que me dieras tu plato.

- Pero... ¡lo rompí esta mañana! – tartamudeó el chico.

- Por eso lo quiero... Debes ofrecerme siempre lo que está quebrado en tu vida, yo quiero arreglarlo... Y ahora –insistió Jesús- repíteme la respuesta que le diste a tus padres cuando te preguntaron cómo habías roto el plato.

El rostro del muchacho se ensombreció, bajó la cabeza. Avergonzado, y, tristemente, murmuró:

- Les dije una mentira... Dije que el plato se me cayó de las manos, pero no era cierto... ¡estaba enfadado y lo tiré con rabia!

- Eso es lo que quería oírte decir –dijo Jesús- Dame siempre lo que hay de malo en tu vida, tus mentiras, tus calumnias, tus cobardías, tus crueldades. Yo voy a descargarte de ellas... No tienes necesidad de guardarlas... Quiero que seas feliz y siempre voy a perdonarte tus faltas. A partir de hoy me gustaría que vinieras todos los días a mi casa”

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